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Adiós a Helga de Alvear, la gran defensora de la libertad creadora

Por Sol G. Moreno
Helga de Alvear

Ha sido una apasionada del arte emergente (y también del más polémico). Tras su fallecimiento, la coleccionista, galerista y maravillosa persona deja un legado que va mucho más allá del museo que lleva su nombre.

Contaba Helga de Alvear que su padre le dijo una vez: “Si haces una cosa, que sea de la mejor forma posible”. Ella siguió su consejo y, guiada por esa mentalidad eslava, comenzó a coleccionar arte. Y no le fue nada mal porque poseyó una de las mayores selecciones de piezas contemporáneas de Europa.

Su “vicio”, hasta sus últimos años, siguió siendo el de comprar arte actual, el que habla del ser humano, con sus luces y sus sombras. “Me interesa porque habla de nuestro tiempo y de nosotros mismos”, decía. Un arte a menudo comprometido, social y radical del que llegó a atesorar hasta 3.000 piezas con nombres de primer nivel como Olafur Eliasson, Ai Weiwei, Louise Bourgeois, Thomas Struth, Gilbert & George o Jean Dubuffet.

Vino a España para aprender el idioma con apenas 21 años y se quedó por amor, pero no precisamente a la tierra. Porque cuando llegó a finales de los años cincuenta, ella era una joven educada en la Europa libre y sufrió un shock al ver lo cerrada que era la sociedad franquista. Entonces conoció al arquitecto cordobés Jaime de Alvear y se enamoró. Aquí es donde formó su familia y donde desempeñó un papel inestimable en el desarrollo del mercado del arte contemporáneo español.

Sus inicios en este mundo fueron en 1967 junto a Juana Mordó, la mejor maestra que podía haber tenido para iniciarse en esta disciplina, en pañales por aquel entonces en nuestro país. Al principio Helga no tenía ni idea de movimientos culturales actuales, pero la necesidad de ocupar su tiempo mientras su marido viajaba construyendo casas le introdujo en un mundo que le fascinó y abdujo a partes iguales. Su faceta como galerista enseguida tuvo que competir con la de coleccionista, desde que adquirió a plazos aquella primera pintura de Zóbel hace ya casi sesenta años. Su pasión era tal, que cada vez que acudía a una nueva edición de ARCO, los compañeros apostaban por ver si vendería más obras de las que compraría en la feria.

Juana Mordó y Helga de Alvear, 1981. 
            © Por el Arte. Círculo de Bellas Artes
Jaime y Helga de Alvear. Foto: Cecilio Venegas.

Lo mejor de esta mujer menuda y de fuerte acento alemán era que mantenía esa mentalidad europea y libre con la que se educó en Kirn. A menudo arriesgaba, pues no tenía miedo de apostar por obras abiertamente polémicas, algo que le acarreó más de un disgusto. “En Art Basel me dijeron: si vienes otra vez con estas porquerías te vamos a echar”, confesó en una ocasión. Y en España tuvo que retirar de su estand la obra titulada Presos políticos de Santiago Sierra. Probablemente por eso, el conjunto de su colección no siempre fue bien entendido. Quizás también fuera esa la razón por la que le costó tanto encontrar sede para su museo (ni Madrid, ni San Sebastián ni Córdoba lo quisieron), que finalmente estableció en Cáceres.

El legado: mucho más que un museo

Lo que en 2010 comenzó siendo un modesto Centro de Artes Visuales, en 2021 se convirtió en un edificio propio gracias a Tuñón Arquitectos. Pocos años después, los cerca de 10.000 metros cuadrados de espacio expositivo ya alojaban 200 obras (apenas un 7% del total de su colección, por eso el recorrido es cambiante).

Puede que muchos piensen que ese centro es su mejor legado, pero tiene muchos otros. Contribuyó a establecer el tejido galerístico de nuestro país cuando la democracia española aún estaba en pañales y defendió a autores completamente desconocidos que luego triunfaron fuera de nuestras fronteras. Los que la conocieron saben que, además, deja una huella imborrable por su buen humor, su pasión incondicional por el arte y su manera de entusiasmarse frente a cada descubrimiento que veía en las ferias o galerías vecinas.

Helga falleció el pasado domingo a los 88 años, tras unos meses complicados que la obligaron a rebajar el ritmo de trabajo; porque a pesar de su edad, seguía acudiendo a su galería de la calle Doctor Fourquet, tal era su empeño y obsesión por el mundo de la cultura. “Será siempre admirada por su generosidad y su imprescindible papel en el desarrollo del contexto artístico español e internacional”, escribió Sandra Guimarães, directora de su museo. Su buen hacer fue más allá del mundo del arte y, como si quisiera devolverle algo al país que le dio un amor y un camino vital, donó un millón de euros al CSIC durante la crisis del coronavirus para contribuir a la investigación de la vacuna.

Helga de Alvear posa junto al artista Nam June Paik en una de sus exposiciones de arte, 1989. © Galería Helga de Alvear
Helga de Alvear posa junto al artista Nam June Paik en una de sus exposiciones de arte, 1989. © Galería Helga de Alvear
Vista de la galería. © Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear
Vista de la galería. © Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear
‘Faux Rocks’, Katharina Grosse, 2006. 
            © Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear
‘Faux Rocks’, Katharina Grosse, 2006. © Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear
Vista de la galería. © Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear
Vista de la galería. © Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear
‘Descending Light’, Ai Weiwei, 2007. 
            © Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear
‘Descending Light’, Ai Weiwei, 2007. © Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear

Fue, en definitiva, una mujer pionera, y ya se sabe que aquellos que abren camino no siempre son comprendidos por el resto. Pero, a pesar de ello, Helga siempre defendió a sus artistas y buscó, durante toda su vida, la manera de compartir su pasión con el mundo, de contagiar el amor que sentía por las obras que coleccionaba. Ese es, al fin y al cabo, el legado que deja tras de sí: no solo arte, ni una galería o un museo, sino una senda que seguir recorriendo en su ausencia.

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