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Desapariciones, asesinatos y guerras: la Hugh Gallery de Dublín expone a Brian Maguire

Por Mario Canal

Obrero de la construcción, militante del IRA político y retratista de un mundo cruel. La Hugh Gallery de Dublín expone la obra pictórica de Brian Maguire, que nos lleva a las guerras de Sudán del Sur o Siria, a la peligrosa Ciudad Juárez y a las reservas indias de EEUU para retratar a los desaparecidos

En su amplio estudio de París, Brian Maguire (Dublín, 1951) pinta el retrato de Rosie, una mujer nativa de las tribus Salish y Kootenai. Fue asesinada tras aceptar la invitación de un desconocido que se ofreció a acercarla en coche a su casa y su cuerpo fue hallado tres años más tarde. Su hermano, Lawrence, también murió de forma violenta, asesinado por un conocido de la familia. “Eran la segunda o tercera familia con la que trabajé. Rosie era brillante. Era una buena chica”, asegura mientras navega entre los archivos digitales de su ordenador para mostrar su fotografía.

Hace cinco años, Maguire recibió la invitación para trabajar sobre los casos de desaparición y asesinato de personas nativas en Montana, EEUU. La propuesta tardó en concretarse, y no solo por cuestiones logísticas. “Parte de eso fue mi culpa. Me enloquecí en medio de todo”, admite aludiendo al impacto emocional del proceso. Comenzó buscando información en las calles, guiado por los numerosos carteles e incluso grandes anuncios con rostros de desaparecidos que las familias habían colocado en espacios públicos. A partir de ahí, inició un contacto delicado y persistente con los allegados de las víctimas, mostrando como carta de presentación el trabajo previo que llevó a cabo hace más de una década en Ciudad Juárez. Allí, durante varios meses y multitud de visitas estuvo trabajando con las familias de mujeres desaparecidas, pintando también los retratos de aquellas hermanas, madres o hijas asesinadas. De aquel proyecto surgió la exposición Un Oasis de Horror (en un desierto de desidia).

“Cuando la gente está desatendida por el sistema judicial, se vuelve necesario que la memoria ocurra en un espacio público”, explica el pintor irlandés. Para Maguire, es ahí donde el arte tiene su lugar: no como adorno, sino como una forma de justicia simbólica que no repara legalmente a las víctimas, pero que lo hace emocionalmente abriendo un espacio de dignidad.

Brian Maguire no se define por un estilo pictórico determinado, más allá de la figuración expresionista de trazo libre que cubre sus lienzos, sino por una forma de estar en el mundo. Su obra nace de contextos específicos, de encuentros reales con personas y territorios marcados por la violencia, el abandono y la impunidad. En todos los casos, su punto de partida es una relación, ya sea con una familia, una comunidad, un periodista, o una imagen que circula sin dueño. “Siempre estoy buscando imágenes. Y las imágenes son las que cuentan toda la historia”, afirma. Pero detrás de cada imagen hay una vida. A menudo, también una tragedia.

Police Graduation (Juarez), 2014, Brian	Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.
The Clearcut Amazon, 2023, Brian	Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.

Maguire ha trabajado en Siria, Filipinas, Sudán del Sur, Brasil, México y otros contextos atravesados por la injusticia. Su figura es la de un testigo que hace corresponsable al espectador de lo que sucede. “La fotografía de noticias desaparece”, sostiene. “Después de siete años es casi imposible encontrar una imagen en internet. Pero si una pintura entra en el sistema del arte, su memoria puede durar cientos de años”. En esa apuesta por la permanencia, Maguire encuentra el sentido de su trabajo: construir una forma de memoria duradera, ajena al ciclo de desinformación.

La cárcel

La trayectoria de Maguire no comenzó en los círculos artísticos. Nació en Dublín y trabajó como obrero de la construcción, buscándose la vida. Desde niño se interesó por el dibujo como una forma de evasión. “Dibujar y pintar era mi manera de meditar”, recuerda con sencillez. Ese impulso se mantuvo con el tiempo, incluso cuando las dificultades familiares hacían improbable que la pintura se convirtiera en una carrera. Pero sucedió un pequeño milagro.

Maguire accedió a una escuela técnica –una suerte de Formación Profesional– que seguía los principios de la Bauhaus. Allí pudo estudiar con el método de la famosa escuela, incluso los manuales originales de Paul Klee y otros profesores de esta escuela. “Nos enseñaron cómo funciona la imagen, pero no nos dijeron por qué hacer arte. Eso lo descubrí después”, explica. Esa formación, pragmática y experimental, dejó una huella en su manera de abordar la pintura no como una disciplina cerrada, sino como un lenguaje poroso.

En 1968 estudió en la escuela de Bellas Artes de Dublín, en un ambiente revolucionario en el que los estudiantes de todo el mundo intentaban transformar las instituciones culturales, políticas y sociales ancladas aún en el siglo XIX. La escuela se encontraba junto al Parlamento irlandés, lo que hacía evidente la colisión entre revolución y poder. La educación artística, en ese contexto de activismo político, no era un refugio sino un frente de acción.

En ese momento, el joven estudiante se unió a un grupo vinculado al IRA. Dos años después de su ingreso en aquel movimiento político, la rama oficial del IRA se disolvió y Maguire votó por abandonar la vía armada de aquella lucha contra el invasor inglés y apostar por la acción política. Nunca fue arrestado, lo cual le permitió, más adelante, trabajar como docente en cárceles irlandesas. “Muchos de los que conocí realmente creían que estaban luchando contra los británicos. No se veían como asesinos, sino como revolucionarios”.

En prisión, Maguire encontró una forma distinta de enseñar. No había manuales ni clases estructuradas. Se trataba más bien de crear un espacio de diálogo, donde la expresión artística pudiera funcionar como canal de transformación o, al menos, de autoconocimiento para los presos. “La cárcel me enseñó a no juzgar a nadie y a no hacer demasiadas preguntas” sostiene, con humor. “Solo compartes tu historia y esperas que el otro haga lo mismo”. Esa ética de respeto mutuo ha permeado toda su práctica posterior. También lo preparó para enfrentarse a historias difíciles sin caer en el sensacionalismo ni en la condescendencia.

Over Our Heads the Hollow Seas Closed Up, 2016, Brian Maguire.
            Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.
Over Our Heads the Hollow Seas Closed Up, 2016, Brian Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.
Railway Junction Turin, 2011, Brian Maguire. Image courtesy
            Kerlin Gallery, Dublin.
Railway Junction Turin, 2011, Brian Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.
Vista de la exposición. Image courtesy Hugh Lane Gallery,
            Dublin. Photography Denis Mortell, © Brian Maguire.
Vista de la exposición. Image courtesy Hugh Lane Gallery, Dublin. Photography Denis Mortell, © Brian Maguire.
Cocaine Laundry: HSBC, 2015, Brian Maguire. Image courtesy
            Kerlin Gallery, Dublin.
Cocaine Laundry: HSBC, 2015, Brian Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.
Strange Fruit (Europe), 2016, Brian Maguire. Image courtesy
            Kerlin Gallery, Dublin.
Strange Fruit (Europe), 2016, Brian Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.
Bentiu International Displacement Camp, South Sudan 1, 2018,
            Brian Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.
Bentiu International Displacement Camp, South Sudan 1, 2018, Brian Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.

Las guerras

El trabajo de Maguire lo ha llevado a territorios marcados por el conflicto. Su primer viaje fue a Filipinas, donde documentó las ejecuciones extrajudiciales de la campaña antidrogas promovida por el presidente Duterte. El pintor no es un cazador de aventuras o aventurero de la adrenalina, de historias cruentas a las que sacar rédito artístico. Maguire cree que allí, donde el Estado falla y la violencia borra nombres, el arte debe intervenir.

En Manila, se centró en el caso de un hombre ejecutado por la policía. El periodista Vincent Goh, que seguía la señal de la radio policial para documentar estas muertes, le cedió una fotografía. El contexto era terrible: “La gente daba los nombres de sus propios hermanos o padres, que a menudo eran adictos a las drogas. Esa misma noche la policía llegaba y los mataban”, cuenta el artista.

A Siria llegó en uno de los peores momentos de la guerra. Los cuadros de gran formato que muestran las casas destruidas y también las panorámicas de los campos de refugiados que se levantaban son terribles, pero bellísimas. La sensación de amenaza queda congelada en la mirada del espectador, pero el pintor no se permite esa emoción cuando está sobre el terreno. “No tengo miedo de ese tipo de peligro. Fui a Juárez cuando era la ciudad más peligrosa del mundo. Al salir a dar un paseo nada más llegar vi a los soldados en sus vehículos y luego a los federales. Lo más alucinante era que usaban el mismo equipamiento militar que había visto en Belfast, en 1971”, recuerda. “Así que me dije a mí mismo ‘todo está bien. He estado aquí antes”.

Aleppo 4, 2017, Brian	Maguire. Image courtesy Kerlin Gallery, Dublin.

Cuando se le pregunta por sus referentes artísticos, menciona a Francis Bacon, su ídolo de juventud. Especialmente por su manera de representar la angustia física y psicológica. La reproducción exacta del estudio donde trabajó el reconocido pintor en Dublín está al fondo de la Hugh Lane Gallery de Dublín, donde en estos momentos se muestran varias series de Maguire. Cada sala está dedicada a un conflicto, incluyendo la destrucción del Amazonas, y si bien los lienzos sostienen imágenes duras, lo hacen de una forma lírica.

Su trabajo se mueve en la tensión entre lo que se ve y lo que se omite, aunque no esconde detalles difíciles de observar: un hombre flotando en un mar azul que ha muerto cruzando algún estrecho. Otro, descabezado en el desierto, víctima de algún cartel de la droga. En su pintura no hay artificio ni exceso, aunque sí una sobria crudeza en la pincelada que evita el artificio. Reconoce que ha aprendido de la poesía a decir lo esencial, a dejar fuera lo accesorio. “Trabajar demasiado es inútil”, afirma. “Hay que saber cuándo detenerse”.

Esa contención solo funciona sobre el lienzo. A pesar de haber atravesado varias operaciones de corazón recientes, el pintor no se detiene. Su capacidad de narrar nos recuerda que estamos ante un irlandés obstinado. La convicción atraviesa su personalidad y se transfiere a toda su obra porque pintar, para Maguire, es una forma de contar historias, de hacer justicia y también un ejercicio de empatía. Con los otros y con todo aquello que ha desaparecido sin dejar rastro. “El arte reside en la empatía y lo que hace de la violencia algo imposible es la empatía. No puedes disparar una bala en la cabeza de alguien si te empatizas con él. No es posible”.

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