Miquel Barceló: “El arte con moralina que busca defender a las minorías es absurdo”
Por Alberto G. Luna
Nos sentamos con el artista español con motivo de la presentación de su último libro (‘De la vida mía’). Nos habla de su pintura, infancia y el último trabajo en la catedral de Notre Dame en el que está inmerso. Todo ello entre congas verbales imposibles de clasificar. Ninguna tiene desperdicio.
No todo el mundo quiere ser el cien por cien del tiempo la persona que se supone que es. Así, resumido, es como podría definirse a Miquel Barceló (1957, Islas Baleares).
“Me reconozco en Picasso. No dejo de admirarle. Qué le voy a hacer. Hay gente que es políticamente incorrecta. Celine era un cerdo. Es un conflicto que todos tenemos”.
“Cuando no sé qué pintar hago un autorretrato. Colocar a una señora en un sofá me parece artificial. Pintarme a mí mismo, no”.
Son frases de Barceló. Algunas nos las dice en persona porque nos hemos sentado con él con motivo de la presentación de su último libro. Otras están ahí mismo, entre sus centenares de páginas. De la vida mía (Galaxia Gutenberg) es un viaje por la existencia y obra del artista. El lector encontrará en él retratos, dibujos, obras primerizas, colores, animales, objetos y, sobre todo, multitud de citas. Tantas, que darían para escribir otro libro.
“En la Biblia está todo”, es otra frase de Barceló.
Esta última viene a cuento porque ahora mismo está inmerso en el arte sacro. En concreto, en la realización de tres tapices —uno ya lo tiene terminado— para la renovada catedral de Notre-Dame, que volverá a abrir sus puertas el próximo mes de diciembre.
Hasta ahora sus trabajos más conocidos en el ámbito del textil habían tenido un carácter más íntimo. Bordados que hizo conjuntamente con su madre, Francisca Artigues, llenos de animales marinos. Por descontado, ella también está en el libro.
El libro
Barceló tiene la firme creencia de que lo más importante de nuestra vida lo aprendemos antes de los diez años. “A los diez años ya había hecho casi todo lo que luego he rehecho y sigo rehaciendo”. Por eso él se ha equivocado con su pintura cada día de su vida. Por eso crea y destruye, pinta y despinta en un bucle infinito. Como lo hacía el recién fallecido Auerbach, Matisse o tantos otros artistas. “En muchas ocasiones empiezo a pintar algo que luego borro. Y cuando lo borro, aparece otra cosa. El borrado permite ver, añadir relieve”.
Pintar es un proceso de equivocarse y corregir, de reconstruir. De aceptar que nadie pinta lo que quiere, sino lo que puede. Se trata de ir rascando, arreglando, de ir evolucionando. Son las bestias que admiramos. “No hay que cancelar, hay que abrir las ventanas”.
—¿Qué obra cambiarías ahora?
—Muchas. No sé lo que haría pero seguiría dándoles forma hasta la destrucción. Destruir es otra forma de pintar.
—En el libro mencionas una que no vio la luz: “En una ocasión me pidieron que hiciera el cartel de Roland Garros. Lo hice, pero no les gustó. No tiene nada que ver con el tenis, dijeron”.
—Los temas polémicos en realidad me dan igual, yo no los busco. El arte siempre cambia y siempre es lo mismo. De igual modo hubo polémica cuando hicimos la catedral de Palma. Pero ahí sigue. No ha pasado nada. Los pintores vivimos desde la incorrección. El arte con moralina que busca defender a las ballenas o a las minorías es absurdo.
Francisca Artigues también era artista y solía llevarle a pintar cuadros clásicos, sobre todo paisajes al aire libre, cuando era joven. Por aquel entonces tenían una casa muy grande en Felanitx que olía a pintura al óleo, entre mesas, caballetes, libros de arte y un cerdo en la pocilga. Desde entonces no ha dejado de pintar. Francisca sí, cuando él se puso en serio y entonces ella se dedicó a bordar. “Cuando empecé a pintar de verdad, ella comenzó a bordar manteles y sábanas a la manera mallorquina tradicional”.
Asimismo, su padre aparece en otro apartado, aunque un pelín diferente: “Mi padre y yo estuvimos peleados durante largos y penosos años. No obstante, antes de eso me enseñó el nombre de los árboles, los pájaros y los peces. Recuerdo leer una autobiografía de Tàpies donde hacía una descripción de su padre magnífica. No estoy seguro de que yo esté preparado para escribir de esta forma sobre el mío”.
El viaje
En Mali, para burlar a la muerte, hizo dos autorretratos de terracota que escondían cerámica sacrificial dogón, raíces, cuernos de cabrito y otras cosas. Todo ello sobre un viejo taburete pintado con pigmento de laterita local. “Tendría unos 40 años. Entonces pensaba que en cierto modo aquella era una edad venerable porque la mayoría de mis amigos pintores habían estirado la pata. Una mujer ceramista de Banani me enseñó dónde encontrar las arcillas: la roja, la azul, la amarilla y la blanca”.
El pintor español conoció el continente africano en 1988, “de una belleza sobrecogedora que es incomprensible en Occidente”. Desde entonces, África subsahariana se transformó en un viaje por sus cuadros, que se convirtieron “en una especie de desierto”.
La destrucción (y él mismo)
En ocasiones, la obra de Barceló esconde densas capas de pigmento sobre lienzos que posteriormente son sometidos a las inclemencias de la intemperie, para provocar en ellos una destrucción natural, reacciones espontáneas como la oxidación o los cuarteamientos. En otras, un simple barreño moldeado con cortes o a golpes, es el punto de partida de una cerámica.
Hace años que no establece diferencias entre la pintura y la escultura, “eso está superado, ya no tiene sentido” dice. Y es cierto. Sus cuadros se sostienen de pie y sus esculturas pueden colgarse de una pared. Ahí tienen la capilla de Palma: “Me dije que sería más bonito dejar que las fisuras aparecieran allí donde la cerámica quisiera ponerlas, como las arrugas de una cara. No fue una decisión, sino una intuición”.
Al mismo tiempo, todos ellos beben de poetas y escritores como Verlaine, Proust, Montaigne, Savitzkaya, Stendhal o Modiano.
—¿Un poeta?
—Rimbaud —responde al instante—.
—¿Y un filósofo?
—Schopenhauer —al cabo de un rato—.
Artistas sin embargo tiene muchos. Además de Picasso, Lucio Fontana, Mark Rothko, Jackson Pollock, Miró, Tápies… “Me gusta decir que nací el mismo año que murió Pollock. Pero la verdad es que Pollock murió en 1956 y yo nací en 1957”.
Douglas Coupland dijo en una ocasión que “vivimos nuestros días. Tenemos nuestros recuerdos. Tenemos opiniones. Tenemos sentimientos. Y todos entran en la licuadora cósmica convirtiéndose en batidos de karma que se dejan en la encimera y se olvidan. Con el tiempo, empiezan a burbujear y se pudren, y entonces golpeas el tuyo y se derrama y mancha cosas, pero eres demasiado vago para limpiarlo así que se endurece y se va cosificando poco a poco. Y ese es tu legado. Tuviste el don de la consciencia. ¿Adónde te llevó eso?”
Frank Auerbach opinaba al respecto que los artistas no tienen que hablar tanto y hacerlo, en todo caso, a través de sus obras. Esto lo decía porque a él le encantaba estar encerrado en su estudio y pintar todo el rato. Yo creo que cada uno tiene que decir lo que quiera. Al fin y al cabo, como decía Coupland, da igual. Se quedará inútilmente en nuestra encimera con el resto de cosas.