Ahora que el revisionismo de la crítica nos invita a mirar con nuevos ojos el pasado y estamos descubriendo artistas que habían quedado condenados al olvido, conviene recordar que hay infinidad de autores que siguen esperando ese renacimiento. Y si en el ámbito femenino esa amnesia se circunscribe prácticamente a toda la Historia del Arte –ahí están las recientemente recuperadas Artemisia, Michaelina Wautier, Leonora Carrington o Hilma af Klimt–; en el caso masculino –históricamente mejor tratado– cabe acotarlo a la segunda mitad del siglo XIX.
Desde nuestro prisma actual, haber nacido hacia 1870 era como estar en tierra de nadie. Llegaron tarde para sumarse al Impresionismo y demasiado pronto para subirse al carro de las vanguardias. No hay más que ver a los artistas de esa generación en nuestros dos grandes museos nacionales: el Prado apenas alcanza a mostrarlos, mientras que para el Reina resultan poco modernos. Entonces, ¿qué hacemos con ellos? Aparcarlos en los almacenes, como se ha hecho durante mucho tiempo (solo Sorolla, Regoyos y Casas se han salvado de esa injusta condena).
Ha tenido que llegar la historiografía actual para recuperar ciertas figuras como la de Néstor –el gran descubrimiento que nos ha desvelado este año el Reina Sofía– o Fernando Álvarez de Sotomayor que ahora nos trae la Fundación Barrié de La Coruña. Este artista nació seis años antes que Picasso y siete antes que Braque, los grandes iniciadores del Cubismo, pero su arte se encuentra en las antípodas de ambos. Quizá por eso ha pasado sin pena ni gloria por la segunda mitad del siglo XX, marcado por la vanguardia y las nuevas formas de expresión. Afortunadamente, el nuevo milenio ha llevado consigo un revisionismo del que se han beneficiado tanto las minorías de género, raza o tendencia sexual, como aquellos autores que, como Sotomayor, desaparecieron del radar de la crítica.
Exdirector del Prado y retratista real
¿Quién fue este pintor y por qué merece una exposición propia? Desde luego, la oportunidad de celebrar el 150 aniversario de su nacimiento era la excusa perfecta para retomar la vida y obra de este artista que fue casi coetáneo de Sorolla y Ramón Casas, aunque no tuvo la misma fortuna que ellos. Quién sabe si porque pasó gran parte de su vida en su Galicia natal, donde se dedicó a inmortalizar las escenas costumbristas que veía desde su pazo de Sergude.
Pero eso no significa que Fernando Álvarez de Sotomayor (Ferrol, 1875-Madrid, 1960) fuese un artista local o regionalista, ni que no saliese del terruño. Al contrario. Viajó al extranjero siendo muy joven, primero como pensionado en Roma y después en Brujas, donde asimiló el intimismo holandés del siglo XVII que luego aplicaría en sus propias escenas en forma de ventanas y composiciones de interiores, como esa Abuela y nietos presente en la muestra que parece una versión moderna de las mujeres leyendo cartas de Vermeer. También trabajó en la Academia de San Fernando en Madrid. En 1908 emprendió su gran aventura rumbo a Chile, en calidad de profesor para la Escuela de Arte de Santiago, de la que luego sería director. A su regreso a España su fama era tal, que en 1922 sería nombrado director del Museo del Prado, aunque no duró mucho. La proclamación de la Segunda República en 1931 le apartó del cargo hasta que, acabada la Guerra Civil, volvió a ostentar la dirección, sucediendo a Picasso, entre 1936 y 1960, año de su muerte (el mandato más largo de la historia de la institución).
Ese vínculo con nuestro primer museo justifica que sea Javier Barón, conservador del Prado, quien comisaríe la muestra, integrada por pinturas, dibujos y fotografías venidas de todo el mundo, porque su obra está dispersa entre España y Latinoamérica. “Como otros pintores de su generación, quedó marginado no solo por la crítica y los historiadores, sino también por el público”, comenta el propio Barón, que ahora trata de saldar la deuda con esta retrospectiva formada por un selecto conjunto de piezas (cerca de un centenar del total de 864 catalogadas del artista). Se han escogido y ordenado de manera cronológica, mostrando desde los primeros dibujos hechos hacia 1890, cuando aún estaba formándose, hasta las obras maduras de 1950, pasando por su estancia en Chile o la organización de la exposición de Obras Maestras del Museo del Prado celebrada en Ginebra en 1939.
Si lo pensamos, es una propuesta expositiva que perfectamente podría encajar en el Prado, pero el comisario se escuda en que “aún no le ha llegado el turno” (veremos si alguna vez le toca entrar en el templo de los grandes maestros). De momento, hay que viajar hasta La Coruña para contemplar sus obras en la Fundación Barrié, que no es la primera vez que emplea esfuerzos y recursos privados en recuperar la memoria de Álvarez de Sotomayor; pues ya en 2004 se ocupó de su catálogo razonado (ahora ha editado otro actualizado). La ciudad gallega sigue siendo, por tanto, la principal defensora del pintor, que no se exhibe en solitario desde 1999, cuando fue el protagonista en el Museo de Bellas Artes de La Coruña.
Mucho ha llovido desde entonces. Por eso, la institución gallega presenta ahora una propuesta cargada de novedades, incluidos los objetos personales del artista que son un préstamo excepcional de sus herederos. Entre las 76 pinturas expuestas encontramos algunas inéditas, como el retrato de Eugenia Sol Fitz-James Stuart y Falcó, duquesa de Santoña o El monte Parnaso; otras que han sido restauradas para la ocasión, y las hay incluso que se han identificado durante la investigación que culmina en esta muestra, que podrá verse hasta el 11 de enero de 2026.
El recorrido presenta alguna escena mitológica –escasa en su producción–; paisajes, muchos de los cuales se han perdido; y un gabinete de fotografías, postales y folletos que se agradece quede condensado en una única sala (que para grandes dispendios en exposición de papeles ya tenemos al Reina). Pero sobre todo cabe destacar sus retratos galantes, que le convirtieron en codiciado objeto de deseo de reyes, duques y aristócratas. Ahí está el Duque de Alba con su manto de la orden del Toisson de Oro o Alfonso XIII en el Salón Gasparini, uno de los mejores retratos reales que hizo el artista. También la figura de su esposa, Pilar de Castro, hecho en apenas dos sesiones con una facilidad extraordinaria, o Los abuelos, pintura que en 1906 le valió la Primera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid ese año.
El segundo hilo conductor del recorrido es el costumbrismo, representado de manera magistral a través del Segador en la montaña de Arzúa, ese joven que mira melancólico al espectador con los aperos sobre el hombro. Decenas de vendedoras de pescado, procesiones marineras, fiestas y romerías ilustran la pasión de Fernández de Sotomayor por la realidad de su adorada Galicia. Esa que no se olvida del 150 aniversario de su muerte.