Entre el expolio y la torpeza: las obras de arte que nunca debieron salir de Patrimonio Nacional
Por Sol G. Moreno
La ‘sentencia Bernini’ ha sacado a la luz el caso de un bronce desaparecido de las colecciones reales en el siglo XIX. Pero hay otras pérdidas inexplicables, como el testamento de Juana de Austria que se intentó subastar en Madrid o los sangrantes casos de El aguador de Sevilla y el Matrimonio Arnolfini.
Que aparezca un Bernini en nuestro país es toda una novedad, pero lo es aún más que acabe en los tribunales. Lo hizo porque pudo salir de manera irregular de las colecciones reales hace más de 150 años. Lo que al principio se planteó como una hipótesis, parece haber cobrado forma y ahora un juez ha fallado a favor de Patrimonio Nacional, que reclamaba para sí la pieza.
La obra en cuestión es una figurilla de bronce que salió a subasta en Barcelona mal atribuida, mal identificada y con una estimación de 2.000 euros. Lo que sigue es otra fascinante historia de un tapado que finalmente guió a los especialistas hasta el nombre del escultor y arquitecto favorito de los Papas de Roma. El lote 54 de aquella subasta del 25 de noviembre de 2021 en La Suite, habría pasado inadvertido de no ser porque el Ministerio de Cultura declaró la pieza inexportable, lo que motivó la retirada de la escultura para que el dueño la estudiase mejor —mismo modus operandi que el Ecce Homo de Caravaggio—.
El resultado, desde luego, fue revelador. Primero, la figura no era Vulcano, sino una alegoría del río Ganges. Segundo, de escuela italiana nada, era obra del mismísimo Bernini. Y tercero, pudo pertenecer a un conjunto de las colecciones reales españolas. Fue entonces cuando la Brigada de Patrimonio incautó la obra para hacer las comprobaciones pertinentes: procedencia, estudio de materiales, encaje de la figura con el modelo conservado en Patrimonio Nacional, etc.
Ahora se ha demostrado que, efectivamente, formó parte de aquel modellino realizado por Gian Lorenzo Bernini para la Fuente de los Cuatro Ríos. El conjunto, que es una versión reducida de la imponente fontana de mármol que preside la Piazza Navona, fue un regalo que Cosme de Medici hizo a Fernando IV durante su viaje a la Corte española.
Aparece documentado en las colecciones reales desde 1668 y, según los inventarios, viajó del Alcázar al Palacio Real antes de desmembrarse hacia finales del siglo XIX. Entonces a las figuras se les perdió la pista y solo quedó la estructura desnuda con el mini obelisco. Hasta hace tres años, cuando la representación del río Ganges salió a la venta y se desataron las alarmas.
Por suerte, finalmente un juez emitió la que ya se conoce como ‘sentencia Bernini’, donde concluyó que el bronce pertenece a Patrimonio Nacional. “Es la primera vez que se recupera una pieza mediante una reivindicatoria apoyada en informes técnicos”, anunciaba encantada la entidad en un comunicado.
Pero el bronce de Bernini no ha sido la única obra procedente de la colección real española que ha salido a la venta en los últimos meses. El año pasado hubo hasta tres casos semejantes y, curiosamente, todos resultaron fallidos. Dos de ellos aparecieron en el mercado nacional, mientras que el tercero desató la locura al otro lado del charco (aunque solo por unos meses).
El primero era el testamento original de Juana de Austria, que se ofreció en El Remate con un precio de salida de 17.000 euros. El segundo era otro documento de igual valor histórico, el testamento de la reina María Cristina de Habsburgo, a la venta en la galería Marita Segovia. ¿Cómo acabaron ambos archivos en manos privadas? Esa es la gran pregunta.
La tercera obra apareció en Nueva York, pero ya era una vieja conocida. Estaba llamada a pulverizar el récord mundial de Velázquez el pasado mes de febrero, sin embargo no pudo ser, porque el retrato deLa reina Isabel de Borbón fue retirado in extremis de Sotheby’s Nueva York.
Precisamente ese retrato velazqueño, salido durante la invasión napoleónica de nuestro país, y los papeles reales ahora en manos privadas, son ejemplos de cómo el expolio, la picaresca o la desidia monárquica nos han privado de muchas obras maestras que hoy podrían colgar de nuestros mejores museos. Repasamos algunos de ellos.
Napoleón o Fernando VII, ¿quién fue peor?
Uno de los episodios más vergonzantes fue el expolio de los franceses durante la Guerra de la Independencia. Entre ellos, el todopoderoso Mariscal Soult y el general Matthiu, con quien se repartió algunos de los mejores lienzos de Murillo conservados en el Hospital de la Caridad de Sevilla. El Mariscal campó a sus anchas por nuestro país entre 1810 y 1813, tres años que fueron suficientes para que centenares de pinturas de Zurbarán, Ribera, Tiziano o el mencionado Murillo, entre otros, se escapasen por los Pirineos.
Aunque algunos de aquellos cuadros se devolvieron a España una vez acabada la guerra, muchos otros jamás regresaron. San Andrés de Ribera acabó en el Museo de Bellas Artes de Budapest, mientras que El regreso del Hijo Pródigo de Murillo está en la National Gallery de Washington y Jesús con la cruz a Cuestas de Sebastiano del Piombo terminó en el Hermitage.
Que conste que no todo fueron robos artísticos. Napoleón Bonaparte también dejó un bonito agujero en la joyería real, tras hacerse con la famosa Perla Peregrina, esa que lucieron desde Isabel de Borbón –que no María Tudor– a Elizabeth Taylor.
Desde luego, aquel expolio todavía escuece a más de uno, pero los franceses tampoco fueron los culpables de todas nuestras pérdidas patrimoniales. Y a veces el responsable no ha sido un extranjero. Por mucho que nos guste meternos con los ingleses, no fue el Duque de Wellington quien se quedó con parte de nuestros tesoros, sino el rey Fernando VII quien declinó recibirlos de manos del vencedor de la batalla de Vitoria.
El militar británico había interceptado parte del botín que los franceses querían sacar de España y cuando quiso devolverlo a su legítimo dueño, se encontró con un monarca tan magnánimo como poco interesado por el arte. ¿Conclusión? Ahora El aguador de Sevilla de Velázquez descansa en la mansión londinense de Apsley House –residencia del primer Duque de Wellington–, para escarnio de los españoles.
¿Y qué pasó con el Matrimonio Arnolfini de Jan van Eyck? En su caso la historia se desdibuja, aunque lo que importa es que también se expone en Inglaterra. Podríamos soñar con contemplar esa maravilla en el Prado o La Galería, pero la realidad es que para poder verla hay que ir a la National Gallery de Londres. Se sabe que la tabla permaneció durante años en la familia que dio nombre a la escena, hasta que el matrimonio falleció y la obra se subastó.
La fortuna quiso que acabase en manos de Margarita de Austria, entonces gobernadora de los Países Bajos. Fue así como pasó a formar parte de las colecciones reales, llegando incluso a colgar del Palacio del Buen Retiro. Pero en el siglo XVIII se le perdió la pista. No volvió a aparecer hasta 1818, ya en Londres, como propiedad del coronel escocés James Hay, quien supuestamente lo habría adquirido tras su participación en la batalla de Waterloo —aunque esta historia no convence a todos—. ¿Sería una de aquellas obras incautadas por las tropas de Wellington a los hermanos Bonaparte? ¿Se perdería hábilmente durante la contienda? Imposible saberlo, como el momento en que salió el Bernini ahora recuperado.