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Pablo Genovés: “Todo arte es político”

Por Pilar Gómez Rodríguez Fotos Fernando puente
Pablo Genovés. Foto: Fernando Puente

Que el arte tiene muchas lecturas parece una obviedad, pero no lo es tanto: solo el buen arte las tiene. Las obras del fotógrafo madrileño Pablo Genovés hablan de una civilización devastada y una naturaleza devastadora.

En El último hombre de Mary Shelley, una devastadora peste y apocalípticas fuerzas naturales arrasan con todo, obligando a los personajes a vagar por la ruina del mundo a la búsqueda de condiciones más benignas. “Ya no nos asombrábamos ante estos acontecimientos ni ante otras exhibiciones, aún peores, del cambio: cuando un palacio se convirtió en una simple tumba, impregnada de fétidos olores, cubierta de muerte…”, se lee en la novela, considerada uno de los primeros ejemplos de distopía. Se publicó en 1826 y está ambientada cronológicamente en el último cuarto del siglo XXI. No queda tanto.

Cualquiera de las 31 obras de Pablo Genovés que componen la muestra Reforzar los diques —hasta el 22 de marzo en la galería Fernández-Brasso de Madrid— serviría para ilustrar esas líneas y el espíritu de dicho libro. Su autor es ese último hombre que contempla una civilización devastada por su propio descuido, por su desidia, negligencia y por su ambición depredadora. La ola la devastó. La ola la anegó. Hablamos de naturaleza y cambio climático, claro, pero también de otras olas con el fotógrafo.

Su arte es político, aunque no responda a la idea habitual de arte político. Denuncia, evidentemente, temas como la pasividad medioambiental ante las catástrofes climáticas e invita a reflexionar y a actuar. ¿El artista debe ser reivindicativo siempre y necesariamente de su propia época?

Siempre lo haces como artista, hasta siendo abstracto. Pollock también refleja su época. Quieras o no, va ligado a esta sensación o necesidad que tenemos los artistas de tener que contar. Y… ¿qué cuentas?, pues lo de alrededor. Yo creo que todo arte es político, en realidad, siempre que entiendas la política no como el politiqueo —que es la parte fea—, sino como algo más: las ideas del futuro, los análisis del pasado, de la historia… Eso es la política para mí y este trabajo es político de manera consciente.

“El entramado del arte decide qué es bueno y qué no, contaminado por el mercado”

La mezcla es maravillosa e inquietante a la vez. Eso de que el texto del catálogo de esta exposición lo haya escrito un científico como José Manuel Sánchez Ron... ¿Qué buscaba con este aunar ciencia y arte?

La colaboración la sugirió la galería y me pareció muy buena idea. Además, recuerdo que en Inglaterra expuse en Saint Paul, en la catedral, en una muestra que tenía que ver con el cambio climático. Entonces tuve la ocasión de hablar por primera vez con un científico, con alguien dedicado a esto que me dijo que llevaba desde los 18 años viajando al Polo Norte, a la Antártida, y que allí siempre se movían en esquís diez, quince días para alcanzar una de las bases de su trabajo. De esto hace ya tiempo, por lo menos diez años, y me dijo que, también por primera vez, no se los habían podido poner porque no avanzaban: habían ido andando. Ahí tuve esa sensación: se me ocurrió que algún científico tendría que ocuparse alguna vez de mi trabajo, de mis fotos. Y es que el arte habla de ensueños, de ideas que tienen que ver, muchas veces, con la realidad, pero no son la pura realidad… Para alguien que viene de la ciencia es al contrario: todo ha de ser probado, comprobado… Me parecía bonita esa mezcla, jugar a ser un poco científico, porque, de alguna manera, los artistas compartimos con los científicos la investigación, el hecho de centrarnos y especializarnos en un tema que, por pequeño que sea, se convierte en algo muy profundo, donde ahí cada uno encuentra un camino.

¿Cuándo se le ocurrió la idea?

En 2008, quizá un poco antes. Y fue porque me dije: “Yo tengo que hablar de esto que, claramente, va a pasar”.

¿Por algo en concreto?

No recuerdo nada concreto, pero sí el momento en el que pensé que debía darle voz a esto desde el lado estético. El lenguaje visual, pensé yo, puede hacer que la gente se acerque, de modo que tenía la idea de ser didáctico. Ahora estoy haciendo un trabajo un poco más difícil, yéndome a sitios un poco más complejos, donde quizá tienes que tener cierto bagaje artístico.

Chandelier, 2017
Chandelier, 2017
La Nube Dos, 2014
La Nube Dos, 2014
Antesala, 2009
Antesala, 2009
Bóreas Viento del Norte, 2009
Bóreas Viento del Norte, 2009
El olvido de los vencidos, 2013
El olvido de los vencidos, 2013
La línea del tiempo, 2019
La línea del tiempo, 2019
Juicio Final, 2011
Juicio Final, 2011

Acábeme la frase: va un negacionista del cambio climático a la exposición de Genovés en la galería Fernández-Braso y…

No sé. Supongo que los habrá, y los hay, que te dicen que el planeta ya se enfrió y el planeta se calentó… Pero, claro —puedes coger cualquier libro de divulgación— son tiempos muy muy largos, no es en un siglo cuando sucede todo. Ahora sale uno con que la tierra es plana… Bueno, pues para eso ya se subió un señor a un cohete y desde allá arriba se hizo la foto que da fe de que la tierra es redonda. Yo juego mucho con ese valor de la imagen como testimonio. Es curioso el efecto que encuentro. Por ejemplo, en muchas de estas fotos el borde sangra más de lo debido a propósito, para que se vea que es un montaje digital. Bueno, pues es increíble la capacidad que tiene el ser humano de creerse solo a sí mismo: a pesar de que el autor te dé pistas o subraye eso que acabo de contar para que sepas que es una mentira, tú te lo sigues creyendo. Eso me encanta. Ese jugar desde dos sitios a la vez… Eso va unido al arte por completo; la capacidad de ensoñación que tiene el ser humano.

Cambio climático, catástrofe medioambiental… Son términos que se repiten —los repetimos los periodistas— cuando tenemos que hablar de usted y su obra en los últimos años. ¿Hay algo que a usted le parezca relevante, que no tenga que ver con esto, que estemos pasando por alto y que a usted le gustaría remarcar?

Sobre esto me gustaría decir que el artista, un buen artista, lo que hace es sugerir. Y nada más. Cero ideas. A mí me gustaría decir: “He hecho esto, ahí lo tienes, míralo”. Ese es el proceso, para mí, correcto del arte. Es decir, yo no hablo: yo hago imágenes. Te cuento una anécdota: una vez una mujer se llevó una de estas fotos y me dijo que se acababa de divorciar y que veía en ella, reflejado, su matrimonio. Ni cambio climático, ni… Lo cuento porque es extraño, pero es bonito porque, en realidad, significa que abres el campo tanto que la obra ya vale para todo. Al menos, es lo que me gustaría.

También pienso que todo en los humanos está interconectado. Es decir, la actitud que tengas con respecto a tu pareja, a tu matrimonio es parecida a la que puedes mostrar con el cambio climático o con la digitalización del mundo o con la tiranía de las redes. Es decir, todas esas cosas que yo creo que pueden estar ahí —en las imágenes—, tienen mucho que ver con tu vida privada. Todo está unido. No puedes decir, no, yo solo hablo de esto. Mira esa obra —y señala una obra gráfica de Chillida— donde se juntan esas líneas… ¿Qué son? Pueden ser todo: puede ser la vida, el nacimiento… Puedes imaginar lo que quieras y eso es lo bonito: dar con una forma lo suficientemente sugerente como para que puedas imaginar mucho gracias a ella. Si la forma es mala, no imaginas nada. Eso es lo que diferencia un artista bueno de uno malo.

La cosa se complica después porque también está el entramado del arte que decide que una cosa es buena y otra no, contaminado por el mercado…Y luego están las modas, también, y la dificultad o el miedo de decir el rey está desnudo o que un artista hace siempre lo mismo o que tiene una receta para vender.

Sus imágenes nos sitúan ante una especie de “última llamada”. ¿Cree posible que esta última llamada sea atendida? De otra manera, ¿hay algún lugar para la esperanza en medio de toda la destrucción que reflejan sus obras?

Mi hermana me regaña si hablo de tirar la toalla pero, en realidad, no lo digo yo. Lo ha escrito el catedrático Sánchez Ron en el prólogo al catálogo y él conoce los datos y los indicadores científicos... Ojalá que no. Ojalá tengamos una sorpresa y encontremos una fuente de energía… Tendría que ser muy revolucionaria para nutrir este crecimiento de locura que tenemos, con toda esa energía que parece que gasta la inteligencia artificial en cada consulta, en cada imagen… ¿Y para qué? ¿A dónde queremos llegar?

¿Cuál es su cámara favorita o la que más usa?

Tengo muchas cámaras, pero ahora disparo con el móvil. Me gusta en raw, por ejemplo, que es como la continuación de un analógico precario o no del todo bien hecho. Lo estoy usando bastante.

¿Para algo que tiene que ver con esta temática?

No. Con ella, como decía, empecé en 2008 y estuve trabajando hasta 2019, hasta que llegó la pandemia, a caballo entre Madrid y Berlín. Gran parte de estas obras la hice en Berlín y fue una época muy buena, de una gran efervescencia, pero ya paré.

¿Cuáles son sus referencias en la literatura?

Pues ahora, con esto de la inteligencia artificial, he leído tres o cuatro libros de Éric Sadin, que es un filósofo francés. Y también me gustó mucho La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf y la revisión del mito de Robinson Crusoe que hace Michel Tournier en Viernes o los limbos del Pacífico y, en su momento, El mono desnudo también… Leo, leo bastante y sobre antropología e historia leo mucho y con mucho gusto.

¿Nos puede adelantar algo de sus nuevos trabajos?

Estoy investigando alrededor de los objetos que quedan al final de una civilización y su confrontación con las obras de arte. Si un objeto decorativo puede ser una obra artística, cómo interactúa con ella… Por ahí voy, pero, vamos, de forma muy libre.

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