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Maruja Mallo llega a Santander (y es una de las mejores expos que podrás ver este año)

Por Alberto G. Luna. Santander
Maruja Mallo en su estudio

Tras años pasando inadvertido, el Centro Botín expone, por fin, una muestra a la altura de otras grandes salas como la vecina Guggenheim. La artista española cuelga ahora de sus paredes insuflando la cultura que tanto necesita la ciudad cántabra

Más de noventa pinturas, además de documentos, fotografías, escritos y dibujos que trazan toda una carrera artística: desde el realismo mágico de sus primeros años hasta las composiciones geométricas de sus últimas piezas. El Centro Botín expone hasta el 14 de septiembre Maruja Mallo: máscara y compás. Una exhaustiva retrospectiva de la que fuera una de las figuras más destacadas y singulares de la Generación del 27.

Lo hace después de un largo tiempo sin apostar por una gran muestra —Picasso Ibero, en 2021— y mientras otras salas como el Guggenheim vienen de exponer a Hilma af Klint, Kokoschka, Kusama o Frankenthaler. La ciudad cántabra pedía a gritos más cultura y, a la espera de que el Archivo Lafuente y la Fundación Santander abran sus puertas, el centro se ha adelantado al Reina Sofía, que presentará esta misma exposición el 7 de octubre en la capital de España.

En realidad, la artífice de todo esto es Patricia Molins, quien se ha dedicado a seguir el rastro del exilio de la artista española y ha logrado recopilar un sorprendente número de obras procedentes de ciudades tan dispares como París, Montevideo, Buenos Aires, Chicago, Lugo, Valladolid o Madrid, entre otras. “La obra de Mallo es reducida. Ella trabajaba de forma minuciosa, por lo que no era muy prolífica. Sin embargo, ha resultado bastante difícil aglutinarla porque estaba muy dispersa”, reconoce la comisaria. Y no le falta razón. Las piezas provienen desde reconocidas pinacotecas, hasta galerías y colecciones privadas. “Nos ha costado especialmente encontrar sus primeros cuadros. Todavía hay muchos en paradero desconocido”, añade.

Kermesse, 1928, Maruja Mallo. Centre Pompidou
La verbena, Maruja Mallo

La España negra

Esas primeras obras, que corresponden a la etapa que va de 1927 a 1936, ocupan casi la mitad de la exposición. Esta arranca con tres lienzos de la serie Estampas, entre los que destaca Dos mujeres en la playa; seguidos de sus coloridas Verbenas, donde ridiculiza los tópicos de la España negra como los toros, la guardia civil o la superstición.

Si en unos retrata a vigorosas mujeres superponiendo imágenes; en otros representa al pueblo mediante yuxtaposiciones, sin distinguir entre clases, géneros o razas. En uno de ellos —Verbena (Fair), 1927—, Mallo pinta a dos mujeres en primer plano, justo en el centro de la tela. Una lleva zapatos propios de la clase alta; otra alpargatas, el calzado del pueblo. La propia artista aparece justo detrás de ellas, autorretratada, sonriente, como si fuera consciente de la relación imposible entre dos clases sociales tan dispares. Asimismo, merece una parada el cuadro Kermesse, además de por su complejidad y dimensiones, porque no es frecuente verlo fuera del Pompidou.

El espectador se encontrará también con Cloacas y campanarios, sus obras más oscuras y apagadas, cercanas al surrealismo, en las que experimentó con materiales orgánicos y donde no queda ni rastro del ser humano, únicamente su paso por la tierra. Tierra y excrementos (1932) y El Espantapájaros (1930) —que adquirió en su día el escritor André Breton—, son algunas de las que protagonizan este espacio.

La sorpresa del trigo, 1936, Maruja Mallo 

Las mujeres

Maruja Mallo —en realidad, Ana María Gómez González—, creó, allá por los años 20, una épica femenina inédita hasta la fecha, anticipándose a las necesidades que surgirían más tarde, en los 70; las mismas que todavía tenemos hoy en día. Sus cuadros están protagonizados eminentemente por ellas. Imponentes mujeres que se corresponden con la sociedad moderna.

En 1936, antes de comenzar la Guerra Civil, Mallo acudió a la manifestación del 1 de mayo. Allí, observó a unas mujeres que portaban espigas. Entonces, preguntó a una de ellas por qué lo hacían, a lo que esta le respondió que pedían pan. Cuando estalló la contienda ella se encontraba en Galicia y, tras exiliarse a Buenos Aires, comenzó a pintar una serie de grandes formatos a los que llamó La religión del trabajo, relacionados con los trabajadores del mar y el campo. Sus figuras monumentales están inspiradas en dioses que dibuja en dos únicos tonos respectivamente: plata y dorado. La sorpresa del trigo (1936) probablemente sea una de sus obras más logradas en este sentido y en la que demuestre más pericia en la pintura figurativa, así como Canto de las espigas (1939) y Mensaje del mar (1937). Todas ellas presentes en la muestra.

No menos espectaculares son sus fascinantes Cabezas (1941 - 1952), figuras impregnadas de un halo sagrado y un realismo sorprendente que recuerdan a la cultura helénica y a la antigua Grecia. Están La cierva humana (1948), Oro (1951), Cabeza de mujer (1941), y Cabeza de mujer negra (1946), entre otras.

La exposición incluye también sus Naturalezas vivas (1941 - 1943) —o “experiencias suprahumanas” como ella las llamaba— y las Máscaras (1948 - 1957) que, en realidad, son un alegato contra los nacionalismos; así como cartas, recortes de revistas, escritos y multitud de fotografías de ella posando —Mallo hacía performances cuando estas ni siquiera existían—, y con compañeros de la Generación del 27 como Rosa Chacel, Concha Méndez o Gregorio Prieto. Pero ni rastro de Rafael Alberti. Lo cual, además de estar muy bien, merece una mención aparte.

Naturaleza Viva XII, 1943, Maruja Mallo.Colección de Arte Fundación María José Jove © Maruja Mallo, VEGAP, Santander, 2024.
Máscaras. Diagonal II, hacia 1949-1950, Maruja Mallo. Colección particular © Maruja Mallo, VEGAP, Santander, 2024
Canto de las espigas, 1939, Maruja Mallo. Colección MNCARS © Maruja Mallo, VEGAP, Santander, 2024
Naturaleza viva II, 1941-1942, Maruja Mallo
La cierva humana, 1948, Maruja Mallo
Oro, 1952, Maruja Mallo
Naturaleza viva (Vida en plenitud), 1943, Maruja Mallo

Rafael Alberti y la ‘vendetta’

Maruja Mallo y Rafael Alberti se conocieron en 1925 tras ser presentados por Federico García Lorca, quien era amigo común de ambos. Al cabo de poco tiempo, iniciaron una relación amorosa que, con los años, traspasó el ámbito sentimental, alcanzando incluso el artístico. Hoy, en sus obras se aprecian coincidencias en las que se percibe cómo el fabuloso mundo de la pintora influyó en el purismo primigenio del poeta. El ambiente popular y festivo de Las verbenas por ejemplo, se puede observar en los poemas Cal y Canto o Sueño de las tres sirenas; así como sus conocidos ángeles en Los ángeles albañiles. Igualmente, el mundo sombrío de Cloacas y campanarios es el mismo que el de Sermones y moradas. Por no hablar de la composición concéntrica de sus respectivas piezas. En La Verbena y Verbena de Pascua, Mallo imprime la fuerza en el centro del cuadro. Exactamente igual que Alberti con sus poemas Palco y Madrigal al billete de tranvía, donde incluye la palabra centro en la mitad de sus versos.

Esta colaboración se vio reflejada también en las obras de teatro. En 1926 Mallo realizó los figurines y decorados de La pájara pinta. Lo que también ocurrió en 1929 con Santa Casilda. Poco después, sin embargo, el gaditano dejó a la gallega y comenzó una relación con la escritora María Teresa León, también de la Generación del 27. Y desde entonces ninguno volvió a mencionar al otro en público hasta tal punto que, en la primera versión de sus memorias, Alberti no incluyó ni una sola palabra sobre su historia de amor con Mallo y cómo esta influyó en su obra. Solo lo hizo cuando María Teresa León murió, en una tribuna publicada en El País y que más tarde incluiría en una posterior edición de su autobiografía. En el artículo, Alberti esta vez sí menciona a la pintora y expresa su arrepentimiento por haberla silenciado:

“Sucede que, si con una nube de olvido se tapa la memoria, ella no es la culpable de lo que no recuerda, más si el olvido es deliberado, si se expulsa de ella lo que no se quiere por cobardía o conveniencia… La pintora se llamaba Maruja Mallo, era gallega y creo que recién salida de la Academia de Bellas Artes de Madrid”.

A pesar de que la influencia entre ambos artistas fue mutua, a pesar de que están los mencionados figurines y a pesar también de que otros nombres de la Generación del 27 como Federico García Lorca y hasta Gregorio Prieto aparecen bien visibles, Maruja Mallo: máscara y compás no hace ni una sola alusión destacable a Rafael Alberti. Tampoco incluye una fotografía juntos. Llámenlo despiste o justicia universal, pero el caso es que la muestra no lo necesita.

Cuando Mallo regresó a España del exilio en 1962, lo único y lo poco que se recordaba de ella no eran más que mitos y escándalos. Tenía un pasado republicano que la convertía en objetivo del bando sublevado y, como ella, incontables personalidades femeninas también habían sido silenciadas con el paso del tiempo. Ese mismo tiempo la ha colocado ahora en el lugar que siempre ha merecido.

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