La ¿locura? de León XIV o qué tiene que ver este cuadro de Van Gogh con la religión
Por Clara G. Freyre de Andrade
El papa habló recientemente sobre un cuadro del pintor neerlandés, interpretándolo de forma religiosa. ¿Ha perdido la cabeza el pontífice o realmente está ‘El sembrador al atardecer’ vinculado al mundo espiritual?
El nuevo pontífice, Robert Francis Prevost, quien adoptara el nombre de León XIV, parece haber colocado el arte en el centro simbólico de su discurso. En su última audiencia en la Plaza de San Pedro sin ir más lejos, mencionó una pintura de Van Gogh que, en apariencia, parece alejada del ámbito religioso.
La obra elegida fue El sembrador al atardecer, una de las célebres escenas campestres que Van Gogh inmortalizó durante su estancia en Arlés. Aunque el cuadro forma parte de la colección permanente del Museo Kröller-Müller de Otterlo, en Países Bajos, la elección de León XIV se entiende mejor al saber que estuvo expuesto recientemente en Italia, en una gran retrospectiva dedicada al artista holandés que recorrió Roma y Trieste.
Pero León XIV sí encontró en esa escena agrícola una indudable referencia religiosa. En concreto, la parábola del sembrador recogida en el evangelio según Mateo. “Esa imagen del sembrador bajo el sol abrasador me habla también del trabajo del agricultor. Y me llama la atención que, detrás del sembrador, Van Gogh haya representado el grano ya maduro. Me parece una imagen de esperanza: de un modo u otro, la semilla ha dado fruto. No sabemos cómo, pero lo ha hecho. En el centro de la escena, sin embargo, no está el sembrador, que permanece de pie a un lado, sino que todo el cuadro está dominado por la imagen del sol, quizá para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, aunque a veces parezca ausente o distante. Es el sol el que calienta los terrones y hace madurar la semilla", señaló el pontífice.
Leída con atención, su interpretación plantea una duda legítima: ¿hasta qué punto se corresponde con la simbología original del cuadro? A simple vista, parece una representación colorista del trabajo en el campo, una temática que tanto fascinaba a su autor. Sin embargo, lo que quizá no todos sepan es que Van Gogh tuvo una profunda relación con el mundo espiritual que marcó, en mayor o menor medida, el arte de este pintor.
De predicador a pintor revolucionario
Vincent Van Gogh se ha consagrado como uno de los más grandes artistas de la historia, pero en su caso, la vocación por la pintura no le llegó a una edad temprana. No fue hasta los 27 años que, animado por su hermano Theo, decidió dedicar su vida a crear su propio arte. Hasta entonces, había probado suerte como marchante de arte, como maestro e incluso muy brevemente como librero. Aunque tal vez el más curioso de sus trabajos fugaces fue el que le llevó a marcharse de su país con un propósito claro: convertirse en predicador y expandir su fe.
Este último intento antes de encontrar la pintura no fue un vaivén vital más; de hecho, se convirtió en un capítulo crucial para entender su obra. Hijo de un pastor protestante, Vincent creció en un entorno profundamente religioso en el que se esperaba que, como primogénito, siguiera este mismo camino. Y lo cierto es que lo intentó: se decidió a formarse en teología, pero finalmente acabó abandonando sus estudios. Con el tiempo, encontró su propia oportunidad al ser enviado como predicador a Borinage, una empobrecida región minera del sur de Bélgica.
Allí se volcó en cuerpo y alma a ayudar a los desfavorecidos. vivió entre los mineros y sus familias, compartiendo su pobreza hasta el punto de regalar todas su pertenencias y dormir en el suelo. Su dedicación fue tal que le valió un apodo, “El Cristo de la Mina de Carbón”. Pero sus métodos - poco ortodoxos a ojos de la Iglesia- acabaron costándole el puesto.
No obstante, aquella experiencia, no fue en vano. Durante el tiempo que estuvo allí inmortalizó todo lo que le rodeaba a través del dibujo. Las escenas de campesinos, obreros y mineros que incluía en sus cartas a Theo no pasaron desapercibidas. Fue su propio hermano, posicionado como un prometedor marchante artístico, quien le sugirió que se centrase en crear. Y así fue como Van Gogh encontró una nueva forma para seguir predicando: a través de su arte.
Los campesinos en la obra de Van Gogh
Desde muy pronto, las escenas de campesinado poblaron la obra de Van Gogh. Pero lejos del vibrante artista de amarillos y azules brillantes que hoy conocemos, sus primeras pinturas eran más bien sombrías. Vincent construía sus visiones del campesinado con tonos ocres, cercanos al trabajo en la tierra. Su emblemático cuadro Los comedores de patatas ofrece un ejemplo clave: inmortaliza una escena áspera, cruda, que retrata la dureza de la vida rural con una sinceridad brutal.
En ese camino hacia la plasmación de la esencia en lo campestre, Van Gogh encontró varios referentes, como las visiones del también holandés Jozef Israëls. Pero ningún artista despertó tanto su interés como lo hizo Jean-François Millet . El mítico artista, adscrito al realismo francés, otorgó una dignidad inédita a los campesinos. A veces, como en El Ángelus, estos parecen prácticamente figuras sagradas.
Su visión del campesinado despertó una fascinación que jamás abandonaría a Van Gogh. Leía su biografía de madrugada y compraba reproducciones de sus obras para copiarlas una y otra vez, de manera más o menos evidente. Pero probablemente con esas copias buscaba algo más que mejorar como dibujante. El objetivo era captar una sensibilidad que, en el fondo, compartía: la del arte como una forma de consagrar la vida humilde.
Entre todas las figuras que pueblan el mundo rural, Van Gogh sintió un especial interés por la del sembrador. No sin motivo, este se convierte en protagonista de más de 30 de sus pinturas. La elección no resulta aleatoria, al tratarse de un personaje al que se puede dotar de una profunda simbología, ligada al ciclo vital: el crecimiento, la floración y, finalmente, la decadencia. Su vinculación con el mundo religioso tampoco parece descabellada: en algunas de sus versiones, como la conservada en el Museo Van Gogh , la puesta de sol coincide directamente con la cabeza del campesino, asemejándose a una halo de santidad. La lectura del papa es muy semejante a la que recoge el propio Museo Kröller-Müller y que se atribuiría al propio Vincent: el sembrador en la tierra representa al sembrador de la palabra de Dios.
Millet también tenía su propia visión del sembrador que, como es de esperar, dejó su impronta en la obra de Vincent. De hecho, este copió, se inspiró y reinterpretó la escena inmortalizada por el artista francés en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera. Pero su vocación iba más allá: quería crear su propia versión.
Tras su paso por París, con una visión artística renovada gracias, entre otros muchos factores, a sus contactos con los impresionistas y su fascinación por la estampa japonesa, Vincent viaja hacia el sur, a Arlés, en busca de la luz que tanto ansiaba. Allí, asentado en su emblemática Casa Amarilla, dio el giro definitivo a su pintura, que había comenzado en la capital y que ahora veía apoyado por su compañero Paul Gauguin: el abandono de los tonos oscuros hacia los emblemáticos colores brillantes. En una de sus cartas a Theo de hecho, expresó sus deseos con claridad: “El sembrador de Millet es de un gris incoloro, como también lo son las pinturas de Israëls. ¿Podemos ahora pintar al sembrador con color, con contraste simultáneo entre amarillo y morado?”.
Y eso fue lo que hizo. El sembrador a la puesta de sol es la prueba de que Van Gogh había encontrado su propia voz. La misma que, años más tarde, su cuñada Jo Bonguer, supo escuchar y dar a conocer al mundo hasta convertirlo en el admirado icono que es hoy.