La arquitectura cero o el triunfo de las casas anodinas
Por Mario Canal
Algunas grandes fortunas están desembolsando millonadas para vivir en lujosas casas arquitectónicamente insulsas. ¿Vanguardia o simple degeneración estética?
The One, la mansión de nueva planta más cara de Hollywood, es un complejo de 10.000 metros cuadrados de espacio habitable –42 baños y 21 dormitorios– que se sitúa en lo alto de una colina de Beverly Hills. Con vistas 360º sobre la ciudad de Los Ángeles y el mar, un cine Imax, una garaje para treinta coches, cinco piscinas, spa, helipuerto e incluso un casino, su precio de venta al terminar las obras fue de 500 millones de dólares. El productor de cine Nile Niami, promotor de la obra, finalmente la vendió por 145 millones tras una subasta pública, al haber entrado el proyecto en concurso de acreedores. Un fracaso que, sin embargo, colocó a su arquitecto en el centro de las miradas.
Su nombre es Paul McClean y podemos determinar sin género de dudas que es uno de los ejemplos más claros del estilo arquitectura negativa, por su reduccionismo extremo, o arquitectura cero, por su escaso valor añadido. La editorial Rizzoli le dedicará un segundo libro de mesa el próximo mes de octubre, tras haber recogido sus proyectos más icónicos ya en 2019. Pero para conocer el estilo del arquitecto irlandés basta con echar un vistazo a sus últimos proyectos, porque lo cierto es que son todos muy parecidos.
Una sucesión de estructuras modulares repetitivas y líneas rectas. Viviendas de lujo que buscan convertirse en galerías de arte. Espacios diáfanos sin fin, y con ventanales gigantes. Si han visto la emisión Selling Sunset, de Netflix, sabrán a qué nos referimos. Entre sus clientes se hallan Beyoncé y Jay Z, quienes se hicieron con una de sus mansiones en Los Ángeles por 80 millones de euros.
Esta estética tiene mucho que ver con la historia de la arquitectura, y al mismo tiempo muy poco. La radical geometría constructivista que ve la luz tras De Stijl y la Bauhaus, movimientos que surgen de una fascinación por el espíritu industrial y la anulación del ornamento, la abstracción y la depuración hasta el extremo del estilo decó que había dominado la arquitectura más avanzada, están detrás de esta formulación arquitectónica. Pero no tiene nada que ver con ella. Ni con Walter Gropius, ni con Mies van der Rohe, ni con Le Corbusier, ni con Robert Mallet-Stevens. Tampoco con Richard Neutra, Craig Ellwood, Rudolph Schindler o Frank Israel, que desarrollaron el modernismo californiano en la estela de Frank Lloyd-Wright.
Pero McClean no es el único al que podemos incluir en este movimiento arquitectónico tendente a la depuración extrema. Además de otros arquitectos anónimos que están apostando por este anodino estilo, destacan Scott Mitchell y, sobre todo, Peter Marino.
Cuero y mármol
Peter Marino probablemente sea el arquitecto e interiorista más importante del mundo del lujo. Representa una arquitectura que no molesta. Un minimalismo inocuo que pasa desapercibido aunque posea algunos gestos distintivos, sobre todo a nivel superficial. Sin embargo, ha trabajado para todas las marcas de referencia. De la misma manera, sus residencias privadas tienden a la simplicidad. A menudo, son cajas de luz que buscan espacios diáfanos donde meter mucho mueble de diseño y mucha obra de arte adquirida en Miami Basel.
Se le conocía mucho en el mundo de la arquitectura, pero él mismo reconoce que no empezó a hacerse mundialmente famoso hasta que se vistió como un personaje de Tom of Finland recién salido de un club leather de San Francisco. Ropa de cuero bien ajustada a sus voluminosos músculos, botas, gorra de plato militar, joyas XXL, tatuajes y barba teñida de negro azabache. Se supone que comenzó a hacerlo por su gusto por las Harley Davidson, pero el estilo resulta bastante más fetish que el de un grasiento Ángel del Infierno. Marino está casado, tiene una hija y fue denunciado por un trabajador que le acusó de acoso e insultos homófobos. Pero esa es otra historia.
“Tuve mucha suerte”, relató Marino en una revista en 2016 sobre cómo llegó a ser uno de los arquitectos más importantes del mundo. “Pasé de Warhol, a Yves Saint Laurent, al dueño de Fiat y al de Chanel. A través de Andy tuve un ascenso estelar”.
Efectivamente, su primer trabajo fue la renovación de la casa del Upper East Side del rey del Pop Art. Marino era un asiduo de la Factory, el estudio donde trabajaba Warhol y sus empleados. El hecho de que aceptara ser pagado en especie, con obras de arte, fue fundamental para conseguir el trabajo. De ahí saltó a Europa y sedujo a Giorgio Armani para diseñar su apartamento en Milán chapurreando el italiano, por haberlo aprendido de su abuelo, ya que Armani no hablaba inglés.
Su primer gran trabajo en la moda fueron las tiendas Barney’s, en Manhattan. Nunca había realizado obra para distribución comercial, pero entendió la necesidad del propietario de diversificar el interiorismo de las boutiques para otros productos que no fueran trajes y vestidos. Desde entonces, se ha convertido en el diseñador de interiores por excelencia de la moda, sobre todo con Chanel, de cuyo diseñador Karl Lagerfeld era gran amigo. “Me imagino que cada marca es como un cliente residencial diferente. No hay dos casas que haya hecho en 40 años que se parezcan”.
Esta afirmación, que hizo a la revista Interview en 2022 –publicación fundada por el propio Andy Warhol en 1969–, es fácil de cuestionar. Muchas de sus residencias son similares: ángulos de cristal. Una mansión de Miami Beach es muy similar a un chalet de Sagaponack, en el Estado de Nueva York: piedra y volúmenes geométricos. Y algo que podríamos calificar como estilo neobalinés le sirve para construir una cabaña de lujo en las Montañas Rocosas y una residencia en Palm Beach. No son todas idénticas, pero se parecen mucho entre sí. Y a excepción de las dos últimas, el resto de edificaciones siguen el mencionado diseño negativo. La eliminación de cualquier elemento interesante, la ausencia de una voluntad conceptual compleja y una distribución geométrica aburrida.
Son muchos los factores que están llevando a la glorificación de este tipo de arquitectura. A la falta de ambición creativa de los arquitectos, que evitan meterse en complejidades experimentales, se suma el tipo de cliente adinerado. La receta idónea para la mínima expresión artística. Un estilo que seguro seguiremos viendo muchos más años.