Las obras de Fernando Barrios Benavides recuerdan a los yacimientos arqueológicos. Consisten en representaciones con distintas capas superpuestas, de modo que permiten ver en ellas todo lo que ha ocurrido en el lienzo desde el comienzo. Cuanto más antiguos son los hallazgos descubiertos, a mayor profundidad se encuentran.
A su vez, cada una de estas decisiones artísticas viene motivada por aspectos de su rutina, de su vida, de la poesía que lee o de la música que escucha. “A veces, mientras pinto, parece que he cubierto algo por completo, pero nunca es así” explica el artista. De este modo, siempre queda un rastro de todo lo que ha ido ocurriendo sobre el lienzo bajo las distintas capas de materiales, de igual modo que los restos arqueológicos de épocas anteriores quedan cubiertas por las de etapas posteriores, pero permanecen bajo su superficie.
Benavides utiliza como materia prima sus vivencias personales. Es por esto que habla de temas como la relación actual entre el individuo y los espacios que ocupa, las ciudades en las que vive y el urbanismo que le rodea. “Mis obras son, en gran medida, como diarios. A mí me afecta mucho el entorno, por eso es un tema tan importante. Por eso, por ejemplo, he pintado obras muy distintas en cada uno de los estudios en los que he trabajado”.
Esta vinculación con el urbanismo le ha llevado a realizar esculturas con escombros –la mayoría encontrados de camino a su anterior estudio– y a añadir a sus cuadros materiales de construcción como el hormigón. Todo esto tiene como resultado que sus obras sean, en cierto modo, estéticamente similares a un muro. Estos recuerdan, de hecho, a esas fachadas que vemos en las calles de cualquier ciudad, llenas de carteles que anuncian espectáculos o conciertos, y que han sido pegados sobre infinitos restos.
Tanto los cuadros de Benavides como esas fachadas recuerdan al retrato de las ciudades contemporáneas que esbozan, esta vez con palabras, filósofos como Byung-Chul Han o Isabella Guanzini. La pensadora y teóloga italiana, en su libro La ternura, describe las metrópolis actuales como lugares cargados de historias y de estímulos que, por un lado, ofrecen al individuo infinitas posibilidades y promesas de libertad, mientras que por otro le confunden y hastían con tanta información.
Si uno le pregunta al artista cuándo da una obra por terminada, este responde que “nunca lo sé hasta mucho tiempo después. Tengo que dejar de ver las obras por un tiempo, volver a ellas y reflexionar hasta que creo que son un todo cerrado, pero nunca es algo que sucede pronto”.