Exposiciones

Sturtevant, la artista que enfureció a la élite del arte en los 60 (y acabó teniendo razón)

Por Mario Canal
Duchamp Man Ray Portrait, Elaine Sturtevant, 1966
          Galerie Hans Mayer © Art Basel

Elaine Sturtevant desafió la idea de originalidad enfureciendo a la élite del arte en los años sesenta. Muchos la acusaron de plagio y quisieron destruirla, pero su cuestionamiento de las bases artísticas ha acabado dándole el lugar central que su obra merece. Así lo demuestra una exposición que le dedica el CAAC de Sevilla.

Hay disputas en el mundo del arte que pueden llegar a las manos. En 1967 la furia se apoderó del artista pop de origen sueco Claes Oldenburg cuando supo que Elaine Sturtevant iba a replicar su proyecto expositivo llamado The Store, que él inició en un local comercial de Manhattan en 1961. “Siempre he apoyado tu trabajo”, le dijo Oldenburg a Sturtevant, “pero a mí no me hagas esto”.

La obra original de Oldenburg consistió en recrear objetos cotidianos con pasta de papel y venderlos como si fueran reales. The Store sería una obra de arte pop total, generando un espacio de duda entre la farsa y la realidad para reflexionar sobre las obras artísticas y su reverso como bienes de consumo capitalista. Pasteles, ropa, herramientas de construcción o menaje de la casa ocupaban el local. Objetos cotidianos que el artista acabaría replicando a gran escala, creando esculturas que le han hecho tremendamente conocido. Con The Store, el arte pop y conceptual era llevado hasta sus últimas consecuencias. Hasta que llegó Sturtevant y replicó esa réplica.

Sobre lo que sucedió en la inauguración de la estadounidense hay diversas versiones. Unas, aseguran que el propio Claes asistió, pero que después rompió toda amistad con la artista. Otros cuentan que varios individuos intentaron agredir a Elaine y que solo Leo Castelli, el todopoderoso galerista de Manhattan que representaba a Claes, tenía los (pocos) escrúpulos para haberlo ordenado. También se dice que Castelli quiso demandar a la artista y que en último término compró varias obras de la versión que hizo Sturtevant para destruirlas. En cualquier caso, lo que sí parece demostrado es que el galerista intentó acabar con la carrera de Sturtevant, y que casi lo consigue.

Claes Oldenburg en The Store, 1961
Sturtevant, Study for Yvonne Rainer’s “Three Seascapes”, 1967. Performance view, 222 Bowery, New York, May 16, 1967. Photo: Peter Moore/VAGA.

Una propuesta radical

El discurso artístico de Elaine Sturtevant (1924-2014) consistía en rehacer, casi de manera exacta, las pinturas y esculturas de artistas de su época, años sesenta, como Jasper Johns, Claes Oldenburg, James Rosenquist, Frank Stella y Andy Warhol. Como recuerda David G Torres en su libro 1964. Cuando la cultura se convirtió en espectáculo, Sturtevant era una artista que “intentaba reproducir de memoria algunas de sus obras favoritas de otros artistas”, como las banderas de Jasper Johns, que pueden verse en la exposición que el CAAC de Sevilla dedica a la artista. Pero “tras visitar la exposición de Warhol fue un poco más allá. Ya no trató de reproducir de memoria la obra de Warhol, sino que habló con él para usar la serigrafía original con la que había realizado las flores”.

Aquella exposición que visitó en 1964 fue Flowers, en la galería de Leo Castelli. Warhol entendió perfectamente lo que buscaba su colega y le cedió la serigrafía encantado, aunque Sturtevant tuvo que rebuscar mucho en la Factory para llevarse una realmente buena: Warhol no se lo puso tan fácil como dijo. De ahí surgen las versiones de las flores que hizo Sturtevant y también están en la exposición El eco de la innovación, en el CAAC, muchas de las cuales provienen de la galería Thaddaeus Ropac. Hasta tal punto Sturtevant fue diligente en la réplica de aquellas imágenes, que en una ocasión, cuando le preguntaron al genio del pop cómo las hacía, respondió: ”No sabría qué decir, pregunten a Elaine”.

En un mundo que empezaba a obsesionarse con la originalidad y la reproducción, la propuesta de Surtevant fue vista con desconcierto, incluso con rechazo. Pero lo que ella buscaba no era solo apropiarse de obras ajenas, darle una vuelta de tuerca al pop copiando las copias, sino evidenciar el modo en que la imagen se convierte en un objeto de consumo y pierde su carga original en el proceso de repetición. La revolución no era superficial ni estética, sino conceptual.

 Flag after Jasper Johns, Elaine Sturtevant, 1967
            © Christie’s
Warhol Flowers, Elaine Sturtevant, 1970
            © Thaddaeus Ropac

La exposición en el CAAC

En la exposición se pueden disfrutar obras seminales de la historia del arte contemporáneo creadas por aquellos artistas que triunfaron en los años sesenta, pero realizadas por Sturtevant. Presenciar réplicas casi exactas hechas de los famosos lienzos negros de Stella o las vacas, flores y Marilyns de Warhol es un experiencia realmente excitante para cualquier amante del arte. Sabemos que no son originales, pero al mismo tiempo sí lo son. O, al menos, lo parecen. De esta forma, la muestra abre con una pequeña serigrafía de Marilyn realizada en diferentes tonos negros, colores que Warhol nunca usó. Una verdadera joya.

La primera exposición individual de Elaine Sturtevant tuvo lugar en 1965 en la Bianchini Gallery de Nueva York, un espacio que en ese momento promovía un tipo de arte experimental y conceptual. Esta muestra fue un evento crucial en su carrera. Solo existe una fotografía del montaje y en ella vemos las paredes del espacio completamente llenas de flores de Warhol, como si fuera papel pintado, mientras que en el centro hay una barra de la que cuelgan, como si fueran prendas de ropa en una tienda, los lienzos que replicaban la famosa bandera de Jasper Johns de los EEUU, así como obras de Roy Lichtenstein y una abstracción geométrica de Frank Stella.

Este proyecto generó respuestas de todo tipo. El crítico John Canaday del New York Times comentó que Sturtevant "debe ser la primera artista en la historia en haber realizado una exposición individual que incluía a todos menos a ella misma". Mientras que Lil Picard comentó: “artista llama amigos a sus víctimas”, evidenciando la tensión entre Sturtevant y los creadores originales cuyas obras replicó.

Si bien en los años sesenta y setenta su trabajo generó debate y despertó interés dentro de los discursos críticos que cuestionaban la hegemonía de la obra original, quedó marginado quizás por la mano negra de Leo Castelli. El mercado del arte no sabía cómo clasificarla y el escaso apoyo institucional la llevó a tomar una decisión radical: abandonó la práctica artística durante más de una década. En ese período se alejó de Nueva York y vivió en Europa, jugando al tenis, según dijo en alguna ocasión. Una boutade que recuerda a su querido Duchamp, quien siempre justificó su abandono del mundo del arte porque prefería jugar al ajedrez.

Stella Amagansett, Elaine Sturtevant, 1988
            © Thaddaeus Ropac
Warhol Diptych, Elaine Sturtevant, 1973
            Sturtevant: El eco de la innovación © CAAC

Su vuelta a la escena en los años ochenta marcó una nueva etapa. Si antes había trabajado con la pintura y la escultura, en esta fase incorporó el video y la instalación, revisitando la obra de muchos más artistas del pasado, no solo sus coetáneos, entre los que destaca el mencionado Marcel Duchamp. Una sala entera dedicada al francés –Duchamp 1200 coal bags (1973-2004)– reproduce sus famosos ready-mades, incluidos el urinario, el botellero, la rueda de bicicleta invertida en un taburete y la Mona Lisa con el bigote que le pintó Duchamp. El techo está cubierto por decenas de sacos de carbón –todo cedido por la colección Pinault–, y que recrean la célebre instalación que realizó el francés en 1938.

En la capilla que hay a la entrada de la Cartuja de Sevilla, sede del CAAC, encontramos dos instalaciones bellísimas de Felix González-Torres. Es decir, de Sturtevant replicando dos obras del artista cubano. Blue Placebo (2004) y González-Torres Untitled America (2004). La primera, son los caramelos envueltos en papel brillante azul que el público puede llevarse y la segunda son las guirnaldas de bombillas de luz que en esta ocasión cuelgan desde lo alto del techo, derramándose sobre el suelo. Es muy difícil encontrar un acomodo más adecuado para estas piezas que la Capilla de Santa Ana.

En esta exposición encontramos también a Joseph Beuys, por supuesto. Y un vídeo fantástico que replica Paint (1995) de otro genio contemporáneo del arte, Paul McCarthy. La sala dedicada a Robert Gober incluye el papel pintado con imágenes de falos –que la propia artista tenía en el baño de su apartamento parisino–, los lavabos semihundidos en el césped y el famoso traje de novia del escultor conceptual.

El buen gusto de Sturtevant es innegable. Tenía un ojo clínico para elegir a quién clonar, a quién rendir homenaje, a quién usar para cuestionar el poder de los iconos: evidenciar cómo se construye el aura en las obras de arte. Un dato curioso: aunque muchos textos insisten en el hecho de que solo copió a hombres, esto es incorrecto. Como tras una exhaustiva investigación demostró el historiador Bruce Hainly, Sturtevant replicó en 1967 la obra Three Seascapes de la coreógrafa Yvonne Rainer.

Vista de la sala Duchamp 1200 coal bags, Elaine Sturtevant. 
            Sturtevant: El eco de la innovación © CAAC
Réplicas de obras de Felix González-Torres, Elaine Sturtevant. 
            Sturtevant: El eco de la innovación © CAAC

El reconocimiento le llegó tardíamente a Sturtevant, pero su legado es innegable porque anticipó debates fundamentales en la teoría posmoderna y el arte conceptual. Sus obras audiovisuales, que son creaciones propias, cuestionan la propia imagen a partir de los sistemas digitales y tecnológicos. Y aunque su obra precedente se disfruta de forma inmediata por lo familiarizados que estamos con las obras que replica, su trabajo puede ser muy difícil de seguir a nivel conceptual. Solo hay que leer sus textos teóricos –muchos de los cuales ella consideraba obras de arte en sí mismos– las resistencias que generan para ser entendidos.

Si cuando estudiaba en la universidad sus héroes fueron Nietzsche, Hegel, Schopenhauer “y un montón de tipos raros”, según recordaba ella misma en una entrevista poco antes de morir, tras su regreso en los ochenta y viviendo en Francia, sus referentes fueron Deleuze y Foucault. Pensadores que daban soporte intelectual a las teorías sobre la repetición como producción de diferencia o las nociones de identidad fragmentada. En los años 2000, museos como el MoMA y el Centre Pompidou comenzaron a revalorizar su trabajo, dándole exposiciones retrospectivas y situándola en el centro del discurso sobre la postproducción en el arte, que sería retomado por muchos otros artistas como Sherrie Levine, Yasumasa Morimura o Richard Prince.

Sturtevant llevó la práctica artística más allá de sus propios ejes, desafiando la noción de originalidad y autoría. Aún cuando las obras seguían siendo consideradas fetiches o talismanes tocados por la magia de sus creadores, el trabajo de la estadounidense desactivó totalmente ese principio supremo. Y avanzó una era, la digital, donde la imagen se multiplica y se reconfigura con una velocidad sin fin. En estos tiempos, su mensaje resuena con más fuerza que nunca. Como ella misma dijo: “Yo no creo arte, yo creo vértigo”.

Tags
Arte