Protagonistas

Las curiosas esculturas de Onieva: “Disfruto creando, el resultado es lo de menos”

Por María de la Peña Fernández-NespralFotos Fernando Puente
José G. Onieva. Foto: Fernando Puente

El escultor José G. Onieva nos abre las puertas de sus dos talleres, en Valdelaguna, muy cerca de Chinchón; y, el segundo, en Madrid. En ambos lugares ha creado un espacio a la medida de su obra y de su forma de vivir.

Muchos están familiarizados con sus esculturas. Figuras, la mayoría hombres, sentadas en piedras, árboles, escaleras o en pedestales que parecen peligrar y que, sin embargo, mantienen un perfecto equilibrio. Y es que desde que empezara a trabajar con poco más de veinte años, tras abandonar la carrera de Arquitectura, no ha parado de producir bellísimos objetos de hierro y bronce.

José G. Onieva empezó dibujando caballos y además de escultor, es orfebre. Después del trance familiar por no seguir el camino pautado que querían sus padres, se marchó a Florencia donde estudió fundición durante un año. A su vuelta, montó su primer taller en el barrio de Chamberí en Madrid, donde tuvo un marchante casi 20 años que le hizo “coger ritmo enseguida”.

El carril que se atrevió a tomar en contra de su familia, hizo que “las pasara canutas”, como reconoce ahora con el paso del tiempo. Pero gracias a su determinación y vocación, se construyó a sí mismo. “Me he inventado mi propia profesión y me ha permitido vivir bien. Eso sí, he trabajado muchísimo”, afirma.

En su taller de Valdelaguna, a pocos kilómetros de Chinchón y rodeado de encinas, es donde trabaja las piezas más grandes. En el inmenso espacio de techos altísimos hay una montaña de esculturas, algunas inacabadas, pero sobre todo un repertorio de botes y de herramientas sin fin. Es una de sus pasiones, coleccionarlas. Esta finca es también refugio para pasar algunas temporadas. Al salir del taller, se encuentra el salón, otro amplio espacio donde se relaja después de trabajar. Onieva se sienta en uno de los sofás, pero antes pone la chimenea echando mano de uno de sus botes de aguarrás y, como un cuadro, se queda enmarcado entre sus equilibristas; siempre cerca de sus perros Salami y Salchichón, porque “no podría vivir sin animales”.

Se niega a vender las múltiples piezas que viven en su casa. “Las he cogido cariño”. Y parece que sus equilibristas le acompañasen con la mirada. Uno de ellos, en cuclillas, en una palmera de bronce, divisa el horizonte, protegiéndose del sol con su mano en la frente; otros parecen trapecistas haciendo posturas imposibles que se balancean entre pesadas bolas de bronce o de piedra caliza o de granito.

Tampoco faltan las esculturas de árboles, otra pieza fetiche de Onieva. Empezando por la palmera “que me encanta”. Monumental, es la que preside el centro del salón, visible desde todos los ángulos, también desde el inmenso espejo que reposa encima de la chimenea. En una esquina, otro hermoso árbol de hierro descansa sentado en un pedestal de madera, cuyas hojas esculpidas están pintadas al óleo con resina en un matizado azul ultramar que atrapa la vista.

El proceso de creación

Al observar la luz que entra por los grandes ventanales y las proporciones de la gran estancia, uno percibe inmediatamente que es también arquitecto e incluso se atrevería a añadir que además posee el ingenio del decorador. “Me considero primero escultor, después orfebre y finalmente arquitecto", afirma. Onieva también diseña muebles, la mayoría en bronce que proviene de una fundición en Torrejón, una de las más importantes de España. Tiene patas de bronce en una mesa de madera blanca decapada o las de una consola donde luce un equilibrista en un pedestal de madera y acero cortén.

Su mayor placer es el momento de crear una pieza. Para hacer una escultura que señala en la alacena de uno de los altos ventanales, ha rescatado dos discos para arado. Los ha pegado y soldado. Le gusta mezclar materiales e inventar algo. A propósito de su proceso de creación, recuerda la máxima que le dijo su profesor de dibujo, que lo que más disfrutaría es el proceso. “Es verdad. El resultado es lo de menos”, dice tajante.

Como buen amante de la naturaleza, donde más trabaja es en el porche de su casa. Un encantador mirador, con una hermosa vista al que llama el Cerro de las Brujas. Ahí fabrica la madera para los pedestales de sus esculturas, los marcos o las peanas de pino, roble o almendro que provienen de derribos. Y reposan otros pedestales de acero cortén para que se oxiden a la intemperie, a la espera de ser rematados con los ácidos y el soplete.

Se percibe que Onieva ama la madera y quiere convivir con ella, dejando el material noble a la vista para que contraste hábilmente con los óleos y dibujos que ha ido comprando en mercadillos. Es un buscador de tesoros. Igual que recoge maderas y materiales de derribo, su ojo se desvía a menudo a los fósiles y, con ellos, construye cráneos como elemento decorativo que dan cuenta de la influencia de sus viajes a África. “Este continente ha sido muy importante para mi trabajo. La gente, los olores, los colores, los animales y el paisaje. Volví con unas experiencias increíbles”, relata.

Obras en equilibrio

Su otro lugar de trabajo y vivienda se encuentra cerca del estadio Santiago Bernabéu. Allí, una vez más, la luz entra por doquier, pues las ventanas, diseñadas en cuadrículas dejan entrever un oasis urbano. Otras veces, consigue tamizarla con lamas de madera, en lugar de los menos favorecedores estores. La casa rezuma aires coloniales y nada sobra ni falta. Cada objeto, cada planta, sea de bronce diseñada por él, o natural, colocada en su maceta de madera también hecha con sus manos, son el resultado de una forma de vivir rodeado de un extraordinario sentido de la estética.

Es en su casa de la capital donde uno termina por dibujar al artista que es Onieva. El pomo de la puerta es de un envejecido bronce dorado, con una forma orgánica; al igual que los tiradores de algunos armarios que son flores de bronce con una pátina verde lo más parecido al color de la naturaleza, que parecen el primer garabato de un niño. O un ramillete de hojas de encina también de bronce, que hace las veces de toallero. Nunca se ha visto que tales remates en una casa puedan ennoblecer de tal manera su uso hasta no poder rechazar la tentación de tocarlos.

El 99% de su trabajo son piezas en equilibrio, lo que más le gusta diseñar. “Un día hice una y desde entonces no he parado. Me divierte que se muevan, que no estén estáticas”, apunta. A pesar de ser un artista reconocible por estas esculturas a base de equilibristas, su obra va mucho más lejos. Aunque él mismo asegura que su fuerte son estas esculturas móviles de tamaño mediano, ha realizado bustos del rey Felipe IV o los de sus padres Don Juan Carlos y Doña Sofía. La del Rey Emérito es una escultura que aludía “al doble equilibrio de él y la monarquía”.

Paradójicamente, Onieva huye de los focos. En 2010 tanto el Jardín Botánico como el Parque del Retiro le dedicaron sendas exposiciones, y desde entonces, no ha querido abrirse a mostrar su obra. “Sufría pensando cómo la gente tocaba las esculturas; las veía peligrar y temía que se les cayese una encima”, justifica así su falta de interés por volver a exponer. “Me gusta la soledad. Lo que más me gusta es trabajar; es lo que me hace más feliz”, sentencia.

Sin embargo, el taller abierto al público que tiene en el barrio de Cruz del Rayo no deja de recibir nuevos clientes en busca de sus piezas. En este mundo lleno de tecnología, él hace mucho que decidió vivir con el ritmo de antes, como los artesanos, como los observadores del paso del tiempo. Es el camino que escogió cuando abandonó sus estudios por ser artista. Quizás, la mejor decisión de su vida.

Tags
Arte

Noticias relacionadas

Onieva: "Lo que más disfruto es el proceso de creación, el resultado es lo de menos"
Protagonistas

Las curiosas esculturas de Onieva: “Disfruto creando, el resultado es lo de menos”

Por María de la Peña Fernández-NespralFotos Fernando Puente
José G. Onieva. Foto: Fernando Puente

El escultor José G. Onieva nos abre las puertas de sus dos talleres, en Valdelaguna, muy cerca de Chinchón; y, el segundo, en Madrid. En ambos lugares ha creado un espacio a la medida de su obra y de su forma de vivir.

Muchos están familiarizados con sus esculturas. Figuras, la mayoría hombres, sentadas en piedras, árboles, escaleras o en pedestales que parecen peligrar y que, sin embargo, mantienen un perfecto equilibrio. Y es que desde que empezara a trabajar con poco más de veinte años, tras abandonar la carrera de Arquitectura, no ha parado de producir bellísimos objetos de hierro y bronce.

José G. Onieva empezó dibujando caballos y además de escultor, es orfebre. Después del trance familiar por no seguir el camino pautado que querían sus padres, se marchó a Florencia donde estudió fundición durante un año. A su vuelta, montó su primer taller en el barrio de Chamberí en Madrid, donde tuvo un marchante casi 20 años que le hizo “coger ritmo enseguida”.

El carril que se atrevió a tomar en contra de su familia, hizo que “las pasara canutas”, como reconoce ahora con el paso del tiempo. Pero gracias a su determinación y vocación, se construyó a sí mismo. “Me he inventado mi propia profesión y me ha permitido vivir bien. Eso sí, he trabajado muchísimo”, afirma.

En su taller de Valdelaguna, a pocos kilómetros de Chinchón y rodeado de encinas, es donde trabaja las piezas más grandes. En el inmenso espacio de techos altísimos hay una montaña de esculturas, algunas inacabadas, pero sobre todo un repertorio de botes y de herramientas sin fin. Es una de sus pasiones, coleccionarlas. Esta finca es también refugio para pasar algunas temporadas. Al salir del taller, se encuentra el salón, otro amplio espacio donde se relaja después de trabajar. Onieva se sienta en uno de los sofás, pero antes pone la chimenea echando mano de uno de sus botes de aguarrás y, como un cuadro, se queda enmarcado entre sus equilibristas; siempre cerca de sus perros Salami y Salchichón, porque “no podría vivir sin animales”.

Se niega a vender las múltiples piezas que viven en su casa. “Las he cogido cariño”. Y parece que sus equilibristas le acompañasen con la mirada. Uno de ellos, en cuclillas, en una palmera de bronce, divisa el horizonte, protegiéndose del sol con su mano en la frente; otros parecen trapecistas haciendo posturas imposibles que se balancean entre pesadas bolas de bronce o de piedra caliza o de granito.

Tampoco faltan las esculturas de árboles, otra pieza fetiche de Onieva. Empezando por la palmera “que me encanta”. Monumental, es la que preside el centro del salón, visible desde todos los ángulos, también desde el inmenso espejo que reposa encima de la chimenea. En una esquina, otro hermoso árbol de hierro descansa sentado en un pedestal de madera, cuyas hojas esculpidas están pintadas al óleo con resina en un matizado azul ultramar que atrapa la vista.

El proceso de creación

Al observar la luz que entra por los grandes ventanales y las proporciones de la gran estancia, uno percibe inmediatamente que es también arquitecto e incluso se atrevería a añadir que además posee el ingenio del decorador. “Me considero primero escultor, después orfebre y finalmente arquitecto", afirma. Onieva también diseña muebles, la mayoría en bronce que proviene de una fundición en Torrejón, una de las más importantes de España. Tiene patas de bronce en una mesa de madera blanca decapada o las de una consola donde luce un equilibrista en un pedestal de madera y acero cortén.

Su mayor placer es el momento de crear una pieza. Para hacer una escultura que señala en la alacena de uno de los altos ventanales, ha rescatado dos discos para arado. Los ha pegado y soldado. Le gusta mezclar materiales e inventar algo. A propósito de su proceso de creación, recuerda la máxima que le dijo su profesor de dibujo, que lo que más disfrutaría es el proceso. “Es verdad. El resultado es lo de menos”, dice tajante.

Como buen amante de la naturaleza, donde más trabaja es en el porche de su casa. Un encantador mirador, con una hermosa vista al que llama el Cerro de las Brujas. Ahí fabrica la madera para los pedestales de sus esculturas, los marcos o las peanas de pino, roble o almendro que provienen de derribos. Y reposan otros pedestales de acero cortén para que se oxiden a la intemperie, a la espera de ser rematados con los ácidos y el soplete.

Se percibe que Onieva ama la madera y quiere convivir con ella, dejando el material noble a la vista para que contraste hábilmente con los óleos y dibujos que ha ido comprando en mercadillos. Es un buscador de tesoros. Igual que recoge maderas y materiales de derribo, su ojo se desvía a menudo a los fósiles y, con ellos, construye cráneos como elemento decorativo que dan cuenta de la influencia de sus viajes a África. “Este continente ha sido muy importante para mi trabajo. La gente, los olores, los colores, los animales y el paisaje. Volví con unas experiencias increíbles”, relata.

Obras en equilibrio

Su otro lugar de trabajo y vivienda se encuentra cerca del estadio Santiago Bernabéu. Allí, una vez más, la luz entra por doquier, pues las ventanas, diseñadas en cuadrículas dejan entrever un oasis urbano. Otras veces, consigue tamizarla con lamas de madera, en lugar de los menos favorecedores estores. La casa rezuma aires coloniales y nada sobra ni falta. Cada objeto, cada planta, sea de bronce diseñada por él, o natural, colocada en su maceta de madera también hecha con sus manos, son el resultado de una forma de vivir rodeado de un extraordinario sentido de la estética.

Es en su casa de la capital donde uno termina por dibujar al artista que es Onieva. El pomo de la puerta es de un envejecido bronce dorado, con una forma orgánica; al igual que los tiradores de algunos armarios que son flores de bronce con una pátina verde lo más parecido al color de la naturaleza, que parecen el primer garabato de un niño. O un ramillete de hojas de encina también de bronce, que hace las veces de toallero. Nunca se ha visto que tales remates en una casa puedan ennoblecer de tal manera su uso hasta no poder rechazar la tentación de tocarlos.

El 99% de su trabajo son piezas en equilibrio, lo que más le gusta diseñar. “Un día hice una y desde entonces no he parado. Me divierte que se muevan, que no estén estáticas”, apunta. A pesar de ser un artista reconocible por estas esculturas a base de equilibristas, su obra va mucho más lejos. Aunque él mismo asegura que su fuerte son estas esculturas móviles de tamaño mediano, ha realizado bustos del rey Felipe IV o los de sus padres Don Juan Carlos y Doña Sofía. La del Rey Emérito es una escultura que aludía “al doble equilibrio de él y la monarquía”.

Paradójicamente, Onieva huye de los focos. En 2010 tanto el Jardín Botánico como el Parque del Retiro le dedicaron sendas exposiciones, y desde entonces, no ha querido abrirse a mostrar su obra. “Sufría pensando cómo la gente tocaba las esculturas; las veía peligrar y temía que se les cayese una encima”, justifica así su falta de interés por volver a exponer. “Me gusta la soledad. Lo que más me gusta es trabajar; es lo que me hace más feliz”, sentencia.

Sin embargo, el taller abierto al público que tiene en el barrio de Cruz del Rayo no deja de recibir nuevos clientes en busca de sus piezas. En este mundo lleno de tecnología, él hace mucho que decidió vivir con el ritmo de antes, como los artesanos, como los observadores del paso del tiempo. Es el camino que escogió cuando abandonó sus estudios por ser artista. Quizás, la mejor decisión de su vida.

Tags
Arte