Quién es Liu Jiakun, el nuevo Pritzker que defiende lo opuesto a la arquitectura megalómana china
Por Mario Canal
El Pritzker 2025 ha premiado a un arquitecto que diseña edificios inspiradores y poéticos con un claro mensaje humanista. Jiakun es un arquitecto, sí. Pero también un poeta, un político, un filósofo y un artista.
A las 14:28 del 11 de mayo de 2008 un terremoto de nivel 8 en la escala Richter y con epicentro en el noroeste de Chengdu, capital de la región china de Sichuan, rasgó violentamente la superficie de la tierra. La intensidad del temblor fue tan brutal que el eco de sus vibraciones se sintió con nitidez en Shanghai y Pekín, a 1.000 km de distancia. Alrededor de setenta mil personas murieron bajo los escombros. Una de las víctimas fue Hu Huishan, una joven de quince años a la que le gustaba jugar al bádminton y soñaba con ser escritora. Huishan estaba en clase cuando el colegio donde estudiaba colapsó, enterrándola junto a sus compañeros.
“El 15 de mayo visité por primera vez la escuela secundaria de Juyuan. Creo que ese día conocí a Hu Ming y a Liu Li (los padres de la joven), pero no estoy seguro porque me encontraba en estado de shock”, escribió el arquitecto Liu Jiakun (1956) en un texto que narraba la experiencia de pasear sobre las ruinas de aquel colegio. “Según recuerdo ahora, me conmovió la cuidadosa consideración de Liu Li al conservar el diente de leche de su hija Hu Huishan y la dureza y el orgullo de su padre, Hu Ming”.
Días después, el arquitecto llamó por teléfono a Li para compartir su deseo de levantar un memorial para su hija que pudiera simbolizar el vacío y la impotencia que dejó aquel desastre natural. Una casita con techo a dos aguas que replica las tiendas de campaña de emergencia donde se cobijan los supervivientes de desastres naturales y que se hicieron comunes tras el terremoto. El exterior gris de la obra contrasta con las paredes interiores pintadas de rosa chicle, en las que cuelgan objetos que pertenecieron a Hu Huishan. Se trata de una conmovedora obra de arte, sutil y poética, que es quizás la construcción más importante de cuantas ha realizado el premio Pritzker de arquitectura de 2025.
La memoria está en el centro de los edificios que Kiakun ha levantado a lo largo de su carrera, caracterizados por la humildad y el humanismo. De nuevo, el Pritzker ha galardonado a un proyectista que es la antítesis del arquitecto estrella. Es más, podríamos decir que Jiakun es en realidad un poeta, sin alejarnos mucho de la realidad. Durante mucho tiempo, antepuso la escritura a la construcción de edificios, carrera que inició cuando tenía ya cuarenta años. Pero igualmente es un artista plástico, aunque nunca haya expuesto en una galería de arte. Y un filósofo que en el libro Bright Moonlight Plan plasmó su visión de la arquitectura, la necesidad de espacios más humanos, sostenibles y conectados con la naturaleza.
También podríamos ver en él a un líder político sin discursos grandilocuentes. La treintena de sus obras levantadas dibujan una constelación de narraciones líricas con gran trasfondo conceptual y estética contenida que busca desaparecer. Espacios que emancipan al ciudadano y cuestionan los procesos contemporáneos de alienación urbana. Su obra se resiste al desarrollo social y constructivo del proyecto comunista chino y aboga por hacer propuestas más humanas, más integradas en su contexto, alejadas de los rascacielos monumentales de voluntad propagandística que han colonizado el skyline de su país.
Un arquitecto de raíces profundas
Nacido en 1956 en Chengdu, una de las grandes ciudades del suroeste de China, Liu Jiakun creció en un entorno donde la memoria y la tradición arquitectónica estaban aún muy presentes. A pesar de la destrucción del pasado durante el maoísmo y la brutal modernización china en el siglo XXI, Chengdu logró preservar parte de su identidad urbana, una característica que marcó su forma de entender el espacio. Para él, la arquitectura es una herramienta para conectar con la memoria colectiva. “No es solo una técnica, sino una forma de contar historias”, según afirmó en un evento en la Bienal de Venecia. “Lo que construimos debe reflejar la vida de las personas, no solo las ambiciones de las ciudades”.
Influenciado por la estética vernácula china, los edificios de Jiakun recuerdan la sencilla hosquedad del ladrillo, su humildad, que contiene valores como la solidez, la durabilidad y el esperanzador potencial de quienes levantaban con sus propias manos, y la ayuda de sus vecinos, las viviendas en las que crecerán sus familias. Por ello, sus obras tienen algo de informal, también. A menudo, no sabemos si sus edificios están a medio construir, si se han levantado a partir de alguna ruina precedente o si aún no se han terminado, para que sean sus habitantes o usuarios quienes den forma final a los mismos.
En el corazón de Chengdu, West Village (2016) es un microcosmos de la vida tradicional china. Un edificio rectangular de varias plantas que contiene un gran recinto en su interior con superficies lúdicas y deportivas. En este edificio que también es un barrio todo invita a la convivencia, recreando la atmósfera de los hutong o antiguos espacios colectivos de la ciudad. Las múltiples patios, donde el bambú es protagonista, se convierten en un lugar de encuentro para que los vecinos construyan comunidad. No está hecho para ser admirado, sino para ser vivido. El uso de materiales locales, la integración de la vegetación y la flexibilidad de sus espacios reflejan el compromiso de Jiakun con la adaptabilidad a las necesidades de los residentes. Y no al contrario.
West Village es uno de los pocos complejos residenciales que Jiakun ha construido. Sin embargo, sí ha realizado varios museos y proyectos educativos. En todos ellos destaca la forma en que estos se integran en el paisaje geográfico y cultural. Su filosofía recuerda a la de Bruce Lee, salvando las distancias: ”Siempre aspiro a ser como el agua”, dijo Liu en una entrevista, “a impregnar un lugar sin llevar una forma fija propia y a filtrarme en el entorno local y en el sitio mismo. Con el tiempo, el agua se solidifica gradualmente, transformándose en arquitectura y tal vez incluso en la forma más elevada de creación espiritual humana. Sin embargo, aún contendrá todas las cualidades de ese lugar, tanto buenas como malas”.
La relación con el entorno es fundamental en el trabajo de Jiakun. Esta sensibilidad hacia el contexto es principalmente humana, porque surge de la preocupación por los usuarios de sus edificios, pero también material. El arquitecto elige los materiales y las técnicas constructivas dependiendo del lugar donde levante la obra. De hecho, siempre trabaja con artesanos y consulta con ellos antes de iniciar un proyecto. "Una vez que entiendo lo que pueden hacer los trabajadores, entonces puedo diseñar mi edificio".
El Departamento de Escultura de la Escuela de Bellas Artes de Sichuan (2004), tienen un tono oxidado logrado con tierra local que le permite fundirse con otros edificios rojizos del campus universitario. La estructura en sí es un gran mazacote de varias plantas atravesado por ventanas y vanos cuadrados de diferente tamaño que generan un ritmo geométrico muy plástico e inundan el interior de luz natural, además de permitir una ventilación necesaria en una zona de clima húmedo. En el interior, los talleres y lugares de estudio son amplios y flexibles, para que los estudiantes puedan trabajar en sus proyectos escultóricos y artísticos. La fluidez de los espacios es otro de los aspectos que definen la obra de Jiakun.
En sus museos, el arquitecto no diseña edificios con recorridos rígidos y salas cerradas. Prefiere crear espacios abiertos donde el visitante pueda moverse libremente. En el Museo de Relojes de la Revolución, en Jianchuan (2007), los patios y pasillos conectan las distintas áreas incidiendo en la carga simbólica de los espacios. El edificio cuenta con un óculo en el techo que deja entrar la luz natural, proyectando sombras cambiantes a lo largo del día que abren un juego de luces y sombras, haciendo visible el paso del tiempo.
El Museo de Escultura Luyuan (2002) es más un pabellón que una gran construcción que surge a partir de contrastes. El primero de ellos son las formas cúbicas del edificio de hormigón, que está rodeado de un espléndido y frondoso bosque. El segundo gran contraste lo percibimos en el interior, cuyas salas de exposiciones están iluminadas de forma discreta por los huecos que dejan entre sí los bloques geométricos que componen la estructura del edificio. Ese misterio acrecienta la trascendencia de las esculturas budistas expuestas y resaltan con viveza sobre las paredes inmaculadas, creando un diálogo entre lo sólido y lo efímero.
En 2016, Liu Jiakun construyó el Museo de Ladrillos del Horno Imperial de Suzhou. En el complejo museístico, los hornos antiguos en diversos estados de conservación se han mantenido in situ, permitiendo a los visitantes imaginar la época en que se producía el llamado ladrillo dorado, que fue usado en construcciones como la Ciudad Prohibida, de Pekín. Las actuales estructuras semi ruinosas, junto a otras modernas perfectamente integradas, permiten apreciar la continuidad de la historia. Y el uso de ladrillos diferentes en diversas edificaciones del sitio demuestra la variedad de tipos de este material que se han dado a lo largo de la historia.
Nadie mejor que el nuevo Pritzker podría haber levantado este museo dedicado al ladrillo. Cuando visitó la zona arrasada por el terremoto de Sichuan, lo único que encontró a su alrededor fue desolación y ruinas. Pero en esa destrucción también se encontraba la semilla de la esperanza para la reconstrucción. Jiakun entendió que aquellas montañas de escombros aún podían ser útiles, así que en un gesto poético y práctico se decidió a reutilizarlas. Para ello, sometió el material de deshecho a un proceso de reforzamiento mezclándolo con cemento y fibra de trigo local. Los llamó “ladrillos de renacimiento” y después los usó para levantar partes del West Village en 2016. También los muros de aquel precioso homenaje que dedicó a la joven Hu Huishan, cuya vida se truncó en el terremoto de Sichuan.
Jiakun es un arquitecto, sí. Pero también un poeta, un político, un filósofo y un artista. Como ha explicado en un comunicado tras saberse ganador del Pritzker de este año, la arquitectura ”tiene el poder de moldear el comportamiento humano y crear atmósferas, ofreciendo una sensación de serenidad y poesía, evocando la compasión y la misericordia, y cultivando un sentimiento de comunidad compartida".