Louis I. Kahn, el arquitecto místico que tiene mucho que ver con The Brutalist
Por Mario Canal
La arquitectura como arte espiritual, la búsqueda de una verdad absoluta en la luz, los secretos oscuros de una vida dedicada a su profesión y las formas rotundas de sus edificios, transpiran en la película dirigida por Brady Corbet
Oficialmente, el director de The Brutalist no se inspiró directamente en ningún arquitecto para construir el personaje de László Tóth, interpretado por Adrien Brody. El protagonista dibuja aristas en su personalidad que sería difícil encajar en la vida real, como el consumo sostenido de opiáceos durante décadas. Una adicción brutal incompatible con la vida ordinaria, pero que sirve para mostrar el intenso dolor emocional que el personaje arrastra a lo largo del metraje. Sin embargo, otros muchos aspectos biográficos y artísticos de Tóth sí que pueden trazarse desde la ficción a la realidad, y viceversa.
Igual que el protagonista, hubo muchos arquitectos –judíos o no– que huyeron del nazismo y la II Guerra Mundial hasta los EEUU. Richard Neutra, Rudolf Schlinder, Mies Van der Rohe, Walter Gropius o Marcel Breuer, por ejemplo. Todos ellos llevaron la modernidad bajo sus brazos. Las líneas puras del racionalismo y el denominado Estilo Internacional. Pero hay uno que traspasa la vida real y se transfiere a la pantalla con la fuerza y visión que le caracterizaron. Louis Isadore Kahn (1901-1974). El arquitecto judío que entendía su trabajo como una forma de expresión mística del arte y dibujó, con el puñado de obras que levantó, las líneas básicas de lo que conoceremos como brutalismo.
Además de heroinómano, Tóth se nos presenta en The Brutalist como un arquitecto nacido en 1909 que, tras pasar por la Bauhaus de los primeros años, construyó alguna sinagoga, biblioteca y residencia privada en su país natal, Hungría, y acabó encerrado en el campo de concentración de Buchenwald. Llegado a Nueva York a principios de los cuarenta, en lugar de dirigirse al primer estudio de arquitectura importante para pedir trabajo decide purgar sus heridas y angustias colaborando con un familiar en su negocio de muebles domésticos perdido en un barrio de Filadelfia, la ciudad de Louis Kahn.
Para actualizar el estilo de la tienda construye una serie de piezas tubulares similares a las creadas en torno a 1927 por Mies van der Rohe y Marcel Breuer. Llama la atención que quince años después de que se comercializaran las sillas tubulares, pudieran presentarse como algo original. Sin embargo, estos diseños le permiten conseguir un encargo más grande para un acaudalado abogado, interpretado por Guy Pierce, cuyo hijo le pide remodelar una biblioteca de vetusto estilo decó para darle una sorpresa a su padre.
Es en este proyecto en el que vemos la primera gran semejanza entre Tóth y Kahn. Entre la biblioteca de perspectiva lanzada con espectaculares branquias del film y la proyección de edificios paralelos que se pierde en el horizonte marino del Salt Institute que Kahn levantó en Los Ángeles en 1973. La que muchos consideran la mejor obra del arquitecto.
El genio de la cara marcada
Louis Kahn –al que todos llamaban Lou– había nacido en la actual Estonia y se trasladó a EEUU a principios de siglo, en torno a 1904 huyendo de la guerra ruso-japonesa a la que su padre intentaba evitar ser alistado. Recién llegados, su padre muere y el joven, muy dotado para las artes, vende dibujos y toca el piano en las sesiones de cine mudo. Bajito –medía 1,60 cm–, con las cara y las manos llenas de cicatrices por un accidente que le abrasó la piel cuando era niño, gafas de culo de vaso y pelo rubio casi blanco el joven Kahn consigue una beca y estudia arquitectura en la Universidad de Filadelfia.
Desde entonces y hasta que cumple unos cincuenta años, Kahn pasa por varios estudios de arquitectura y levanta algunas casas particulares y bloques de viviendas, pero su estilo de grandes volúmenes y formas geométricas rotundas no emerge hasta que pasa un tiempo en Europa, como residente en la Academia Americana en Roma, en 1950, y descubre la arquitectura clásica de Grecia y Roma, la arquitectura Románica y también la egipcia. Cuando, en sus propias palabras, “descubre la luz”.
Su primer gran encargo lo recibe de la Universidad de Yale, donde había comenzado a dar clases en 1947. Aquella epifanía sobre la luz le lleva a construir una galería de arte de forma cúbica y exteriores de cristal. A pesar de haberse mostrado crítico con la arquitectura de “cubos rígidos” de sus coetáneos –que a él le cuesta reproducir–, según recuerda su gran amigo Philip Johnson, el edificio desde el exterior muestra precisamente eso: un enorme cubo que en su interior guarda secretos circulares y triangulares que lo hacen profundo y dinámico. “Lou era el arquitecto más apreciado de nuestro tiempo” comenta a renglón seguido Johnson en el documental que realizó el hijo de Kahn en 2003. “Frank Lloyd Wright era muy esquivo para poder quererlo, con Mies van der Rohe ni siquiera podías hablar, Le Corbusier era mezquino… Lou era un gran hombre”.
Al igual que en el film, donde la mujer de Tóth trabaja para que él pueda dedicarse en cuerpo y alma a su arte, la mujer de Kahn lo hace en un laboratorio químico mientras crea su propia firma de arquitectura y los encargos no llegan. Lou nunca tuvo muchos clientes porque era muy duro con ellos, rasgo que reconocerán en el personaje de ficción quienes hayan visto la película, y defenderá sus proyectos con testarudez y pasión.
En el film, el protagonista convence al magnate para levantar una obra mayúscula sobre una colina. Una mole brutalista que aplasta la belleza del paisaje y cuya secuencia en la que se llevan la maqueta en volandas incluso da risa. Hay que decir que los diseños de la película fueron realizados por IA. Aunque el experto en arquitectura Jean-Louis Cohen asesoró al director, falleció hace dos años, por lo que quizás no pudo supervisar todos los detalles visuales e históricos de la película.
Hay desajustes en este sentido importantes en el film, como los mencionados muebles tubulares creados quince años después de su comercialización, así como el propio edificio que levanta Tóth, que no tiene la audacia de la arquitectura moderna que se realizaba en EEUU a mediados de los años cuarenta. La arquitectura, en esos años y principios de los cincuenta, era una disciplina muy apreciada en aquel país.
Existía mucha información y numerosos ejemplos de edificios vanguardistas ya a partir de los años veinte. La Casa Ennis (1924), de Frank Lloyd Wright, inspirada en los templos Mayas, ofrecía un perfil brutalista dos décadas antes de la supuesta proeza del protagonista del film. De hecho, ambas se parecen bastante: son un mazacote de cubos -maravillosos en el caso de Wright–, aunque el proyecto de ficción tiene unas torres para señalar el carácter religioso del edificio, que además contiene un gimnasio, una auditorio y una biblioteca. La escala de ese grupo informe, en cualquier caso, es excesiva y por ello fallida.
En la vida real, Lou Kahn sedujo al doctor Jonas Salt para el Instituto de Estudios Biológicos que el científico quería construir en La Jolla, California. Un complejo de oficinas, laboratorios, estudios y bibliotecas que se proyecta sobre el mar con dos edificios que corren en paralelo y parecen querer encontrarse en la línea del horizonte, separados por una superficie de hormigón en el centro.
Lo que en principio iba a ser un jardín que mediara entre ambos brazos terminó siento una superficie dura cuando el arquitecto mexicano Luis Barragán visitó las obras y dijo: “Pero esto es una plaza” –en español–. También evidenció las reminiscencias del complejo con una pintura existencialista de Giorgio de Chirico y convenció a Kahn para que dejara la plaza en lugar del jardín. Si se preguntan dónde surgió el prestigio estético de tantas plazas de cemento que sufrimos hoy en día en nuestras ciudades, aquí tienen la respuesta.
Misticismo, arquitectura y secretos
“Desde el principio buscó la simetría, el orden, la claridad geométrica, el poder primitivo y el peso enorme que puede alcanzar la arquitectura”, explica en el documental Vincent Scollish, que fue amigo de Kahn en Yale, donde ambos dieron clases.
“Quería hacer edificios que estuviesen a la altura del tiempo. Quería hacerlo todo perfecto. En el misticismo judío Dios solo puede ser conocido por sus obras y como el mesías aún no ha llegado, el trabajo de cualquier arquitecto judío puede ser una obra de Dios. Cuando ves las fotos de Louis, mirando hacia la luz de sus arquitecturas y disfrutando del silencio, te da escalofríos porque pareciera comunicarse con ese “algo” fundamental. Dios está en su trabajo. Debía ser perfecto, no podía ser impaciente sino eterno”.
En The Brutalist, la vida y la obra de László Tóth también está atravesada por la religión judía, por el misticismo, por la verdad revelada en los muros y los volúmenes de la arquitectura. El arte es una forma de llegar a Dios para el protagonista y parece incluso que su voluntad de levantar aquel edificio inmenso constituye una forma de purgar sus pecados, sus secretos, su adicción, la angustia existencial de quien sobrevivió al holocausto tras ser testigo del Mal, con mayúscula.
Louis Kahn poseía también esa misma fuerza interior que alimentaba un poder superior, el impulso de quien puede ver más allá de las limitaciones humanas. También tenía secretos. Además de con su primera mujer, Esther, compaginó dos relaciones más en el tiempo, con las que tuvo descendencia. Una mujer que trabajaba en su firma arquitectónica y otra más, con la que Kahn tuvo un hijo –el realizador de My architect, Nathan Kahn–, cuando tenía sesenta años. Todas ellas las mantenía en secreto.
Su ajetreada vida la compaginó con una serie de grandes proyectos sobre los que tenía control artístico absoluto. Los Laboratorios Richards en Filadelfia (1957-65), la magnífica Primera Iglesia Unitaria de Rochester (1959-69), el Hospital Shaheed Suhrawardy (1962-74), en la actual Bangladés, el Instituto Indio de Gestión en Ahmedahbad (1962-74), la Biblioteca de la Academia Phillips Exeter (1965-72), el Museo de Arte Kimbell (1967-72) o la Asamblea Nacional de Dacca (1962-74) en la actual Bangladés.
Todos ellos forman una excelente colección de obras donde los grandes volúmenes geométricos, los vacíos, las formas puras rectas y curvas y los materiales vistos –ladrillo y hormigón– podrían haber sido el prompt que el director de la película ingresara en Chatgpt para crear artificialmente las imágenes que aparecen al final de la película. En una secuencia que se desarrolla en la Bienal de Venecia donde se celebra la obra del gran Laszlo, pueden verse los croquis de los edificios que levantó a lo largo de su vida. Una excelente colección de obras donde los grandes volúmenes geométricos, los vacíos, las formas puras rectas y curvas y los materiales vistos –ladrillo y hormigón–, invitan a pensar en él, en Kahn, como el creador del brutalismo.