Deja de mirarlo como algo cutre, lo último en arquitectura es apostar por el ladrillo
Por Mario Canal
Asociado con la pobreza y la chapuza, este material está adquiriendo un nuevo protagonismo apoyado en valores como la artesanía y el orgullo de barrio.
Es un método constructivo efectivo y sostenible, pero su uso indiscriminado en los barrios populares de las grandes ciudades para levantar edificios tristes y de mala calidad, lo ha estigmatizado. Hasta ahora.
Las nuevas construcciones realizadas con ladrillo alrededor del mundo están provocando que miremos este material milenario con otros ojos. Más allá de sus líneas rectangulares, los arquitectos y diseñadores están modelando estructuras con formas, tonalidades y superficies nunca antes vistas. Esta tendencia puede estar relacionada con un retorno a determinados valores ancestrales y no solo se da en la arquitectura, sino también en la querencia del diseño por lo vernáculo y en las artes plásticas por la artesanía. Construcciones versátiles como la Tiered Realm House en la India; el Teatro-Auditorio de Illueca, en Aragón; la Twisted Shell Library en China o la maravillosa Casa Botijo en Madrid son ejemplos de cómo elevar la simplicidad a su máxima potencia.
Otro más lo es también el estudio de arquitectura Tropical Space, ubicado en Vietnam, quien en 2019 reformó un local para una empresa de salsas tradicionales: Organicare Showroom. Una estructura que reivindica el ladrillo, así como la tradición arquitectónica vietnamita. Y es que precisamente Vietnam es un país en el que este material se considera una arquitectura no convencional. Es decir, aquella que se levanta de forma ilegal por los propietarios sin recursos: garajes adosados a viviendas, muros levantados para ampliar estancias, nuevas extensiones que se ganan al terreno adyacente o en pisos superiores, etc. La chapuza de toda la vida, en definitiva. La Termitary House (2014) fue otra de sus construcciones en la que el muro de ladrillo perforado obtuvo un resultado impactante. Una fórmula opuesta al acero, al cristal, al hormigón de las ciudades y su velocidad sin fin.
El ladrillo llega a los museos
Los museos también están haciendo uso del ladrillo sin por ello renunciar a su ambición arquitectónica. Al contrario, el material elegido los posiciona de forma precisa y hace de ellos lugares en los que se conectan fondo y forma. La Fundación Yves Saint Laurent (2022) en Marrakech ha dotado de solemnidad y grandeza a su colección con sencillas piezas de terracota. Una fórmula que también ha sido elegida en la otra punta del mundo por el Museo Imperial Kiln.
En el primer caso, el material levanta un interior inspirado en el forro de una chaqueta de alta costura con bandas oblicuas que dibujan los muros curvos del patio central, mientras que el exterior llama la atención por un juego geométrico también básico, como de cultura antigua. Los grandes volúmenes cúbicos del complejo que en determinados costados se curvan conforman un complejo que cristaliza el color de la tierra magrebí.
Por su parte, en China –donde el ladrillo se usa de forma masiva en la construcción doméstica popular– hay varios museos levantados con este material. Uno en Zhenjiang dedicado a la cultura del vinagre; el centro de arte TaoCang (2021) y, más destacable, el mencionado Museo Kiln, que ganó el premio Brick Award 2022. Formado por una serie de naves ovales, está situado sobre las antiguas ruinas de la ciudad imperial de Jingdezhen, que durante la dinastía Ming (1368-1644) fue conocida también por ser capital internacional de la cerámica.
En India, la Tiered Realm House es otra maravilla no solo por su exterior, que posee un ritmo geométrico muy atractivo en la fachada, sino por su interior, que divide la parte doméstica de la oficina profesional de una forma ingeniosa, en vertical y enfrentadas entre sí. De nuevo, esta obra demuestra que el ladrillo funciona mejor en pequeñas dosis, con una escala humilde, integrándose discretamente en los barrios populares, metamorfoseándose.
Y por último, en España contamos con algunas obras significativas en este sentido, levantadas a finales del Siglo XX y principios del XXI, como las de Rafael Moneo –extensión de Bankinter en la Castellana, el Museo Nacional de Arte Romano, la extensión del Prado y la estación de Atocha, en Madrid–, o el polémico “ruedo” de Sáenz de Oiza en la M-30 madrileña.
Sin llegar a ser mastodóntico, el auditorio de la pequeña ciudad de Illueca (2021), en Aragón, se levanta sin miedo a que el uso del ladrillo asocie la voluntad cultural de su uso a la “arquitectura pobre”, tan común en el ámbito rural. La poesía popular de la Casa Botijo (2024), en el madrileño barrio de Carabanchel, también ejemplifica el orgullo popular, de barrio. En este caso se trata de una vivienda multifamiliar integrada precisamente en un contexto de casas construidas en los años setenta con ladrillo visto, en una zona donde pueden encontrarse naves industriales. Su sencillez puede vincularla a la Casa de las Flores (1931), construida en Madrid por Secundino Zuazo –ejemplo de arquitectura urbana y humana–, pero también revitaliza algo prácticamente imposible de defender: la arquitectura desarrollista que en su momento se construyó con bajas calidades. Y lo hace apelando a la dimensión afectiva de esos edificios tan comunes que dieron cobijo a varias generaciones de familias trabajadoras, otorgando dignidad espacial y material a aquella memoria.