El legado fake de Gauguin: los museos se tiran de los pelos para descubrir sus obras falsas
Por Sol G. Moreno
En 2019 la Getty retiró una escultura del artista posimpresionista porque no era original y, dos años después, la Tate Britain tuvo que hacer lo propio con su pintura Tahitianos. Ahora la duda se cierne sobre el último autorretrato del autor, conservado en el Kunstmuseum de Basilea (podría haberlo pintado un alumno suyo, según el historiador Fabrice Fourmanoir)
Es muy probable que el artista se esté riendo desde su tumba, allá por las exóticas tierras de la Polinesia francesa, al ver el revuelo que causan algunas de sus pinturas tardías. ¿Las pintó realmente él? ¿Son falsificaciones o solo obras de coetáneos que marchantes oportunistas han hecho pasar por originales? Porque Paul Gauguin siempre jugó al despiste, sobre todo a partir de su viaje a Martinica en 1887. Dicen que los seis meses que pasó allí vivió su sueño de libertad y que fue en busca de ese primitivismo que le haría triunfar como pintor simbolista, pero lo cierto es que arribó a las costas de la isla procedente de Panamá, arruinado y sin perspectivas de éxito en su Francia natal. Por eso decidió probar suerte en el Caribe, en una humilde choza que le permitió crear no solo una docena de pinturas, sino también un mito en torno a su figura, que hoy es universal.
Él y sus marchantes nos vendieron la imagen de autor primitivo que, llevado por su genio creador, abandonó varias veces Francia para desarrollar su arte alejado de la civilización; cuando la realidad es que era un autor extravagante, inadaptado e incomprendido dentro del competitivo y estirado París de fin de siglo. Quiso hacer fortuna en tierras lejanas –sin demasiado éxito, por cierto–, utilizó a Van Gogh para conseguir dinero –una relación de conveniencia que arregló Theo y que acabó como el rosario de la aurora– y escribió un diario de viaje lleno de invenciones y fantasía. Solo una cosa es cierta: en sus pinturas capturó toda la belleza y el encanto de la Polinesia francesa, con esas sensuales mujeres “que parecían pintadas con el falo”, según un entusiasta Van Gogh.
Gauguin nos contó la historia que quisimos escuchar, pero ese relato se va desmoronando a medida que se analizan sus obras tardías y se descubre que algunas de ellas son falsas (algo que, por otro lado, confirma la indiscutible relevancia del autor). Una escultura de récord, una pintura inacabada y un par de obras más conservadas en los principales museos han caído como fichas de ajedrez del corpus del artista. Ahora le ha tocado el turno al Kunstmuseum de Basilea, que hasta hace unos días presumía de tener el último autorretrato del artista. Como en anteriores ocasiones, ha sido el historiador Fabrice Fourmanoir quien ha dado la voz de alarma sobre esta pintura, que podría ser de un alumno del autor.
¿Autorretrato o retrato de un discípulo?
El cuadro en cuestión es un óleo sobre lienzo que muestra el rostro del artista ya mayor, con bigote y perilla, además de gafas. Lleva una camiseta blanca y el fondo parece como desdibujado, sin terminar. Aunque carece de firma, la crítica siempre lo ha considerado del autor y lo ha fechado en 1903, meses antes de su muerte. Así es como llegó a manos de Louis Grélet, un comerciante de licores suizo que había conocido a Gauguin en las islas Marquesas, y así es como salió a la venta en Sotheby’s en 1924. Entonces se quiso destacar la nota pegada al reverso que decía: “Me lo dio en Atuona (en Hiva Oa) en 1905 el manifestante anamita Ky-Dong, quien la recibió del propio maestro”.
Es cierto que Atuona fue el último destino del pintor y que allí descansan sus restos, pero… ¿quién es ese tal Ky-Dong (Nguyen Van Cam)? Un vietnamita que había sido deportado a la Polinesia francesa por sus actividades anticoloniales en Indochina y que se hizo amigo de Paul, que además le enseñó a pintar. El caso es que, tras la venta en la subasta londinense, la tela acabó en manos de Louis Francis Ormond, cuñado del artista John Singer Sargent. Años después, el autorretrato pasaría a formar parte de la colección de Karl Hoffmann, el hombre que lo regaló en 1945 al museo que ahora lo exhibe.
La provenance de la obra, por tanto, parece clara; al menos desde 1924 hasta la actualidad. Sin embargo, se desconoce cuándo y en qué circunstancias salió del taller de Gauguin. Queda así una laguna de 20 años, que es lo que ha utilizado Fourmanoir para sembrar la duda. Primero, basándose en las palabras del propio artista, que en febrero de 1903 –murió en mayo– escribió: “Apenas he tocado un pincel en tres meses”. Algo que parece lógico, si tenemos en cuenta que ya estaba medio ciego y aquejado de dolores que le obligaban a tomar morfina. Y segundo, basándose en las conversaciones que él mismo tuvo con el hijo de Ky-Dong en los años ochenta en la capital tahitiana. “Tuvimos largas charlas sobre Gauguin y su padre. Me contó que su padre le había dicho que había pintado el retrato del artista”. El historiador añade también que el cuadro se debió de hacer en 1916, cuando el autor francés ya había muerto, a partir de una fotografía en blanco y negro (aunque eso no casa con la fecha de 1905 incluida en la etiqueta del reverso).
Tales afirmaciones han llevado al Kunstmuseum de Basilea a analizar la obra. “Los departamentos de Investigación de Procedencia, Restauración de Arte del Siglo XIX y Modernismo Clásico están examinando la tela con detalle. Nos hemos tomado este asunto muy en serio, pero los análisis llevarán su tiempo y probablemente no podamos anunciar los resultados hasta julio o agosto”, aclaran a El Grito desde el museo. Esperemos que los rayos X, las radiografías e incluso la IA ayuden a esclarecer el embrollo.
De momento se plantean varias hipótesis: la primera es que se confirme la autoría de Gauguin; la segunda, que se demuestre que fue obra de su pupilo. Y todavía cabría una tercera opción, que fuese pintado a cuatro manos por los dos (algo que ya sugirió el primer dueño del Autorretrato en una carta, donde explicaba cómo Ky-Dong comenzó a pintar un lienzo con el rostro del artista, que acabó terminando el propio retratado).
Fourmanoir, el terror de los museos
No es la primera vez que el historiador y especialista en la obra de Gauguin Fabrice Fourmanoir levanta la voz contra una obra del artista francés. Y probablemente tampoco será la última, porque cada vez surgen nuevos casos y técnicas innovadoras con las que completar –o rebatir– el ojo experto de los connoisseur.
Su idilio ‘contra’ el artista comenzó hace seis años, cuando se topó con una escultura falsa del artista. Y no una cualquiera, porque había alcanzado un precio de récord. Tête a cornes (Cabeza con cuernos) fue adquirida por la Getty en 2002 por una cifra cercana a los tres millones de dólares, pero la ilusión duró poco, porque en 2019 se vio obligado a admitir que el autor era “desconocido”, quedando la pieza relegada a los almacenes. Hasta ese momento, los historiadores habían asumido que Gauguin había hecho la obra en Tahití gracias a dos fotografías de esta obra que aparecían en su diario Noa Noa. Pero la verdad es que no está firmada.
Cabeza con cuernos, Anónimo. 1895-1897. Fotografía: J Paul Getty Museum, Los Ángeles.
Tahitianos, ¿Paul Gauguin?, hacia 1898. Fotografía: Tate Britain, Londres.
La invocación, ¿Paul Gauguin?, 1903. Fotografía: National Gallery of Art, Washington.
Mujeres y un caballo blanco, ¿Paul Gauguin?, 1903. Fotografía: Museum of Fine Arts, Boston.
Años más tarde, la Tate Britain de Londres volvió a sufrir otro revés por culpa del historiador francés. En su caso, la obra descatalogada fue una pintura titulada Tahitianas, que estaba a medio terminar. Entonces Fourmanoir lanzó su dardo: el autor podía ser Charles Alfred Le Moine, un artista que vivió en la Polinesia después de la muerte de Gauguin y que el historiador conoce bien, porque poseyó una quincena de sus pinturas. Por segunda vez un aviso suyo provocó que una obra de un museo tan importante como la Tate se analizase a fondo. ¿El veredicto? Retirada de la pintura de su exhibición y retirada de la obra del catálogo razonado del artista, reeditado por el Instituto Wildenstein Plattner de Nueva York. A la institución británica no le sentó nada bien la revisión de su obra , pero se mostró “receptiva ante cualquier investigación”, si bien en su página web sigue manteniendo la atribución a Gauguin.
Más casos destapados por el francés, también del último año de vida del artista: La invocación (1903) que exhibe la Galería Nacional de Arte de Washington, y Mujeres y un caballo blanco (1903) –esta sí firmada– del Museo de Bellas Artes de Boston. Fourmanoir está convencido de que son falsificaciones que el marchante Ambroise Vollard encargó a principios del siglo XX para venderlas, pero ambas pinacotecas americanas defienden que son auténticas. Aquí no hubo consenso, veremos qué pasa finalmente con el último autorretrato de Gauguin. ¿O será solo un retrato póstumo?