El Madrid de la Restauración, según el fotógrafo danés Christian Franzen
Por Pilar Gómez Rodríguez
Tras la feliz recuperación de los fondos de la colección Franzen, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando le dedica una muestra al retratista danés que se instaló en la capital para inmortalizar la historia oficial y las pequeñas historias de quienes pasaron por su estudio.
Nacido en 1863 en Fjolde (Dinamarca, actualmente Alemania), Christian Franzen se instaló casi tres décadas después en Madrid y se hizo madrileño: madrileño de adopción, pero madrileño por convicción también. En esa ciudad trabajó incansablemente, construyó su reputación, hizo buenos negocios y grandes amigos, y fue, como decía su tarjeta de presentación, “fotógrafo de reyes y rey de los fotógrafos”. Ambas cosas son ciertas.
“Pronto se sintió fuertemente atraído por la ciudad, por su luz, por sus museos, por la vitalidad de su teatro, por su pintura —fue íntimo amigo de Sorolla— por su historia...”, explica para El Grito el historiador de la fotografía Publio López Mondéjar. “Creo que Franzen vino a Madrid por motivos personales y pronto fue reconocido como un gran retratista, en una ciudad en la que ya se apagaban figuras como los hermanos Debas, que eran entonces los más cercanos a la monarquía y a la aristocracia. Todos estos factores le llevaron a afincarse en la calle del Príncipe, sobre todo tras su encuentro con la reina regente, que fue una de las primeras clientas de su galería”.
Publio López Mondéjar es el comisario de la muestra que hasta finales de septiembre se puede ver en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid). Se titula Franzen: un danés en el Madrid de la Restauración y está formada por un reducido y selecto conjunto de obras que forman parte de los fondos de la propia Academia y se exponen junto con otras imágenes y publicaciones procedentes de colecciones privadas.
Tan solo cuatro años después de la apertura de su estudio, aquel danés era reconocido como proveedor de la Real Casa por la reina María Cristina, lo que significaba que podía usar el escudo real en todo aquello que tuviera relación con su trabajo. ¿Cómo lo consiguió? “Franzen llegó con el oficio bien aprendido —explica López Mondéjar—. Era, además, hombre culto, amigo de la música y de los músicos y extraordinariamente dotado para las relaciones y el trato social con los miembros de las clases cultas de la capital. Dada la calidad de su trabajo, y sus crecientes relaciones, no creo que le costase mucho conseguir un prestigio que creció pronto, desde que la reina regente llevase a sus hijas a su estudio. Siempre se ha dicho que aquella sesión fotográfica fue decisiva en la carrera del fotógrafo, dada su calidad profesional y sus cualidades innatas para el trato social”.
Un cariñoso rey Alfonso XIII que rodea con el brazo a su madre, la reina madre María Cristina de Habsburgo; la reina Victoria Eugenia haciendo ganchillo con las infantas Beatriz y María Cristina para el ropero de Caridad de Santa Victoria; la Infanta Eulalia de Borbón, hija menor de Isabel II, posando sofisticadamente de espaldas; Alfonso XIII con el príncipe Boris de Rusia y otros hombres vistiendo las mejores galas militares… Franzen conseguía de la realeza que posara distinguida, sí, pero con gestos naturales con los que todo el mundo podía identificarse. Aquella era una realeza nunca vista: Franzen sabía sacarle partido como nadie. “Creo que su más importante aportación —explica el comisario de la muestra de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando— fue la dulzura de sus retratos, su delicadeza, la calidad de sus extraordinarios reportajes, la elegancia de sus impresiones al platino, su inusual dominio del oficio, que traía bien aprendido de su trabajo en Copenhague y de su paso por París, donde conoció el trabajo de figuras como Reutlinger. En París aprendió su magistral dominio de la iluminación al magnesio, que le sirvió para realizar sus celebrados reportajes del Madrid nocturno, que publicó en las grandes revistas gráficas de la época, como Blanco y Negro”.
El sitio adecuado, el momento justo
Franzen había aprendido el oficio de la fotografía en Copenhague, donde se formó con uno de los pioneros de esta disciplina: Christian Neuhaus. Pronto decidió viajar por Europa y probar suerte en Roma, Múnich y París. Tras un nuevo intento en su país, se afincó en España después de pasar por Italia. Políglota, sofisticado, bien parecido, en 1895 inauguró su estudio propio en la mencionada calle Príncipe nº 11. Está en el sitio adecuado y en el momento justo. El sitio adecuado es el centro de la capital, donde se concentran un buen número de retratistas y, sin duda, los mejores. El momento justo era un país enfrentado a sí mismo (tras la pérdida de las últimas colonias) y sometido a fuertes transformaciones. Algunas de ellas le tocarán muy directamente, como la aparición de nuevas cabeceras (con las que colaborará de forma asidua) y la sustitución en prensa del grabado por la fotografía. De alguna manera, aquella sociedad finisecular se estaba convirtiendo en una sociedad de la imagen. El público quería ver qué pasaba, quería la inmediatez, y eso se tradujo en la edad de oro de la prensa gráfica. Surgieron en aquella época, además de Blanco y Negro (1891), Nuevo Mundo (1894), La Revista Moderna (1897) o La Esfera (1914). En todas ellas firmó Franzen sus reportajes.
Y es que el danés tuvo la audacia de salir a la calle —más que a la calle, a las tertulias, los salones y los cafés— y retratar el ambiente que se vivía allí y a sus destacados personajes. Emilia Pardo Bazán, José María Pereda, Benito Pérez Galdós, Joaquín Sorolla son solo algunas de las numerosas celebrities que Franzen tenía en su galería. Y es que no solo la realeza, la nobleza y la aristocracia cultural se aprestaban a pasar por su estudio, es que hacerlo se convertía ya en símbolo de prestigio y estatus.
Si tiene información sobre esta imagen…
Existen algunos retratos fotográficos de Franzen, pero quizá su imagen más famosa se encuentra en un lienzo que pintó Sorolla en 1903. En ella, se le ve en acción, con su característico pelo rojo junto a una de sus cámaras y la mano en la frente, comprobando quizá alguna de las instrucciones dadas. Ese cazador cazado, ese retratista retratado es obra de Sorolla, a quien le unió una gran amistad y con quien colaboró de forma asidua e intensa. El lienzo encuentra su par en una instantánea de Franzen de 1905, en la que se ve a Sorolla en plena faena. Ataviado con la bata, paleta y pinceles en mano, mira inquisitivamente al espectador, que se siente convertido en modelo involuntario de pintura.
No solo retrató a su amigo pintando y sin pintar, también fotografió su casa, sus obras, su familia… Trabaron una relación de colaboración, confianza y mutuo aprendizaje. A Sorolla siempre le interesó la fotografía desde que se formara en el trabajo de la luz en el estudio del fotógrafo valenciano, que luego sería su suegro, Antonio García Perís. También estaba interesado en el movimiento, en captar el instante y en eso la fotografía tenía mucho que decir. Sorolla no era de los que acogieron con recelo la venida y el empuje de aquella nueva disciplina sino que, al contrario, utilizó con entusiasmo y en beneficio propio, de su pintura, todos los recursos que esta ponía a su alcance. Como apunta la anterior directora del museo Sorolla, Consuelo Luca de Tena, en el reportaje titulado Un danés en la corte del rey Alfonso “Probablemente aprendieron y hablaron mucho. Sospecho que tuvieron unas conversaciones interesantísimas hablando de luz, de iluminación y de sus efectos en la pintura y la fotografía”.
La exposición también indaga en el devenir que esperaba al ingente trabajo realizado por Franzen cuando murió en 1923. Fueron su hija y su sobrino, Paul y Mimí Franzen, quienes decidieron seguir con la actividad y le sucedieron en el estudio. Continuaron con el negocio hasta la década de los 70, cuando RTVE adquirió todo el archivo, casi treinta y siete mil documentos, la mayoría placas de vidrio, que fueron depositados en los sótanos de Prado del Rey. A mediados de los 80 los cientos de cajas de negativos de cristal fueron trasladados a los trasteros de Arganda del Rey, en los que permanecieron años bordeando la línea del olvido y la indiferencia.
Por fortuna no cayeron en ese agujero negro. Por la mínima, la historia tuvo un final feliz: en los dos mil, el Fondo Franzen fue descubierto —o redescubierto— y se decidió su digitalización y ordenación. Hay muchísimo material y otras tantas historias detrás que esperan a ser contadas porque los negativos de cristal se pudieron recuperar, pero no la información sobre quiénes eran los retratados. En sobres de papel cebolla, los negativos aportaban datos escritos a mano como la fecha o el nombre de la persona que encargaba la fotografía, pero con gran frecuencia esta no era la misma que finalmente quedaba retratada, por lo que la búsqueda de información sigue abierta. En el archivo, que se puede consultar en esta web, se invita a “enriquecer este patrimonio documental: si tiene información sobre esta imagen que quiera compartir, puede hacerlo a través de este enlace”. La historia y las historias que Franzen contó del Madrid de la Restauración están todavía lejos de cerrarse.