Un año más arranca el festival Photoespaña que, del 30 de abril al 14 de septiembre, se encargará de colmar el panorama nacional de muestras dedicadas a esta disciplina. Esta edición se ha titulado Después de todo –que será también el nombre de una de las exposiciones dedicada a homenajear la figura de Helga de Alvear –, y en ella se pretende abordar el papel de la fotografía en el momento histórico en el que nos encontramos, haciendo hincapié en su posibilidad de generar conciencia o en su función de instrumento para la memoria, entre otros temas.
Esta edición estará compuesta por 103 muestras de 360 artistas y, aunque la mayoría del programa se desarrollará, como es habitual, en la capital, habrá también exposiciones en otras ciudades como Barcelona, Segovia o Zaragoza.
Entre su plantel de artistas destacan grandes figuras de la historia de la fotografía –muchas de ellas femeninas– como Julia Margaret Cameron, Dora Maar, Joel Meyerowitz o Edward Weston. Destaca, además, la presencia de artistas latinoamericanos de renombre como Graciela Iturbide y, asimismo, una serie de autores chilenos, pues este año PhotoEspaña ha decidido incorporar un país invitado al festival, y este ha sido el elegido. Es entre esta selección de artistas de Chile donde hemos encontrado nuestra muestra favorita de esta edición: la que protagoniza en el Museo Lázaro Galdiano la fotógrafa Julia Toro, a la que se expone por primera vez en nuestro país.
La banalización del mal
La artista nació en 1933 en el seno de una familia burguesa de Talca, una ciudad situada unos 200 kilómetros al sur de Santiago, ciudad a la que se trasladó con sus abuelos siendo una niña. En 1965 empezó a recibir formación en dibujo y pintura, llegando a ingresar en 1970 a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, donde fue alumna de grabado de Pablo Palazuelo.
A pesar de que a sus 91 años Toro sigue, infatigable, desarrollando esta disciplina, la fotografía le llegó como un oficio tardío, a los 40 años y de forma autodidacta, seguramente influida por su relación con el fotógrafo Jaime Goycolea. Con él tuvo un hijo, Mateo, que se sumó a los tres que ella tenía de un matrimonio previo, y que nació el 12 de septiembre de 1973: justo un día después del golpe de estado que tendría como resultado la dictadura de Pinochet. Su hijo se convirtió enseguida en uno de los protagonistas de su trabajo fotográfico. Inmortalizó su crecimiento, desde los primeros meses a los diecisiete años, coincidiendo, esta vez, con el fin del régimen del dictador.
Casi todas las fotografías de Estado fotográfico, la exposición del Lázaro Galdiano, fueron realizadas en esta época, durante la dictadura. En ellas, sin embargo, no hay escenas cruentas ni violencia explícita, sino más bien la certeza de algo que a menudo resulta difícil de comprender, sobre todo para aquellos que nunca hemos vivido una época así: que en medio del horror y del sufrimiento, la vida continúa.
Etty Hillesum fue una joven holandesa judía que llevó un diario durante la Segunda Guerra Mundial, similar al ultraconocido libro de Anna Frank, pero con la perspectiva más madura de una mujer de 17 años. Poco antes de que la deportaran en Amsterdam para llevarla, primero, al campo de Westerbork y después a Auschwitz, donde moriría, Hillesum escribió sobre un pequeño jazmín que había crecido entre las paredes de dos casas, y que podía ver desde su ventana. En medio del miedo que estaba viviendo, la joven apuntó en su diario: “Aunque dentro de poco, en Polonia, me comerán los piojos, este jazmín me deja sin palabras”. Hay mucho de ese jazmín en las fotografías de Julia Toro, de la contemplación de la belleza en tiempos convulsos. En Chile se respiraba el miedo cuando cae la noche, sí, y las injusticias se sucedían día tras día, pero aun así los amigos se seguían reuniendo, las familias aún salían a pasear los domingos, los niños continuaban naciendo.