Arquitectura & Diseño

La neuroarquitectura va a cambiar nuestro concepto de edificios (y nada va a ser lo mismo)

Por Mario Canal

Una nueva disciplina que estudia el impacto de las formas y volúmenes en nuestra psique, va a cambiar la manera en que vemos la arquitectura. Los edificios serán diseñados para el cerebro y no para los ojos

Ángulos cerrados, hormigón, muros inclinados, pasillos angostos y penumbra. El Museo del Holocausto en Berlín, de Daniel Libsekind, fue diseñado para generar inquietud, angustia y miedo a los turistas que disfrutan de sus vacaciones en la capital alemana. En cambio, la sede de Apple en Cupertino, California, con su gran forma circular, ventanales infinitos abiertos a la naturaleza, genera la sensación de conexión afectiva y serenidad a unos trabajadores que, día tras día, repiten la misma rutina.

Los edificios, el diseño, las formas y colores que nos rodean formatean nuestro cerebro. Pero las arquitecturas diseñadas para que tengan una incidencia emocional positiva en los individuos siguen siendo una rareza. En España, el 65% de los domicilios son pisos. El segundo mayor porcentaje de la zona Euro, según el think tank económico Funcas. La rentabilidad económica de los constructores y la estricta reglamentación de las distintas administraciones públicas hacen que desde mediados del siglo pasado se haya normalizado la construcción de viviendas que no generan bienestar. Más bien, al contrario. Y da igual que pongamos un mueble de Ikea o encendamos la tele nada más entrar por la puerta.

Pero la neurociencia está tomando cartas en el asunto para aplicar las investigaciones más novedosas de la neuroestética a la arquitectura. Quizás cambie radicalmente la forma en que vivimos, gracias también a la IA. Es lo que se conoce como neuroarquitectura.

Una revolución que empezó en el supermercado

Esta revolución, sin embargo, comienza en un supermercado. O en un casino de Las Vegas. El dinero es lo que importa: para bien o para mal, es lo que mueve el mundo. Y las grandes cadenas de alimentación, también los mafiosos de película que regentan los casinos de Nevada, se dieron cuenta muy pronto de que había maneras de estimular el cerebro humano para despertar su anhelo.

El neuromarketing estudia cómo las luces tenues o extremas activan o anestesian el sistema de alerta. Si los colores planos o ácidos nos invitan a seguir consumiendo o, al contrario, irnos lo antes posible si lo que se busca es que las mesas de un comedor se liberen más rápido, como hacen los fast food. Las moquetas de mil colores y formas extravagantes generan la confusión necesaria para desactivar la sensación de alerta que el cerebro tiene cuando se enfrenta a perder una suma de dinero importante a la ruleta.

Jewish Museum, Berlín. 
          Daniel Libeskind © Studio Libeskind
Esferas de Amazon, Seattle / NBBJ. 
          Imagen © Bruce Damonte

Los espacios e imágenes que nos rodean programan nuestro cerebro. La neuroestética, disciplina que estudia cómo el cerebro humano responde a los estímulos visuales, ha identificado ciertos patrones geométricos, colores y volúmenes que tienden a generar bienestar en los seres humanos, mientras que otros pueden provocar incomodidad o estrés. Las líneas curvas y orgánicas transmiten placer y tranquilidad, ya que el cerebro las procesa de manera más fluida y sin esfuerzo, a diferencia de las formas angulosas y puntiagudas, que activan respuestas de alerta y estrés. La simetría y los patrones fractales, presentes en la naturaleza, también resultan altamente atractivos.

Desde una perspectiva neurocientífica, diversos estudios han revelado cómo el sistema límbico del cerebro, particularmente la amígdala y el hipocampo, tienen gran importancia en la asociación de experiencias espaciales con emociones y memoria. La amígdala puede activarse en entornos cerrados, desordenados o con iluminación inadecuada generando emociones como el miedo, mientras que el hipocampo, que es fundamental para la orientación espacial y la memoria, responde positivamente a espacios bien organizados y estimulantes.

Ambientes con luz natural y estructuras armoniosas tienden a aumentar la actividad de la corteza prefrontal, vinculada a la toma de decisiones, la planificación y la regulación emocional. Pero los espacios caóticos o monótonos pueden inducir una disminución de su actividad. ¿Recuerdan la alfombra floreada de los casinos?

La influencia sobre la corteza visual en la percepción de patrones arquitectónicos puede inducir placer estético o estrés, dependiendo de la complejidad y la disposición de los elementos visuales. Y la sincronización neuronal en entornos estimulantes, donde la activación de redes cerebrales como el modo por defecto (DMN), sugiere un impacto positivo en la creatividad y la introspección.

La biofilia, Eric Fromm y el diseño arquitectónico

El impacto del espacio y la decoración en el cerebro era bien conocido en el ámbito del marketing. Pero, ¿cómo puede ampliarse esas investigaciones a la arquitectura doméstica y civil? Hasta hace apenas cinco años no existían másters en neuroarquitectura. La disciplina como tal es bastante nueva, pero recurre a lo más antiguo que rodea al hombre: la naturaleza. El homo-sapiens convivió con la misma durante millones de años y solo a partir de la Revolución Industrial, hace un par de siglos, vivimos en zonas masificadas. Los pisos y bloques de viviendas son incluso más recientes, tienen un siglo de existencia. Según una de las corrientes de la neuroarquitectura, llamada biofilia, existe una afinidad innata del ser humano hacia la naturaleza. No hace falta ser un neurólogo para saber que tener plantas en casa nos hace bien. Pero es que la ciencia avala este extremo. Un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) concluyó que por cada aumento del 2% de la vegetación a 500 metros de la vivienda, se reduce un 4% el riesgo de morir prematuramente.

Park Roof House, MDA Architecture. 
            Imagen © Quang Tran
Park Roof House, MDA Architecture. Imagen © Quang Tran
Biblioteca de la escuela Umbrella, Savana Lazaretti Arquitetura e Design Sensorial. 
            Imagen © Renata Salles
Biblioteca de la escuela Umbrella, Savana Lazaretti Arquitetura e Design Sensorial. Imagen © Renata Salles
Villa Noon, Fran Silvestre Arquitectos. 
            © FRAN SILVESTRE ARQUITECTOS
Villa Noon, Fran Silvestre Arquitectos. © FRAN SILVESTRE ARQUITECTOS
Waterfront Botanical Gardens, Louisville, Kentucky. Perkins and Will. 
            Imagen © James Steinkamp Photography
Waterfront Botanical Gardens, Louisville, Kentucky. Perkins and Will. Imagen © James Steinkamp Photography
Villa Savoye, Le Corbusier. Un ejemplo de estructura que ya tenía en cuenta la neuroarquitectura. © RJS
Villa Savoye, Le Corbusier. Un ejemplo de estructura que ya tenía en cuenta la neuroarquitectura. © RJS
Salk Institute, Louis Kahn. Un ejemplo de estructura que ya tenía en cuenta la neuroarquitectura. Imagen © Elizabeth Daniels
Salk Institute, Louis Kahn. Un ejemplo de estructura que ya tenía en cuenta la neuroarquitectura. Imagen © Elizabeth Daniels

El término biofilia fue acuñado por el filósofo y psicólogo Eric Fromm, definiéndolo como “el amor apasionado a la vida y lo que está vivo”, pero fue popularizado por el biólogo estadounidense Edward O. Wilson en su libro Biophilia de 1984, donde argumenta que los humanos tienen una conexión inherente con la naturaleza debido a nuestra evolución. Stephen Kellert expandió esta idea y estableció principios fundamentales para su aplicación en el diseño arquitectónico. Según el investigador, “nunca estaremos verdaderamente sanos, satisfechos o realizados si vivimos separados y alienados del entorno en el que evolucionamos como especie”.

Un estudio sobre ecología y adicción llevado a cabo por la Academia de neurociencia y Arquitectura junto al Imperial College London exploró la relación entre la forma urbana y el comportamiento adictivo. Los participantes informaban a través de una app sus experiencias con la naturaleza durante una semana y el resultado demostró que incluso breves interacciones con el entorno natural mejoraban el bienestar, sobre todo en personas de carácter impulsivo.

Cada vez más construcciones de viviendas incorporan elementos vegetales en las nuevas edificaciones, gesto que además ayuda a reducir el efecto isla de calor en las urbes. En el caso de la biofilia, la idea central es que la arquitectura surja alrededor de las plantas, que estas sean el centro del esfuerzo constructivo. Incluso que las edificaciones puedan simular al máximo la forma en que la naturaleza gestiona los recursos de luz, aire y calor.

En los últimos quince años se han multiplicado los ejemplos de diseño biofílico. El hospital Khoo Teck Puat, en Singapur (2010), incorpora en su diseño jardines en cascada y estanques, creando un contexto terapéutico, ya que la integración de la naturaleza en el entorno hospitalario ha demostrado tener efectos positivos en la recuperación de los pacientes. Kengo Kuma, por su parte, está levantando en Milán un proyecto de oficinas biofílicas llamado Welcome, feel at work que busca integrarse armoniosamente en el entorno al tiempo que genera espacios verdes propios.

Welcome, feeling at work. Milan, 2024
          © Kengo Kuma and Associates

La solución al bienestar arquitectónico parece sencilla: espacios abiertos, luz natural y elementos vegetales. Pero, por las razones antes indicadas, la arquitectura civil en general sigue yendo por otro lado. Los pisos y los bloques de edificios siguen siendo pequeñas cárceles, por decirlo de forma exagerada. Hay excepciones, claro: los complejos residenciales de alta gama o los muy selectos proyectos de protección oficial experimentales que siempre ganan premios y concursos de arquitectura, pero no generan un efecto copia.

Las ciudades del futuro, según la IA

Como catalizador de un cambio de paradigma, la Inteligencia Artificial puede romper los moldes del diseño, facilitando fórmulas novedosas para distribuir el espacio, nuevos materiales y estrategias constructivas inéditas que además sean eficientes. En el ámbito del urbanismo la IA podría analizar patrones de movilidad, contaminación acústica y estrés en la población para diseñar ciudades más sensibles a nuestras necesidades. Por ejemplo, optimizando la ubicación de parques urbanos, como apuntaba el estudio del ISGlobal, asegurando que los espacios verdes fueran accesibles para un mayor número de individuos.

También, es probable que se generen espacios amigables que oxigenen nuestros sentidos usando tecnologías de realidad virtual. Un estudio titulado Espacio neuroinmersivo: neuroarquitectura virtual adaptativa generada por IA centrada en el usuario, publicado por el Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña, investiga cómo la realidad virtual y la inteligencia artificial pueden diseñar espacios virtuales adaptativos mediante el análisis datos biométricos que responden a los estados emocionales.

En lo puramente constructivo, mediante algoritmos de diseño generativo, se pueden crear múltiples versiones de un edificio optimizando variables como la luz natural, la creación prioritaria de zonas vegetales, la acústica o la distribución espacial. Todo ello, sin perder de vista la rentabilidad económica y el cumplimiento de las extremadamente rígidas normativas administrativas. Así, apretando al botón enter una y otra vez hasta que el modelo ideal aparezca en la pantalla y su construcción tridimensional pueda cambiar la programación de nuestro cerebro.