“El azul es el principio masculino, incisivo y espiritual; el amarillo es el principio femenino, suave, alegre y sensual; el rojo, lo material, brutal y pesado, el color al que los otros siempre deben resistirse y al que deben superar”. Cuando Franz Marc se propuso liberarse de la iconografía y de la alusión a cualquier tipo de realidad, sabía perfectamente que los artistas llevaban demasiado tiempo ya sometidos al yugo del contorno y la línea formal. Él, así como Robert Delaunay, creía con una fe ciega que mientras el arte no se desprendiera del objeto, seguiría siendo una simple descripción. Y para lograrlo, se centró exclusivamente en la armonía del color.
Desde el orfismo han sido muchos los artistas que han abrazado la abstracción pura y los colores vivos. De esto precisamente trata la exposición Lo tienes que ver. La autonomía del color en el arte abstracto que reúne una serie de piezas de, entre otros artistas, Anish Kapoor, Frank Stella, Stanley Whitney, Lucio Fontana o Teresa Lanceta. En la muestra conviven una gran diversidad de formatos como pinturas, esculturas, obras en papel, textiles, cerámicas, fotografías o videoarte. Pero todos ellos giran en torno a lo mismo: a una construcción de nuestra mente, a un intangible que en realidad no existe.
Una instalación de Yves Klein por ejemplo —Pluie bleue (S 36) y Pigment Pur—, muestra una plancha con su famoso pigmento azul. También se puede ver un Mondrian, un Cuadrado Rojo de Malevich, un mural de Felipe Pantone, otro hecho con textiles de Sheila Hicks o una cromosaturación de Carlos Cruz-Diez. Un espacio contiguo se dedica a los primeros teóricos del color de los siglos XVIII y XIX, con obras de Turner, Goethe o Runge. Incluye fascinantes tablas, diagramas, cartas de color, pigmentos, curiosos artefactos y hasta especímenes de plantas tintóreas.
“El color siempre ha estado supeditado a la forma o la línea. Con esta muestra hemos intentado darle la importancia que tiene. A Klein por ejemplo, si le quitas el color se queda en nada”, nos explica Manuel Fontán, director de Museos y Exposiciones de la fundación. “La casa francesa que fabricó el pigmento para él, sigue haciéndolo hoy en día”.
Richard Serra tenía fijación por el negro —le interpelamos—.
“Hacía un negro qe hoy parece contemporáneo. Su obsesión le viene de los dibujos de Seurat. En cierta ocasión hizo una exposición a la que llamó Splashing que consistía en echar asfalto y lodo”.
Los artistas del color
En total son cerca de 80 interesantísimas obras repartidas en 480 m2 que han sido cedidas, en su gran mayoría, por los propios artistas y galerías. Algunas cuesta un poco entenderlas como es el caso de Hiroshi Sugimoto. Del fotógrafo japonés hay dos espectaculares fotografías a color. Sin embargo, él es conocido por sus imágenes en blanco y negro. Lo que no termina de encajar con el hilo conductor de la exposición.
El espectador también echará en falta a otros grandes artistas que sí tuvieron mucho que decir en cuanto al color en su obra. De esta forma, no están ni Franz Marc, ni Fernand Léger, Hans Arp, Rothko, Wilhelm Nay, Kline, Newman, Francis Picabia o Robert Delaunay. En su serie Ventanas sin ir más lejos, Delaunay combinó el color con la luz y las composiciones abstractas en círculos concéntricos. El lienzo, redondo, lo dividió en círculos dispuestos concéntricamente y partidos en segmentos. La organización de los colores seguía un patrón teórico inspirado en la paleta cromática de Michel Eugène Chevreul —el rojo se asocia con el verde (color resultante de la mezcla de azul y amarillo), el azul con el naranja (que proviene del rojo y amarillo), y así sucesivamente—. Chevreul diferenciaba los colores cálidos de los fríos, así como las armonías; y Delaunay se dio cuenta de que la intensidad de dos colores cercanos se incrementaba si se percibían de forma simultánea.
En cierta ocasión, el artista le escribió una carta a su viejo amigo Apollinaire en la que daba salida a sus preocupaciones acerca de la organización de los colores en los lienzos: “Todas esas divagaciones difusas, cubistas y futuristas; todas esas meditaciones estéticas autocomplacientes, esa pintura de los estados de ánimo, esas cuartas dimensiones; todo aquello que no es ni pintura ni arte”.
Y quizás no andaba muy desencaminado de la única verdad. Que, paradojas de la vida, el color solo es luz y, como dijo Barnett Newman “la estética solo debería ser para un artista lo que la ornitología para un pájaro”. Es decir, nada.