El boom inmobiliario de la periferia de Madrid o la arquitectura del estrés
Por Alberto G. Luna
El fotógrafo y cineasta Manuel Álvarez ha retratado el crecimiento urbano vivido en los últimos años en la ciudad. El resultado muestra una expansión hacia la desértica periferia, colonizada cada vez más por repetitivas viviendas. Un trabajo que se convertirá en un documental el próximo año
Una fotografía muestra una gigantesca promoción de viviendas. Una mole de hormigón se yergue en medio de un desierto amarillo únicamente habitado por alguna que otra grúa y muchos andamios. Está en Valdebebas, pero en realidad eso da lo mismo porque es idéntica a las que también se están produciendo en otros barrios como Los Berrocales o El Cañaveral.
Con una población que supera los 3,5 millones de habitantes en la capital y más de 7 millones en su área metropolitana, Madrid vive un silencioso auge constructivo. En los últimos años, su árida periferia se ha transformado para hacer frente a la demanda habitacional, y un fotógrafo se ha dedicado a documentarlo. Manuel Álvarez lleva tiempo capturando las nuevas formas arquitectónicas que están emergiendo en las afueras de la ciudad, estableciendo un diálogo entre ellas y el entorno que las rodea. “Muchas de estas viviendas son prototipos de arquitecturas fallidas. Son modelos que no fomentan el humanismo”, explica.
Manuel recorre largas distancias con una cámara de fotos y un teleobjetivo. Qué quieren que les diga. Cada uno tiene sus filias y la suya es fotografiar booms urbanísticos. Me cuenta que contempla la relación del paisaje con la arquitectura y de esta con el individuo, y que después la inmortaliza. Y yo inevitablemente pienso en el tipo de éxtasis que habría vivido en el Benidorm de los años 80. Antes de visitar Madrid estuvo en Asia y Oriente Medio, un trabajo que se convertirá en un documental llamado La arquitectura del estrés y que se estrenará el próximo 2026. Además de en Madrid, está rodado en Hong Kong, Chongqing, Tokio, Londres y Dubai.
Foto: Manuel Alvarez Diestro
Valdebebas. Foto: Manuel Alvarez Diestro
Valdebebas. Foto: Manuel Alvarez Diestro
Foto: Manuel Alvarez Diestro
El Cañaveral. Foto: Manuel Alvarez Diestro
Valdebebas. Foto: Manuel Alvarez Diestro
—No he estado en Chongqing en mi vida —le reconozco—.
—Pues es un sitio apasionante. 30 millones de almas metidas en una ciudad poliédrica. Te pides un hot pot picante que te anestesie hasta los dientes, te das un paseo por el centro y te explota la cabeza.
—¿No es exagerado comparar Madrid con Dubai?
—Aunque son ejemplos hiperbólicos, tenemos que tener en cuenta que estas ciudades no siempre fueron así de grandes. En algún punto de su locura constructiva tuvieron que asemejarse a lo que hoy es Madrid. Nos dirigimos hacia una sobrecarga de grandes edificaciones donde el ser humano cada vez desempeñará un papel más diminuto.
El proyecto se centra en tres zonas madrileñas: Valdebebas, Los Berrocales y El Cañaveral. Barrios que están reconfigurando nuestro borde metropolitano y estandarizando el día a día de sus habitantes. Áreas, en definitiva, que se hallan muy lejos de la mentira de la ciudad de los 15 minutos. A Manuel le llama la atención sus morfologías y repeticiones arquitectónicas. Desarrollos urbanísticos con formas y fachadas idénticas entre sí.
Sus imágenes muestran imponentes estructuras envueltas en una atmósfera inquietante donde el nacimiento del progreso urbanístico va acompañado de una forma silenciosa de destrucción: la del paisaje perforado por los socavones.
—El Cañaveral lo descubrí por casualidad —añade—. Como viajo a menudo, un día me fijé desde la ventanilla del avión en que se estaba construyendo un nuevo barrio cerca de la terminal. Fuí en metro y desde allí caminando. Lo que más me sorprendió de este barrio fue la repetición de los mismos modelos de casas. De Valdebebas, que a pesar de estar pegado a la T4, no puedes ir caminando. Hay un puente pero solo es para coches.
Cada una de sus instantáneas tiene una historia detrás. En la que aparece una mole de viviendas que se asemeja a una enorme isla, tuvo que subirse a un montículo de una obra ubicada en el ensanche de Vallecas. En cualquier caso, son fotografías en las que no aparecen personas, pero que afectan directamente a las personas. Imágenes que tratan de edificios y modelos de vida futuros. La eterna discusión de hacia dónde expandir las grandes ciudades mientras las pequeñas se van quedando vacías.
Hace tiempo que Bernard Rudofsky alertó de que estaba desapareciendo la arquitectura que había sido erigida pensando en las personas, creada de la forma más humanista; y que esta estaba siendo sustituida por otra centrada en las grandes edificaciones. “La desaparición de los antiguos placeres y privilegios es la primera señal inconfundible del progreso —decía—. Mientras que hace menos de medio siglo había kilómetros de calles cubiertas y llenas de vida en todas las ciudades y pueblos de España, en la actualidad están desapareciendo”. El arquitecto defendía una ciudad más heterogénea capaz de mezclar construcciones viejas y nuevas, habitantes ricos y pobres, vehículos y peatones en igualdad de condiciones.
En El modo atemporal de construir, Christopher Alexander proponía una solución para deshacer los entuertos de los arquitectos: prescindir de ellos. Contratar a humanistas, además de urbanistas. Defensores de los espacios cotidianos, la vida vecinal y, en definitiva, las relaciones entre personas. Les parecerá descabellado, pero es que existe una ingenua creencia de que todo nuevo descubrimiento entraña un valor o felicidad. Pero lo cierto es que esta fórmula no siempre funciona.
Mientras esto ocurre —o no—, la próxima vez que vean una promoción de viviendas en obras, fíjense bien porque es probable que entre sus escombros y verjas se encuentren a un personaje armado con una cámara y un teleobjetivo.