Este libro explica por qué te atraen tanto los muebles baratos de Ikea y el diseño escandinavo
Por Sol G. Moreno
La sencillez y la funcionalidad es lo que llevan buscando los arquitectos y diseñadores escandinavos durante los últimos 100 años. “El diseño es un derecho de nacimiento”, dicen.
Jens Quistgaard decía aquello de “simplicidad sin pobreza”. Esa frase, que es una aspiración que el escultor danés trató de mantener siempre cuando trabajaba sus piezas, se ha convertido ahora en la mejor–y más escueta– introducción de este libro firmado por Charlotte y Peter Fiell. Precisamente porque ese equilibrio, que parece tan complicado de conseguir, es lo que han estado buscando los arquitectos e interioristas del norte de Europa durante los últimos 100 años. Ya a principios del siglo XX, nombres como Alvar Aalto y su mujer Aino Alto apostaron por las líneas básicas, de formas sencillas y orgánicas, sin caer en la escasez y con excelentes resultados.
Ahora bien, ¿por qué se han convertido los escandinavos en los reyes del diseño? ¿Cuál es el secreto de sus propuestas? ¿De dónde salen esas ideas? A todas esas preguntas trata de responder el matrimonio Fiell en el volumen titulado Diseño escandinavo. A lo largo de sus 512 páginas [en su versión inglesa], los autores –que con más de 60 libros publicados son toda una autoridad en la materia– repasan la evolución de las formas escandinavas desde 1900 hasta 2002, año en que se publicó por primera vez. Más que un tocho sesudo, es un ensayo perfectamente ilustrado que se lee fácilmente y que cualquiera podría ojear como las páginas de una revista de interiorismo solo que, en vez de descubrir las últimas tendencias, encontrará las piezas históricas que han liderado el diseño industrial del norte de Europa durante el último siglo.
Ni la espectacularidad de Zaha Hadid ni la singularidad de Frank Gehry, lo que distingue al diseño escandinavo son sus líneas sencillas, puras y orgánicas. ¿Por mero gusto estético? Desde luego que no. Es cierto que sus creaciones responden a una idea de belleza, pero condicionada a su vez por la necesidad de llegar a todas las casas –ricas y pobres–, porque más que piezas decorativas para los norteños son un elemento de bienestar social (recordemos que tienen nueve meses de frío intenso).
Los diseñadores Jan Dranger y Johan Huld llegaron a vender en los años setenta sus piezas de forma anónima para contrarrestar el culto a los objetos de autor
Tanto es así, que consideran que “el buen diseño es un derecho de nacimiento de todos los ciudadanos, independientemente de su riqueza, género, edad o capacidad física. Por encima de todo, esa idea de que los ‘objetos cotidianos más bellos’ pueden mejorar la vida, es lo que perpetúa el fenómeno internacionalmente reconocido del diseño escandinavo”. Así lo escriben Charlotte y Peter Fiell en el libro. Lo que ocurre es que esa universalidad, necesariamente, anula las florituras, los excesos y las locuras compositivas que se ven en otros diseñadores que pueden permitirse el lujo de crear piezas millonarias.
Y ese es, precisamente, el secreto de las creaciones escandinavas: haber sabido convertir la artesanía de lujo en objetos de producción en masa; en suma, haber conseguido la democratización del diseño industrial. Los suecos Jan Dranger y Johan Huld, por ejemplo, llegaron a vender en los años setenta sus piezas de forma anónima para contrarrestar el culto a los objetos de autor. Con esa filosofía, a medio camino entre la libertad creadora y la necesidad geográfica, han desarrollado un estilo que es la perfecta conjugación entre forma y función, o lo que es lo mismo, entre brukskunst –“el arte útil”– y hygge (que implica una sensación de alegría, encanto o bienestar).
Hasta aquí las ideas que todos los países del norte comparten. Pero, ¿qué diferencia el diseño danés del sueco? En palabras de Anne Stenros, “en el plano emocional, los daneses son un poco más sureños, los finlandeses son más orientales, los noruegos parecen más del norte y los suecos se ciñen siempre al término medio. Los islandeses, por su parte, tienen muy arraigadas sus propias raíces”. Como es lógico, esas diferencias de carácter nacional han dado como resultado diferentes enfoques en las artes aplicadas, que los autores del libro analizan de uno en uno en un capítulo independiente.
Es posible que los daneses enfaticen más que ningún otro país escandinavo la durabilidad por encima de la belleza; mientras que el gusto finlandés está más cercano al mundo oriental, en el sentido de que mantiene una relación casi mística con la naturaleza. El diseño noruego, por desgracia, nunca ha logrado emerger de las sombras de sus vecinos, especialmente Suecia, líder de ese movimiento democratizador representado a través de su decidida apuesta social. ¿Y qué pasa con Islandia? La isla volcánica siempre ha estado aislada del resto de Europa, pero ha dependido históricamente de los bienes extranjeros, por eso tiene verdadera obsesión por personalizar y adaptar cada producto que importa.
‘Lámpara colgante para Stockmann-Orno’, Lisa Johansson-Pape. 1954
‘Lámpara Scaragoo’ para Ingo Maurer, Stefan Lindfors. 1988
Jarrones de barro para Bobergs Fajansfabrik, Ewald Dahlskog. Hacia 1930
La silla Jacobsen, Ball o la lámpara Artichoke: los primeros pelotazos escandinavos
Uno de los mayores logros del diseño escandinavo es la silla modelo n. 3107 Número 7 creada por el danés Arne Jacobsen. Era un asiento funcional, ligero y estable, sin más misterio que la madera contrachapada del respaldo y las cuatro patas de acero, pero causó tanto furor en 1955 que los 100 ejemplares producidos inicialmente se quedaron cortos. Llegaron a venderse más de cinco millones de aquella silla, que todavía hoy es una de las más vendidas de todos los tiempos.
Otro asiento, esta vez circular, ilustra hasta qué punto se puede innovar en las formas sin perder por ello un ápice de su funcionalidad. Se trata de Ball, la creación de Eero Aarnio hecha en 1962 para Asko. El diseñador finlandés era un apasionado de los barcos y estaba muy familiarizado con la fibra de vidrio, un material maleable. Soñaba con crear el mueble que le hiciese famoso y lo consiguió con este enorme asiento circular donde cabían los cuatro miembros de su familia. “Como tiendo a simplificar las cosas, quité todos los rincones”, comentó sobre esta singular silla que ya es un clásico de los museos de artes decorativas y ha salido en decenas de películas.
Asimismo destaca la lámpara Artichoke concebida por Poul Henningsen en 1957. El danés ha sido uno de los mejores maestros de la iluminación de todos los tiempos y cuando recibió el encargo de crear una lámpara en suspensión para el restaurante del Langelinie Pavillonen, apenas necesitó tres meses para completarlo. Basándose en un modelo anterior, concibió este diseño con forma de alcachofa que distribuye la luz por sus 72 hojas metálicas. Esta lámpara es uno de los modelos más repetidos en miles de hogares de todo el mundo, pero la primera sigue colgando del pabellón de Copenhague.
El finlandés Stefan Lindfors sorprendió en 1988 con el desenfadado diseño de Scaragoo, una lámpara de mesa con forma de escarabajo y líneas futuristas. Fue la primera creación del diseñador, cineasta y escultor que atrajo la atención del público y parece una de las escasas ocasiones en las que una propuesta norteña se ha permitido cierta exuberancia. Quizá por eso la empresa que se atrevió a comercializarla no fue local, sino alemana: Ingo Maurer.
Todos estos diseños y otros muchos más también son los principales reclamos de la macro empresa IKEA. “Forma, función y asequibilidad” más el “háztelo tú mismo” es lo que la llevó de vender jabón para ganado hasta medias para mujeres por correo en 1943, a muebles baratos a partir de 1950. De todo esto habla Diseño escandinavo, que a su vez es una especie de diccionario, organizado de forma cronológica, donde se incluye un elenco de 125 autores o firmas junto con algunos de sus diseños más icónicos. Todo para entender cómo ha sido ese puente entre la artesanía de lujo y la producción industrial que ha acabado en tu casa.