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El Confidencial y la centralidad
  1. El valor de la información
De la displicencia inicial a la adicción

El Confidencial y la centralidad

Para quien quiera disponer de una fotografía fiable de nuestro 'mainstream' colectivo, leer El Confidencial quizá no sea suficiente, pero resulta imprescindible. Para repasar catecismos y argumentarios de laboratorio, hay otras cabeceras disponibles

Foto: Ilustración: EC Diseño
Ilustración: EC Diseño

Comenzaré con una confesión personal. Cuando, allá por el año 14, José Antonio Zarzalejos y Nacho Cardero me propusieron colaborar regularmente en El Confidencial, tuve mis reservas. Hoy tengo la certeza de que aceptar aquella oferta fue una de las mejores decisiones de mi vida profesional.

Las reservas no nacían del conocimiento del medio, sino del prejuicio y los estereotipos. Con la altanera mirada del consultor político de campanillas que entonces era, había catalogado a este periódico —y a la mayoría de los de su formato— en el género de lo que podríamos llamar medios 'gossip'. Aquellos que, sin llegar a ser prensa amarilla, mariposean en la superficie de la política, más atentos al anecdotario que a los contenidos de fondo. Hasta me parecía levemente presuntuosa la leyenda que acompaña a su nombre: “El diario de los lectores influyentes”.

Tardé muy poco en comprobar mi error. Hoy sé que El Confidencial ocupa una posición central en el universo de la prensa escrita en nuestro país. No hablo de su audiencia —cada vez más elevada— sino de su funcionalidad. Posiblemente sea el periódico que, contemplado como conjunto informativo en todas sus secciones, mejor refleja y ayuda a conocer las corrientes dominantes en la sociedad española de este tiempo convulso. Para quien quiera disponer de una fotografía fiable de nuestro 'mainstream' colectivo, leer El Confidencial quizá no sea suficiente, pero resulta imprescindible. Para repasar catecismos y argumentarios de laboratorio, hay otras cabeceras disponibles.

Para quien quiera disponer de una fotografía fiable de nuestro 'mainstream' colectivo, leer El Confidencial resulta imprescindible

Mi cambio de opinión no deriva de mi trayectoria como colaborador del medio (siendo esta profundamente gratificante) sino de mi experiencia como lector cada vez más atento a sus contenidos. Cuando dejas de picotear superficialmente los titulares y te adentras en los textos, descubres que pocos medios alcanzan su nivel de calidad informativa, exhaustivo trabajo documental de base, rigor en el tratamiento de los hechos, equilibrio en las opiniones y, con frecuencia, capacidad anticipatoria de tendencias cuando estas apenas apuntan.

Esto no se refiere tan solo a sus secciones de política y economía —tan ligada la segunda al origen del periódico— sino al producto entero. Durante estos años de crisis cronificada, en El Confidencial he encontrado los reportajes y análisis mejor documentados sobre casi todo: desde la cultura a la tecnología y los hábitos sociales, pasando, por qué no, por la llamada 'crónica de sociedad'. Todo ello conforma nuestra realidad social y, respecto a ella, este periódico cumple con eficiencia una doble función: es útil como espejo y también como descodificador.

Durante estos años, El Confidencial ha ofrecido a sus lectores —entre los cuales, como he podido comprobar, están, efectivamente, muchas de las personas más influyentes de España— un puñado de espectaculares 'scoops' informativos. Pero también el seguimiento sostenido, sistemático y coherente de algunos de los sucesos más relevantes de nuestro tiempo: desde el desafío secesionista en Cataluña al persistente bloqueo político de España, para llegar a una cobertura excepcionalmente completa del cataclismo sociosanitario y económico —con evidentes secuelas políticas— que hoy padecemos.

Este periódico cumple con eficiencia una doble función: es útil como espejo y también como descodificador

Siempre he combatido la confusión de la centralidad con el centrismo. Como he escrito repetidamente, no creo en el centrismo como posición reconocible en un corpus de ideas que vayan más allá de la mera moderación. No existe el manual ideológico del centrismo. Pero sí creo en la centralidad desde el punto de vista funcional, como lo opuesto a la marginalidad. La centralidad es aquello que conecta con el espíritu del bloque social mayoritario, que capta la contemporaneidad sin renegar del pasado y, sobre todo, que contribuye a equilibrar y estabilizar la nave colectiva, sometida —ahora más que nunca— a todo tipo de pulsiones desestabilizadoras. Es en ese sentido en el que afirmo la función central de este periódico en nuestro panorama mediático.

El Confidencial es un medio del sistema, en el mejor sentido de la expresión. Lo que no quiere decir que sea un medio del poder. Su férreo compromiso con la institucionalidad democrática y con los valores constitucionales es compatible con el más libre ejercicio que puede darse de la crítica política y social —a lo que contribuye, sin duda, la defensa numantina, casi fanática, de su independencia económica—. Su único límite es aquello que ataca los fundamentos de la convivencia. Dentro de ese perímetro, aquí cabemos todos.

Por eso, y no porque se me permita firmar aquí mis escritos, mi displicencia inicial se ha transformado en adicción. Siendo lector compulsivo de prensa nacional e internacional, mi jornada empieza con El Confidencial. Además, regreso varias veces al día y siempre encuentro algo nuevo. Me consta que empezamos a ser legión. Lo que, naturalmente, gusta a unos y disgusta profundamente a otros, qué le vamos a hacer.

Comenzaré con una confesión personal. Cuando, allá por el año 14, José Antonio Zarzalejos y Nacho Cardero me propusieron colaborar regularmente en El Confidencial, tuve mis reservas. Hoy tengo la certeza de que aceptar aquella oferta fue una de las mejores decisiones de mi vida profesional.

El valor de la información