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¿Y si Turner y los impresionistas ya hubiesen predicho el cambio climático?

Por Sofía Guardiola

‘Castillo de Norham, amanecer’, J. M. W. Turner

El siglo XIX está cargado de pinturas en las que el cielo engulle el paisaje y se convierte en protagonista indiscutible de la composición. En muchas de ellas, además, tienen gran importancia las nubes, la niebla o la bruma. Pero, ¿y si esto no fuera simplemente una decisión estética y los impresionistas hubiesen decidido representar los rastros de la polución?

El Impresionismo siempre se ha estudiado como uno de los movimientos más rupturistas en la historia del arte, uno de los primeros ismos capaz de cambiar las reglas del juego: de repente se pintaba al aire libre, fuera del estudio. Los colores no se mezclaban en la paleta, sino que se situaban las pinceladas una al lado de la otra para que fuese el ojo el que juntase los tonos creando otros nuevos, y la luz y la atmósfera pasaron a importar más que las formas y las composiciones. Si la fotografía no paraba de mejorar, y ya era capaz de plasmar a la perfección la realidad, ¿por qué iba a seguir la pintura tratando de hacer lo mismo?

Sin embargo, un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences sugiere que estas composiciones, en las que la luz es tan importante como las sugerentes nubes y las misteriosas brumas, podrían nacer no solo al ansia de crear una nueva estética completamente nueva, sino por la búsqueda de soluciones para plasmar una realidad que también estaba cambiando. Más concretamente, debido a la contaminación causada por la Revolución Industrial.

Ana Lea Albright, física atmosférica del LDM (Laboratoire de Metéorologie Dynamique) visitó la Tate Britain y, al encontrarse frente a los cuadros de William Turner, se dio cuenta de que había algo en ellos que le resultaba familiar. Esos cielos, que convirtieron al autor en uno de los más modernos de su tiempo, le recordaban a los horizontes cargados de contaminación que ella estudiaba día a día en su laboratorio. Como buena científica, enseguida comenzó a preguntarse si había alguna conexión entre ambos elementos. Para comprobar si esto era así, estudió la carrera de varios de estos artistas, desde sus inicios hasta sus obras más emblemáticas, analizando a su vez la situación de la Revolución Industrial y el aumento de fábricas y medios de transporte contaminantes a lo largo de los años en sus respectivas ciudades. Los artistas elegidos para someterse a examen eran el británico William Turner, con el que empezó todo, y el padre del impresionismo Claude Monet.

Turner, que fue el precursor del Impresionismo, vivió en el Londres que se iba convirtiendo, a pasos agigantados, en la ciudad conocida como “The Big Smoke” (el Gran Humo). Si analizamos, en términos generales los paisajes y las marinas de Turner a lo largo de los años, resulta evidente que el nivel de detalle es inmenso en algunas de sus primeras obras, como Barcos holandeses en una tormenta (1801) o El muelle de Calais (1803). Estas pinturas presentan cielos nublados o tormentosos, pero bien definidos, sin esa extraña niebla densa que se hace protagonista en las obras tardías del autor. No solo Lluvia, vapor y velocidad (1844), el cuadro más emblemático de Turner, muestra en el cielo esta humareda característica, que en este caso concreto proviene del ferrocarril que domina la composición, sino que también aparece en otros lienzos en los que resulta más difícil de explicar, como Amanecer en el castillo de Norham (1835).

‘Barcos holandeses en una tormenta’, J. M. W. Turner
‘El muelle de Calais’, J. M. W. Turner
‘Lluvia, vapor y velocidad’, J. M. W. Turner

Esto podría tratarse, simplemente, del avance del estilo del autor. No olvidemos que en aquella época todavía goza de buena salud el Romanticismo (movimiento en el que se suele clasificar al artista), en el que es frecuente que el cielo se vuelva protagonista y que, además, sea una excusa para expresar distintos estados de ánimo, dotando a las composiciones de ese aire misterioso tan típico del movimiento. Quizá, Turner solo estaba haciendo una interpretación novedosa y personal de esa corriente imperante. Sin embargo, hay más indicios que apuntan a que la contaminación y la Revolución Industrial tuvieron algo que ver en todo esto.

Para seguir desarrollando su hipótesis, Albright se asoció con el climatólogo de la Universidad de Harvard Peter Huybers, científico especializado en reconstruir el nivel de polución del ambiente en las épocas en las que aún no se medía la calidad del aire o, al menos, no con instrumentos suficientemente fiables..

Las partículas de contaminación son capaces de absorber o dispersar la luz. Por ello, cuando hay polución a nuestro alrededor, lo que está más lejos se nos antoja poco definido y descolorido, más neutro y blanquecino. Esto ocurre, por ejemplo, en el cuadro del amanecer desde el castillo de Turner que ya hemos citado, pero también en multitud de obras del impresionismo. El Támesis a su paso por Westminster (1871), de Monet, es el mejor ejemplo de esto dentro de la producción del artista francés. ¿Será casualidad que se aprecie tan bien esta característica no solo en una obra que plasma un paisaje urbano sino, además, en la representación de la ciudad más contaminada del mundo en aquel momento?

‘El Támesis a su paso por Westminster’, Claude Monet

Tal y como mostró el análisis de obras de arte realizado por Albright y Huybers, que abarcaba del siglo XVIII al XX, el contraste de color fue disminuyendo a medida que avanzaba el tiempo, adquiriendo esos tonos típicos del aire cargado de humo. También fue notable cómo, en estas obras, era cada vez más difícil distinguir con nitidez los contornos de los elementos que quedaban lejos de la vista del espectador. En cuanto al análisis de la calidad del aire, la polución ascendía a medida que los colores saturados disminuían, tal y como los científicos pudieron calcular basándose en los registros históricos de venta y consumo de carbón. En el caso de Turner y Monet, se apreciaban significativos cambios a lo largo de su carrera, tendentes hacia esas brumas y esa carencia de grandes contrastes. Además, el auge del estilo personal de ambos pintores coincide en el tiempo con la industrialización de sus respectivas ciudades: la de Londres se produjo antes, mientras Turner pintaba; y la de París tuvo que esperar, coincidiendo con el pleno desarrollo del Impresionismo. Según el estudio de los dos climatólogos, esto no fue en absoluto algo casual.

Para reafirmarse en su teoría, la pareja analizó la obra de diferentes artistas de las mismas ciudades y épocas. Finalmente, concluyeron que, en el 61% de los casos que estudiaron, la contaminación explicaba las diferencias de contraste. Aun así, Albright añade “pero no quiero excederme y decir que podemos explicar todo el Impresionismo”, lo cual, por otro lado, resulta evidente, pues el mérito de este movimiento y su capacidad de renovación va mucho más allá de la estética neblinosa de muchas de sus obras.

Si Turner, primero, y los impresionistas después pudieron pintar la contaminación de sus ciudades fue porque salieron con sus pinceles a la calle, abandonaron la idea de que las composiciones debían ser cuidadosamente diseñadas en el estudio, alejadas del mundo exterior que representaban. Además, supieron interpretar esas nuevas humaredas con pinceladas sueltas, libres, que sirvieron de base sólida para lo que vendría después. A menudo, se suele considerar Lluvia, vapor y velocidad como uno de los precursores de la abstracción. Además, comenzaron a representar las novedades de su tiempo, retratando una realidad que cambiaba rápidamente, y a la que supieron adaptarse con desenvoltura y soluciones novedosas.

Sin duda son interesantes estas visiones novedosas, que ofrecen perspectivas originales incluso de los movimientos harto estudiados, así como la colaboración entre ciencias y humanidades para entender mejor la pintura. Del mismo modo, según este estudio, parece lógico pensar que estos artistas y movimientos no habrían logrado la estética que tanto disfrutamos ahora si no hubiesen vivido una realidad atestada de humos.