Protagonistas

Miguel Milá y el diseño que nació en una caja de herramientas

Por Pilar Gómez Rodríguez

Miguel Milá. Foto: EFE

Fue diseñador cuando en España no se diseñaba y tuvo que inventar la profesión. El pionero, el sabio, el inventor y bricoleur Miguel Milá ha fallecido este lunes a los 93 años. La historia de nuestro diseño pasa por los hitos que salieron de su cabeza y sus manos.

Unas Navidades a principios de la década de los 40 los Reyes Magos dejaron como regalo una caja de herramientas en la casa de los Milá Sagnier. Aquella familia numerosa de la aristocracia catalana amante del arte y la arquitectura también lo era de la sobriedad. El regalo lo usaron los tres hermanos menores y lo acabaron sorteando. Le tocó a Miguel que le sacó buen partido y siempre la conservó.

Aquel niño creció y, convertido en el joven Miguel Milá, comenzó estudios de arquitectura. Los abandonó para ser diseñador a finales de los 50. Tuvo que inventarse el oficio porque en ese tiempo “ni había catálogos para elegir muebles, ni la gente tenía mucho dinero para gastar”, pero lo hizo y lo hizo muy bien. Durante siete décadas, o más, trabajó sin descanso, resolvió problemas, necesidades, atrajo la atención por la calidad de sus diseños y mereció todos los reconocimientos que finalmente acabaron llegando: Miguel Milá fue Premio Nacional de Diseño en su primera edición, en 1987; en 2008 recibió el Compasso D’Oro; y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2016, por citar algunos. A finales del 2023 comentaba en una entrevista para El Grito la emoción que sentía al recibir en febrero de este año, coincidiendo con su 93 cumpleaños, el Madrid Design Festival Award. Asistió personalmente a la entrega y también a la inauguración de la exposición que le rendía homenaje al diseñador preindustrial, artesano y bricoleur que nunca dejó de ser. Y las razones hay que buscarlas, de nuevo, en aquella caja de herramientas.

De los primeros trabajos a las piezas de diseño

Armado con aquellos utensilios y un espíritu emprendedor —se diría ahora— el niño avispado que era Miguel decidió sacarse unas perrillas realizando recados, tareas o servicios domésticos. Pero no solo era eso: quería ser útil a los demás o, por lo menos, a los más cercanos. “Nos enorgullecía poder servir de algo a nuestros padres”. A aquella iniciativa le puso nombre y todo: “TRAMO, que es un acrónimo de TRAbajos MOlestos, recados que a uno le pueden dar pereza: cargar el mechero, ir a comprar sellos, limpiar zapatos... […]

Luego, cuando finalmente monté una pequeña empresa de verdad, recuperamos ese nombre”. Todo eso lo recordaba Milá en su libro Esencial, publicado por Lumen en 2019 al cuidado de Anatxu Zabalbeascoa, y que funciona al tiempo como una especie de memorias y como una guía no solo para comprender mejor su diseño, sino para la vida en general.

Esa ansia por ser de utilidad se fundió y se materializó en su labor profesional, en una rama que ha dado muchos y muy buenos frutos y que él denominó autoencargos. Para un hermano, por ejemplo, ideó la mesa María, que permitía ver la alfombra sobre la que se coloca (y que le gustaba mucho) o la mítica lámpara TN para la tía Nuria —se adivina en el nombre— que necesitaba un punto de luz polivalente. El revoltijo de mochilas, chaquetas y prendas que se acumulan en las entradas —en la suya también, a medida que fue creciendo la familia— lo consiguió ordenar gracias a una estantería sobre ruedas rematada por una corona de y para su esposa, que odiaba los matamoscas de plástico y quería uno “presentable”, inventó uno en cuero y bambú que demuestra que cualquier objeto, cualquiera, puede ser elegante.

 “No tiene ningún sentido que las personas consuman al ritmo enloquecido de la moda”

“No tiene ningún sentido que las personas consuman al ritmo enloquecido de la moda”

Pasear por la muestra que le dedicó el Centro Fernando Fernán Gómez de Madrid a principios de año a Miguel Milá se parecía a visitar a la familia o voltear las hojas de un álbum de recuerdos. Porque piezas míticas como las lámparas Cesta, la butaca Salvador, la silla Gata o la chimenea DAE hacen vibrar alguna cuerda de la memoria y remiten a aquel interior, aquella salita donde… Y así se pone en marcha el torrente del recuerdo en el que el mueble no es protagonista, pero sí detonante. En el contexto doméstico quizá su presencia pasara inadvertida, pero — al igual que ocurre con la salud y las cosas que importan— no así su ausencia. El contexto de la exposición revelaba en cambio toda su potencia.

Y ese es el gran éxito de Miguel Milá, que quería diseños que acompañaran sin incordiar, que reconfortaran sin estridencias, sin llamar la atención, sin cansar… Un diseño así no solo queda fuera de las modas, es que ni repara en ellas. “Mis diseños nunca han estado de moda. Y quizá tampoco han pasado de moda”. Sobre este tema tiene, además del recuerdo para Cocteau (que dio en el clavo con su aforismo “moda es aquello que pasa de moda”), una frase genial: “[la moda] Yo creo que te quita personalidad, es un error pensar que te la da”.

La regla de oro del reciclaje

Ni reducir, ni reutilizar ni nada con “r”. La mejor regla para el reciclaje y la sostenibilidad la dio Miguel Milá y es de cuando no se hablaba de estos asuntos o no se hablaba, al menos, en estos términos. “No suelo comprar algo que no necesite y nunca he dejado de usar algo que haya comprado […]. Creo que lo bueno se usa muchas veces”. Siguiendo estos preceptos, y en relación con lo anterior, siempre trató de hacer un diseño duradero y, más que duradero, eterno. La clave se la dio su madre, que a fuerza de sobriedad anuló cualquier impulso consumista.

Esa aversión al despilfarro, junto con el mandato del aprovechamiento máximo, las cultivó de forma muy personal. De hecho, está en el origen de uno de sus clásicos de referencia, la mencionada lámpara Cesta. Se gestó un día, mientras paseaba y vio un hermoso globo de vidrio oval que le gustó mucho: solo con un soporte podría convertirlo en una lámpara. Y lo fabricó él mismo con ratán, alumbrando unas de las creaciones más armónicas de la historia del diseño español. Luego, ese material se cambió por madera para facilitar la producción industrial, pero ahí está y ahí queda ese pasado preindustrial, esa querencia artesana que dice mucho de la forma de diseñar de Milá.

La cuestión es tan seria que, además del ejemplo, es conveniente sus palabras: “Las compras son una cuestión de educación y, sin ponernos solemnes, de ética. No tiene ningún sentido que las personas consuman al ritmo enloquecido de la moda. […] Creo que deberíamos preguntarnos por los efectos de esa compra continua en el planeta, en nuestros valores, en nuestro cerebro, en nuestra manera de relacionarnos, en nuestras prioridades y en nuestra forma de vivir la vida”.

Bodegón con obras de Miguel Milá Foto: Poldo Pomes

Muchos —ahora con motivo de su fallecimiento, pero antes también— se han referido a Miguel Milá con la palabra sabio o maestro. Ha sido coherente, clarividente y sin proponérselo ha ido por delante en materias que rebasaban las meras lindes del diseño, como sus espacios urbanos, sus bancos invitando a la comunicación o teniendo en cuenta las necesidades especiales… Porque Milá ha sido un pensador también, un rumiante de los problemas, hasta dar con la solución, que, por el camino, ha dejado reflexiones brillantes. “Diseñar es ordenar y es poner a los demás por delante de tu ego”. “Cambio debe ser igual a mejora”. “Quien progresa es el que sabe conservar lo bueno y no el que intenta destruir todo lo anterior para hacerlo de nuevo”.

Son algunas de las máximas que integran un decálogo (doble) que forma parte de Esencial. Hablando de conservar, hasta la exposición de febrero en Madrid viajó un mural de madera donde se desplegaba la colección de herramientas que guardaba Miguel Milá. La mítica caja de herramientas que dejaron los Reyes también estaba allí. En la cartela, una fecha: 1941.