¿Y tú, querido Gustav, crees que Venecia está hoy mejor con turistas?
Por Alberto G. Luna. Venecia
Fotograma de Gustav Aschenbach en ‘Muerte en Venecia’.
Mientras una masa ingente de personas se agolpa en el Puente Rialto para hacerse la última foto del día, otros destinos de interés de la popular ciudad italiana están prácticamente vacíos. La teoría del círculo vicioso explica esta distopía del desarrollo turístico. Y bueno, también la visión de Gustav Aschenbach
En la película Muerte en Venecia, un atribulado Gustav Aschenbach le pregunta cierta noche a un cantante callejero por qué están desinfectando las calles y de dónde sale ese hedor tan dulzón que evoca muerte y miseria. El artista, que de sobra sabe que es el cólera lo que está invadiendo los canales de la ciudad italiana, le habla del siroco, que es típico durante esa época del año, además del calor sofocante; y que no tiene de qué preocuparse. Para después añadir qué haría la ciudad sin ellos, los turistas me refiero.
—¿Cree que Venecia estaría mejor sin turistas, señor? ¿Que podríamos vivir más tranquilos sin ellos?
—No, no creo que eso sea así —le responde quitándose momentáneamente el pañuelo de la nariz y boca—. Venecia es una ciudad viva y los turistas son parte de esa vida. Quizás incluso necesarios. Perdería su esencia si se quedara sin ellos.
Thomas Mann escribió Muerte en Venecia en 1912 y Luchino Visconti la filmó en 1972, pero da lo mismo. Hoy se sigue repitiendo como si fuese un mantra que la Serenissima está muriendo a manos de las implacables hordas de turistas. Y probablemente esté ocurriendo, aunque no de la forma que nos están contando.
Ayer, a la hora del crepúsculo, mientras los gondoleros recorrían los canales en turnos de media hora por unos módicos 90 euros, una masa ingente de personas venidas de todas partes del mundo se agolpaba en el Puente Rialto para hacerse la última foto del día con el Gran Canal de fondo. Por mucho que lo intentaban, ninguno de ellos lograba salir solo o con su familia. Supongo que no les quedará más remedio que compartir esos recuerdos con un tipo sonriente con chándal y un helado de pistacho en la mano, con la nariz de patata y cara rojas a causa de un sol extrañamente abrasador de mayo. Tan solo dos horas antes, sin embargo, en la otra punta de la isla, en la iglesia de la Madonna dell’Orto había menos gente que en la línea 9 del metro un domingo a las 00:00 de la noche. Como si se tratase de dos ciudades distintas. Como si cada una habitase en una realidad paralela.
Cualquiera podría preguntarse quién demonios querría visitar esta basílica, pero resulta que, además de ser uno de los ejemplos más valiosos del gótico veneciano, conserva un Van Dyck y numerosas obras maestras de Tintoretto como el Juicio Final o La adoración del becerro de oro, además de la tumba del artista.
La teoría del círculo vicioso
La teoría del círculo vicioso del desarrollo turístico viene a decir algo así como que la afluencia masiva de personas en las ciudades modernas está provocada por la congestión de viajeros en determinadas zonas y restaurantes turísticos, que a su vez llaman a otros viajeros a visitar las mismas zonas y restaurantes turísticos y así sucesivamente hasta un bucle infinito que las convierte en víctimas de su propio día de la marmota.
Esto vendría a explicar por qué la Bocca della Verità o el balcón de la casa de Julieta —que son una absoluta ficción—, están siempre hasta arriba de gente y otros destinos que no han salido en ninguna película o Instagram, vacíos.
Que hay demasiados turistas en Venecia es una verdad innegable, pero también lo es que se concentran exclusivamente en los mismos sitios. Al mismo tiempo que caminar por la Plaza de San Marcos requiere un ejercicio sobrehumano de paciencia, se puede hacer sin problemas por el canal de Misericordia e incluso la Escuela Grande de San Roque.
La presentación de la Virgen, 1552 - 1553, Tintoretto. Iglesia de la Madonna dell’Orto.
Lamentación por Cristo muerto, 1555 - 1559, Tintoretto. Iglesia de la Madonna dell’Orto.
La visión de la cruz, 1550, Tintoretto. Iglesia de la Madonna dell’Orto.
La adoración del becerro de oro, 1590, Tintoretto. Iglesia de la Madonna dell’Orto.
El Juicio Final, 1560, Tintoretto. Iglesia de la Madonna dell’Orto.
La crucifixión, 1565, Tintoretto. Escuela Grande de San Roque.
Sala de la Escuela Grande de San Roque. Foto: Didier Descouens/Wikipedia
Al otro lado del Gran Canal otra multitud esperaba impaciente a que la primera se moviera, para hacerse la siguiente fotografía. Me senté en uno de los escalones que daban al agua y esperé inútilmente hasta que me vino a la cabeza los carteles de Muerte en Venecia que advertían a la población de las dolencias gástricas, propias del verano, y la recomendación de no consumir ostras ni beber agua. Todo mentiras para ocultar la muerte y no espantar a los que venían de fuera.
Cuando en 1500 Venecia sufrió los estragos de la peste negra, Tintoretto decidió quedarse pintando y no escapar a ninguna otra parte. El cólera que asoló Europa a partir de 1900 tampoco logró convencer a Gustav Aschenbach de marcharse, aunque este lo hiciera por otros motivos que poco tenían que ver con el arte. Paradojas de la vida, eso que tienen en común ambos.