30-32 escaños: el suelo de Ciudadanos en el que se juega su futuro Albert Rivera
En el partido se resisten a creer las encuestas. La aspiración es, al menos, consolidar el espacio de centro. Ya lo hicieron en la repetición de 2016 y entienden que seguirá ahí
El fracaso de los partidos políticos tras el 28 de abril desembocó en una repetición electoral, que llegará en solo dos semanas. Los resultados que arrojen las urnas —con seis partidos de ámbito nacional por primera vez— redefinirán un tablero político lleno de inestabilidad e incógnitas. El 10-N también puede ser crucial para el futuro de algunas formaciones como Ciudadanos. En solo unos meses, los objetivos del partido de Albert Rivera han dado un giro de 180 grados por distintas circunstancias. Este viernes lanzaba el mensaje clave rodeado de militantes en Madrid: "Entre exhumadores y exhumados existe el centro político". Lo que ocurra dentro de dos domingos será determinante tanto para el partido, como para el líder.
Si en abril la apuesta fue sustituir al PP como principal formación en el espectro del centro derecha aprovechando un momento de especial debilidad entre los conservadores —con Pablo Casado recién llegado al liderazgo y sin controlar aún los entresijos de la calle Génova, tras un proceso interno que se llevó por delante a la vieja guardia y con una desafección evidente entre sus votantes, molestos con la gestión del partido después de la moción de censura y entusiasmados, los que estaban más a la derecha, con la resurrección de Vox— en el mes de mayo, Rivera —con el mejor resultado a sus espaldas (57 escaños, a solo 9 del PP)— creyó que haría el milagro.
En menos de cuatro semanas llegaban unas elecciones municipales y autonómicas decisivas, al calor de la euforia de abril (hubo sorpaso en comunidades tan importantes como la madrileña), y Ciudadanos pensó que su momento había llegado. Aspiraban a superar a los populares (lo venían trazando desde febrero al inaugurar la estrategia del no es a no a Pedro Sánchez) y todo apuntaba a que podía llegar a ocurrir. Pero el sorpaso definitivo no se produjo porque el PP logró resistir la embestida a cuenta de sus estructuras locales, muy consolidadas frente a las que tenía Ciudadanos. Resistió y se creció haciéndose con el mando de todas las plazas en las que sumó con los naranjas (y con el apoyo externo de Vox). Retuvo las presidencias autonómicas y las alcaldías de sus grandes feudos, y Casado respiró.
Ciudadanos no tuvo margen de maniobra porque la ejecutiva nacional de su partido aprobó la preferencia de pactar con el PP allí donde fuera posible, dejando en un segundo plano al PSOE. Algunas voces internas, que no se pronunciaron con claridad públicamente, reconocían que podía ser un error. La decisión apuntalaba a los populares mientras expulsaba a los socialistas de todo acuerdo posible (con la excepción de alguna provincia), renunciando a seguir ocupando el centro político a pesar de haber comprobado que el PP seguiría siendo la primera fuerza de la derecha. Algunos dirigentes entienden que aquel punto, el de mayo y no el de septiembre, habría sido el momento idóneo para recular, en parte, la estrategia.
Sin embargo, no fue hasta octubre, con las Cortes ya disueltas, cuando se produjo el giro en la hoja de ruta. Rivera anunció que su partido se abriría a pactar también con el PSOE después del 10 de noviembre para evitar el bloqueo. Dicho de otra manera: para que los ciudadanos no se vean abocados a acudir por tercera vez a las urnas, su partido propone un gran acuerdo de Estado entre PSOE, PP y Ciudadanos. Su socio preferente seguirá siendo el PP (con el que gobernaría en coalición si los números diesen), pero eliminaba de facto el veto expreso a Pedro Sánchez.
De alguna manera, Ciudadanos recuperaba el papel de sus orígenes —capaz de entenderse a izquierda y derecha— sin importarle de nuevo que su papel pudiera ser el de bisagra. Un término del que se quiso desprender en las pasadas generales a toda costa. Ahora, las encuestas anticipan un importante descalabro que podría terminar con Ciudadanos como quinta fuerza. Dirigentes de peso aseguran que los 'trackings' internos difieren de esos datos. En estos momentos, afirman, ninguno de sus sondeos sitúa al partido por debajo del 11% del voto. Sí reconocen que existe un empate técnico entre ellos, Podemos y Vox. La movilización será clave para el desenlace, como publicó este diario.
Aunque la cúpula naranja consideraría "un mal resultado" obtener menos escaños que el pasado abril, también piensan que estar por debajo de 40 diputados (los obtenidos en 2015) "sería un muy mal resultado". En la otra repetición electoral (la del 26-J de 2016) Ciudadanos se dejó ocho décimas en el porcentaje de voto y cayó hasta los 32 escaños de los 40 de 2015. Ese es el suelo para muchos dirigentes políticos del partido. Entienden que esa cifra representa dos cosas: el punto del que debe partir la formación para seguir creciendo, evitando a toda costa una debacle mayor, y la consolidación del centro político, un espacio que ningún otro actor de la política española consiguió afianzar antes con esos números.
En el partido confían en no perder, al menos, los tres millones de votantes que en 2016 siguieron apostando por la papeleta naranja cuando los populares, con Rajoy a la cabeza, se recuperaron manteniendo los 137 diputados. Entonces, tres millones de votos traducidos en una treintena de escaños. Muchos dirigentes consideran que esas cifras no serían un descalabro y que supondrían una oportunidad para, desde el punto de partida, seguir construyendo la opción centrista. Lo que entienden es que los resultados del 28-A, en el fondo, fueron circunstanciales y que debieron comprender que "el castigo al PP no era estrictamente real". "Eran votos prestados", reconoce algún dirigente de la ejecutiva.
El debate del liderazgo
Es el melón que nadie abre en el partido. De hecho, insisten, no está encima de la mesa. No solo porque sea contraproducente afrontar una campaña poniendo en duda la continuidad de su líder, sino porque ningún dirigente pone en duda el papel de Rivera. Más bien lo contrario. Primero, consideran que será un debate que solo tendría sentido abrir si finalmente los resultados del 10 de noviembre se consideran una debacle. Y, segundo, porque muestran la convicción de que si ese debate llega solo llegará de la mano del propio Rivera. Es decir, que el líder de la formación tomara una decisión en ese sentido. Ni siquiera en la crisis interna de hace meses —que se saldó con varias dimisiones de peso— estuvo en cuestión la figura del líder.
El pesimismo no cunde en las filas naranjas a pesar de las encuestas. No les dan credibilidad a los números tan bajos, "las encuestas siempre nos infravaloran", repiten con contundencia, y apuestan por la épica de su líder: "Siempre le dan por muerto. Es un animal político y en las campañas, te puedo asegurar, que es cuando se viene arriba", zanjan.
El fracaso de los partidos políticos tras el 28 de abril desembocó en una repetición electoral, que llegará en solo dos semanas. Los resultados que arrojen las urnas —con seis partidos de ámbito nacional por primera vez— redefinirán un tablero político lleno de inestabilidad e incógnitas. El 10-N también puede ser crucial para el futuro de algunas formaciones como Ciudadanos. En solo unos meses, los objetivos del partido de Albert Rivera han dado un giro de 180 grados por distintas circunstancias. Este viernes lanzaba el mensaje clave rodeado de militantes en Madrid: "Entre exhumadores y exhumados existe el centro político". Lo que ocurra dentro de dos domingos será determinante tanto para el partido, como para el líder.