Rafael Canogar llega a CentroCentro: “Cuando dejé el informalismo me criticaron hasta mis propios compañeros”
Por María de la Peña Fernández-Nespral
El artista nos recibe en su taller, próximo al Museo Reina Sofía. Hablamos con él con motivo de su exposición que tiene lugar en CentroCentro hasta el 18 de mayo
Habla con la voz quebrada, el tono bajo pero sosegado. La voz da idea de los casi 90 años que está a punto de cumplir; y el sosiego, de una vida como artista trazada con rumbo fijo durante más de siete décadas. Aunque nació en Toledo en 1935, Rafael Canogar siempre ha residido en Madrid. Su enorme estudio de tres plantas es también depósito. Atesora cerca de 800 obras, mucha obra gráfica y también la de otros artistas fruto de su faceta como coleccionista.
CentroCentro expone 60 de sus obras que van desde 1949 hasta 2024 y que recorren ese largo camino de 75 años de oficio dedicados a la pintura. No había recibido los honores institucionales de una retrospectiva desde la celebrada en el Reina Sofía en 2001, pero él es totalmente ajeno a los intereses o vaivenes de los museos. Acaba de exponer en Roma y no le resulta extraño. A él siempre le han valorado más fuera. Recuerda al respecto, cuando expuso por primera vez en los años 50 en la galería Juana Mordó “con muchas críticas y sin vender nada. Y, tres meses después, fui a Venecia con las mismas obras y lo vendí todo”.
Pero esta conversación también es pertinente porque es un pintor que no ha dejado el pincel ni un solo día desde que vislumbrara un temprano reconocimiento, como miembro fundador del grupo El Paso con apenas 22 años, aunque ya era un artista bien formado de la mano de Vázquez Díaz. Una tabla del jardín de su maestro fechada en 1949 es, de hecho, el bellísimo paisaje que abre la exposición como señal de ese aprendizaje tan fructífero que dio comienzo a su larga carrera. “La trampa puede ser el éxito, sobre todo cuando es precoz. Pero lo meritorio y difícil es mantenerse en el tiempo”, resalta.
Mantenerse con coherencia ha sido la constante de Canogar. Nunca tuvo miedo a moverse de los cimientos seguros que le brindó el informalismo. Y eso que El Paso fue una revelación, una invención de arte social en la que se creó un lenguaje muy reivindicativo, revolucionario y muy comprometido. Ese colectivo de artistas que se unieron en 1957 y que fundaron entre ellos Canogar, Antonio Saura, Chirino o Manolo Millares fue también símbolo de una época y expresión máxima de una ansiada libertad. Pero, después de esa apoteosis artística que duró poco más de 3 años, Canogar tuvo la necesidad de pasar a otras soluciones. De una obra de enorme fuerza expresiva y abstracta en la que el color negro era protagonista y metáfora de ese estado de ánimo de los años franquistas, tuvo claro que tenía que pasar página “para no academizar precisamente el lenguaje en el que estaba radicado en ese momento particular”. “Se me criticó muchísimo, incluso mis propios compañeros. Me decían que había caído en la trampa del Pop. Me hicieron varias faenas que no voy a comentar; me lo pusieron difícil y tuve que ganarme mi sitio”, afirma.
Aún arrastrando el concepto del informalismo, Canogar evolucionó hacia una obra donde por primera vez introdujo las imágenes, escenas callejeras, accidentes de coche, figuras de astronautas que documentaban el primer viaje del hombre a la luna. Figurativo a la vez que abstracto, con una transición de por medio porque “cada cuadro me va dando la solución para el siguiente”. Y se aprecia el Canogar comprometido del informalismo por recoger la actualidad, los acontecimientos que le rodean y de los cuales no puede sentirse ajeno. Y cabe pensar por qué hoy en día, con el mundo patas arriba, los artistas no hacen más pintura social. La que se hace en este mundo globalizado no tiene ese efecto revulsivo porque desde la llegada de la democracia vivimos anestesiados en nuestro bienestar e individualismo feroz. También procede preguntarse, si hoy podría surgir un colectivo como El Paso, una comunidad de artistas que se unen en torno a una estética e ideales. Falta identidad, autenticidad, aspiraciones y anhelos colectivos.
Canogar siempre ha sido un artista comprometido con su tiempo y ese compromiso es el que se aprecia precisamente en la exposición, que no sigue un orden cronológico pero documenta, después de las apabullantes salas del informalismo, los años 70 y su obra más crítico-social, especialmente desde 1975, año de la muerte de Franco, cuando vuelve a la bidimensionalidad de la tela. Incluye por primera vez ropa en los bastidores, fibras de vidrio pintadas, el collage y la madera. Un cruce de telas y arpilleras que rasga en tiras y está presente en varias piezas, pero siempre necesitando la realidad de la tela y la pincelada.
En esa constante evolución de su obra hizo un homenaje a Julio González haciendo una serie de obras donde incluyó máscaras inspiradas en las del escultor. En la exposición se puede admirar Cabeza nº 4 de 1983, un lienzo grande con un fondo rosa abstracto sublime. Las máscaras dieron paso a otra serie, Escenas urbanas, que presentan con muy pocos medios al hombre de la ciudad. Porque Canogar nunca ha querido representar la realidad tal y como es; “quiero otras realidades y quiero que esté conmigo el espectador”, aclara. Y pone el ejemplo del realismo de Antonio López. “Su forma de pintar no me interesa. Pero él ha tenido cierta contaminación del entorno y ha incluido novedades en su obra. Es lo que le ha salvado; una evolución”, atestigua.
¿Es absolutamente necesaria esa evolución y cambio de registro en la carrera de un artista? “No, solamente si se necesita. Por ejemplo, Morandi se encerró entre cuatro paredes y no le importó lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Hizo una obra muy coherente y muy bella, con poquísimos elementos”, explica.
El ejemplo de Morandi es el del artista que tiene la fortuna de hacer algo nuevo que no se ha hecho antes. El informalismo fue ciertamente algo pionero, de “una originalidad pocas veces igualada”, y que sin embargo “se interrumpió excesivamente pronto por ciertos artistas como Duchamp o Klee”.
“No he vuelto a ir al Reina Sofía. Borja-Villel se equivocó y hay que decirlo”
Las influencias de la magia de Klee y Miró tienen también su lugar en la muestra con varios óleos de pequeño formato y, al igual que hizo con Julio González y anteriormente con lienzos inspirados en Rubens y Van Eyck, les rinde su particular homenaje para recordarnos que “le dieron el apoyo para adentrarse en el mundo de la abstracción expresionista”.
¿Qué artista ha cumplido ese milagro de innovar como lo hicieron Klee o Miró? “Ocurrió con Van Gogh, que empezó haciendo obras muy oscuras, del trabajador en el campo. No vendía, pero como tenía la pasión de pintar, acabó siendo una maravilla. Esos cuadros de luz, estrellas…”, relata. Y, ¿quién ha desarrollado como Van Gogh un lenguaje propio en nuestros días? “Los artistas no tenemos un Ítaca para llegar y encontrar a Penélope. Es el camino el que te ha ido dando esas enormes satisfacciones de encuentros inesperados, guiados muchas veces por la intuición”, prosigue. El poder de la intuición ha sido fundamental en el devenir de la obra de Canogar.
Metacrilato, tela, óleos y acrílicos
En 2001 dio otro paso más hacia una larga serie cuyo soporte era el aluminio. ¿Por qué aluminio? La intuición o la inspiración llegó con motivo de una entrevista que le hicieron y cuyo operador de cámara utilizó un aluminio espeso para matizar la luz. “Me atrajo el material. Lo podía moldear, dar forma. Cualquier elemento sirve para encontrar una nueva ilusión”, apostilla.
Después de tantos años de haber pasado por diferentes soportes, técnicas y momentos vitales, Canogar siente la necesidad de volver a la esencia del informalismo, pero esta vez con el metacrilato en lugar de la tela. Entramos en la década de los 2020 y, como si le atravesara el fuego por el pincel, pinta sin arrepentimiento brochazos de franjas horizontales que atraviesan este material. “Pinto por detrás el metacrilato y eso hace que la superficie que no está pintada por delante sea una especie de espejo que recoge nuestros reflejos; una forma de integrar al espectador en la obra”, explica. Ese reflejo del espectador en el propio metacrilato nos introduce en la conversación de su obra, especialmente en la obra que tiene el fondo negro pues nuestra silueta se hace muy evidente. Esa voluntad de comunicarse con nosotros siempre ha estado en su intencionalidad, como un acto de su genuina generosidad.
Canogar, sin embargo, es incapaz de olvidar su gran soporte: la tela. “Es lo que he hecho toda mi vida y estoy volviendo a un cierto clasicismo; emplear óleo o acrílico sobre tela”, añade.
Cumple 90 años el próximo mes de mayo y afirma tajante que sus fuerzas no están mermadas y que tampoco necesita dosificar la energía. “¡No soy ni siquiera consciente de mis 90 años! Trabajo exactamente como siempre. Lo que sí quiero es buscar cada vez más lo trascendente, lo sublime; imágenes que tengan una dimensión espiritual y trasciendan lo real”, razona.
Asegura que aún le queda mucho por hacer y no tiene tiempo ni para recuperar el hábito de la lectura. Tan solo lee la prensa y sabe que no le sienta bien hacerlo antes de acostarse, pero no puede evitarlo. Es su forma de seguir anclado en el mundo a pesar de aislarse horas en su estudio, un maravilloso parapeto del “mundo de hoy que no me gusta nada”. “Estoy realmente muy impactado de cómo es nuestra realidad actual y también políticamente muy alarmado”, continúa. Su vehemencia a la hora de opinar sobre España y el mundo es la de un “fervoroso defensor de la democracia” y por eso se siente “muy frustrado”. “Pedro Sánchez ha creado una sociedad enfrentada. Es un autócrata. Hay gente que ha sido amiga y con la que ahora no puedes hablar; se han radicalizado”, resalta. Por eso, pintar es retirarse de esa realidad hostil. Su discurso decepcionante sobre nuestra sociedad también salpica a su mundo del arte porque “necesitamos más seguridad y ahora mismo es todo lo contrario. Los inversores no saben muy bien cuál va a ser su situación mañana y el coleccionista necesita una normalidad, un panorama más estable”, prosigue.
Entre sus proyectos de futuro está exponer a partir del 6 de marzo en Opera Gallery, en Madrid, una colectiva de artistas españoles del siglo XX hasta hoy, y trabajar en resolver su legado. “Tengo muchísima obra y cuatro hijos, estoy estudiando todo para hacer una fundación”, atestigua.
Pero reitera que aún no ha demostrado todo como artista. “Me anima todavía venir al estudio. Me siento un hombre realizado y he sido muy feliz con lo que he hecho hasta ahora. Lo que quiero es trabajar hasta el último momento”, apostilla.
¿Tiene tiempo para visitar museos? ¿Va a su vecino Reina Sofía? “No he vuelto a ir y dentro de poco voy a conocer al nuevo director. Manuel Borja-Villel se equivocó y hay que decirlo”, afirma. Único superviviente de los integrantes de El Paso, es la viva memoria de la primera e intensa abstracción en España. El Canogar informalista, desde 1957 hasta 1963, es sin duda, la gran aportación a la historia del arte de nuestro país, aunque fuera tan sumamente precoz. Uno debe de tener mucho respeto por esos años extraordinarios que dieron lugar a un arte tan sumamente auténtico, que nació de las entrañas, como los cuerpos retorcidos de Bacon. Por todo esto el visitante no debería perderse la exposición en CentroCentro. Solamente por contemplar las dos grandes salas que documentan el final de los años 50, ese florecimiento del milagro del grupo El Paso y a este gran artista.