En su novela Descente à Bahia, Matthieu Peck narra la historia de un periodista que abandona desilusionado París para ir a Brasil a realizar un reportaje sobre el joven artista Pol Taburet. Allí, los dos hombres entablan una intensa y extraña amistad, descubren Salvador de Bahía, se encierran en un claustro en medio de la selva, conocen a un sacerdote vudú y comparten su punto de vista sobre el mundo y su locura.
Algo ocurre en ese aislado lugar de culto donde todavía se practican rituales ancestrales. De alguna forma se alimenta la obra del pintor de la violencia que la rodea. De alguna otra también, a través del arte y de una religión perseguida por el hombre blanco, el artista vuelve a la vida. Como en sus cuadros, donde los espíritus coexisten con los vivos aunque, como diría Lorca, estos están más muertos que las piedras y más muertos que los verdaderos muertos que duermen su sueño bajo la tierra. Porque tienen el alma muerta.
En las pinturas de Pol Taburet uno puede palpar la aterradora grandeza del ciclo cósmico donde el mundo y la raza humana tan solo son unos simples accidentes. Sus lienzos son ventanas a otra dimensión, como si fueran escenas de una desconcertante serie de televisión. En ellos hay vida y muerte. Hay figuras planas, deformadas y sin rostro que resaltan sobre fondos marcadamente abstractos. Hay mundos paralelos sombríos. Hay creencias caribeñas sincréticas. Hay grandes vacíos. Hay ciclos interminables de violencia. Si uno le pregunta por su significado, él responde que depende: “Algunos de mis personajes pueden ser bastante delicados. Otros están destinados a hacer el mal. Depende del papel que desempeñen”.
Taburet vive en París y tiene su estudio en Aubervilliers. Su madre, vigilante de sala en el Museo de Arte Moderno, le transmitió su pasión por la pintura. Sus abuelos maternos, de Guadalupe, el interés por las religiones afrocaribeñas. Estas, así como el vudú haitiano y los quimbois de las Antillas, fueron oprimidas por Occidente durante muchos años al considerarlas paganas. Hoy en día, de hecho, todavía se las mira con recelo, comparándolas con la brujería. Aunque él asegura tener sus propias creencias: “No creo que haya un nombre para aquello en lo que confío”.
—¿Qué movimientos pictóricos te han inspirado?
—El futurismo, la transvanguardia italiana, el impresionismo y el romanticismo.
Luego, sin ninguna confianza en lo que estoy haciendo, le digo un nombre y espero que me responda lo primero que se le pase por la cabeza.
—Goya.
—Un sombrero negro.
—Francis Bacon.
—Un baño y un adolescente.
—Lovecraft.
—Félix Taburet.
—¿Qué tienen que ver con tu obra?
—Goya y Bacon siempre han sido una gran influencia. Bacon es mi amor de adolescencia. Goya, un amor para toda la vida.
—¿Y si pudieses tener un solo cuadro?
—Sería Perro semihundido que forma parte de su serie Pinturas negras.
Y no me sorprende porque, una vez más, simboliza la lucha inútil del hombre contra las fuerzas malévolas. Exactamente igual que en sus cuadros.
El Pabellón de los Hexágonos de la Casa de Campo de Madrid expone actualmente Oh, If Only I Could Listen del artista francés. La muestra, que viene acompañada de una publicación bilingüe con textos de distintos autores como —sorpresa—, Matthieu Peck, reúne un conjunto de piezas realizadas para este espacio, además de otras anteriores. En That's that needle guy por ejemplo, una figura está de pie detrás de una mesa cubierta con un grueso mantel blanco, irradiando autoridad, con la barbilla levantada, orgullosa e indiferente a la escena que le rodea. Debajo, otra mutilada flota, suplicando por su vida, pero aparentemente siendo arrastrada al vacío, ya condenada. Mientras esto ocurre, arriba a la derecha, una última agita los brazos, empujándola hacia el abismo. “Todos tenemos una idea de hogar. Quería usar esta forma tan común, un lugar asociado con la protección y la seguridad, para dotarla de una pesadilla interior”.
Cuando pinta, utiliza aerografía, carboncillo, pigmentos a base de alcohol, óleos y acrílicos; además de fondos rojos, amarillos o verdes intensos. En su última exposición, por el contrario, predominan el blanco y el negro. “El color forma parte de mi investigación. He pasado por fases de creaciones intensas y profundas, y otras más coloridas; para después volver a los tonos oscuros. Supongo que mi mente oscila naturalmente entre estos dos estados. Me siento a gusto en ambos, pero resuenan de forma diferente”.
Lovecraft pensaba que vivimos en una plácida isla de ignorancia, entre las brumas de negros mares de infinito, y que apenas somos capaces de ir más lejos. “Las ciencias, cada una de las cuales se mueve en su propia dirección, nos han afectado de momento muy poco, pero algún día, al juntar las piezas del conocimiento disociado, se abrirán vistas tan terroríficas que enloqueceremos o huiremos ante tal espectáculo”, decía. Tengo la sensación de que las pinturas de Pol Taburet tratan precisamente de lo mismo.
Antes de despedirme aprovecho la oportunidad para lanzarle una última pregunta.
—¿Un libro?
—Riquezas infinitas de Ben Okri y Tráeme tu amor de Charles Bukowski.