Los artistas emergentes más destacados (XI): iconografía religiosa, altares y animales salvajes
Por Diana Arrastia Fotos Fernando Puente
Continuando con nuestra serie de artistas emergentes más destacados, hablamos con Julio Galindo, quien reinterpreta los conceptos de lo religioso y lo espiritual a través de una mitología propia. De esta forma, el escultor cerámico eleva a los altares temas que considera sagrados.
El arte, para Julio Galindo (Llerena, Badajoz, 1988), es elevar la obra de uno a lo sagrado. Si clarificamos este pensamiento, “el arte es crear altares”, según sus propias palabras. “Me apropié de la iconografía y los discursos religiosos para dar importancia a las cosas de las que quería hablar e impregnarlas de esa santidad. Se trata de no limitar estos conceptos a lo religioso, sino de aplicarlos a nuestra vida diaria. Por ejemplo, hacía un animal y le ponía unas velas y unas cruces y, de repente, se convertía en un altar que hablaba de otra cosa. Al final, el arte es una especie de ritual sagrado que convierte en importante algo que aparentemente no lo es. Yo creo que tiene algo muy mágico y chamánico”, dice.
Poco a poco, el escultor cerámico ha ido creando una mitología propia que explora términos como lo sagrado, lo espiritual y lo religioso. Que pone en tela de juicio valores culturales de la sociedad en la que se crió. Que subvierte nociones como la de santidad mediante propuestas iconográficas que muestran lo que él considera verdaderamente místico. Su intención es mostrar que existe la posibilidad de encontrar aspectos profundamente existenciales en nuestro entorno inmediato, lo que pasa por elevar al nivel de sagradas cosas que no lo son, pero que quizás deberían serlo. Esa mitología es la que Galindo quiere seguir explorando en la exposición que ahora prepara, a un año vista, para Santa Catalina, una iglesia desacralizada en el corazón de Badajoz. También una suerte de hábitat natural para sus piezas.
“Tengo claro que quiero abordar en ella la temática mitológica, por aquello de que he creado con mi trabajo mi propia mitología. Estoy ahora haciendo bocetos. Tengo muchas ganas de exponer en mi tierra y, más aún, en este espacio. ¡Estoy deseando vestir la iglesia con mis cosas! En Saint-Gaudens, Francia, ya lo hice en la exposición Hasta la madrugada en Chapelle Saint-Jacques centre d’art contemporain, junto a Julio Linares, Cristina Mejías y Belén Rodríguez. Ahora, la iglesia es para mí solo”, bromea.
Temáticas sacralizadas
Nada tienen que ver sus obras con el discurso religioso o lo sagrado tradicional. La sacralización de sus esculturas es absolutamente personal y propia. También los temas que “alza” hasta los altares con su obra. “Las temáticas dependen un poco de la exposición. Sí que hablo mucho de nuestra relación con la naturaleza, de mi preocupación con todo lo relacionado con el cambio climático, de ecología… Me preocupa también mucho la violencia, cómo se ejerce hacia ciertos colectivos y desde dónde. Siempre estoy planteándome cómo va a ser el futuro, hago mucho el ejercicio de pensar cómo vamos a ser nosotros en equis tiempo. Soy pesimista con todo lo que estoy viendo”.
Los títulos sus exposiciones son siempre explícitos: La carne, el sacrificio, el ritual, en La Galería Factoría de Madrid; Niños Niños Futuro Futuro, junto al artista Julio Linares, en Espositivo Madrid; Alimañas estivales, también junto a Linares, en Diwap Gallery en Sevilla o La caza del Tigre en el Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada. Y así ha seguido siendo en años recientes.
En La liturgia de las aves –su primera exposición individual en la galería Veta de Madrid–, puso a volar a docenas de pájaros sobre una hoguera. En Post-apocalipsis –la segunda– imaginó cómo sería el mundo 10 años después de que el último ser humano hubiera desaparecido y lo plasmó en sus animales salvajes. Una alegoría sobre un futuro próximo que cuestiona nuestra existencia y la huella que dejamos como raza en el mundo y el ecosistema. En La rave de dios –su última exposición– representó la última fiesta de la humanidad a través de figuras religiosas sometidas a un mundo nocturno lleno de excesos que celebran la vida como nadie. Los símbolos religiosos son aquí reinterpretados. Por primera vez, el artista trabajó esculturas de personas, un formato más grande del acostumbrado y también un reto técnico enorme.
Michi con Ofrenda, 2024
Moscóforo, 2024
Lamentación, 2024
Devota, 2024
Kudú, 2022
Portador de Luz, 2024
Lucha a caballo, 2022
“Más o menos dominas la anatomía, los colores... Pero claro, aplicarlo de repente a una escala que se te va, que no controlas... Hemos tenido que inventar métodos aquí, en el taller, para conseguirlo. Durante el proceso de construir las piezas, estas se derrumbaban dos o tres veces, hasta que al final conseguíamos levantarlas. Y hasta el último día no las había ensamblado. Siempre, con el miedo de que todo encajara. Por todo esto, ahora, la exposición en la que estoy trabajando es técnicamente más tranquila”.
En la obra de Julio Galindo primero surge la narrativa: el hilo conductor que englobará a todas las piezas de la exposición. Luego viene la técnica y, con ella, la complicación. “Hemos estado trabajando con piezas en vacío, es decir, levantando solo las paredes, porque, si son más gruesas de 2 cm, estallan en el horno. Pero nos hemos dado cuenta de que no funcionaba tan bien como queríamos, así que hemos descubierto que solo podemos trabajar con las figuras macizas, que es más fastidioso”. Se explica. “Tienes que levantar la figura maciza, vaciarla, pincharla por dentro para que no estalle, volver a montarla, hacer los detalles, decorar con engobe, cocer una vez, esmaltar y cocer otra vez. Y, a veces, montar la pieza. Mi horno es chiquitillo y en ocasiones tengo que hacer la escultura por partes”. Para cocer las piezas más grandes, ha encontrado buenos aliados. “Lo que hago es coger las piezas crudas, meterlas en cajas con mucho cuidado y llevarlas a La Industrial Fab de Madrid o a mi pueblo, Llerena, donde el ceramista Tino Martín tiene un horno como una habitación de grande”.
De la pintura matérica a la escultura cerámica
Lo de moldear con las manos le viene desde niño, cuando jugaba a crear formas con plastilina. Llegó después la carrera de Bellas Artes en Sevilla, ni rastro de la escultura. “Yo estudié Pintura y luego Diseño y Grabado, hasta que di una clase suelta de cerámica en la universidad y me di cuenta de que ese era mi medio. Lo reconfirmé después, durante mi Erasmus en Florencia, cuando me encontré con que me dejaban total y absoluta libertad y pude desarrollar mi lenguaje. Como pintor, siempre estaba buscando volumen en mi pintura, que fuera cada vez más matérica, pero no conseguía hacer lo que quería. Y de repente un día me encontré con la cerámica. Necesitaba materia en mi obra”. Una vez terminada la carrera, trabajó como ayudante de la ceramista, diseñadora y escultora María de Andrés. El resto se hizo solo.
Ahora, Julio Galindo ha esculpido su propia voz. “Hay gente que, en alguna ocasión, se ha ofendido con la iconografía religiosa que utilizo en mis obras. ¡Nada más lejos de mi intención! Mi madre y mi abuela son muy religiosas, yo soy ateo como un demonio, pero respeto que la gente crea. Mi discurso no va por ahí, sino por investigar en mi propia mitología y contar a través de ella las cosas que me importan y me preocupan”.