Arquitectura & Diseño

La arquitectura de los manicomios

Por Guillermo Martínez
Manicomio de Ciempozuelos. Madrid. Foto: Banco de imágenes de la Medicina Española

Los psiquiátricos han variado mucho a lo largo de los años. De bloques cerrados en medio de las ciudades a asilos en las afueras rodeados de jardines. Hacemos un repaso a su historia

La arquitectura en torno al tratamiento de la salud mental siempre ha estado ligada a la consideración social del enfermo. Primero se construyeron bloques herméticos para recluir a los considerados como “locos” y “endemoniados”; más tarde los llevaron a la periferia de las ciudades, donde gozaron de espaciosas zonas ajardinadas y se impuso, poco a poco, una perspectiva más científica en su tratamiento; y por último imperó la neuroarquitectura, que hasta día de hoy ha perseguido crear un lugar de tratamiento desde un enfoque comunitario.

El primer manicomio de España es un fiel reflejo de esas primeras propuestas de edificios cerrados. Fue obra del religioso fray Juan Giliberto Jofré quien, cansado de ver cómo la gente insultaba y agredía a los numerosos enfermos que vivían en la calle, propuso su creación en Valencia, allá por el año 1409. “En un primer momento se configuraron como bloques cerrados, sin casi ninguna apertura al exterior. Era un bloque único en el que metían a los enfermos y les encerraban”, introduce Alberto Sanz, responsable del Servicio Histórico del Colegio Oficial de Arquitectura de Madrid (COAM).

A finales del siglo XVIII y durante los primeros años del siglo XIX la psiquiatría más moderna impulsó el adecuar la arquitectura que rodeaba a los enfermos mentales a los nuevos tratamientos. “Pensaban que debía existir una especie de trazado terapéutico porque la arquitectura en sí ya podía ser terapéutica”, explica Sanz. De todas formas, todavía existían zonas diferenciadas por edad, género y tipo de trastorno. Se entendían los manicomios como un edificio monovalente, solo para enfermos psiquiátricos y con fines restrictivos, no terapéuticos.

El responsable del Servicio Histórico del COAM apunta que poco a poco la ciencia se abrió paso, y ello tuvo su efecto en la arquitectura. “Pasaron de ser bloques cerrados en medio de la ciudad, sin contacto con la naturaleza ni otras personas, a la creación de asilos rodeados de jardines en donde se integraban los internos que vivían en pabellones independientes”. Sanz añade que, finalmente, lo recomendado es la edificación de pequeñas unidades de asistencia con entre 20 y 25 pacientes.

La neuroarquitectura siempre quiso adaptar la forma a la función, que en este caso es cuidar a los enfermos. Por eso son edificios racionales con una distribución metódica. “En general, son edificios simétricos con pabellones que se extienden a lo largo de espacios abiertos, sin mucha decoración y en España, normalmente, de ladrillo visto con detalles neomudéjares”, agrega el experto.

Los manicomios de la dictadura

Al manicomio de Valencia que ha llegado hasta nuestros días transformado en biblioteca pública, le siguió la edificación de muchos otros en ciudades como Sevilla, Valladolid, Palma de Mallorca, Toledo o Granada, y también al otro lado del Atlántico, en ciudades como Oaxtepec en México y La Habana en Cuba, tal y como apunta la actriz y arquitecta Leonor Martín junto a la actriz e Historiadora Lidia San José en su libro Los lugares invisibles. Cuando la arquitectura cuenta nuestra historia (Lunwerg, 2025).

Tratadas como un peligro para la sociedad, las personas con problemas de salud mental fueron llevadas a las afueras de las ciudades. Ejemplo de ello es el manicomio de Sant Boi de Llobregat, fundado en 1845 por el psiquiatra Antoni Pujadas Mayans, que “tuvo que mudar las instalaciones desde el centro de Barcelona hasta dicha localidad debido a las quejas de los vecinos”, explican Martín y San José. Las dos especialistas añaden que en los jardines de esta institución mental, que hoy sigue en pie y forma parte del parque sanitario Sant Joan de Déu, hay un conjunto arquitectónico modernista cuya autoría ha sido recientemente atribuida a Antoni Gaudí tras las investigaciones del arquitecto David Agulló. Los propios pacientes del centro participaron en la construcción de su jardín, en donde predomina la utilización del trencadís y en el que se ubican tres conjuntos arquitectónicos diferenciados.

Las dos autoras afirman que la dictadura franquista supuso “la imposición de un modelo psiquiátrico nuevo, profundamente politizado y represivo, que en muchos casos convirtió los sanatorios en centro de ‘reeducación’ de elementos ‘antiespañoles’”. Gran protagonismo de esta época recayó en el psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera, conocido como el Mengele español por defender la existencia de un “gen rojo”. Llegó a ser el director del manicomio de Ciempozuelos, en Madrid, donde pasó sus últimos días Aurora Rodríguez Carballeira quien mató a su reconocida hija, Hildegart Rodríguez, el 9 de junio de 1933.

Manicomio de Sant Boi en 1854. Foto: Wikimedia
Manicomio de Sant Boi en 1854. Foto: Wikimedia
Jardín del antiguo Manicomio de Sant Boi. Foto: Wikimedia
Jardín del antiguo Manicomio de Sant Boi. Foto: Wikimedia
Mapa de Down Below, por Leonora Carrington. President and
            Fellows of Harvard College
Mapa de Down Below, por Leonora Carrington. President and Fellows of Harvard College
Sanatorio del doctor Morales en Peñacastillo. Foto: Fundación
            Juan March
Sanatorio del doctor Morales en Peñacastillo. Foto: Fundación Juan March
Sanatorio del doctor Morales en Peñacastillo. Foto: Oldthing
Sanatorio del doctor Morales en Peñacastillo. Foto: Oldthing
Psiquiátrico para niños de Sou Fujimoto en Japón. Foto:
            Arquitectura viva
Psiquiátrico para niños de Sou Fujimoto en Japón. Foto: Arquitectura viva
Centro para el cuidado de la epilepsia por Atelier Martel en
            Francia. Foto: Arch Daily
Centro para el cuidado de la epilepsia por Atelier Martel en Francia. Foto: Arch Daily
Centro para el cuidado de la epilepsia por Atelier Martel en
            Francia. Foto: Arch Daily
Centro para el cuidado de la epilepsia por Atelier Martel en Francia. Foto: Arch Daily
Centro para el cuidado de la epilepsia por Atelier Martel en
            Francia. Foto: Arch Daily
Centro para el cuidado de la epilepsia por Atelier Martel en Francia. Foto: Arch Daily

Otro ejemplo de la férrea y represiva institucionalización de los pacientes fue el Sanatorio del doctor Morales en Peñacastillo, Santander. Este enclave era frecuentado por la alta burguesía europea y fue en él donde los padres de Leonora Carrington, la pintora surrealista británica, decidieron internarla en contra de su voluntad.

La artista nos legó una obra clave para entender lo que ocurría de muros adentro. Altamente influida por los tratamientos que recibía, que le provocaban convulsiones y una sumisión casi total, se vio en la necesidad de dibujar un particular plano del sanatorio para orientarse, su mapa de Down Below. Carrington logró huir del centro santanderino y dejó su experiencia inmortalizada en un pasaje de su libro Memorias de abajo.

La neurociencia en la arquitectura moderna

En Los lugares invisibles, Martín y San José recalcan que con la llegada de la democracia, la Ley General de Sanidad aprobada en 1986 supuso la desinstitucionalización de los enfermos mentales y el impulso de un tratamiento enfocado desde la atención comunitaria. Es lo que ha experimentado el antiguo psiquiátrico de Pamplona, proyectado por el arquitecto Máximo Goizueta y construido entre 1899 y 1904. Constaba de 25 pabellones aislados por jardines, patios y galerías, y se autogestionaba con huerta y granja, sostienen las dos autoras en su publicación.

En un primer momento, los internos estaban separados de las internas por un muro de cuatro metros. Su demolición llevó a que los jardines pudieran estar abiertos al público, aunque la remodelación más importante la llevó a cabo el estudio Vaillo+Irigaray Architects a principios de este siglo. El libro editado por Lunwerg señala que “esta renovación del antiguo manicomio, ahora sede del Centro público de salud mental San Francisco Javier, consistió en añadir una serie de ‘prótesis’ a los antiguos pabellones para aumentar sus funciones y adaptar el espacio a las tendencias actuales de salud mental”.

Psiquiátrico de Pamplona. Arquine Arquitectura
Psiquiátrico de Pamplona. Arquine Arquitectura
Psiquiátrico de Pamplona. Arquine Arquitectura
Psiquiátrico de Pamplona. Arquine Arquitectura
Psiquiátrico de Pamplona. Arquine Arquitectura
Psiquiátrico de Pamplona. Arquine Arquitectura
Psiquiátrico de Pamplona. Arquine Arquitectura
Psiquiátrico de Pamplona. Arquine Arquitectura

Todas estas nuevas construcciones y modificaciones de las ya existentes siguen unos parámetros establecidos desde la neurociencia. Así lo menciona Rocío Moyano en su TFG “Aspectos Arquitectónicos del Antiguo Psiquiátrico de Miraflores”, en donde explica varios aspectos a tener en cuenta. Por ejemplo, se descubrió que aquellas formas curvilíneas que se encuentran en la arquitectura causaban menos estrés y aportaban más seguridad y calma en comparación con las formas angulares. De esta forma, las curvas son experimentadas como más suaves y más placenteras, y generan menos sensación de alerta en el enfermo. Mientras, las formas angulosas son experimentadas como agresivas y peligrosas, y es el contorno que más sensación de alerta produce.

La proporción es otro de los indicadores que la arquitectura psiquiátrica ha tenido en cuenta a lo largo de su historia. Los techos altos favorecen la formación de pensamientos creativos y abstractos y dan lugar a un ambiente de convivencia. Los techos bajos aumentan la capacidad de concentración y favorecen la aparición de pensamientos. Los espacios estrechos dan lugar a la sensación de masificación y los espacios amplios favorecen la sensación de dispersión.

El color también juega un papel importante ya que “tiene la capacidad de hacernos sentir diferentes tipos de emociones e incluso cambiar nuestros estados de ánimo, ya que despiertan los estímulos sensitivos”, apunta Moyano. Así, el rojo significa desafío y oposición; el azul, seguridad y comodidad; el naranja ansiedad y perturbación; el negro, desaliento y melancolía; y el amarillo animación y alegría.

Por último, la textura de los objetos y los contornos también transmite una serie de efectos en la neuroarquitectura. Por ejemplo, la textura lisa remite a la austeridad y la limpieza; la rugosa, a la naturalidad y la fortaleza; la áspera, a la dureza y el rechazo; la dura, a la fortaleza y la frialdad; y la blanda, a la placidez y bienestar. Al fin y al cabo, hay personas que pasan mucho tiempo en estos espacios, por lo que todos los elementos cuentan. Desde la iluminación, el tipo de mobiliario o incluso las cortinas.