El legado pictórico de Pijuan lo puedes ver este verano en Menorca
Por Clara Gonzalez Freyre de Andrade
Coincidiendo con el 20 aniversario de su fallecimiento, la sede estival de la galería Cayón, en Mahón, acoge una ambiciosa exposición dedicada a explorar las grandes pinturas aparentemente monocromas del último periodo de Hernández Pijuan
Existe una forma de pintar en la que el tiempo no es solo un recurso, sino que se convierte en parte de la materia con la que se construye el cuadro. Así, más que representar, los artistas que siguen este camino acaban por habitar su propia obra.
Joan Hernández Pijuan era uno de ellos. Para él, a diario, ante el lienzo, la pintura se convertía en un ejercicio de meditación. Cada gesto sencillo, cada capa de óleo con la que construía sus - sólo en apariencia - monocromías, ocultaba un trabajo sesudo. “El color, la materia, los medios, el momento y una multitud de accidentes -lo imprevisto, lo indeterminado, el azar- aportan a la obra tal cantidad de condicionantes que la llevan a ser racionalmente inconcebible”, compartió en una ocasión con respecto a su proceso el propio pintor catalán.
Probablemente en honor a esta relación íntima y sostenida entre el pintor y su proceso, entre los sobrio y lo profundo, recibe su nombre la exposición Tiempo de pintura, recientemente inaugurada en la sede menorquina de la Galería Cayón. Hasta el 29 de agosto, los visitantes de Mahón podrán adentrarse en un diálogo íntimo entre las obras de Pijuan, a través de más de cuarenta piezas - entre óleos y trabajo en papel - realizadas por el pintor catalán entre 1985 y 2002 y que forman parte de su periodo más maduro. Una muestra que, además, coincide con el 20 aniversario del fallecimiento del pintor catalán.
Una vida dedicada a la pintura
Joan Hernández Pijuan fue desde sus inicios un pintor marcado por una vocación temprana y una pasión inquebrantable por el oficio. Nacido en Barcelona en 1931, descubrió la pintura como un lenguaje propio mucho antes de encontrar su estilo definitivo. Sus primeras obras, englobadas habitualmente dentro del informalismo, dieron paso poco a poco a una pintura más estructurada en la que el óleo se convierte en ordenador del espacio y el vacío.
Su formación en la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona y su paso por París en los años cincuenta fueron decisivos para ampliar su mirada y consolidar una sensibilidad que nunca dejó de evolucionar. La fascinación por el gesto, la materia y la luz le acompañaría hasta el último día. Porque, para Pijuan, la pintura se convirtió en prácticamente una forma de estar en el mundo.
Su propio hijo, Joan Hernández Maluquer, quien actualmente se encuentra al frente del legado de Pijuán, recuerda al pintor como un hombre que pasaba mucho tiempo en su estudio. “Vivía pintando. También le gustaba muchísimo andar, formaba parte incluso de su manera de pintar. Creo que se movía por el espacio de sus cuadros”, señala el hijo del pintor, que cree que este movimiento tuvo reflejo en gran parte de su obra, incluidas las que conforman la muestra en la galería.
Precisamente por su pasión por el medio pictórico, Hernández Pijuan fue un hombre que habitó museos y exposiciones, admiró a los clásicos y entabló diálogos profundos con sus contemporáneos. Al ser preguntado por los referentes de su padre, Joan Hernández los califica como incontables: desde genios barrocos ampliamente reconocidos, como Zurbarán o Velázquez, hasta artistas con los que, de una forma u otra, pudo coincidir en el tiempo, como Lucio Fontana o Giorgio Morandi. “No se definía como artista, sino como pintor. Esto le une directamente al mundo de la pintura y a todos los pintores que han existido, desde los clásicos hasta la actualidad”, asegura.
A algunos, llegó a dedicarles sus obras. Aunque tan sútil como siempre, muchas veces, su relación es sólo identificable una vez leído el título. Es el caso del pintor abstracto Fernándo Zóbel, con el que tuvo la oportunidad de trabajar en el marco de las Casas Colgadas y al que le dedica un delicado y tierno grabado bajo el título En Gris para Fernando. “Yo no sabía de dónde venía”, señala su hijo, que pudo conocer su orígen gracias al crítico de arte Alfonso de la Torre. “Al parecer, estuvieron en una cena hablando del color gris en la pintura. Así que cuando (Zóbel) muere a principios de los 80 y le piden una obra en homenaje, él dibuja una planta en gris y le da este título”.
Tiempo de pintura, fotografía de sala Galería Cayón
Fotografía de sala, Soulages + Pijuan Galería Cayón
Fotografía de sala, balconada Galería Cayón
Fotografía de sala, balconada Galería Cayón
Fotografía de sala, Soulages + Pijuan Galería Cayón
Fotografía de sala Galería Cayón
El legado de Pijuan, en Menorca
Tras el éxito de Llaurats, la ambiciosa exposición que, hasta el pasado mes de abril, celebraba la última etapa de Pijuan en el Museo Patio Herreriano de Valladolid, Tiempo de pintura se posiciona como una de las citas artísticas más prometedoras del periodo estival. Más allá de la singularidad del espacio que la acoge -la sede menorquina de la Galería Cayón, ubicada en un antiguo cine rehabilitado que permite concebir la exposición como una experiencia casi arquitectónica- la muestra adquiere un carácter histórico: hasta la fecha, se trata de la propuesta más ambiciosa dedicada al artista en una galería comercial.
La colaboración entre el legado de Hernández Pijuan y la Galería Cayón comenzó en 2020, en plena crisis sanitaria. Aquel año se vio pospuesta una muestra prevista por la galería en Madrid, enfocada en la importancia del uso del color de este pintor. Ahora, coincidiendo con el 20 aniversario del fallecimiento del Pijuán, la galería le rinde homenaje desde su sede estival, en Mahón, reuniendo 26 óleos -11 de ellos de gran formato- y cerca de una veintena de trabajos sobre papel, todos pertenecientes a su última etapa creativa.
La exposición se completa con una selección de obras del artista francés Pierre Soulages que, en diálogo con los lienzos de Hernández Pijuán, permitirán al espectador apreciar el interés que ambos compartieron por la materia. De igual manera, podrán discernir las diferencias entre ambos: mientra que Soulages suele considerar que la densa capa de pintura es en sí misma la obra acabada, en Pijuán siempre existe un tema más allá de lo matérico -a menudo relacionado con el paisaje-, aunque su representación sea más o menos esquemática o quede oculta a nuestros ojos hasta que leemos su título. Una diferencia sutil pero decisiva, que hace de esta conversación visual una de las apuestas más interesantes del recorrido.