La arquitectura en torno al tratamiento de la salud mental siempre ha estado ligada a la consideración social del enfermo. Primero se construyeron bloques herméticos para recluir a los considerados como “locos” y “endemoniados”; más tarde los llevaron a la periferia de las ciudades, donde gozaron de espaciosas zonas ajardinadas y se impuso, poco a poco, una perspectiva más científica en su tratamiento; y por último imperó la neuroarquitectura, que hasta día de hoy ha perseguido crear un lugar de tratamiento desde un enfoque comunitario.
El primer manicomio de España es un fiel reflejo de esas primeras propuestas de edificios cerrados. Fue obra del religioso fray Juan Giliberto Jofré quien, cansado de ver cómo la gente insultaba y agredía a los numerosos enfermos que vivían en la calle, propuso su creación en Valencia, allá por el año 1409. “En un primer momento se configuraron como bloques cerrados, sin casi ninguna apertura al exterior. Era un bloque único en el que metían a los enfermos y les encerraban”, introduce Alberto Sanz, responsable del Servicio Histórico del Colegio Oficial de Arquitectura de Madrid (COAM).
A finales del siglo XVIII y durante los primeros años del siglo XIX la psiquiatría más moderna impulsó el adecuar la arquitectura que rodeaba a los enfermos mentales a los nuevos tratamientos. “Pensaban que debía existir una especie de trazado terapéutico porque la arquitectura en sí ya podía ser terapéutica”, explica Sanz. De todas formas, todavía existían zonas diferenciadas por edad, género y tipo de trastorno. Se entendían los manicomios como un edificio monovalente, solo para enfermos psiquiátricos y con fines restrictivos, no terapéuticos.
El responsable del Servicio Histórico del COAM apunta que poco a poco la ciencia se abrió paso, y ello tuvo su efecto en la arquitectura. “Pasaron de ser bloques cerrados en medio de la ciudad, sin contacto con la naturaleza ni otras personas, a la creación de asilos rodeados de jardines en donde se integraban los internos que vivían en pabellones independientes”. Sanz añade que, finalmente, lo recomendado es la edificación de pequeñas unidades de asistencia con entre 20 y 25 pacientes.
La neuroarquitectura siempre quiso adaptar la forma a la función, que en este caso es cuidar a los enfermos. Por eso son edificios racionales con una distribución metódica. “En general, son edificios simétricos con pabellones que se extienden a lo largo de espacios abiertos, sin mucha decoración y en España, normalmente, de ladrillo visto con detalles neomudéjares”, agrega el experto.
Los manicomios de la dictadura
Al manicomio de Valencia que ha llegado hasta nuestros días transformado en biblioteca pública, le siguió la edificación de muchos otros en ciudades como Sevilla, Valladolid, Palma de Mallorca, Toledo o Granada, y también al otro lado del Atlántico, en ciudades como Oaxtepec en México y La Habana en Cuba, tal y como apunta la actriz y arquitecta Leonor Martín junto a la actriz e Historiadora Lidia San José en su libro Los lugares invisibles. Cuando la arquitectura cuenta nuestra historia (Lunwerg, 2025).
Tratadas como un peligro para la sociedad, las personas con problemas de salud mental fueron llevadas a las afueras de las ciudades. Ejemplo de ello es el manicomio de Sant Boi de Llobregat, fundado en 1845 por el psiquiatra Antoni Pujadas Mayans, que “tuvo que mudar las instalaciones desde el centro de Barcelona hasta dicha localidad debido a las quejas de los vecinos”, explican Martín y San José. Las dos especialistas añaden que en los jardines de esta institución mental, que hoy sigue en pie y forma parte del parque sanitario Sant Joan de Déu, hay un conjunto arquitectónico modernista cuya autoría ha sido recientemente atribuida a Antoni Gaudí tras las investigaciones del arquitecto David Agulló. Los propios pacientes del centro participaron en la construcción de su jardín, en donde predomina la utilización del trencadís y en el que se ubican tres conjuntos arquitectónicos diferenciados.
Las dos autoras afirman que la dictadura franquista supuso “la imposición de un modelo psiquiátrico nuevo, profundamente politizado y represivo, que en muchos casos convirtió los sanatorios en centro de ‘reeducación’ de elementos ‘antiespañoles’”. Gran protagonismo de esta época recayó en el psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera, conocido como el Mengele español por defender la existencia de un “gen rojo”. Llegó a ser el director del manicomio de Ciempozuelos, en Madrid, donde pasó sus últimos días Aurora Rodríguez Carballeira quien mató a su reconocida hija, Hildegart Rodríguez, el 9 de junio de 1933.