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Trump y Renoir, historia de dos ‘bullies’

Por Alberto G. Luna

El candidato a la presidencia de EEUU tiene una fijación por Renoir. ¿Un simple capricho? Ni mucho menos. El político y el artista francés tienen más en común de lo que a simple vista puede parecer.

Un día cualquiera, subido en su jet privado, Donald Trump aseguró a un periodista que era el orgulloso propietario de un cuadro de Renoir. En concreto, En la terraza (dos hermanas). El lienzo se encontraba allí mismo, en el avión. Así como el reportero, Timothy L. O'brien, que por aquel entonces andaba escribiendo el libro Trump Nation: The Art of Being The Donald.

"Sabes, ese es un Renoir original" —dijo el todavía magnate inmobiliario señalando con un dedo rollizo hacia la obra en cuestión—.

"Donald, no lo es", —le respondió el otro al instante—. "El original está colgado en una pared del Instituto de Arte de Chicago. Lo he visto con mis propios ojos”.

Entonces, al día siguiente, ocurrió lo inesperado. Cuando ambos se encontraron de nuevo en el aeroplano, el gato negro de Matrix salió danzando de la cabina del piloto, atravesó impertérrito el pasillo, se sentó en el primer asiento que encontró libre, cruzó las piernas y se encendió un puro al mismo tiempo que Trump volvió a señalar el cuadro y una vez más dijo: "Sabes, ese es un Renoir original". Como si la conversación anterior nunca hubiera existido.

Creo que no les sorprenderá que les cuente ahora que el propio museo confirmó que, efectivamente, el cuadro original de Renoir lo tenían ellos desde 1933 —y no Trump—; básicamente porque en el mundo de Trump los inmigrantes haitianos se comen las mascotas de los ciudadanos de Springfield y Barack Obama nació en Kenia. Lo curioso, sin embargo, es que detrás de esta simple anécdota se escondía una obsesión por el pintor que resurgiría mucho después.

‘En la terraza (dos hermanas)’, Pierre-Auguste Renoir. 1881

Y es que años más tarde, en plena campaña electoral, Trump decidió conceder una entrevista al programa 60 minutos de la CBS junto a su familia. Y de fondo, solo un instante, como si de una ilusión se tratase, volvió a aparecer el dichoso cuadro impresionista. También llegó a afirmar que en la oficina de su mujer, ubicada en la Torre Trump, colgaba otra obra del francés, en este caso El Palco, seguramente también falsa. ¿Una simple coincidencia? Ni mucho menos. El político y el artista tienen más en común de lo que a simple vista puede parecer.

La política del insulto

Trump se ha pasado gran parte de su carrera política insultando a todo el que se ha cruzado en su camino sin ningún atisbo de misericordia o duda. Tanto, que hasta se ha publicado un libro con sus pasadas de frenada. Entre otras muchas lindezas, calificó a Kamala Harris de “discapacitada mental” e hizo lo propio con los judíos que tuvieran intención de votarla, llamándolos “tontos”. También compartió un video que parodiaba la canción Ironic de Alanis Morissette para atacar a Harris como moronic —imbécil—. Y por supuesto, se cebó con las mujeres. A la actriz de cine para adultos, Stormy Daniels, la llamó “cara de caballo”; a su ex asistente Omarosa Manigault Newman, "loca y trastornada"; y de la presentadora de televisión, Mika Brzezinski, dijo que últimamente estaba "sangrando por su estiramiento facial".

No está mal, ¿verdad? Pues esperen a leer al troll de Renoir.

“El corrupto Joe Biden quedó mentalmente discapacitado. Kamala Harris, honestamente, creo que nació así”.

“El corrupto Joe Biden quedó mentalmente discapacitado. Kamala Harris, honestamente, creo que nació así”.

Pierre-Auguste Renoir (Limoges, 1841 - Cagnes, 1919) es una de las figuras esenciales del impresionismo pictórico. Su pintura inconfundible tiene una fuerte carga visual y está alejada de todo tipo de intelectualismo. Pero mención aparte merece su peculiar carácter.

La editorial Centellas reunió en una ocasión sus textos en los que habla sin rodeos del arte, las mujeres y ciertas personalidades como por ejemplo la monarquía española:  “La familia real de Goya vale por sí sola un viaje a Madrid. Cuando uno está delante de este cuadro, ¿acaso se fija en que el rey parece un vendedor de cerdos y que la reina parece salida de una taberna, por no decir más? ¡Los diamantes que la cubren!”

También tuvo algunas palabras para Miguel Ángel: “Sus figuras son demasiado parecidas. Sus músculos también son siempre los mismos. Estudió tan bien la anatomía que, a fuerza de temer olvidar el menor músculo, ponía algunos que deberían molestar a sus personajes”; Turner: “¿A eso lo llama luminoso? ¡Esos colores son los mismos que utilizan los confiteros para colorear sus turrones!”; e Ingres: “Cuando se deja llevar por la pasión raya en la imbecilidad. En Francesca de Rimini quiso poner tanta pasión en su actitud que le alargó demasiado el cuello”. Y uno más, su querido Manet: “¿Manet? Pintor excelente que nunca supo retratar a una mujer”.

De Gauguin criticó “el aspecto anémico de sus bretonas”, y de Seurat “sus lamentables puntitos, lo último de la ciencia pictórica”. Pero el género femenino también recibió sus puyas: “Por qué enseñar a las mujeres esas tareas de las que los hombres se encargan tan bien, cuando ellas están dotadas para un oficio que los hombres ni siquiera pueden soñar en abordar. Hacer la vida soportable. Tengo miedo de que las nuevas generaciones hagan muy mal el amor”. Aunque esta tampoco tiene desperdicio: “Cuando las mujeres eran esclavas, eran unas auténticas señoras. Cuando adquieran los mismos derechos que nosotros, sabrán lo que es la esclavitud”.

“Cuando Ingres se deja llevar por la pasión raya en la imbecilidad”.

“Cuando Ingres se deja llevar por la pasión raya en la imbecilidad”.

Renoir no es el único que ha dedicado gran parte de su vida a insultar. Él mismo lleva 150 años sufriendo bullying. Uno de los primeros que lo despedazó fue el crítico Albert Wolff, quien en 1874 escribió: “¡Trate de explicarle al señor Renoir que el torso de una mujer no es una masa de carne en descomposición con manchas verdes y violetas que indican el estado de putrefacción de un cadáver!”

Más tarde, en 1913, la impresionista estadounidense Mary Cassatt se quejó de sus abominables cuadros “de mujeres pelirrojas enormemente gordas y cabezas muy pequeñas”. Y, hace casi una década, el artista Max Geller se volvió viral al crear el movimiento Renoir sucks at painting que pedía eliminar su obra de las paredes de los museos mostrando primeros planos supuestamente horribles de sus pinturas. ¿Su razonamiento? Bueno, simplemente no le gustaba su trabajo.

Cabría destacar en este punto del relato que Renoir, como buen impresionista, no reproducía paisajes sino lo que interpretaba como paisajes. Sus obras parecen bosquejos, dibujos espontáneos sin terminar, como si se hubieran realizado en pocos minutos. Pero nada más lejos de la realidad. ¿Quién tiene razón sobre el francés? Todo el mundo, obviamente. La belleza está en los ojos de quien la mira. Pero, ¿y sobre Trump?

La política del insulto del republicano comenzó antes incluso del primer debate de las primarias, dos meses después de que anunciase su candidatura. Esta retórica provocó una amplia condena, pero también atrajo una considerable atención de los medios. Les Moonves, el presidente de la CBS, comentó con ligereza en cierta ocasión que Trump pudo no ser bueno para EEUU, pero sí para su cadena, aludiendo al aumento de ingresos que generaron los índices de audiencia. El New York Times publicó una lista de las 289 personas, lugares y cosas que había insultado en Twitter durante su campaña. El listado apareció no solo en la web, sino también en dos páginas completas de la edición impresa.

Una búsqueda en este periódico muestra además innumerables artículos con los improperios más utilizados por el republicano, entre los que destacan “Crooked Hillary”, “Lyin' Ted”, “Little Marco” o “Low-Energy Jeb”. Los titulares tampoco se quedan cortos: “Trump's Most Notable Insults”, “Donald Trump's Meanest Twitter Insults” o “19 Republicans Donald Trump Has Insulted".

Es decir, que no solo Trump sacó tajada.

Unos días después de su elección como presidente, un periodista se le acercó y le preguntó si su retórica había ido demasiado lejos. A lo que él simplemente respondió: “No. Gané”. En pocos días sabremos si le habrá servido para alcanzar también su segunda legislatura.

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