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Daniel Canogar: “Quiero utilizar el arte para humanizar los algoritmos”

Por PALOMA PRIMO DE RIVERA GARCÍA-LOMAS Fotos Fernando puente

Daniel Canogar ingresó el pasado mes de noviembre en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando como académico de número en la sección Nuevas Artes de la Imagen. Nos recibe en su estudio de Madrid y conversamos sobre la dimensión artística del arte visual, sus recientes creaciones y los nuevos retos tecnológicos.

El nueve de febrero de 1982 abrió sus puertas en Madrid la primera edición de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO), que supuso un cambio de paradigma respecto a la acogida del arte contemporáneo y un despertar del interés general en nuestro país. Un jovencísimo Daniel Canogar (Madrid, 1964) participó ya como artista en ese icónico momento, presentando uno de sus primeros trabajos fotográficos. Nada entonces podía hacer presagiar, que décadas después, se convertiría en uno de nuestros creadores más exitosos en el panorama internacional.

Daniel Canogar ha enriquecido la Historia del Arte con una práctica artística que explora e investiga las posibilidades de la imagen, la tecnología y la ciencia. Un lenguaje artístico tan pionero y singular, en constante experimentación, que se ha consolidado como un referente en la vanguardia del arte digital y en el compromiso con los interrogantes que la tecnología plantea. En la ceremonia de ingreso como académico numerario en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando sin ir más lejos, destacó con su discurso titulado Miradas cautivas: fantasmagorías tecnológicas, electrónicas y artísticas. Como en un juego de espejos, alternó hitos de la Historia del Arte audiovisual con su propia creación artística. Una narración en tercera persona que invitaba a reflexionar y entender, a través del arte, el pasado y el presente, además del futuro incierto y fascinante.

Hijo de madre estadounidense y padre español (Rafael Canogar, uno de los artistas españoles más significativos del siglo XX al que también hemos entrevistado en El Grito), ha desarrollado su formación y trayectoria artística entre España y Estados Unidos. Comenzó su creación en el campo de la fotografía, pero pronto se interesó por las posibilidades de la imagen proyectada y la instalación artística, llegando al diseño de algoritmos técnicos que, alimentados con diferentes datos y estímulos, hacen posible su obra. La investigación y experimentación, la búsqueda en la ciencia y en la tecnología como lenguaje de expresión o la aportación creativa con sus obras de pantallas escultóricas lo han consolidado como un referente internacional. No en vano, sus creaciones están presentes en museos y grandes colecciones en los cincos continentes y ha participado en destacadas exposiciones y ferias en las últimas décadas. Sin embargo, son sus instalaciones monumentales, piezas de arte público con pantallas escultóricas, las que más han destacado. Desde Travesías (2014) para el Consejo de Europa en Bruselas, Storming Times Square (2014) en Nueva York, Tendril (2017) en el aeropuerto de Tampa en Florida, Dynamo (2020) para el Pabellón de España en Expo Dubai o las proyecciones generativas en las fachadas de grandes instituciones como el Museo del Prado, la Real Academia o Museo Reina Sofía.

Es el primer artista visual en entrar como académico de número en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. ¿Qué cree que puede aportar a la Institución?

Tengo que aprender lo que significa ser académico y el trabajo que implica. Hay mucho que hacer y espero poder contribuir. Me interesa mucho el diálogo con la Historia del Arte: hacer diálogos con la magnífica colección que tiene el Museo de la Academia con el arte actual. Quiero tender un puente entre la actualidad y la historia. Creo que ahora más que nunca, necesitamos la referencia de la historia para entender qué ocurre en este momento, a nivel social, político e incluso a nivel artístico. Crear choques entre lo contemporáneo y la historia. En la Academia ha tenido demasiado peso la pintura y creo que es el momento de mirar otros géneros y medios. Es importante que se encuentre y conecte con un público joven, que sepan que en esta casa ocurren cosas. Recuperar la pulsión con la actualidad con una mirada al pasado, al presente y al futuro.

¿Cómo afecta traer el mundo del Big Data a la Historia del Arte?

Tengo una necesidad imperiosa de entender el momento que estamos viviendo. La herramienta que tengo para hacer eso es el arte. Los cambios de los últimos veinticinco años nos han afectado en la forma de comunicarnos, de trabajar o de ocio, la vida política o social y las redes. Ha sido un cambio muy rápido. Estoy ahora trabajando con Big Data porque es el elemento perturbador y catalítico de esta enorme transformación que ha ocurrido: el choque con la obra tecnológica y digital. Tengo la necesidad de entender estos nuevos lenguajes y estos códigos porque me ayudan a dialogar y a situarme ante ellos. Vivimos con exceso de información y cómo manejamos todos tantos datos requiere un reajuste y un cambio. Mi arte me ayuda a hacer eso. Quiero utilizar el arte para humanizar los algoritmos, para introducir elementos de complejidad incluso, usos absurdos dadaístas.

Algunas de sus obras como por ejemplo ‘Amalgama’, nos llevan a pensar en la ‘Modernidad líquida’ de Zygman Bauman…

La práctica artística es una práctica humanista. En mi trabajo hay mucha ciencia y tecnología, pero el núcleo de mi investigación es humanista. Parece que la tradición humanista está perdiendo protagonismo en la sociedad, pero es el mundo del pensamiento y de la reflexión, el mundo de la metáfora y el símbolo. Herramientas cruciales para nuestra supervivencia y nuestro bienestar psíquico y físico. No debemos olvidar la importancia del humanismo.

Tendril (2017). © Daniel Canogar

“El mundo del arte, que debería ser un campo de experimentación y  transgresión, es muy conservador”

Tendril (2017). @ Studio Daniel

¿De qué modo puede producirse un acercamiento para entenderlo? ¿Son los algoritmos los modernos pigmentos de antaño?

El mundo del arte, que debería ser un campo de experimentación y transgresión, es muy conservador. Pero el público joven, nativos digitales, no tiene ningún problema en entender el lenguaje de mi obra. Es una extensión del lienzo de toda la vida, como un lienzo contemporáneo.

Parte de su creación artística trata de obras generativas. ¿Son la creación artística más sensible al momento en que vivimos?

La obra generativa es casi como una performance, yo pongo el escenario y la obra actúa, y nunca lo hace de la misma forma, y eso me sorprende. Las seiscientas reglas compositivas se podrían recombinar a millones, más la incertidumbre de la información en sí. Es imposible que la obra se repita. Mi obra es una reflexión sobre ese nuevo mundo. El arte generativo es el medio más radical alineado con los tiempos que estamos viviendo de un tsunami constante de información, es capaz de captar el momento.

La obra del robot humanoide Ai-Da ‘IA God retrato de Alain Turing’, se vendió recientemente en Sotheby’s por un millón de dólares. ¿Cómo va a afectar el entorno digital –en especial la IA– al mundo del arte?

No nos engañemos, aquí hay cuestiones de autoría que son muy importantes e interesantes: se ve la inteligencia artificial como una amenaza a la creación y al creador. Seguimos trabajando en el terreno de lo simbólico, cuando esas obras de arte son metáforas que captan el espíritu del momento donde muchos creadores nos sentimos amenazados por lo que va a significar nuestra tarea y nuestro trabajo en un futuro. Yo no quiero escabullirme de ese reto, sino que quiero confrontarlo.

Pneuma 4 (2009) @ Studio Daniel
Vórtice (2011) @ Studio Daniel

¿En qué modo abordamos el concepto de autoría?

Por ejemplo, mi obra generativa Wayward (2023), expuesta ahora mismo en el LACMA de Los Ángeles y que acaba de comprar el Whitney Museum de Nueva York, tiene mucho que ver con la autoría. Ha sido creada conectada a internet con las fotos periodísticas de las noticias del día de hoy. He creado un algoritmo junto con mi programador que tiene hasta seiscientas reglas compositivas. Busca los titulares de noticias del día y las fotos asociadas a esa noticia, y crea composiciones que están cambiando constantemente, inspiradas en Robert Rauschenberg o Andy Warhol, artistas que empezaron en los años sesenta a cortar fotos de periódicos, pintarlas y a hacer collages. La cuestión es tener una autoría compartida. La obra lleva mi nombre, pero en ella también ha intervenido Diogo Queiros, el programador del equipo, más el software, más los periodistas de las fotos de la obra. Cada minuto y medio hay una nueva composición.

Lo interesante es que es una obra que tiene sentido cuando reacciona a las noticias. No hemos utilizado aquí inteligencia artificial sino un reconocimiento de patrones, de caras o paisajes. Estrictamente hablando, tendría que haber un elemento evolutivo, es decir, que la máquina va aprendiendo y cambiando, aquí no se da el caso, pues el algoritmo está cerrado. Cada minuto y medio se crea una obra totalmente diferente, efímera. ¿Quién es el autor realmente? Aquí hay una autoría compartida. Por cierto, esa idea de la muerte del autor es muy antigua, en Cervantes o en el siglo de oro ya era una de las preocupaciones.

¿Cómo podemos perder el miedo a la IA? ¿Y defendernos?

La IA se nos está lanzando desde Silicon Valley, edificios llenos de ingenieros de software de treinta años que lo que quieren es superar los retos tecnológicos, y eso está apoyado con una de las economías más potentes de la historia de la civilización. Diría que es una visión bastante distópica, muy poshumanista. Veo como algo urgente que los artistas podamos incorporarla a nuestro arsenal de herramientas. Hay que responder a eso, no puede ser unidireccional. Hay que contestar y humanizar a la IA. La palabra incorporación es importante, psíquica, física y orgánicamente. Hacerlo nuestro, como ocurrió en el pasado con tantas revoluciones tecnológicas.

¿Qué riesgos prevé?

Que se nos vaya de las manos como en otros momentos con la tecnología, como nos ocurrió con la energía atómica. No se puede creer en el progreso tecnológico después de Hiroshima y Nagasaki, fue un amargo despertar. Los peligros asociados a la IA son muchos, pero lo más importante es que todo el mundo opina y nadie sabe cómo funciona. Es un tema de educación, se necesita entender los modelos de lenguaje, la probabilística, la lingüística, la relación con el enciclopedismo, las bases de datos o la historia del archivo. No es tan nuevo, la IA es básicamente un sistema de lenguaje. Si hubiera más diálogo entre el mundo de la Ciencia y del Arte, se haría de forma más natural.

¿Podemos lograr tener una relación saludable con el exceso de imágenes diario?

No tengo una fórmula. Yo personalmente como me he aproximado al exceso de información y me lo hace saludable, es convirtiéndolo en arte. Me ayuda a procesarlo e incorporarlo en un diálogo. El problema del exceso de información es que nos aturde y tiene un efecto narcotizante y anestesiante, que puede hacer perder el sentido del momento. Dentro de ese caos, empiezo a detectar patrones, estructuras que se repiten, la apariencia de finitud ya no lo es tanto. Me siento como un extraterrestre que desde fuera está intentando coger el pulso a estos nuevos ritmos de consumo y producción de información. Sobre todo, la capacidad de responder y situarnos ante ello. El gran problema es la distracción perpetua, el no estar atentos al momento y los detalles de la vida. Uno de los grandes temas del arte ahora mismo, es el estado de atención, como tema artístico y perceptivo. Estamos perdiendo la costumbre de prestar atención. Hay que intentar una cierta disciplina que ayude a mejorar la calidad de vida, apartar el móvil lo más posible y leer más. Encuentras momentos alucinantes cuando prestas atención y es un gran tema artístico.

¿Cómo compensa un artista visual en su cotidianidad tanta exposición o contaminación digital?

Hemos pasado momentos de políticas identitarias, ahora hay una crisis mucho más importante, y es la crisis de la atención. Hemos dejado de leer. Por ejemplo, yo intentaba leer por las noches y me dormía, ahora me levanto una hora antes para poder leer, y es la hora que más disfruto de todo el día. Vivo en el campo, a las afueras de Madrid, con un huerto e invernadero. Paseo y me gusta fijarme cómo cambian las plantas. La meditación trascendental también ayuda. Sin duda, hay una exposición electromagnética que hay que desintoxicar.

¿Cómo se puede contrarrestar el impacto ambiental? ¿Qué hacemos con la tecnología obsoleta?

Es una de las grandes paradojas y dilemas que tengo que afrontar en mi trabajo. El mundo del Big Data está dejando tras de sí una estela de ruinas tecnológicas obsoletas. Durante muchos años he asistido a centros de reciclaje e intenté convertirlos en arte. El paradigma fue una obra de hace dos años, Oculus en Basilea, un edificio esférico forrado con paneles solares que recogen la energía durante el día para proyectar por la noche. Fue un complejo trabajo de ingeniería, una obra de arte monumental con emisiones de carbono cero. Esto es algo que no voy a dejar de explorar. Creo que sería algo obligatorio y muy educativo que en los colegios llevaran a los niños a visitar centros de reciclaje y basureros municipales, te cambia tu mirada y los hábitos.

Y como artista, ¿quiénes han sido sus referentes?

Los artistas somos un poco vampiros. Pero según me voy haciendo mayor, la Historia del Arte es importantísima para mí. De joven, me parecía una redundancia. Va evolucionando según los proyectos que tengo. Cuando trato de resolver un dilema creativo, de repente algunos autores del pasado se hacen relevantes. Para un proyecto muy pictórico, miré con lupa a la Escuela de Nueva York, en la que no tenía especial interés hasta ese momento. Ahora el textil es lo que más me interesa y en especial la figura de Anni Albers. O de los contemporáneos, Ryoji Ikeda que tiene una forma de trabajar el data audiovisual muy radical. Ahora mismo mi referente más importante es el Light and Space Movement californiano, aquellos artistas que se salieron de las concepciones tradicionales del cubo blanco trabajando con algo tan inmaterial, experiencial y efímero como son la luz y el espacio: James Turell o Hellen Pashgian.

Tienen sus obras generativas algo de mantra, ¿verdad?

Quiero que la gente tenga estados alterados de atención cuando ven mis obras. Tengo una estrategia doble en mi trabajo: por un lado quiero que mis obras sean visualmente hipnóticas, que no puedas dejar de mirarlas. Pero no quedarme en el estímulo del caramelo visual, quiero que, una vez atrapada la mirada se produzca una reflexión en segundo término. El tema hipnótico, tántrico, vuelve tras la reflexión. El arte te obliga a prestar atención y te mete en un estado de concentración alterado que es maravilloso. La experiencia del arte tiende a la experiencia del diálogo profundo. Acabo de terminar un libro muy interesante: La mente en la caverna: la conciencia y los orígenes del arte, que habla del arte rupestre y del origen del arte con los chamanes y los estados alterados con estupefacientes que tiene que ver con el trance.

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