Un diseño de lo más extravagante está irrumpiendo en las casas (y probablemente también lo haga en la tuya)
Por Mario Canal
El mundo del interiorismo sufre las sacudidas del neobarroco, un estilo impulsado por una nueva ola de creadores que se mueven a tientas entre el diseño y el arte contemporáneo.
Se acabó el minimalismo: muerte a la línea recta. La tiranía de las formas simples que pueden quedar bien en cualquier parte parece haber dado paso al riesgo. En lugar de muebles y objetos que resaltan el vacío del espacio, estas piezas tienen personalidad, no esconden sus defectos. Son imanes que atraen la atención y generan dinamismo porque dialogan con otros elementos que también poseen fuerza, en lugar de anularse.
Más que un estilo recargado que replique los excesos del interiorismo francés de los siglos XVII y XVIII, por ejemplo, en el que más era mucho más, y que en la actualidad retomaron creadores contemporáneos de gran renombre como el francés Jaques García, este neobarroco se contiene en las propias piezas. Huye del horror vacui y apuesta por un equilibrio multinivel de propuestas singulares.
Hay una ola de diseñadores que ni trabajan en un laboratorio de operarios ni buscan el lujo discreto. Son artistas con gran personalidad cuyas obras, en muchos casos piezas únicas, expresan un imaginario inagotable. La reina madre de este movimiento constante de formas y colores es, sin duda, Bethan Laura Wood (1983). Viste de una forma tremendamente llamativa y esa plasticidad icónica se transfiere al universo de muebles y objetos que crea. Basta echar un vistazo a alguno de sus retratos para entender que es una mujer que se divierte experimentando con su propia imagen y se apropia de formas y tonos a primera vista imposibles de combinar. Igual que sus obras.
Además de plantear una propuesta a contracorriente de las modas anodinas y fáciles que tanto se suelen demandar, Wood crea sus obras desde una aproximación alejada de la industrialización, de la repetición en serie, apostando por la artesanía vernácula como base de la individualidad.
“Los espacios vacíos me resultan incómodos a menos que haya mucho equilibrio y detalle. Necesito entornos que parezcan estar bien pensados, no diseñados para adaptarse a todos y que no hablen de nadie”, dijo recientemente en una entrevista. Aprender a editar el volcán de elementos que conforman su universo fue su principal reto profesional, según ha explicado: incluso cuando el exceso es el fin último, es muy difícil dosificarlo correctamente.
Esta querencia por rozar el límite lleva a algunos a tildar a estos diseñadores de “locos”, como se refirió Jaime Hayón -uno de los creadores españoles más internacionales y cuyo trabajo también anda un poco por las nubes- a Jerszy Seymour (1968). Efectivamente, enfrentarse a los diseños e instalaciones del creador nacido en Berlín y que se graduó en el Royal College of Art de Londres es encajar una cantidad de estímulos impactante, de gran fuerza y tensión. Sus piezas juegan con el sentido del humor, la teatralidad conceptual y muchas referencias a otras disciplinas creativas como el rock, el arte contemporáneo y la revisión crítica del propio diseño cotidiano.
El flúor es su tono más reivindicado, definitivamente un color poco usado para los espacios domésticos interiores al estar más relacionado con el paisaje urbano o una discoteca de la periferia. La más chillona de las posibilidades cromáticas enlaza con el carácter punk de su obra, como demuestran algunas de sus piezas. De hecho, el Do it yourself está detrás de la silla Workshop. Nació para que el propio cliente pudiera fabricársela y tiene una articulación sencilla, pero rara. En su primera edición (2009), se montaba con varios palos y argamasa de cera biodegradable, mostrando su carácter manual y espontáneo.
Seymour es un habitual de los centros de arte experimental y su trabajo se ha expuesto en grandes museos como el Pompidou y el MOMA. La joven artista española Saelia Aparicio (1982) tiene también un pie en el mundo del diseño y otro en el del arte contemporáneo. De hecho, expone con la prestigiosa galería Fumi de Londres sus piezas más funcionales y en la hispano-mexicana Travesía Cuatro aquellas con una ascendencia más artística, aunque ambos planos sean difíciles de separar en su caso.
El universo de Aparicio está poblado de seres mágicos y deidades paganas. Sus esculturas tienen un componente biomórfico que apela a un imaginario narrativo de otro mundo, influenciado por la fuerza estética de los cómics y los dibujos animados. Por ejemplo, en la exposición que le dedicó el MUSAC de León en 2022 –la más importante realizada hasta el momento– Aparicio jugaba con la idea de seres híbridos, mezclando la mitología griega con la cultura pop, la ciencia ficción y la filosofía especulativa.
Para dar forma a este cúmulo de inspiraciones y trazar una nueva dimensión hacia el espectador, sus obras adoptan formas útiles, siendo los biombos, las sillas o mesas sus elementos preferentes. Pero sus obras son también muy ornamentales, escultóricas, y apelan a una historia del arte revisitada por los ojos mágicos de una chamana, dibujando una riquísima cosmogonía que va más allá del canon histórico aceptado.
Su obra viaja a través de las capas del tiempo como también lo hace la del diseñador griego Kostas Lambridis (1988), aunque en su caso, la principal seña de identidad es la extrañeza. Tras estudiar en su país natal, se formó en los Países Bajos con el célebre diseñador español Nacho Carbonell durante ocho años, con quien comparte un gusto particular por el exceso. En la actualidad está representado por la exclusiva galería Carpenter’s Gallery, donde se pueden adquirir obras de sintomático título como la mesa Faux Baroque. Madera, terracota, cristal, mármol y cerámica hecha a mano construyen esta pieza que puede vincularse al upcycling, aunque los materiales no provienen de la recuperación sino que son creados y diseñados ex profeso.
“Mi aproximación técnica es similar a la de un amateur”, explicaba Lambridis a la periodista Diane Pernet en 2019, mientras mostraba una consola en la Fondation Cartier cuyo origen formal y conceptual era la ornamentada pata de un mueble barroco: “Me gusta que el proceso forme parte del resultado final, me gusta romper esa barrera”. Otras arquetipos de mobiliario barroco que le han servido de inspiración y punto de partida han sido el chandelier, que revisita con pantallas led y neones, o la cama de día o day bed.
Pero hay muchos más, como los muebles y lámparas de Sebastian Brajkovic (1975), o las cerámicas de la mexicana Milena Muzquiz (1972), que inaugura expo en Travesía Cuatro (Madrid) el próximo 12 de septiembre. Las esculturas de esta última, por ejemplo, se convierten en vasijas, floreros y fuentes adquiriendo una entidad que se emancipa de la propia creadora e incluso del contexto. El carácter manual de las piezas alimenta esa estética de lo popular que genera una carga de empatía con el espectador alejada de la depurada neutralidad emocional del diseño minimal.