Un Barceló más decorativo y con menos fuerza expone en la galería Elvira González
Por María de la Peña Fernández-Nespral
El artista mallorquín vuelve a Madrid con una serie de obras que giran, de nuevo, sobre los toros y los peces. En esta ocasión, sin embargo, lo hace con menos fuerza y resolución, como si se le hubiera agotado la motivación de tanto pintarlos.
Cada vez que Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) expone en Madrid, la ciudad se vuelca con él. La galería Elvira González conoce muy bien su efecto en los coleccionistas madrileños, por eso son tan importantes tanto el día anterior como el de la inauguración de sus exposiciones.
En la que ya es su cuarta muestra en solitario en esta sala, hoy capitaneada por las dos hijas de Elvira González, Elvira e Isabel Mignoni, el artista mallorquín ha reunido 9 pinturas, 24 cerámicas y 13 acuarelas. Un conjunto de piezas que giran en torno a dos de sus grandes temáticas: los toros y los peces. Por su parte, la galería ha añadido las flores como tercer constante, más presente en la obra en papel.
La primera sala está dedicada a los toros. Barceló ha vivido desde muy cerca el mundo taurino, siguiendo a toreros míticos como Esplá, José Tomás, Curro Romero u Ordoñez. Se siente tan identificado con ese mundo que llegó a decir que “los gestos del pintor son iguales que los del torero”. En su taller de París es donde más se concentra su obra en torno a la tauromaquia, donde continúa realizando series de grabados. También realizó carteles de corridas míticas como el de la última en la Monumental de Barcelona. Es un tema repetitivo en su obra, “un poco provocador y agónico”. Tanto el grabado como los toros, afirmó Barceló, “están en las últimas”.
En la exposición, sin embargo, no hay grabados, sino varios óleos de medio y gran formato de plazas con el torero en acción. Asimismo, en la última sala se incluyen dos platos con forma de plazas de toros con menos fuerza y resolución que otros que ha hecho, como si se le hubiera agotado la motivación de tanto pintarlos.
Toda esta obra reunida de la tauromaquia es bella porque la obra de Barceló es como la de Picasso, no escapa a la belleza y a una estética ya muy asentada. Pero el conjunto de cada obra no funciona. No se encuentra la visceralidad, el dramatismo, lo primitivo y ancestral que lo conectó con esta temática. No transmite la emoción pura que tienen otras de sus obras. Hay que recordar que Barceló pasó a ser el artista español vivo más cotizado en 2011 cuando su cuadro Faena de muleta se vendió por 4,5 millones de euros.
En la segunda sala se ven varias cerámicas en forma de máscaras y peces. Las máscaras también son recurrentes en su obra, a veces, llevándolas al autorretrato. No las hace sistemáticamente, pero recurre a este género en momentos de “confusión y cambio”. A lo largo de los años, la obra en cerámica de Barceló se ha vuelto cada vez más extensa y ha cobrado una importancia que se acerca a la de su pintura. Le gusta experimentar con ella, el efecto sorpresa cuando sale del horno. De hecho, recientemente ha estrenado un nuevo taller en Mallorca, solamente para producirla.
Es indudable que sigue siendo una obra bella y ciertamente estética, pero las que se han seleccionado para esta muestra distan mucho de las expuestas en La Pedrera de Barcelona el año pasado salvo un par de máscaras, una morera y un pez grande de 2018. Entonces, el espectador pudo ver el nacimiento de su obra en barro que inició hace más de 30 años, experimentando durante sus viajes y estancias en Mali y su sucesiva transformación hasta hoy. Obviamente existe una evolución, pero por el camino, Barceló se perdió en una obra sin alma, sin la fuerza de su obra anterior. Él dice que sus cerámicas son la extensión de su pintura, y es verdad que muchas tienen un componente pictórico maravilloso, probablemente lo mejor de estos barros.
La última y tercera sala por su parte agrupa piezas en papel, acuarelas muy parecidas a las expuestas en sus últimas muestras, una de ellas con motivo de su viaje a la isla de Kiwayu, en Kenia. Todas tienen un cromatismo absolutamente atractivo a la vista, con una paleta nueva, de colores muy vivos, casi flúor. Y también varios lienzos, muchos de gran formato con el mar, la fauna y la flora como sus temáticas favoritas.
A estas alturas de su carrera Barceló es uno de los artistas más reconocidos del mundo, el único creador vivo que ha expuesto en el Louvre, en la Bibliothèque Nationale de France en París, que ha sido recibido en Japón como un auténtico maestro, que ha hecho una performance en el Prado, un mural en la catedral de Palma, una cúpula en la ONU en Ginebra…Uno se pregunta qué momento vive después de esta brillante carrera que comenzó de forma autodidacta en Felanitx al lado de su madre, Francisca Artigues, fallecida hace menos de un año.
Desde luego, su mirada sigue siendo la de un niño de 68 años, con su forma destartalada de vestir, con la misma cálida timidez, su alegría de vivir, pasión por Proust, por los clásicos, por el Prado… Sabe muy bien que pintar es inevitable y que existen épocas mejores que otras. ¿Estará sucumbiendo a la demanda de una sociedad cada vez más desviada hacia el entretenimiento, hacia un arte sin profundidad pero que decora muy bien las casas? ¿Habrá perdido la libertad de crear sin las ataduras del mercado?
Quizás en la galería que le representa en París, Thaddaeus Ropac, el público espere otro tipo de obra, esa a la que realmente está acostumbrado el amante y conocedor de Barceló, la que le ha hecho ser el gran artista que es, el Barceló auténtico.