Sánchez promete formar "sí o sí" un Gobierno progresista tras el fracaso de su estrategia
Ferraz festeja una victoria amarga. El presidente pierde tres escaños en la repetición electoral en la que aspiraba a reforzarse. Ahora, las combinaciones de gobierno se dificultan
La calle, otra vez, explotó.
—¡Hemos ganado, dejadnos gobernar!
Ese era el grito que inundó Ferraz cerca de la medianoche. En abril era "¡Con Rivera, no!". Ese clamor ha mudado, tanto como la situación política en el país, tras unas segundas generales en apenas seis meses. Ahora el problema es el bloqueo, que sigue sin despejarse tras este 10-N después de un triunfo alicorto del PSOE. Pedro Sánchez contestaba a los centenares de militantes y simpatizantes congregados:
—Hemos ganado las elecciones por tercera vez en un año. Nuestro plan no es continuar ganando elecciones. Nuestro proyecto político es formar un Gobierno estable y hacer política en beneficio de la mayoría de los españoles. Me gustaría hacer un llamamiento a todos los partidos políticos, que tienen que actuar con generosidad y responsabilidad para desbloquear la situación. El PSOE también actuará con generosidad y responsabilidad para desbloquear España. ¡Ahora sí o sí vamos a conseguir un Gobierno progresista!
Pedro Sánchez ya sabe lo que es probar una victoria amarguísima. Ganar de nuevo pero dejarse pelos en la gatera. Vencer pero bajar tres escaños. Liderar el Congreso pero tener más lejos la mayoría absoluta y enfrentarse a una investidura aún más complicado. El presidente en funciones y secretario general del PSOE gana y pierde a la vez. Porque indudablemente, tras este 10-N, es de nuevo primera fuerza en el país pero su estrategia, aquella diseñada en la Moncloa y que perseguía un refuerzo en las urnas que le garantizase un Ejecutivo "fuerte", ha naufragado estrepitosamente. No solo eso, la arriesgada aventura de la repetición electoral ha supuesto una extraordinaria proyección de la ultraderecha, que se alza como tercera fuerza en el Congreso, y un hundimiento de Ciudadanos. Además, Unidas Podemos, a quien los socialistas pretendían debilitar con estos segundos comicios, salva los muebles y mantiene su exigencia de Gobierno de coalición, la condición de la que el secretario general quería huir. Ahora ya no le será tan fácil.
El 28 de abril y el 10 de noviembre certificaron el triunfo del PSOE después de 11 años sin celebraciones. Pero las dos victorias, separadas por seis meses, eran muy distintas. Aquella era limpia y cómoda, y Sánchez podía presumir de haber frenado a la ultraderecha. Esta es endiablada, con muchos claroscuros, y con el agravante del crecimiento desorbitado de Vox, con 52 actas, frente a las 24 que tenía. El presidente necesitará, para mantenerse en la Moncloa, el sí de Unidas Podemos, de Más País y de las formaciones regionalistas y la abstención de ERC o el sí de Ciudadanos. Alternativamente, requeriría que el PP le facilitara su investidura.
Gana en escaños en 7 CCAA y 18 provincias
Los números del PSOE del 10-N palidecen respecto al 28-A. Al 99% escrutado, y con cerca de un 69,90% de participación (frente al 75,75% de abril), los socialistas pierden tres escaños —pasan de 123 a 120— y en torno a 800.000 sufragios (de 7.513.142 papeletas a 6,7 millones). En porcentaje de voto, obtienen un 28% de las papeletas, por el 28,67% cosechado en primavera. Se queda a 7,19 puntos y 32 actas del segundo, el PP (88). Además, el PSOE cede la mayoría absoluta de la que disfrutaba en el Senado, aunque sigue quedando muy por delante del PP. El partido es primera fuerza en escaños en siete comunidades (Andalucía, Extremadura, Aragón, Asturias, Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Canarias), y además es primero en votos en otras tres (Madrid, La Rioja y Baleares), en las que empata en diputados con los populares. Sánchez se impone en parlamentarios en 18 provincias.
Sánchez necesitaría sumar, además de a UP, Más País y PNV, a una constelación de partidos regionalistas, más el concurso de Cs o ERC
El PSOE gana un escaño en Andalucía (Huelva) y Aragón (Huesca), y pierde uno en Madrid (pasa de 11 a 10), Cantabria, Illes Balears, Navarra y Ceuta. O sea, avanza dos y baja en cinco, por lo que el saldo es el de esos tres diputados menos en el conjunto del país. Las encuestas se aproximaron bastante al resultado final de los socialistas, aunque ellos confiaban en igualar el dato del 28-A o incluso acercarse a la barrera psicológica de los 130 asientos en el nuevo Congreso.
A Sánchez se le abre un escenario complicadísimo por delante para intentar ahormar una mayoría. Sus 120 diputados, más los 35 de Unidas Podemos totalizan 155, diez menos que en abril. A esos 155 habría que agregar los tres de Más País, frente al solitario representante que tenía Compromís. Es decir, que las 166 actas que tenía antes el bloque de izquierdas (PSOE + UP + Compromís) se quedan ahora en 158, ocho menos. A partir de ahí, podía ir avanzando con una constelación de formaciones: PNV (7), BNG (1), PRC (1) y Teruel Existe (1). Se podría también contar con los dos que aportan Coalición Canaria-Nueva Canarias. Máximo, por tanto, 170, a seis de la absoluta. Se necesitaría, por tanto, o el sí de Ciudadanos (10) o la abstención de ERC (13). Alternativamente, los socialistas requerirían la abstención o el apoyo del PP.
En esta nueva contienda, las izquierdas de PSOE, UP y Más País Compromís ganan, pero por poco: 155 diputados por los 150 que suponen PP, Cs y Vox, a los que habría que agregar los dos que aporta la coalición Navarra Suma.
No hablará con Vox
La duda será, pues la gobernabilidad. Más complicada que en la primavera. Pero Sánchez sabe que tiene que aprovechar esta segunda oportunidad. Y no tiene otra. De ahí su promesa formulada esta noche. "Mi empeño es que esta vez sí o sí vamos a conseguir un Gobierno progresista y por eso vamos a desbloquear esta situación", gritó, acompañado en la balconada instalada en Ferraz de su mujer, Begoña Gómez, de la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo, y de varios miembros de su ejecutiva (Adriana Lastra, José Luis Ábalos y Cristina Narbona). El presidente, interrumpido constantemente con gritos de "¡presidente, presidente!" y "¡con [Pablo] Casado no!". Avanzó que llamará a todos los partidos, salvo a los que "se autoexcluyen de la convivencia y siembran el discurso del odio y de la antidemocracia", en referencia a Vox.
Sánchez pide "generosidad" y "responsabilidad" a las demás formaciones políticas, receta que se compromete a aplicarse a sí mismo
Sánchez reunirá a su ejecutiva este lunes a las 11 de la mañana y entonces se podrán atisbar sus primeros movimientos. Pero tras las palabras de contento hay una inevitable sensación de fracaso. Porque el presidente había pedido, desde que se consumó la imposibilidad de una investidura tras la segunda ronda del Rey, en septiembre, que quería una victoria "rotunda", inapelable, que los españoles hablasen "más claro" y le concedieran un triunfo más holgado. En realidad, el líder socialista había perseguido esa repetición tiempo atrás, al menos desde que la coalición con Unidas Podemos se tornó imposible, en julio.
El jefe del Ejecutivo se había dejado orientar por su círculo más cercano en la Moncloa, encabezado por su director de Gabinete, Iván Redondo, a quien muchos mirarán ahora como responsable del fracaso del plan. Él ha diseñado toda la estrategia en estos meses, también la de campaña. Estaba convencido de que al final una "mayoría cautelosa" se acabaría inclinando a favor del PSOE, como ocurrió en 2016 (en apoyo del PP), que Cataluña o la exhumación de Francisco Franco acabarían ayudando al líder. Pero no ha sido así. Ambos elementos habrían catapultado a Vox. Además, el PP, aun avanzando, ve recortadas sus expectativas, y Ciudadanos, con quien los socialistas sumaban 180 diputados el 28-A (y ahora solo 130, los mismos que tras las generales de 2015), firma un auténtico desplome.
Sánchez, sin embargo, vio cómo se le desmontaba su plan inicial y cómo sus pronósticos se le iban de las manos. La sentencia del 'procés' generó una auténtica convulsión en Cataluña, que se tradujo en disturbios violentos. Y el modelo territorial nunca ha sido un terreno sólido para los socialistas. Además, no descolló en la campaña. Salvó el debate a cinco, sí, pero tampoco batió a sus rivales, y cometió, en el último aliento, un error fatal: deslizar que la Fiscalía actúa a las órdenes del Ejecutivo. Patinazo que intentó revertir horas después. Pero a la campaña, como observaban algunos cuadros en Ferraz le faltó emoción, pasión. Nunca salió en realidad del estancamiento que todas las encuestas, salvo la ficcionada del CIS, indicaban. Solo al final agitó el miedo a la ultraderecha, que había azuzado en abril y le había resultado rentable. Solo al final combatió sus argumentos. Quizá ya era tarde. Ahora, con la repetición de los comicios, el Congreso tendrá sentado a un Vox fortalecido y a todos los demás como protagonistas perdedores. También él. También Sánchez, pese a que haya firmado una nueva victoria y haya retrocedido tres escaños y apenas unas décimas.
La calle, otra vez, explotó.
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