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El universo torturado de Lynch que surgió de su pintura y casi nadie conoce

Por Mario Canal
‘A Figure Witnessing the Orchestration of Time’, David Lynch

Inquietante, alucinado, oscuro, surrealista. Todos los calificativos que asociamos a la filmografía de David Lynch emanan de su pintura: su primer gran amor, al que nunca abandonó.

"Mi hermano y yo jugábamos en la calle y aquella noche era bastante tarde”, explica David Lynch en el documental The Art Life (2017). "No recuerdo lo que hacíamos, pero de repente, desde la oscuridad, llegó esa extraña figura. Nunca había visto una mujer desnuda y esta tenía una piel blanca e inmaculada. Creo que su boca sangraba. Ella llegaba andando tranquilamente y parecía una gigante, era algo misterioso. Un ser de otro mundo”.

Quienes hayan visto la película Terciopelo Azul reconocerán esta escena, con Isabella Rossellini interpretando a esa misteriosa mujer que Lynch vio de niño. Transformar lo ordinario en un mal sueño, y viceversa, se convirtieron desde entonces en la seña de identidad del cineasta. Lo pudimos ver en casi todos su filmes, desde El hombre Elefante a Mullholand Drive, pasando por Carretera Perdida o la serie de televisión Twin Peaks. Pero también en sus cuadros.

La vinculación entre la pintura y sus películas es difícil de evitar, aunque ambos campos tengan entidad por sí mismos. Por ejemplo, La sombra de una mano retorcida se extiende por una casa, un inquietante cuadro de 1988, profundiza en los temas de Terciopelo azul. En este filme, un joven Kyle MacLachlan es arrastrado al inframundo criminal de un pintoresco pueblo de Carolina del Norte. El lienzo evoca esos suburbios ideales, con sus pequeñas casas y jardines de ensueño. Pero aquí, el cielo no es azul, sino negro. No hay césped impecable, ni vegetación frondosa, ni niños jugando. En su lugar, un árbol gigante con forma de mano amenaza con aplastar la casa con sus dedos. Como en Terciopelo azul, la obra desnuda la fragilidad oculta en los pequeños pueblos de Estados Unidos. La oscuridad que siempre amenaza tras las silueta familiar de lo cotidiano.

David Lynch pintando 'Small Boy in His Room with Pete Goes to His Girlfriend’s House', 2009. Foto cortesía del artista
David Lynch pintando 'Small Boy in His Room with Pete Goes to His Girlfriend’s House', 2009. Foto cortesía del artista

Representado por Pace pero injustamente tapado

Su obra audiovisual es infinitamente más conocida que la pictórica, a pesar de que esta sea muy coherente y original. Se le han dedicado pocas exposiciones retrospectivas y siempre en museos menores. Aunque lo representa la todopoderosa Pace Gallery de Nueva York, su presencia en colecciones internacionales de peso es mínima, por no decir inexistente. Una injusticia común en aquellos creadores que son capaces de expresarse mediante diferentes disciplinas artísticas, pero que tiene un éxito abrumador en una de ellas.

“Me gusta la pintura en sí, la considero algo totalmente orgánico, como el barro y el agua”, explicaba en una entrevista en The Washington Post en 2019, por su exposición en la galería Sperone Westwater, con la que también colaboraba. “Me gusta meterme de lleno en ella, me gusta ensuciarme. A veces digo que me gustaría morder mis cuadros, me encanta el mundo de la pintura”. Lynch no distinguía entre técnicas pictóricas. Usaba el óleo, la acuarela o la litografía y también era un consumado fotógrafo. Sin embargo, solo pintaba si no tenía entre manos ningún otro proyecto artístico.

Su estilo también es tremendamente heterogéneo: mezcla texturas y colores con imágenes y palabras. El surrealismo y dadá podrían ser referencias directas, pero también recuerda al posexpresionismo americano de Phillip Guston, la pintura mental. En sus lienzos se superponen elementos cotidianos que al pintarlos generan un extrañamiento, figuras humanas simplificadas con un estilo infantil, referencias a la cultura popular y frases inconexas que escribe sobre el lienzo, así como objetos que adhiere al mismo. Todos habitan el lienzo de forma aparentemente arbitraria, a menudo de manera violenta, sobre fondos abstractos de tonos poco atractivos. El resultado, sin embargo, son narrativas intuitivas, como fragmentos de una película a medio imaginar. Sueños fraccionados. Historias insólitas que resulta difícil comprender.

‘Untitled’, David Lynch
‘Untitled’, David Lynch
‘A Figure Witnessing the Orchestration of Time’, David Lynch
‘A Figure Witnessing the Orchestration of Time’, David Lynch
‘Untitled’, David Lynch
‘Untitled’, David Lynch
‘Boy Lights Fire’, David Lynch
‘Boy Lights Fire’, David Lynch
‘My Girlfriend Had Red Hair’, David Lynch
‘My Girlfriend Had Red Hair’, David Lynch
‘Women's Dream’, David Lynch
‘Women's Dream’, David Lynch
‘Woman with Dream’, David Lynch
‘Woman with Dream’, David Lynch
‘Billy (and His Friends) Did Find Sally In...’, David Lynch
‘Billy (and His Friends) Did Find Sally In...’, David Lynch
  ‘Head #3 (from the Series ‘Small Stories’)’, David Lynch
‘Head #3 (from the Series ‘Small Stories’)’, David Lynch
‘Boom’, David Lynch
‘Boom’, David Lynch
‘He Has His Tools and His Chemicals’, David Lynch
‘He Has His Tools and His Chemicals’, David Lynch

La obra plástica de Lynch es un proceso en el que el artista se purga de lo oscuro generando una estética turbadora. Lo informe, lo subterráneo y lo absurdo toman formas que podemos asociar estéticamente al art brut o arte outsider, en los que la belleza, la armonía o la coherencia quedan suplantadas por una verdad interior que ya no duele, porque se exterioriza. Es posible que sin la creatividad Lynch hubiera acabado en un psiquiátrico, si nos limitamos a estudiar su obra artística desde una punto de vista psicológico. Si atendemos a su historia vital, descubrimos pasajes que apuntan a ello.

En la biografía de Lynch El hombre de otro lugar (2915) su autor Dennis Lim describe los primeros años del cineasta como un peregrinaje existencial. Al mudarse a Virginia con sus padres, siendo un niño, Lynch sufrió un desarraigo profundo, como si hubiese sido arrancado de su entorno natural hasta el punto que ello le produjo graves problemas intestinales. El encuentro con el padre de un amigo suyo, el pintor Bushnell Keeler, le abrió sin embargo las puertas al mundo de la creatividad y decidió estudiar bellas artes en la ciudad de Filadelfia. Allí, la sensación de alienación y la ansiedad se agudizarían.

Aislado en un pequeño apartamento, Lynch se enfrentó a un vacío obsesivo que lo paralizó. No hacía otra cosa que escuchar la radio, algo que amplificaba su aislamiento. Estos momentos de crisis fueron cruciales para la formación del artista que conocemos. “Era incapaz de hacer nada y, sobre todo, incapaz de salir del apartamento. Con todas mis fuerzas pude ir a la universidad el primer día”, recuerda el propio Lynch en el documental The art Life. “Aún hoy, prefiero quedarme en casa y me siento nervioso cuando tengo que salir”.

Abrazando la oscuridad

Filadelfia, donde estudió, era “una ciudad rara y mezquina, llena de personajes enfermos. Había miedo en el aire, la sensación de enfermedad y corrupción, de odio racial. Pero allí el espíritu del arte estaba vivo”, insiste. En esta época, Lynch abraza la oscuridad de su psique y también, tras una revelación en la que siente una corriente de aire que surge del interior de un cuadro negro en el que está trabajando, que no es la pintura la que puede vehicular su arte, sino las imágenes en movimiento.

David Lynch pintando 'Small Boy in His Room with Pete Goes to His Girlfriend’s House', 2009. Foto cortesía del artista
David Lynch junto a su primera pintura (1963)

Esta situación le lleva a experimentar con lo pictórico y lo cinematográfico en su cuadro Seis hombres enfermándose (seis veces) de 1966. Un panel blanco de 2mx3m con el relieve de tres rostros de expresión horrorizada. Sobre este plano, Lynch proyectó un film de 16 mm y cuatro minutos de duración que animaba el cuadro y en el que en un momento dado se ve como esos tres rostros esculpidos en resina y otros tres proyectados vomitan una especie de pintura blanca sobre un fondo rojo de color sangre. El cuadro se llevó el premio en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, donde estudiaba.

A partir de aquí, Lynch se zambulle en la realización de películas stop motion que le ayudan a conseguir una beca de estudios en Los Ángeles Film Institute. “La primera mañana que pasé en California me quedé un rato de pie mirando al Sol, como si me estuviesen arrancando el miedo de adentro”, dirá. En esa escuela de cine, el director trabaja incansablemente en un proyecto, Cabeza Borradora (1977), durante cinco complejos años, pero que resolvió gracias a una frase que leyó en la Biblia y que nunca ha querido revelar. Aquel retrato posindustrial, enfermizo y angustiante inspirado en su vida en Filadelfia fue para él es su película más “espiritual”, según reconocería años más tarde. Así nació el mito cinematográfico que visibilizó el lado tenebroso del american way of life.

La escultura

A lo largo de los años, Lynch también desarrolló un trabajó más escultural, pero funcional, creando multitud de lámparas y luminarias que podrían rivalizar en interés y calidad con las de los mejores diseñadores contemporáneos. Su amor por el brutalismo y la Bauhaus, se dan la mano en estos objetos que pueden ser racionalistas sin dejar de ser excéntricas. Su galería Pace las define como “esculturas con elementos luminarios”, pero no dejan de ser lámparas. Incidiendo en que todo lo que hacía Lynch podía ser una cosa y su contraria, o ambas conviviendo en un bucle de confusión que solo él podía entender. Sin embargo, es en este tipo de obras en las que el artista parece dejar a un lado su introspección psicológica para centrarse en el diálogo puramente artístico con los objetos.

David Lynch, Clear Top Lamp, 2022. © David Lynch, courtesy Pace Gallery.
David Lynch, Clear Top Lamp, 2022. © David Lynch, courtesy Pace Gallery.
David Lynch, Love Light #2, 2022. © David Lynch, courtesy Pace Gallery.
David Lynch, Love Light #2, 2022. © David Lynch, courtesy Pace Gallery.
David Lynch, Tricolor Highrise Lamp, 2022. © David Lynch, courtesy Pace Gallery.
David Lynch, Tricolor Highrise Lamp, 2022. © David Lynch, courtesy Pace Gallery.

“Puede llevar mucho tiempo preparar algo sobre lo que pintar” explica Lynch sobre su proceso creativo en el libro Catching the big Fish (2007), lleno de pequeñas historias sobre su experiencia creativa vinculada a la meditación trascendental y el diálogo entre el consciente y el inconsciente.

“La idea solo tiene que ser suficiente para empezar porque, para mí, lo que sigue es un proceso de acción y reacción. Siempre hay un proceso de construcción y luego destrucción. A partir de esta destrucción, se descubre algo y se construye sobre ello. Reunir materiales difíciles, como dejar cocer algo a la luz del sol o usar un material que luche contra otro, provoca una reacción orgánica. Entonces es cuestión de sentarse y estudiarlo y estudiarlo y estudiarlo; y de repente, te das cuenta que saltas de tu silla, entras y haces lo siguiente. Eso es acción y reacción”.

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