El expresionismo clásico de Barjola se enfrenta al arte contemporáneo de la Colección SOLO
Por Mario Canal
La apuesta que lanza la Colección SOLO en su último proyecto expositivo es arriesgada. Una veintena de artistas contemporáneos trazan un juego de espejos deformantes con los óleos pintados el siglo pasado por un pintor que hoy en día pocos recuerdan. El resultado es una muestra rigurosa y desprejuiciada de nivel museístico
Los nuevos e inmensos espacios expositivos –4.000m2– que formarán parte de la Colección SOLO cerca de la madrileña Plaza de España abrirán al público de forma inminente. A la espera de que esto ocurra, en su sede frente a la madrileña Puerta de Alcalá puede visitarse Barjola. Un retrato apócrifo. Allí, las obras del pintor español dialogan con creadores actuales de la propia colección.
La premisa de esta muestra en principio sorprende, ya que en SOLO están acostumbrados al arte más actual y Juan Barjola fue un pintor del siglo XX. La explicación la pueden encontrar en que esta colección, que cuenta con más de mil obras de 270 artistas, tuvo una primera adquisición y fue, precisamente, un cuadro de Barjola que David Cantolla, su creador, compró cuando empezó a coleccionar.
Aquella obra fue la semilla de la que en 2015 brotó SOLO, centrada ya en las prácticas artísticas más contemporáneas y vinculadas a menudo a la cultura urbana y popular. Pero la voz más tradicional de Barjola (1919-2004) no desentona en los espacios brutalistas que acogen esta exposición, que colocan las obras del pintor en conversación directa con creadores que trabajan a partir de la inteligencia artificial, la escultura robótica, la cerámica o el arte digital. El resultado es un relato coral, expandido y actual. Stephan Balkenhol, David Altmejd, Tomoo Gokita, Eva Alonso, Lusesita o Paco Pomet, entre otros, forman parte de este reconocimiento junto a obras de maestros como Francis Bacon o David Lynch.
“Mi obra está sincronizada del choque de la curva con la recta”, llegó a decir en su día el propio Barjola, y esa tensión formal se convierte en metáfora de un diálogo mayor: el del pasado con el presente, el de lo pictórico con lo digital, el de lo humano con lo artificial. La exposición recuerda cómo la IA –herramienta muy presente en la colección– tiene la capacidad de alucinar, de errar, de deformar la realidad, y eso conecta con la potencia expresiva de Barjola.
Un Barjola inédito y un retrato múltiple
A lo largo de las salas, el espectador se enfrenta a un pintor plural. Está el colorido onírico de Sueño (1971), una de las obras más antiguas de la muestra, donde el surrealismo se mezcla con una violencia latente. Vemos su contundencia expresionista de los años 90, con cuerpos distorsionados y pinceladas radicales. También el comentario social implícito en lienzos como La contemplación del niño (1970) o en sus célebres perros, figuras que el propio Barjola usaba como especie de álter ego pictórico.
Pero también encontramos un Barjola inédito: el que aparece cuando se le pone junto a piezas creadas con código, glitch, cerámica irónica o materiales inflables. Un Barjola actual, capaz de hablar con un lenguaje que no conoció, pero que parece anticipar.
El recorrido comienza con un Retrato Apócrifo (1982), de los muchos que hizo. Son figuras que no pretenden ser fiel al modelo, sino construir una identidad nueva. Así funciona toda la exposición. Cada sala articula un pequeño relato temático, una conversación entre Barjola y los artistas contemporáneos con los que se relaciona.
La primera sala ejemplifica esta voluntad. El imponente Tríptico crucifixión (1978) de más de cuatro metros de largo, junto a Extraño momento (1998) y La Contemplación del niño (1970) comparten espacio con los óleos espectrales de Emilio Villalba (1984), la imagen generada digitalmente de Mario Klingemann (1979), los dibujos surrealistas al carboncillo de Siro Cugusi (1980) y la cerámica de Lusesita (1979).
Esta artista ofrece una contranarrativa a la solemnidad dramática de Barjola con un humor sutil, pero muy físico. Sus pequeñas Venus deformes o sus adorables perros, también inquietantes, amplifican la tensión entre la humanidad y lo monstruoso, una constante también en Barjola. “Mi obra es feroz, pero de forma encubierta”, según la propia artista. Y el eco con el pintor es inmediato. Ambas poéticas comparten una misma energía subterránea, una violencia disfrazada de vulnerabilidad. Y viceversa.
La contemplación del niño, 1970, Juan Barjola Cortesía del Legado Barjola
Sueño, 1971, Juan Barjola Cortesía del Legado Barjola
Tríptico crucifixión, 1978, Juan Barjola Cortesía del Legado Barjola
Extraño Momento, 1998, Juan Barjola Cortesía del Legado Barjola
The Inhabitant, 2018, Emilio Villalba
Imposture Series, 2017, Mario Klingemann
Untitled #13, 2023, Sirgo Cugusi
Cuidado con el perro, 2019, Lusesita
Tras una escultura espectacular de David Altmejd (1974), se multiplican las obras de Barjola junto a creadores como Aaron Johnson (1975), con un acrílico sobre papel en el que vemos varias figuras monstruosas, algunas de las cuales recuerdan al hombre elefante de David Lynch. Del director y pintor estadounidense, recientemente fallecido, se exponen dos fotograbados de 2021 que muestran sendas figuras humanas distorsionadas.
Entre el arte y la alucinación digital
Más allá del homenaje a Barjola, lo que esta exposición propone es una meditación sobre cómo representamos al otro —y a nosotros mismos— en la era del simulacro. ¿Qué es una identidad cuando todo puede ser replicado, distorsionado, modificado al gusto? ¿Qué es un rostro cuando lo mira una máquina? ¿Qué significa pintar hoy?
La artista italiana Martina Menegon (1988) ofrece otra respuesta con sus cuerpos femeninos generados en 3D. Torsos, brazos y rostros que giran, se disuelven, se multiplican. La tecnología no es una herramienta de perfección, sino de desconcierto. Como si la figuración se hubiera convertido en un campo de batalla.
En esta línea, la artista española Eva Alonso (1978) presenta dos obras que combinan color vibrante y crítica social. Con Too Many Puppies (2019), el perro distorsionado de Barjola aparece reinterpretado como una criatura atrapada en una escena de violencia implícita. El título –tomado de una canción del grupo de funk metal Primus– alude a los jóvenes soldados enviados a morir. El guiño a Goya es claro. El tono, como en Barjola, duro y empático a la vez.
El recorrido se interna luego en el terreno de lo digital puro. La pieza audiovisual de Adam Cole, Gregor Petrikovich y Asher Levitas titulada Me vs. You (2024), que utiliza herramientas de IA diseñadas para la vigilancia urbana y las aplica a una escena de lucha grecorromana. Lo que era fuerza física se convierte en materia blanda, gelatinosa, abstracta. La máquina no entiende lo que ve, pero produce belleza. Y también inquietud. El algoritmo, como Barjola, desfigura para revelar.
El cierre de la exposición no es menos poderoso. Una obra de Paco Pomet (1979), inspirada en el Guernica de Picasso, contextualiza el horror de la guerra en clave contemporánea. Franchise (2024) ilustra una escena de destrucción en Gaza, pero no solo denuncia la violencia física, sino la violencia simbólica de la simplificación. Sin querer que esa imagen se circunscriba a la situación de Oriente Medio, el pintor prefiere hablar del terror bélico, que “no sólo es horrible por el sufrimiento que provoca, sino por su simplicidad. El ser humano es horrible cuando simplifica”, según Pomet.
Barjola, que pintó la realidad con un lenguaje complejo y libre, habría estado de acuerdo.