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Una exposición rescata la memoria de las mujeres que se encerraban en una celda para encontrar a Dios

Por Mario Canal
‘‘GRITOS Y SUSURROS’, Joan Morey. Foto: Noemi Jariod. Cortesía del artista.

Masoquismo y trascendencia espiritual. El artista mallorquín Joan Morey investiga en una exposición de la Fundación Joan Brossa, el fenómeno de las mujeres del medievo que practicaban el voto de tinieblas por razones religiosas, conectándolo a la forma en que nos alienamos digitalmente.

Sufrimiento, devoción, sometimiento, éxtasis, redención. Son términos que podemos escuchar en un púlpito religioso o en el cuarto oscuro de un club sexual. La vinculación del catolicismo con el dolor como forma de expiación del deseo se desdobla en las prácticas sexuales sadomasoquistas y se escenifican también en las artes plásticas. Por ejemplo en la escultura barroca híperrealista como la que expone estos días el Museo del Prado, en la exposición Darse la mano sobre pintura y escultura devotas, con sus cristos azotados hasta convertir la madera de esas estatuas en carne viva. También, en el performance tecno-filosófico del artista contemporáneo Joan Morey (1972).

Su último proyecto, que está en las últimas semanas de exposición en la Fundación Joan Brossa, regresa a la cultura católica para hablarnos de unas mujeres que, por devoción y para encontrarse con Dios, se encerraban en celdas el resto de su vida, a oscuras. Era el llamado Voto de tinieblas, que es el título de este proyecto también. En el medievo, entre los siglos XII y XV, mujeres de buena familia decidían no volver a ver la luz del sol como forma de trascender el mundo real.

“Este tipo de confinamiento voluntario en la Edad Media y el Renacimiento marcó un cambio de paradigma dentro de las instituciones cristianas” explica el propio Morey, “rompía con los esquemas preestablecidos de los encierros conventuales, incluso de los de clausura más extrema. En estos casos, el aislamiento no era solo una retirada del mundo físico, sino una forma de alcanzar una conexión divina, un atajo hacia la comunión con lo trascendental”.

Alienación digital

Morey establece varios paralelismos entre esa forma de encierro radical y el presente, donde las pantallas digitales son habitáculos en los que pasamos horas del día con la promesa de un bienestar efímero y virtual. Pero el artista describe otras formas. “Por ejemplo, los retiros espirituales, las prácticas de autoconocimiento en el ámbito New Age, o incluso los viajes alucinógenos organizados para la superación personal.”, afirma. “Son fenómenos que tienen en muchos casos un acceso restringido, limitado a determinadas clases sociales que pueden permitirse tales experiencias. Esta exclusividad de acceso a las transformaciones o experiencias trascendentales guarda cierto paralelismo con el fenómeno de las mujeres emparedadas porque en su mayoría financiaban su propio encierro”.

‘Espolones’, Joan Morey
‘Lletania Apòrima’, Joan Morey. Exposición ‘Colapso’.
            Centre d'Art Contemporani de Barcelona. Foto: Noemi Jariod

El poder, el control, el dominio sobre el otro son temas que Morey ha tratado en su obra a partir de filósofos como Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari, la avanzadilla posestructuralista francesa. No es la primera vez que el artista mallorquín –a quien el Reina Sofía ha incluido en su colección este mismo año– elabora acciones performáticas creando situaciones de condicionamiento y disciplina, tanto con los artistas performers con los que colabora como incluso hacia el público.

Obligar al mismo a vestir de negro o hacerles justificar por qué desean presenciar la acción han sido formas de colocar al espectador en una situación subalterna, elaborando una relación en la que los roles de amo y esclavo quedan claros. Reglas que “configuran un espacio en el que se exploran las tensiones entre lo permitido y lo prohibido, lo controlado y lo desbordado”. El espectador se convierte en un elemento que contribuye a poner en evidencia las fuerzas que, según Morey, operan en la obra y que también operan en la sociedad misma.

En esta ocasión, para Vot de Tenebres, Morey realizó tres acciones diferentes con guiones precisos. Queda una última conferencia performática que realizará el propio artista el 7 de febrero. En la primera de aquellas acciones, una mujer vestida de negro salía de la Fundación Joan Brossa cargada con una estructura sobre la que teléfonos móviles registraban sus gestos faciales y los retransmitían en directo al universo digital. Tras un breve paseo por una calle estrecha típica del Born barcelonés, de estética medieval, entraba en el Palacio Finestres, que pertenece al Museo Picasso. Al llegar al gran portón de madera, la mujer se adentraba en su propio encierro, en sus propias tinieblas.

Atrás dejaba la realidad y también la exposición de Morey, en la que se pueden ver vestigios y elementos que forman parte de su investigación. Instalados en cabinas como si fueran relicarios católicos –el principal de ellos mide lo mismo que el cuerpo tumbado del propio artista–, encontramos libros religiosos, fotografías, objetos de eco erótico e incluso las partituras de las Vejaciones (1893), de Eric Satie. Una breve composición que debía repetirse más de ochocientas veces, hasta que se paralizasen los dedos de la mano.

Detalle de la vitrina. ‘Vot de Tenebres’, Joan Morey. © GRAF

“Soy Tu Puta”

La trayectoria de Morey empezó a todo volumen a mediados de los noventa. Para evidenciar su interés por los roles de amo y esclavo, sumisión y autonomía, decidió firmar sus obras como STP –acrónimo de Soy Tu Puta–, gesto que le serviría también para lanzar obras de arte como si fueran una campaña de publicidad. Cuestionando, de paso, la idea de autoría y cómo el artista contemporáneo es poco más que un creador de productos en un sistema mercantilista. El vídeo STP_La joie de vivre, de 1999, representa a un ser desnudo con zapatos de plataforma, peluca y máscara que huye por un bosque aterrorizado. Replicando la velocidad narrativa de un clip publicitario, avanzaba una serie de piezas que reflejaban el interés de Morey por la moda –creó incluso un perfume– y otros códigos creativos contemporáneos.

“Al igual que las religiones o las instituciones, la moda opera como un código de control, pero también como una forma de resistencia, de creación de identidad y de cuestionamiento de los valores establecidos”, explica. “Su capacidad para transformar, ocultar o mostrar, y para reflejar tensiones sociales y personales, la convierte en un campo fértil para explorar, recontextualizar e incluso manifestarse política e ideológicamente”.

Si notan que la forma de explicarse del artista es algo maquinal, fría, es porque continuando con su lógica de control, ha rechazado la petición del periodista de realizar la entrevista de manera conversacional. Hasta este punto llega su voluntad de dominio y vigilancia.

Con el cambio de siglo, Morey deja de usar el pseudónimo STP y se embarca en una serie de acciones y exposiciones de gran coherencia que conforman el cuerpo de su obra. Un hilo conductor de todas ellas será lo performático, el uso de los readymade, el collage referencial y la apropiación de objetos y de obras de arte ajenas que le sirven de inspiración o materia creativa. Las coreografías de Yvonne Reiner, por ejemplo. Textos de filósofos o escritores místicos, como Teresa de Ávila. Películas, como Saló o los 120 días de Sodoma (1976), de Pasolini. Estéticas contemporáneas que recuerdan las de Alexander McQueen o Demna Gvsalia, el actual diseñador de Balenciaga. A nivel visual, el contraste del negro y el blanco se convierten en un código que el artista profesa como símbolo de dualidad y oposición. Y, por supuesto, la religión.

‘Colapso’, Joan Morey

"La espiritualidad en ciertas épocas del cristianismo se ha vinculado al sacrificio y el dolor, muchas veces vistos como medios para alcanzar una purificación o una conexión con lo divino” justifica Morey. “Sin embargo, mi trabajo no se orienta hacia una sumisión pasiva o una aceptación del sufrimiento como un fin en sí mismo”.

El mensaje que recibimos hoy en día es el mismo que intentaba transmitir la jerarquía católica en el tiempo que las mujeres hacían voto de tinieblas. Pero que se refina a partir del siglo XVI, el Siglo de Oro, como evidencia el Museo del Prado en su exposición Darse la Mano. Los hermanos García –Jerónimo y Miguel– crearon obras crudas y casi sádicas que recordaban el sufrimiento de Cristo y alertaban del pecado a los fieles. Eran obras de extrema belleza cuya violencia aún sobrecoge.

“Las imágenes, símbolos y relatos de esta tradición, sobre todo aquellos que representan el dolor o el placer de la carne, tienen una profundidad emocional y cultural que sigue siendo muy relevante en la contemporaneidad”, continúa Morey sobre este tipo de obras y la influencia en su trabajo. “No solo nos invitan a reflexionar sobre lo espiritual, sino también sobre lo sexual y las parafilias del cuerpo. La referencia a la humillación, el sometimiento y el deseo en mi obra busca explorar las tensiones entre el control y la liberación que atraviesan las experiencias humanas, ya sea en el plano sexual o en las dinámicas sociales y políticas”.

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