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El culebrón de los Bacon españoles: un amante discreto, un robo millonario y un cuadro todavía perdido

Por Sol G. Moreno

Francis Bacon. Foto: Reuters

Tiene todos los ingredientes de un buen guión de cine negro: cinco retratos inéditos de Bacon robados a un particular que resultó ser amante del artista, un chófer karateca implicado en la trama, intentos de vender las obras en el mercado negro, la Policía pisando los talones a los cacos… El suceso ocurrió en 2015 pero la investigación sigue en curso. Ahora se acaba de recuperar un nuevo cuadro robado –el cuarto–. Por tanto, ya solo queda uno por localizar.

Ocurrió de noche, con nocturnidad y alevosía; cuando suelen operar los enemigos de lo ajeno. Entraron en la casa de J.B.C. ubicada en la plaza de la Encarnación, mientras este se encontraba en Londres. Los ladrones aprovecharon que no había nadie en casa para desactivar la alarma y campar a sus anchas por ese cuarto piso con buhardilla llevándose dinero, joyas y todo aquello de valor que encontraron a su paso. No forzaron la puerta ni dejaron huellas.

Hasta aquí todo parece indicar un robo de manual. Pero este no es un robo cualquiera, sino uno de arte, porque lo que en realidad iban buscando eran unos cuadros, concretamente cinco lienzos pintados por Francis Bacon valorados en 25 millones de euros. El pintor irlandés había fallecido en Madrid en 1992 tras su último viaje a la capital y había legado a su jovencísimo amante –entonces un desconocido José Capelo– estas obras sin catalogar, realizadas probablemente en la intimidad del hogar, ya que el retratado era el propio Capelo, el mismo que aparece en el célebre Tríptico conservado en el MoMA de Nueva York.

Lo curioso del caso es que la identidad del afectado, su vinculación con el pintor y los detalles del delito no se supieron hasta mucho después de lo ocurrido, porque la Policía trabajó con sumo cuidado y hermetismo (aún lo hace, porque el caso sigue abierto). También es verdad que el financiero español había llevado su relación íntima con Bacon con muchísima discreción, probablemente porque no deseaba airear en público su condición sexual.

Francis Bacon. Tríptico. 1991. Óleo sobre lino, tres paneles. 198,1 x 147,6 cm. Museum of Modern Art (MoMA), Nueva York. 

De propietario anónimo a amante del artista

José Capelo era un apuesto banquero educado y de formas refinadas que conoció a Bacon a finales de los años ochenta, durante una fiesta londinense organizada en honor del coreógrafo Frederik Ashton. Enseguida hubo feeling entre ellos, a pesar de la diferencia de edad (el artista tenía 78 años y su amante 35). El idilio duró cuatro años, durante los cuales recorrieron buena parte de España compartiendo arte, gastronomía y muchas copas.

En el último viaje que el pintor hizo a Madrid para visitarle, aquejado ya de un asma grave que le dejó ingresado en la clínica Ruber donde murió, decidió regalar a su pareja dos millones de dólares y cinco cuadros suyos. Un obsequio sumamente generoso, hecho en 1992, del que prácticamente nadie tuvo conocimiento. Hasta 2014, cuando Barry Joule, un excéntrico amigo del artista, hizo públicas unas grabaciones de audio que ofrecían detalles sobre la relación íntima entre Bacon y Capelo, incluido el famoso regalo. “A menudo pienso qué idiota, qué loco fui al hacerlo. Pero después me doy cuenta de que ya está hecho. ¡Qué más da!”, comentaba el pintor irlandés tras su arranque de generosidad.

El artista Francis Bacon junto a José Capelo (izquierda) y otro amigo.

Aquella y otras confesiones aparecieron publicadas en The Sunday Times, mucho más tarde de los 12 años después de la muerte del artista que había pactado Joule con él. El británico cumplió su promesa con creces, pero desclasificar esa información supuso poner en la diana al amante español, que hasta ese momento se había mantenido en un discretísimo segundo plano. De la noche a la mañana se convirtió en centro de todas las miradas y además se supo que atesoraba varios cuadros de Bacon (uno de los artistas mejor valorados en el mercado). Lo siguiente que supimos de Capelo meses después es que habían entrado en su casa y le habían robado las pinturas.

El mayor robo de arte contemporáneo en España

El caso salió en todos los periódicos y generó un ruido mediático sin precedentes. Pocas veces se habían robado en nuestro país pinturas por valor de cinco millones de euros cada una (25 millones en total). Puede que el monto sustraído en 2001 a Esther Koplowitz ascendiese a 30 millones, pero entonces desaparecieron 19 obras, no cinco.

Tras lo ocurrido en 2015, la Policía Nacional y su Brigada de Patrimonio Histórico comenzaron una investigación que poco a poco fue dando sus frutos. Han pasado nueve años del robo y los agentes siguen sumando detenciones: 16 hasta la fecha, entre autores materiales e intelectuales. Una de las más sonadas fue la de Cristóbal G., presunto cerebro de la operación y asiduo del bar Cock al que Bacon y Capelo solían acudir. Su cómplice, de nombre Cristian, era un conductor de coches de alquiler, además de aficionado al kárate, que habría entrado en el piso de Capelo junto a otros dos profesionales para hacerse con el botín.

En 2017 hubo un intento de vender las obras en el mercado negro a través de un comerciante de El Rastro, pero la operación no llegó a buen término porque el perito dudó de la procedencia de las pinturas. Así fue como las autoridades consiguieron recuperar tres de los cinco cuadros robados, que hallaron en un trastero de Madrid. Después de todo, no es tan fácil sacar tajada de unas pinturas internacionalmente conocidas, que figuran en las listas de medio mundo como desaparecidas de forma ilícita.

En este punto de la historia entra en escena Arthur Brand, el Indiana Jones del arte, que en 2023 contó en una entrevista cómo había frustrado un nuevo intento de venta de los cuadros aún perdidos por cuatro millones de euros. Y no era la primera vez, porque ya en una ocasión anterior había vuelto a impedirlo. “Hace medio año me enteré a través de un informante que tengo en Alemania de que los ofrecieron allí. Y luego alguien me llamó desde un número oculto preguntándome si conocía esos Bacon y si se ofrecía una recompensa por ellos. Le dije que no había recompensa oficial y colgaron”, explicó entonces el investigador holandés.

‘Estudio de retrato de José Capelo’, Francis Bacon

Ahora el culebrón Bacon vuelve a sumar un nuevo éxito: acaba de aparecer el cuarto cuadro perdido. Se trata de Estudio de retrato de José Capelo, firmado y fechado en 1989 en la trasera. Según ha anunciado la Policía en un comunicado esta semana, las pesquisas permitieron detener en el sur de Madrid a principios de marzo a dos personas responsables de un delito de receptación de los dos cuadros que faltaban por localizar del artista, lo que les permitió recuperar la cuarta tela robada. Este nuevo golpe asestado a los ladrones supone la penúltima pieza del puzle, al que ya solo le queda un solo hueco por completar.

Otros robos de récord: El Sapo, el bigotudo falso y el rapidillo

El caso de los cuadros de Bacon es uno de los que más interés ha suscitado en España, pero no ha sido el único. Si hiciéramos un ranking de los mayores robos patrios, estos Bacon tendrían que compartir pódium conEsther Koplowitz por culpa de El Sapo y su ‘hazaña’ en la casa de la empresaria, de donde sustrajo 19 pinturas valoradas en unos 30 millones de euros. El propio Jon Imanol Candela explicó en un documental la meticulosidad con la que cometió el delito, que empezó a preparar tres años antes de asestar el golpe definitivo (afortunadamente, las pinturas fueron recuperadas).

Pero los millones mencionados poco tienen que ver con el que hasta ahora es el mayor robo de arte de la historia, cometido en 1990 en el Museo Isabella Stewart Gardner de Boston. La docena de obras maestras que los ladrones tuvieron la delicadeza de sacar de sus marcos –que dejaron como prueba del delito- asciende a 500 millones, una cifra récord. Bastaron dos individuos disfrazados con uniforme de policía y bigotes postizos para sacar los 13 lienzos del museo, que sigue mostrando los marcos vacíos.

Un último robo de récord antes de despedirnos, esta vez por ser el más rápido. Lo de Paul Enger fue visto y no visto; empleó menos de un minuto en colarse en la Galería Nacional de Oslo con la ayuda de una escalera para hacerse con El grito de Munch. El tipo aprovechó la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994 para quedarse con el cuadro y pitorrearse de la Policía. Dejó un cartel junto al hueco de la pared que decía: “Gracias por la falta de seguridad”. El chiste le terminó salió mal al ladrón, porque fue detenido y la obra volvió a colgar del museo.

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