Hay rastros de pintura en la chaquetilla vaquera de Jordi Teixidor (Valencia, 1941). El artista viste la vocación también por fuera. Se afincó en Madrid en 1981, a su regreso de Nueva York y, cuando ya no tuvo espacio suficiente para vivir y pintar en su refugio del barrio de Malasaña, inauguró estudio en Carabanchel, adonde llegó hace 20 años, mucho antes de que la zona se ganara la etiqueta de “Soho madrileño”.
Entre largas paredes blancas, monta nuevos lienzos sobre bastidores, almacena obras en venta y recepciona sobrantes de exposiciones. Y también pinta. Ahora menos que antes, la producción es más relajada, pero la ilusión puesta en la muestra que ya prepara para 2026 en la Sala Alcalá 31, en Madrid, le mantiene activo y contento. También saberse, a sus 83 años, un artista ético en un mundo que casi no reconoce. “Creo que el arte tiene una componente social, un componente ético y, por supuesto, un componente estético, y que han desaparecido los valores de estas tres cosas”, reivindica.
Pero antes toca otra exposición, Jordi Teixidor. El papel de la pintura, con la que la Fundación Juan March en Palma ha querido poner en valor su obra en papel del 29 de octubre de 2024 al 25 de enero de 2025. Más de 200 dibujos, en su mayoría inéditos, que revelan la evolución plástica entre 1963 y 2022 de uno de los máximos representantes de la abstracción española. También de los más longevos: son ya seis décadas en esto del arte. “Uno dedica la vida, no unos años ni una temporada. En esa vida que has escogido, hay momentos más o menos acertados, críticos y hasta fracasos, pero siempre consideras que puede haber aciertos, de modo que sigues intentando averiguar si eso del arte existe”, dice.
¿Ha cambiado el arte desde que usted empezó?
Por supuesto. Yo empecé en unos años donde todavía el ser artista, incluso hasta socialmente, no estaba tan bien visto como ahora. Conseguir un estado y una situación económica con el arte era muy complicado. Pero, sobre todo, lo que ha cambiado es la manera de entender el arte, en que nos acercamos al arte o, mejor dicho, en que el arte se proyecta sobre nosotros. Habría que preguntarse quiénes son los que generan y modifican la presencia del arte en la sociedad y en el posible espectador. El arte ha cambiado hacia algo que no esperaba que llegara y que se aleja totalmente de aquello que en un principio pensé.
El valor de lo social, diferente al que antes tenía. No olvidemos que el pintor era un profesional que recibía encargos de la Iglesia, la nobleza… Ha cambiado también la posición ética de la profesión. Había como una especie de autenticidad entre aquello que tú querías hacer y lo que deberías hacer. Hoy en día, hay una postura que no digo que no sea válida, pero que es mucho más cínica y transgresora desde el punto de vista ético. Y, desde luego, ha cambiado el valor de referencia comercial. El arte es un negocio que produce mucho dinero y que crea todo un estatus de relación financiera entre las grandes fortunas. La prueba es que las galerías están pasando a un segundo plano. La Fundación Louis Vuitton ya es más visitada que el Centro Pompidou.
Hablemos de su elección temprana. ¿Por qué la abstracción?
Fue una decisión ética. En aquel momento, la pintura abstracta suponía una mayor ruptura. Suponía la posibilidad de tratar, aunque parezca contradictorio, la realidad de otra manera. Me parecía que, para lo que yo por entonces intuía que quería ser y hacer, la abstracción era el camino adecuado. Por eso, desde un principio, elegí utilizar la abstracción y en ella he permanecido toda mi vida.
Jordi Teixidor. El papel de la pintura, el título de su nueva exposición, es una declaración de intenciones. ¿Se merecían sus dibujos una muestra propia?
Los dibujos siempre son un trabajo un poco más íntimo de los artistas en sus talleres. A veces, no les damos tanto valor porque son el camino y los pasos a seguir para lo que luego va a ser una obra más contundente y con mayor presencia. Pero esta exposición ha sido totalmente reveladora porque, tanto la comisaria, María Toledo, como la Fundación Juan March en su organización y su idea de proyecto, me han descubierto la capacidad absolutamente valorable de lo que es el papel. Yo nunca he hecho un dibujo tradicional. Yo he llamado dibujo a todo aquello que hacía sobre papel, de hecho, la mayoría de las obras están hechas incluso con óleo. Pero sí que mentalmente mi posición, en el momento de ejecutar estas obras, era diferente a la posición que tengo delante de un lienzo.
¿Cambia el proceso de trabajo?
Sí, el material nos condiciona. Tener un lienzo sobre un bastidor que mida 1,20 x 1,50 metros y enfrentarte a él, que tiene una demanda y exigencia material determinada, es totalmente distinto a cuando te planteas el trabajo sobre el papel. Parece como que desdeñar o equivocarte en una obra sobre papel no tiene tanta importancia como hacerlo en una obra sobre lienzo. Pero esto es un poco confuso, porque la obra sobre papel puede tener el mismo valor o mayor que cualquier otra obra hecha sobre lienzo. Lo que finalmente define la obra es su calidad y su categoría.
La exposición muestra su evolución plástica a lo largo de seis décadas. ¿Qué ha ido marcando sus distintas etapas de pintor?
El recorrido vital de uno. Yo no quiero hacer una historia de mi pintura, sino una historia mía. Y de ahí surgirá la pintura. No me he cansado de la abstracción en estos 60 años que llevo pintando. Me ha seguido pareciendo que era tan válida como cualquier pintor que utiliza la realidad para expresarse. Lo único, que ha ido evolucionando en materiales, en temas… Yo soy un gran aficionado a la poesía, tengo una buena biblioteca y estoy al día con ella. El valor de lo poético, cuando lo leo, es algo que está en mí y procuro que también sea transmitido a través de mi pintura, por eso he dicho muchas veces que hacer un cuadro es lo más parecido a hacer un poema. En ese terreno en que me muevo hay distintas visiones y momentos, hay crisis, hay éxitos, hay fracasos y, de tal guisa, se va conformando la pintura. A lo largo de los años mi pintura ha ido evolucionando y, sobre todo, me gustaría que hubiera evolucionado en calidad y en categoría, cada vez más intensa, de lo que quiero decir, no solamente en el aspecto formal. Pero creo que hay un espíritu o un hacer que, a lo largo de todos estos años, mi pintura no ha olvidado y ha mantenido.
¿La obra tiene que emocionar?
La emoción no es garantía de calidad ni de obra artística. Puede producirse de una manera fortuita ante un acontecimiento que vemos en la calle o ante un comportamiento de una persona que sobrepasa los niveles de respeto o dignidad. La emoción viene luego. La reflexión es lo que nos va a conducir a una manera de emocionarnos, que será una emoción mental, no física. La reflexión, aquello que nos conduce a algo que no sabemos lo que es, pero que nos está diciendo algo, y que muchas veces no sabemos ni siquiera lo que nos está diciendo, es lo que puede generar un estado que llamamos emoción.
Cualquiera que sea el soporte, ¿hay un pensamiento analítico en el origen de cada cuadro?
Sí, claro. Todo surge de una idea, de un concepto que quieres llevar adelante y que tiene una componente analítica que va desglosando las sucesivas partes o recorridos por los que va transitando la idea. Finalmente, la idea es la primera sorpresa de cuando realizas la obra, porque la idea es lo que tú creías que podía ser, pero normalmente es mejor, aunque tú sabías que esa idea iba a ser eso.
El desarrollo es un poco mecánico. Tenemos una idea, un proyecto, una intención de realizar un cuadro. Durante el desarrollo de ese cuadro surgen aspectos que no estaban previstos, que se incorporan a la elaboración del cuadro y que lo mejoran, de manera que, al final, el cuadro es algo que tú no esperabas, pero, sin embargo, antes de hacerlo, era lo que tú esperabas, pero no lo sabías. Eso lo explica muy bien Wallace Stevens, ¡mejor que yo!
¿Qué lugar ocupa el concepto de la verdad en su obra?
Es algo que tiene que estar presente en toda obra de arte. No se ve, pero tiene que estar. Y no sé cómo, cuando no está presente y es falso, se nota. Es decir, la parte ética es la que no se ve, pero debe estar.
¿Le preocupa la posteridad?
No, me preocupa que el trabajo, cuando yo no esté, se mantenga con dignidad y que, si tiene algún futuro o recorrido, se pueda observar y enseñar con respeto hacia lo que ha sido una vida dedicada a hacer eso. Eso sería el éxito: tener una permanencia. Que no fuera una pintura, que no fuera un cuadro, sino que fuera la esencia y que, de esta manera, pudiera seguir existiendo.
Sueño con poder hacer algo definitivo, no tanto como pintura, sino como postura: mi posición ante el arte. Estoy pasando una temporada un poco pesimista con respecto al arte. No solamente no va por donde yo creía que iba a ir, ingenuo de mí, ¿por qué tenía que pensar que iba a ir por ahí?, sino que está desprendiéndose o despreciando incluso una serie de valores que son los que nos han hecho siempre considerar que tal vez el arte existía. Estoy en una postura más de valorar lo negativo, es decir, la negatividad, la capacidad de que la negación acaba siendo una afirmación. Del mismo modo que, como diría Samuel Beckett, el fracaso es una garantía de que puede llegar el éxito. Estoy constatando una realidad: los valores del arte o los valores que hacen que consideremos que una cosa es arte no los veo.