Protagonistas

Las dos vidas de Inés Medina: de la geometría a la violencia de género

Por Mario Canal

Dividida entre la precisión formal de su primera época, que aún puede verse en una exposición que le dedica Artium (Vitoria) y la pulsión emocional de la segunda, el trabajo de Inés Medina refleja una evolución radical en el que la violencia es clave

De ese tema no quiero hablar”, zanja Inés Medina cuando se intenta comprender qué sucedió para que todo su universo artístico basculara de forma dramática; visualizar cuál fue la línea de quiebra entre los dos periodos artísticos que ha desarrollado en su obra. El dedicado a la abstracción geométrica más precisa y aquel forjado en la expresión intuitiva, radical y libre que la siguió, donde aparecen formas que son sentimientos y emociones ocultas en la psique.

En un momento posterior de la conversación sí habrá alguna referencia velada que ayude a comprender el cambio drástico que se produjo en su vida y trayectoria. El salto cuántico que hace de Medina una rara avis capaz de reinventarse una y otra vez, manteniendo una tremenda coherencia intelectual y creativa en ese fascinante camino.

Casi todo en la trayectoria de esta artista es inusual. Siendo madre de dos hijas, siente que el mundo se le queda pequeño. La necesidad de buscar medios para expresar su mundo interior la llevan a matricularse en la Facultad de Bellas Artes del País Vasco a los 26 años. A principios de los ochenta lo que se llevaba principalmente eran los lenguajes del minimalismo y el arte conceptual, pero ella se posiciona a contracorriente y encuentra en la geometría pura un universo con el que entabla un diálogo extremadamente riguroso y exigente.

“Yo notaba un vacío, había dejado de estudiar muy joven por… cuestiones personales… vamos a dejarlo así”, apunta la artista aún sin querer entrar en detalles. “Había comenzado a dibujar incluso antes de ir a la universidad, también iba a exposiciones… y un día lo decidí. Desde entonces, no he parado”.

Liberación Emocional Femenina o doble ortogonalidad, Inés Medina, 1994
La Pinza, Inés Medina, 1995

La abstracción

En la facultad, Medina forma parte de un pequeño grupo de varios artistas que la historiografía vasca se empeña en poner en valor. Cuando se le pregunta sobre el tema, ella accede a explicarlo por enésima vez, algo cansada de que se magnifique una relación que para ella no tuvo mayor trascendencia. “Empezamos a exponer desde cuarto de carrera. Me salí enseguida del grupo muy pronto porque no tenía ningún interés en seguir permaneciendo allí. No por el grupo, sino por la diferencia que había entre artistas hombres y artistas mujeres”, relata.

Lo que aprendió en aquellos años de formación fue principalmente a huir de la figuración tradicional. A buscar su propio camino. Lo encontró en un cuadro monocromo de color amarillo que aún puede verse en la exposición que le dedica hasta el 1 de Junio el Artium de Vitoria, centrada en la fase geométrica de su trayectoria y que en su momento fue alabada por Jorge Oteiza. “Era un artista al que admirábamos mucho en ese momento y yo tuve varias conversaciones con él. Vio mi trabajo de la Serie 3 y me mandó llamar para hablar de esa obra monocroma, en concreto”. Por encima del gran escultor vasco, Medina tiene tres influencias que marcan su manera de mirar el arte: “Giotto, Velázquez y Mondrian”.

Analizando la obra de estos artistas y sus propias motivaciones, la creadora llega a la conclusión de que el arte es una forma de autoconocimiento, un instrumento poderoso que puede darnos claves fundamentales para entender el mundo también. La cuestión que en ese momento le preocupa es cómo superar la bidimensionalidad desde la pintura sin ceder a la perspectiva tradicional. Cómo alcanzar un grado de emancipación formal, que inevitablemente será personal, pero utilizando sólo líneas horizontales y verticales, y usando colores primarios y formas puras sin recurrir a la diagonal o la curva en ningún caso. Esa obsesión le ocupa años de investigación y da lugar a varias series de lienzos y esculturas desde finales de los setenta que la colocan en la élite de la abstracción geométrica, junto a creadoras como Elena Asins. También desarrollará propuestas arquitectónicas espectaculares, cuyos proyectos realizados en collages pueden verse también en una vitrina de la exposición.

Blancos distintos, Inés Medina, 1980
Primera mirada interna a través del otro, Inés Medina, 1986
Profundo, Inés Medina, 1993

De las 23 series en las que Medina ha dividido su trayectoria hasta el momento, la fase geométrica ocupa diecisiete. Sin embargo, en torno al año 1998, algo sucede. Su necesidad de escapar a la bidimensionalidad toma un viraje radical. Como una iluminación. Mientras viaja en un avión que la llevará a vivir durante años en la ciudad de Nueva York, todo su universo visual se concentra en un sólo punto. Y esa unidad es capaz de albergar la potencia fundacional de toda imagen plástica.

“En aquella época comencé a investigar con un ordenador. Fui quitando, quitando, quitando, quitando, deconstruyendo, deconstruyendo, deconstruyendo, deconstruyendo. Y finalmente me salió una imagen de puntos, pero con distintos niveles”. Aquella obra da lugar a la Serie 11, denominada Analizando los límites entre dos puntos.1998-2000. Medina empieza a ver en esos puntos que se crean mallas y se superponen la propia ciudad de Nueva York, con sus rascacielos y formas urbanas. Esta investigación empieza siendo formal, pero abre un camino trascendente que la adentra en tres dimensiones internas: corazón, cuerpo y mente.

Si hasta entonces sobre el lienzo únicamente había líneas rectas y formas geométricas precisas, el punto y el trabajo con ordenador libera a Medina de estas restricciones, dando lugar a obras abstractas de vivos colores creadas por ordenador donde la mancha es más orgánica, como un plasma dinámico. Los ejes vertical y horizontal serán fundamentales en la construcción de estas piezas y también en su obra psicoanalítica que vendrá después. La vertical, identificándose con la renuncia del ego. La horizontal, con la necesidad de proyección en el otro. Identidad y unificación.

“Y aquí me gustaría hacer una separación, un descanso, porque las series que se van a explicar a continuación son el resultado de la aplicación de la investigación plástica formal a la propia persona, a la artista”, escribió la propia artista en un catálogo de 2006 editado por su exposición en la Fundación BBK. “Ahora, el concepto de la Dualidad me lo proponía trabajándolo, investigándolo en mi propia persona. Sería mi propia horizontal, visión-mente; y mi propia vertical, la memoria contenida en el sistema nervioso central: mis orígenes físicos, deseos, sentimientos, mundo afectivo, capacidad intelectual, inquietudes espirituales, etc.”.

barra2A001b, Inés Medina, 1998-2000
Red and green, Inés Medina, 2000

El psicoanálisis

Así se abre paso la etapa psicoanalítica, un proceso complejo que arranca tímidamente en los años 2000 y se formaliza a partir de 2007 con el inicio de la Serie 19 (Burnt Dolls). En ella, Medina se lanza a una inmersión total en el inconsciente, utilizando la pintura como medio terapéutico y catártico. Si antes hablaba de “construcción de imagen”, ahora el proceso tiene que ver con la deconstrucción del yo. Trabaja desde las sensaciones, desde lo que llama “nivel orgánico y energético”, pintando impulsivamente, sin bocetos, sin plan previo, dejando que la emoción dicte la forma.

“Aparecen sentimientos de violencia tan fuertes que no puedo obviar el expresarlas en múltiples dibujos y en pinturas sobre lienzos y sobre papel, en las técnicas de carbón, tintas, acuarela, óleo, etc”, escribió. "Son imágenes resultado de la expresión de fuertes impresiones psicológicas [sic] fundamentales, ocurridas durante el propio proceso de vida personal”.

De los cuadros que recuerdan al constructivismo de Mondrian o al suprematismo de Malevich, pasamos a lienzos poblados de fantasmas, seres misteriosos y escenas de violencia, explosiones afectivas, formas orgánicas abstractas de tonos cambiantes y títulos como El asesinato (2001), Energía Cósmica (2002) o Aquí tú no me molestas (2004). En todas ellas, el psicoanálisis es fundamental. Y si bien en su fase geométrica todo estaba reglamentado, también en la fase emocional existe un método que describe y facilita el proceso. Entre 2007 y 2021 se suceden cuatro series bajo el título Proceso de investigación psicoanálitica plástica sobre desigualdad y violencia de género, que fue mostrada en el Centro Cultural Montehermoso de Vitoria en hace cuatro años.

“Es un título muy evidente…De alguna forma, cualquier espectador puede interpretar que tú conoces bien el tema. Sobre todo lo he vivido, vivido, vivido, vivido, vivido. Por eso está curado. Si no lo tienes vivido, cómo lo vas a curar. Si no tienes consciente, no sabes quiénes. Lo que no tengas consciente te dirige. Cuando algo te domina, hay dos soluciones. ¿O lo repites o puedes curarlo? Si lo repites y no tomas conciencia de ello y no decides curarlo va a seguir ahí dominándote y haciéndote mucho daño también. Si una mujer supiera por qué se deja maltratar, se resolvía el tema. Por eso para mí es tan importante el análisis”.

To my daughters, to all my daughters, Inés Medina, 2005
To my daughters, to all my daughters, Inés Medina, 2005
Joy! Happiness because of spiritual liberation, Inés Medina,
            2006
Joy! Happiness because of spiritual liberation, Inés Medina, 2006
The female God, Inés Medina, 2006
The female God, Inés Medina, 2006
13, Series 19, Inés Medina, 2006-2009
13, Series 19, Inés Medina, 2006-2009
22, Series 20, Inés Medina, 2010-2016
22, Series 20, Inés Medina, 2010-2016
18, Series 21, Inés Medina, 2014-2019
18, Series 21, Inés Medina, 2014-2019
34, Series 22, Inés Medina, 2018-Actualidad
34, Series 22, Inés Medina, 2018-Actualidad

La violencia de género se convierte en tema central y explícito entre 2007 y 2021. En la Serie 18 el enfoque comienza a virar hacia un trabajo con el inconsciente y el dolor internalizado. Según Medina, en ese momento inicia una investigación psicoanalítica plástica con el objetivo de entender cómo la violencia simbólica, social y emocional sufrida como mujer había quedado “anclada en el cuerpo y el psiquismo”.

A partir de la Serie 19 (Burnt Dolls), 2006-2009, la temática se intensifica y se vuelve más explícita. Aquí las figuras femeninas heridas, quemadas, fracturadas –como metáforas del trauma– empiezan a ocupar el centro de la composición. Las series 20 a 22 profundizan en diferentes aspectos de esta violencia, como el cuerpo silenciado, la imposibilidad de verbalización, la culpa heredada, los mecanismos inconscientes de supervivencia. Finalmente, en la Serie 23 (Identidad), el foco va hacia la integración de esa experiencia traumática y su transformación en conciencia lúcida.

Muchas composiciones de esta etapa simbólica conservan un orden latente que actúa como sostén del caos visual. Por ello, aunque parezcan contradictorias, e incluso antagónicas, sin la fase geométrica no se entiende del todo la profundidad de su obra posterior. La etapa geométrica no es sólo el “antes” de algo más auténtico o emocional. Lo que revela la actual exposición de Artium, dedicada a esa primera fase, es la importancia de la trayectoria de la artista representada por la galería José de la Mano, en la que la forma fue siempre el vehículo de la conciencia.

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