La leyenda de la mujer Papa o un relato sobre el miedo de los hombres que escribieron la Historia
Por Carlota Barreda
Los historiadores modernos la tildan de ficticia. Sin embargo, las crónicas medievales la describen como alguien muy real y tangible. El arte la ha dotado de un rostro y una presencia física, además de vestirla de ramera
Perdida en el tiempo y sepultada por una ristra de nombres, siglos, teorías y muchas afirmaciones de hombres, en la historia del mundo anida la leyenda de una mujer. Es escurridiza y controvertida, pero nunca se ha olvidado del todo. Se dice que la Papisa Juana fue la primera y la única mujer Papa en la Iglesia católica, y en la actualidad se concibe como una figura mítica que pervive en el imaginario colectivo.
Juana fue primero una niña con astucia y pasión por el conocimiento. Luego, se convirtió en una mujer que supuestamente acabó a la cabeza de toda la cristiandad, oculta bajo la apariencia de un hombre. Al final, su sabiduría y su desafío al orden establecido la condujeron a su sentencia de muerte, y entonces la mujer Papa se transformó en un mito.
La leyenda cuenta que nació en el año 822 y fue hija de un monje predicador de los sajones. Se crió en una atmósfera profundamente intelectual y espiritual, y con la ayuda de su madre -a escondidas de su padre- adoptó la identidad de un monje copista llamado Johannes Anglicus para poder estudiar y aprender griego. De esta forma comenzaron sus andanzas dentro de la Iglesia. Los cronistas de siglos posteriores narran cómo Juana, siempre disfrazada de hombre, se rodeó de un ambiente puramente erudito y viajó por diversas cortes y monasterios, desde Constantinopla hasta Germania, estrechando lazos con personajes como la emperatriz Teodora o Carlos el Calvo.
A los 26 años se asentó en Roma, habiendo cultivado una gran sabiduría en las artes liberales -retórica, gramática, dialéctica…- y gracias a su formación eclesiástica se integró en la curia romana hasta alcanzar el puesto de secretaria del Papa León IV, adquiriendo posteriormente el rango de cardenal. Martín el Polaco documentó que nadie la superaba en cuanto a erudición, y que la curia romana la tenía en tan alta estima que a la muerte de León IV la eligieron como su sucesora. Así, bajo el nombre y la apariencia de Juan VIII, Juana ejerció el papado durante casi tres años hasta que su identidad fue descubierta de la forma más escabrosa. Durante una peregrinación hacia la basílica de San Juan de Letrán, la papisa comenzó a tener contracciones y dio a luz en público -fruto de su romance con un amante-. Con el parto llegó su final. Las versiones sobre si fue lapidada por el pueblo o atada a la cola de un caballo y arrastrada hasta su muerte difieren, pero su desenlace siempre está acompañado de la tragedia.
Su historia fue aceptada por la propia Iglesia hasta el siglo XVI, cuando empezó a considerarse como falsa y tomada como propaganda antipapal. Su nombre no aparece en documentos eclesiásticos oficiales ni en la lista de papas de la historia de Occidente, pero la leyenda de la mujer que desafió toda la estructura de la Iglesia se perpetuó y se extendió durante toda la Edad Media y la Edad Moderna, con su correspondiente repercusión en las artes. Se la tildó de Anticristo y fue para muchos considerada como un demonio, apodada y asociada con la ramera bíblica de Babilonia.
Las fuentes visuales la representan como una mujer con la tiara y el atuendo papal, y en muchas ocasiones con la distinción del vientre abultado o directamente dando a luz. Su rostro aparece en códices, grabados, esculturas y hasta en juegos de cartas y en diversas barajas del tarot.
Los mitos se sostienen sobre pizcas muy pequeñas de realidad y grandes dosis de invención, pero a pesar -o gracias- a ello trascienden en el espacio y el tiempo. Más allá de calibrar la veracidad de su existencia, la leyenda de la mujer Papa supone un recordatorio del miedo más visceral de los hombres que escribieron la historia: las mujeres con poder.