De la solución higiénica al minimalismo irritante: la arquitectura de los cementerios
Por Ana Mª Nimo
Lo que ocurre en los cementerios trasciende a su razón. La lógica nos dice que quien está muerto, muerto está y, sin embargo, allí vamos a despedirnos e incluso a hablar con ellos. A lo largo de los siglos, su arquitectura y diseño han ido evolucionando al ritmo que lo han hecho las sociedades.
Es más que probable que haya practicado, sin reparar en ello, turismo necrófilo. Gran parte de los monumentos de parada obligada cuando uno visita un nuevo destino tienen relación con la muerte. Piense sino en las pirámides de Egipto, en el Taj Mahal o en las catacumbas de Roma. La arquitectura funeraria sin embargo ha ido perdiendo fuelle a medida que la muerte ha ido ocupando un lugar más discreto y menos místico en nuestra sociedad, quedando casi relegada a los cementerios.
Todas las culturas han rendido culto y dado sepultura a sus muertos de una forma u otra, ya fuera en sus propios domicilios, como hacían en la antigua Roma; o en los templos religiosos, en los que las tumbas del interior se reservaban para los nobles. Al resto se les buscaba un hueco en los terrenos colindantes. Es con la llegada de la Ilustración y su búsqueda de la salubridad cuando se decide enterrar los cuerpos en la periferia de los núcleos urbanos en lo que se llamó “el exilio de los muertos”. “En estos cementerios continuaban reconociéndose los estamentos sociales, puesto que la burguesía se adjudicó el protagonismo antes exclusivo de la aristocracia y del alto clero, multiplicándose la construcción de panteones y tumbas con evidentes historicismos arquitectónicos y eclecticismos. De ahí la denominación de Oriol Bohigas de los cementerios como “catálogos de arquitectura”, tal y como explica la profesora de la Universidade da Coruña, Antonia María Pérez Naya, en la publicación La muerte silenciada.
Surgieron, entonces, dos tipos de cementerios en función de la rama cristiana reinante: el cementerio jardín, caracterizado por tener grandes espacios despejados y la ausencia de símbolos, en los países protestantes; y los atomizados, en los católicos. Conforme pasaron los años estos últimos se convirtieron “en maquetas a escala de la ciudad de los vivos reproduciendo los problemas de esta: conservación, especulación y saturación, lo que condujo al crecimiento en vertical, con la consiguiente proliferación de los nichos”, señala.
Conforme la sociedad avanzó y se desacralizó, los cementerios de nuevo cuño se perfilaron para algunos como oportunidades de experimentación arquitectónica. “Aunque en el recinto funerario las necesidades que imponen los rituales han prevalecido sobre el imperativo funcional, la secularización de la sociedad y la recuperación de la cremación hacia 1900, han dado lugar a una nueva relación con la muerte que se refleja en estas construcciones”, afirma la también investigadora Marta García Carbonero autora de la tesis Espacio, paisaje y rito: formas de sacralización del territorio en el cementerio europeo del siglo XIX”.
Tadao Ando levantó un monumental templo cubierto de lavanda para rodear la enorme estatua de Buda que da la bienvenida a los visitantes del Cementerio Makomanai Takino
Entre el cielo y la tierra
En el siglo XX vemos cómo, poco a poco, la espiritualidad se va desvinculando de lo religioso y se conecta de forma simbólica con la naturaleza. El mejor ejemplo de ello es el Bosque de Estocolmo, obra de Gunnar Asplund y Sigurd Lewerentz. En este camposanto, que ocupa más de 100 hectáreas de terreno, es posible encontrar diseminadas distintos crematorios y capillas mortuorias cuya arquitectura se inspira en las cabañas escandinavas, aunque lo que prevalece es el bosque por el que se reparten las discretas tumbas -unas identificadas y otras anónimas- y en el que se invita a la meditación.
Aunque de extensión similar -95 hectáreas-, en Buenos Aires nos encontramos el ejemplo contrario: un entramado de muros monumentales que logran aislar al visitante del bullicio que sume a Buenos Aires y que conducen hasta una suerte de necrópolis subterránea de corte brutalista. El Sexto Panteón, construído entre 1950 y 1958 por la pionera del modernismo sudamericano, Ítala Fulvia Villa, está formado por un conjunto de pasadizos laberínticos iluminados por patios de luz y en los que los nichos se superponen sin distinción.
La naturaleza de estos encargos que encadenan lo terrenal con lo místico, hace que en muchas ocasiones acaben siendo la obra cumbre de sus autores. Este es el caso también de la ampliación del Cementerio de San Cataldo en Módena, que Aldo Rossi diseñó inspirándose en la novela de Georges Bataille Le bleu du ciel. El italiano levantó en los años 70 una serie de construcciones que pretendían estar abandonadas, vacías, pero de aspecto rotundo y que estaban atravesadas por galerías y tejados a dos aguas. Su cementerio simbolizaba la melancolía que se adhiere a los muertos cuando abandonan el mundo de los vivos.
Otro premio Pritzker, Tadao Ando, nos sirve para dar el salto hasta el siglo XXI. Hace unos años -en 2017- el japonés levantó un monumental templo cubierto de lavanda para rodear una estatua de Buda en el Cementerio Makomanai Takino. Hasta su construcción, la escultura de 13,5 metros de alto estaba completamente al descubierto, produciendo en los visitantes lo que describían como una sensación “incómoda” y “desoladora”. La solución de Ando fue reparadora para los que enterraban allí a sus seres queridos.
Salvo casos aislados como este, la arquitectura funeraria contemporánea parece haberse estancado en un estilo minimalista, con predilección por los materiales en bruto a la vista, en los que prima la ausencia de elementos decorativos y que tienden hacia lo aséptico. Una buena muestra de ello lo encontramos aquí, en España, más concretamente, en “el fin del mundo”. El Cementerio Municipal de Fisterra, finalizado por el arquitecto César Portela en el año 2000, está conformado por unos cubos enormes de granito -con 12 nichos cada uno- que parecen haber rodado ladera abajo hasta detenerse en el lugar privilegiado que ocupan hoy junto al mar. El proyecto fue tan laureado como polémico y aún hoy sigue sin haber abierto al público.
Adopten la forma que adopten, los cementerios han sido y seguirán siendo lugares en los que intentaremos encontrar explicación a lo inexplicable y en los que, quizás, gracias a sus arquitectos, hallemos cierta paz y cierto consuelo. Como sostenía Stefan Zweig, “no basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre”.