Sus obras, a simple vista, parecen estar llenas de arbitrariedad y, por lo tanto, ausentes de cualquier patrón. Pero esto son solo apariencias.
El arte y la ciencia son dos ríos que, al encontrarse, se mezclan en un flujo imparable de creación. La ciencia, con su rigor y lógica, dibuja las leyes que gobiernan el universo; mientras el arte, con su sensibilidad, su caos, le da forma al alma de lo que aún no podemos entender. En esa unión entre ambas nace la chispa que arroja un poco de luz sobre el misterio; la inspiración que guía tanto al pintor como al físico, tanto al poeta como al biólogo. En realidad, ambas buscan lo infinito, lo universal, y en esa búsqueda, se amamantan la una a la otra, en un acto de creación de belleza; en un acto de creación de verdad.
Como apuntó Lorca, el poeta que pasa de querer a amar transita “de la imaginación, que es un hecho del alma, a la inspiración, que es un estado del alma […] Ya no hay términos ni límites, admirable libertad”. La inspiración, lugar donde el arte y la ciencia se funden, tiene algo de mágico. No gusta de la voluntad, sino que es libre de poseernos cuando ella desee, sumergiéndonos en esa admirable libertad lorquiana. En esa posesión de un estado no encontramos una explicación para nuestras acciones, simplemente salen a flote, se convierten en una forma estable, se plasman en una obra: un puñado de palabras o una serie de trazos.
Tanto el científico como el artista se funden con lo universal, con la naturaleza, y tratan de apresar esas emociones o intuiciones dentro de su obra. Así, quizá podamos encontrar ciertas leyes de la naturaleza tanto en una obra de arte como en una ecuación matemática ya que ambas se funden con ese universal desde la inspiración. Y, quizá, lo que es movido por la inspiración siga las mismas leyes que la propia naturaleza, es decir, las mismas leyes que la ciencia trata de encontrar.
Son muchas las obras de arte que, a través de la geometría, las formas, o los propios conceptos, se entrelazan con el mundo de la ciencia. Sin embargo, hay un caso extraordinario que probablemente destaque por encima del resto: Jackson Pollock. El estadounidense es conocido por su técnica de pintura drip painting o pintura por goteo, que rompió con las formas tradicionales. Colocaba sus lienzos en el suelo y derramaba, salpicaba o dejaba gotear la pintura directamente. Movía su cuerpo de manera danzante alrededor de ellos, creando composiciones abstractas llenas de energía y movimiento.
Este enfoque le permitió crear obras que rompían con los cánones establecidos. Estas, a simple vista, parecen estar llenas de arbitrariedad y, por lo tanto, completamente ausentes de cualquier patrón, pero esto son solo apariencias.
Según una teoría del físico e historiador del arte Richard P. Taylor, los cuadros del artista contienen ciertos patrones de tipo fractal. Los fractales son estructuras geométricas complejas, aparentemente irregulares, pero que se repiten a diferentes escalas. Ejemplos de fractales naturales son los árboles, las nubes, el sistema circulatorio o el ritmo cardíaco, aunque hay muchos más. Para Taylor, el arte de Pollock refleja patrones muy similares a los de los fractales naturales. Su método creaba una convergencia entre la imprevisibilidad y una estructura subyacente, evocando la complejidad de los sistemas naturales.
En un estudio Taylor y su equipo analizaron los fractales en la obra de Pollock y su posible relación con el aplastante atractivo de su arte. Durante años observaron las respuestas humanas que generan sus obras mediante técnicas como seguimiento ocular y medición EEG (electroencefalograma), sugiriendo que los patrones fractales podrían provocar respuestas perceptuales y fisiológicas positivas, lo que tiene implicaciones artísticas. Estos experimentos muestran que el sistema visual humano responde a los patrones de Pollock como lo hace con los fractales naturales o generados por ordenador y que quizás precisamente ahí resida el atractivo de su obra.
Es posible que Pollock, incluso de forma inconsciente, se dejara llevar por la inspiración y, desde ahí, su cuerpo se liberara de las pesadas cadenas del control para dar a luz su obra en correspondencia con lo universal. De hecho, la geometría fractal, ubicua en la naturaleza, es en la mayoría de los casos el resultado de procesos caóticos. Quizá Pollock con sus movimientos emulaba a un sistema caótico, quizá el artista fuera caótico en esencia, porque el caos nada tiene que ver con el desorden, el caos es sensibilidad.
El lenguaje secreto de la naturaleza
El caos en la ciencia dista mucho del sentido común que solemos darle. Comúnmente lo entendemos como confusión y desorden, y esto es debido a su raíz etimológica. En la mitología griega, el χάος (kháos) era un abismo oscuro y desordenado, un vacío primordial donde nada tenía forma ni sentido, pero del cual brotó la creación del mundo.
Desde hace décadas sin embargo, el término "caos" ha tomado un rumbo completamente diferente en el lenguaje de la ciencia, alejándose de su significado original. En ciencia se dice que un sistema es caótico cuando es aperiódico y extremadamente sensible a los cambios, de modo que pequeñas variaciones pueden llevar a situaciones completamente distintas. La clave de estos sistemas dinámicos está en su sensibilidad extrema, donde cada cambio es una bifurcación hacia lo desconocido. Esa misma sensibilidad los convierte en terrenos fértiles para la impredecibilidad, donde lo aparentemente desordenado esconde una complejidad profunda
Como mencionábamos antes, en la naturaleza abundan los sistemas caóticos que generan fractales. Un ejemplo claro es la ramificación de los árboles, donde el crecimiento de las ramas, aunque caótico e impredecible, sigue un patrón que se repite a diferentes escalas. Cada bifurcación parece única, pero la estructura subyacente es siempre la misma, revelando un fractal natural que conecta lo diminuto con lo inmenso. En este caos, que está completamente ordenado, la naturaleza traza su lenguaje secreto, donde lo imprevisible se organiza en una belleza extraordinaria.
Podemos decir, por lo tanto, que el caos en la naturaleza es el pulso secreto que dibuja patrones ocultos. De la aparentemente desordenada danza de los ríos serpenteantes, de las ramas que se abren al cielo, de las nubes que se disuelven en formas irregulares, emergen fractales, figuras que repiten su esencia en cada escala. El caos no es desorden, sino una estructura profunda y delicada, arraigada en la sensibilidad a los cambios, que se despliega en lo impredecible. Como solemos explicar en la Academia Arte y Ciencia, caos en la naturaleza es una fuerza creadora que susurra al universo su orden escondido, su universalidad.
Jackson Pollock, en su arte y, quizá a través de la inspiración lorquiana, canaliza este mismo caos. Su sensibilidad lo conecta con el caos. Una sensibilidad desbordada, fluyendo en formas que se derraman sobre el lienzo en una coreografía impredecible. En las salpicaduras de pintura que gotean de sus manos hay un eco del desorden armónico de la naturaleza. Al igual que los fractales, sus obras repiten un caos, lleno de vida y energía, que se convierte en patrón, que se convierte en fractal. Pollock nos demuestra que su caos probablemente se deba a su sensibilidad, no a su desorden; y que esta sensibilidad resulta en el lenguaje mismo con el que dibuja la estructura oculta de lo infinito.