A punto de cumplirse el primer año de la muerte del fotógrafo, Foto Colectania le dedica una exposición al primer período de creación del Premio Nacional de Fotografía 2004. Junto a imágenes menos conocidas, se exhiben sus obras clave: los fotolibros Sanfermines y Neutral Corner.
Los Sanfermines, las Ramblas, una verbena en Madrid, el flamenco… Lo bueno de los tópicos es que guardan una parte de verdad y lo mejor, que siempre se puede dar una vuelta a esos tópicos para que dejen de serlo. Ambas cosas le interesaban muchísimo a Ramón Masats (Caldas de Montbuy, Barcelona, 1931-Madrid, 2024), el fotógrafo tierno, irónico, preciso en ocasiones —y ambiguo en otras— que retrató los Sanfermines con verdad y pocos toros; el boxeo, como un acto de soledades hermanadas; y supo ver el flamenco en el descanso de la guerrera: cuando una bailaora, llamada Carmen Amaya, se masajeaba los pies seguramente reventados.
“Siempre me han gustado las obviedades y los tópicos. Un reto que me ha apasionado es darles otro enfoque, otro sentido, otra forma. Los toros, la Semana Santa, el flamenco… Mientras fotografiaba sentía la satisfacción de prescindir de lo intelectual para ser sensible a lo que ocurría a mi paso”. Ese también era genuinamente Masats.
Lo recuerda ahora la Fundación Foto Colectania de Barcelona con la exposición titulada Ramón Masats. El fotógrafo silencioso, que se podrá ver hasta el 25 de mayo. Será una manera de rendirle homenaje cuando se cumple el primer año de su muerte, el 4 de marzo de 2024. Su comisario es el director de la institución, Pepe Font de Mora, que recuerda: “Empezamos a trabajar en esta exposición hace tiempo y solo sentimos que Masats no haya podido verla, ya que es nuestro homenaje a uno de nuestros fotógrafos capitales. Hemos tenido la fortuna de poder trabajar con los negativos que él revisó en varios momentos de su vida (circunstancia poco común entre los fotógrafos españoles), así como con todas las fotografías originales de su archivo”, afirma. Realizada en estrecha colaboración con la hija del fotógrafo Sonia Masats, la selección se basa en la previa selección que el propio autor había hecho de los negativos de su archivo.
Su primera etapa
Es un Masats menos conocido el que trae la muestra, el de la primera época, aunque, como decía él mismo: “No percibo yo una gran diferencia entre mis primeras fotografías, llamemos ‘de autor’, y mis trabajos más recientes, aunque estos últimos sean más depurados, quizás más poéticos. En todas mis imágenes se percibe la presencia humana, o al menos su huella”. Absolutamente; aunque sea borrosa, como ese hombre que camina con las manos en los bolsillos, cigarro en la boca, por las calles de Barcelona. Está solo, pero no está solo: lo acompañan sus tribulaciones y la foto que le hizo Masats en 1954.
En esa época aún no sabía si se dedicaría a la fotografía, pero sí sabía que no quería seguir el destino familiar que apuntaba hacia un negocio de pescado salado. En la mili había caído en sus manos un ejemplar de la revista Arte fotográfico —otras fuentes hablan de un rudimentario aparato fotográfico— y eso le gustó, o le fascinó, o lo que fuera. El caso es que Masats se compró una cámara con el dinero sisado a su padre y así es como empezó a recorrer las calles y a disparar.
De finales de esa década es uno de sus trabajos favoritos. Le tenía un especial cariño a Sanfermines. Como explica en los textos de la exposición de Foto Colectania Jaume Fuster, autor de una tesis doctoral sobre Masats: “El primer viaje a Pamplona lo efectuó en 1956, cuando todavía era un fotógrafo aficionado. El proyecto sobre los Sanfermines fue el desafío personal más ambicioso de Masats: una manera de demostrarse a sí mismo sus propias capacidades y demostrarlas a los demás. Quería un tópico que tuviera la máxima relevancia internacional y no buscó documentación previa, ninguna influencia de Hemingway, ninguna referencia fotográfica… nada”.
Volvió un par de años después, ya en modo profesional, y con todo el material maquetó su propio libro, publicado en 1963 en Espasa Calpe. Fue el primer trabajo editorial que realizó y concibió enteramente. Acompañado de grandes escritores, volvió a compartir proyectos editoriales en los años siguientes. Así surgieron Neutral Corner, sobre el boxeo, con textos de Ignacio Aldecoa, o Viejas historias de Castilla La Vieja, donde enfrentó su visión del paisaje y el paisanaje con la mirada más bucólica o nostálgica de Miguel Delibes. A Madrid le dedicó libros en tándem con Luis Carandell, pero eso sería después de su fructífera incursión en el género documental para la televisión y el cine, al que dedicó casi dos décadas.
La dictadura
Madrid fue su ciudad de acogida y su ciudad querida también. Llegó a mediados de los 50 como fotoperiodista y se puso a colaborar con todo tipo de publicaciones, a recoger todo tipo de encargos y a fotografiar todo lo que se le pusiera por delante. “Debo decir que nada tengo contra los encargos. La única condición realmente necesaria para hacer una obra digna es la libertad. Hay que saber conjugar tu estilo subversivo, comerciar sin sacrificar ninguna de tus exigencias”.
“La única condición realmente necesaria para hacer una obra digna es la libertad”
Quizá sea preciso mencionar en este punto los retratos que Masats realizó de Franco. El más recordado es ese en el que el dictador aparece enanizado tras tres micrófonos que le igualan en altura y pontificando con la mano y el dedito acusadores… Todo recortado sobre un gran fondo negro que lo envuelve y enmarca. Fue tomado, robado, durante un acto de exaltación del franquismo en Burgos. Tiene fecha de 1957. El otro fue seguramente uno de los encargos más difíciles de su vida. Le llegó a través de un director de banco para el que estaba trabajando en Huelva: quería una foto del dictador en su despacho. Debía de ser un pez gordo aquel banquero porque, pasados unos días, llamaron a Masats de El Pardo. La anécdota se explicaba en la exposición Visit Spain: Masats, que había ido con la Hasselblad, el fotómetro y lo puesto, medía constantemente la luz. Franco no sabía bien lo que hacía y le preguntó. Acabó convertido en una especie de ayudante, un subordinado que le avisaba de si venían nubes o si por el contrario salía el sol.
La mayoría de las imágenes que formaban parte de dicha exposición surgieron de un encargo de la Gaceta Ilustrada sobre los valores patrios. Era un momento en el que el país intentaba reconectar con el mundo, por la vía del turismo y el pintoresquismo. Masats lo aprovechó en beneficio propio: recorrer España captando imágenes, historias humanas, rituales y costumbres con riesgo de caer en el olvido. Al respecto de la relación de los fotógrafos con el franquismo, recuerda Joan Fuster que la fotografía no fue, no podía ser, “instrumento explícito de denuncia política contra la dictadura. No hubo activismo político, ni fotografía de protesta social. Hubiera sido imposible publicar ninguna imagen abiertamente crítica con el franquismo durante la dictadura: la censura la hubiera cortado de raíz. Sin embargo, el hecho de hacer una fotografía realista, de hacer reportaje con honestidad y con una mirada libre, implicaba que la realidad que reflejaban sus imágenes tenía necesariamente un mensaje político. Además, nos encontramos con la legendaria ironía de Masats. Esa mirada burlona, satírica y humorística —marca de la casa— la dedicaba con frecuencia a curas, militares, guardias civiles, aristócratas y poderes fácticos en general, aunque jamás la utilizó con trabajadores o con las gentes más sencillas de la sociedad. El respeto al prójimo es escrupuloso en la obra humanista de Masats, aunque si este viste con sotana o con uniforme militar, no aparecerá la crítica revolucionaria, pero sí mucho cachondeo”.
Así es. Imposible recorrer una exposición, cualquiera, de Ramón Masats con un semblante serio de principio a fin: en algún momento, cuando no en todo momento, una sonrisa más o menos marcada se dibuja en quien se acerca a sus obras.
Retratos
Para Gaceta Ilustrada Masats trabajó muchos años, hasta mediados de los 60. Publicó más de cien reportajes y conformó un archivo con más de 750 fotografías. Para ellos cubría la actualidad y las novedades de las celebridades: deportistas, cantantes, realeza pasaron por su objetivo. No es por ello por lo que se conoce, recuerda y echa de menos a Ramón Masats, sino por sus retratos de gente sin nombre, pero capaces de contar su vida en un gesto. Ahí estaba Masats para hacer eterna a esa mujer agachadísima para dar la vereda, marcando lo que es la acera y lo que es la calle. Tomelloso, claro, pero todos los pueblos de La Mancha —o todos los pueblos, sin más— y todas las gentes que doblan el lomo no pueden ver esa imagen sin un estremecimiento. Ahí está también esa lucha que ya es un abrazo entre dos boxeadores, entre dos soledades que se hermanan porque nadie lucha como se lucha con los cercanos, con los iguales y la familia. Y el boxeo es una familia que golpea y se golpea… como todas, pero hecha deporte. Masats retrataba incluso omitiendo el rostro, como en el caso de esa imagen en las que es suficiente ver algo de las piernas, los zapatos de las mujeres arrodilladas y algunos de sus complementos, como un bolso, alineadas a lo largo del pasillo de la iglesia. Un retrato de época, de mujeres sin rostro, en aquella misa de las madres de la División Azul.
Y los niños. Hay muchos niños en los retratos de Ramón Masats, porque él era un hombre volcado por completo hacia el futuro, sin rastro de nostalgia, como rezaba el título de una de las últimas exposiciones que pudo ver en vida. Se celebró en el Centro de Arte de Alcobendas, con comisariado de Laura Terré, y se titulaba justamente así Contra la nostalgia. La elección de Ramón Masats. A su catálogo pertenecen la mayor parte de las citas de este texto y esta también: “Habrán pensado que después de tantos años de trabajar en la imagen sería interesante hacer un repaso a mi obra, pero no han contado con que no soy nada nostálgico. A lo que se suma mi pereza. La nostalgia es muy rentable pero yo no la trabajo. Soy de la idea de que vive eternamente quien vive en el presente”.
La infancia no falta en la muestra de Foto Colectania. En una de las fotografías que la componen, un niño da la espalda a la cámara y tensa el tirachinas subrayando con esa línea los palos que apuntalan una pared, un viejo edificio. Abajo el pasado. Piedras a la nostalgia. Y ¿qué hay del futuro? El rostro de otro niño asoma detrás de una pared. Aparece temeroso porque el porvenir siempre asusta un poco, pero también siente curiosidad, no puede evitar mirar… Y mira. [Clic]. A Masats le pasaba lo mismo.