En su primera retrospectiva institucional en Madrid, el artista pone a dialogar 70 de sus obras para narrar tres décadas de una trayectoria sin final
Son cerca de 70 obras que hacen acopio de casi 30 años de trayectoria, desde 1996 hasta 2025. De la colosal Confession (2024) –un políptico de cuatro piezas que abre la exposición y mide 370 x 960 cm– al desfile de obras diminutas con desnudos femeninos en la segunda planta de la Sala Alcalá 31. Allí toma tierra, hasta el 20 de abril de 2025, la primera muestra institucional de Secundino Hernández (Madrid, 1975) en su ciudad natal.
“Exponer en Madrid siempre ha sido un deseo latente. Es el lugar donde me formé, donde encuentro referencias constantes y al que, de alguna manera, siempre regreso”, confiesa a El Grito el artista. “La pintura es inagotable y su relación con el tiempo, el espacio y la materia me sigue fascinando; así como la idea de la obra como vestigio de un proceso, en cómo el cuadro puede contener tanto el instante como la memoria”, añade.
La escala importa en la obra de Secundino. A excepción de algunos cuadros de tamaño intermedio, exhibe piezas de enormes dimensiones. También la diversidad de técnicas que aplica sobre el lienzo de lino: cosido, acrílico, acrílico e imprimación, cosido y tinte; alquídico y óleo; gouache y acrílico. También hay serigrafías sobre cartón.
Su obra es también una reflexión sobre su historia y un desafío constante consigo mismo. Son ya tres décadas sacudiéndose las zonas de confort para encontrarle todas las posibilidades a la pintura. “La pintura me ha enseñado que cada trazo es, al mismo tiempo, una afirmación y un cuestionamiento, un equilibrio entre control y libertad”, dice.
Superficie, dibujo, forma y figura
Todas sus etapas artísticas y vitales se reflejan ahora en la exposición Secundino Hernández en obras, ordenada en cuatro secciones. Es la de la superficie, como espacio de representación y elemento plástico, la parte que secuestra la mirada. Aquí la pintura es relieve. El resto de piezas se reparten en tres secciones: el dibujo, la forma y la figura.
La primera, la del dibujo, el artista la considera la base de la pintura. Según Hernández, se puede dibujar con la mina del lápiz, con el tubo de pintura o con una máquina de agua a presión. Una sola línea construye el espacio. El dibujo significa la reducción al máximo de los recursos del pintor y, al mismo, tiempo, lo más sofisticado que puede hacer.
El pintor entiende la forma como composición. Joaquín García Martín, comisario de la muestra, lo explica: “El cuadro es el resultado de una construcción que ocurre en tres dimensiones: a lo largo del tiempo de su realización, desde la superficie en el lienzo hacia el espectador y en un sentido compositivo clásico”.
Finalmente, la figura supone su única incursión fuera de la abstracción. Aquí, casi todo su interés se centra en el retrato, la figura en el espacio y el desnudo femenino, que, en palabras del comisario, “es de un tamaño diminuto que obliga al espectador a acercarse lo máximo posible al lienzo. El espectador es un voyeur que mira como quien lo hace a través del ojo de una cerradura”.
Vista de la exposición Secundino Hernández en obras. Foto: Jonás Bel
Vista de la exposición Secundino Hernández en obras. Foto: Jonás Bel
Vista de la exposición Secundino Hernández en obras. Foto: Jonás Bel
Vista de la exposición Secundino Hernández en obras. Foto: Jonás Bel
Más allá de invitar al espectador a reflexionar sobre los materiales, la técnica y la investigación que subyacen en su trabajo, a Secundino Hernández le interesa generar una experiencia, no imponer una interpretación. “Que el espectador se sienta interpelado por la pintura, por su capacidad de sugerir y evocar sin necesidad de representar. La pintura es un lenguaje vivo y me gusta que cada persona establezca su propio diálogo con ella, con sus capas, sus vacíos, su ritmo…”.
Quedan por delante muchos años de producción artística y el pintor tiene clara la madurez profesional que sueña. “Sigo viendo la pintura como un terreno de juego, de aprendizaje constante. No imagino la madurez como un punto de llegada, sino como un estado en el que la libertad sea mayor y la obra pueda seguir sorprendiéndome. Me interesa una madurez que no sea cómoda, sino desafiante, que me obligue a seguir explorando sin miedo a romper lo ya construido y a no quedarme ensimismado con lo conocido”, cuenta.