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La naturalización del machismo o cuánta justicia necesita María Blanchard

Por Pilar Gómez Rodríguez

‘La boloñesa (La boulonnaise)’, María Blanchard © Museo Picasso Málaga

Se adentró en la experimentación y las vanguardias, demostró que del cubismo también se sale y acabó produciendo una de las obras artísticas más singulares, modernas e inclasificables del siglo XX. Ella es María Blanchard y el Museo Picasso Málaga le dedica una gran retrospectiva que se centra en su arte, como debe ser, y la presenta más allá de fatalismos y de los habituales adjetivos.

Hace más de cuatro décadas, cuando una exposición en el ya desaparecido Museo Español de Arte Contemporáneo rindió homenaje en 1982 a María Blanchard, en la prensa se habló de justicia para la pintora santanderina. Y también en 2012, cuando el Reina Sofía presentó María Blanchard. Vanguardia e identidad. Estamos en 2024, el Museo Picasso Málaga acaba de inaugurar una gran retrospectiva titulada María Blanchard. Pintora a pesar del cubismo, y de nuevo se vuelve a hablar de hacer justicia. Pero… ¿cuántas justicias necesita esta artista tan poco conocida? ¿De qué tamaño es la afrenta y la mala conciencia? ¿Cuán largo el olvido?

De todo lo anterior ha habido, y en buenas dosis, cuando se ha tratado la vida y la obra de esta artista que nació en Santander en 1881 (el mismo año que Picasso), marchó a París y allí murió en 1932. En su caso, la vida ha precedido con demasiada frecuencia a su obra, hasta acabar difuminándola, opacándola y devorándola. Así, María Blanchard dejaba de ser una de las artistas españolas más innovadoras y vanguardistas de la historia para ser la “jorobadita”; y la “feúcha”, en vez de la pionera que adoptó el cubismo y lo interpretó de forma singularísima; el “duendecillo de Montparnasse”, en vez de una mujer valerosa admirada por los Juan Gris, Picasso o Diego Rivera y sus ilustres contemporáneos.

María Blanchard

Con esos adjetivos y esas expresiones entrecomilladas comenzaba la nota que Corpus Barga escribió en el diario Luz en 1932, al morir la artista. Una nota tan breve como reveladora que evidenciaba la naturalización del machismo, pero donde curiosamente ya se abría paso también una brizna de autocrítica. “Los viajes, los trabajos, nos hicieron a otros perderla de vista. ¿Qué fue de ella?”.

La mala conciencia comenzó, pues, en el mismo momento en que acabó la vida de María Blanchard. Aunque el afamado periodista se la sacudía en ese mismo momento y pasaba el testigo a su manera: “Vosotras, mujeres de España, tenéis ahora que salvar la memoria de vuestras precursoras”. Así, como si no fuera con ellos. Como si el arte de las mujeres fuera cosas de las mujeres y no del mundo… Pocas veces tan pocas líneas contuvieron tantísima información sobre arte, sociedad, cultura y cultura patriarcal, periodismo y machismo.

La mala conciencia comenzó en el mismo momento en que acabó la vida de María Blanchard

Quizá ahora sea la definitiva. Quizá ahora que se habla de feminismo y de cuerpos no normativos —y chirrían por fin las palabras de Corpus Barga— es posible que haya llegado la hora de María Blanchard, la de la justicia definitiva para ella. Pero, cuidado, porque podría suceder de nuevo que su obra sorprendente y magnífica quedara oculta bajo las banderas y expresiones de los nuevos tiempos. Y eso no puede pasar. Es la hora de María Blanchard, pero ha de serlo por pintora, por pionera, por valiente experimentadora, por vanguardista. Por todo ello puede y debe ser reivindicada esta mujer que, más allá de sí misma –o a pesar de sí misma y en lucha consigo misma– trabajó para merecerse un sitio privilegiado en la historia del arte.

‘Niño con canotier’, María Blanchard © Museo Picasso Málaga
‘La dama del abanico’, María Blanchard © Museo Picasso Málaga

La búsqueda de la libertad

Puede que María Gutiérrez-Cueto Blanchard naciera en una familia acomodada, en un entorno privilegiado, pero ella no lo fue. Puede que sus padres la apoyaran en lo que demostró ser su vocación, pero puede que esto obedeciera a la imposibilidad de que se materializara el destino que les estaba trazado a las mujeres: casarse, los niños la familia… La enfermedad, una severa cifoescoliosis, lo iba a poner muy difícil, de modo que cuando la joven mostró interés y buenas mañas con los pinceles tuvo facilidades para formarse en Madrid, en el conservador ambiente artístico de la época, eso sí. Escenas costumbristas, mitológicas o de corte clásico iniciaron su producción. Le valieron para reafirmarse en su decisión los distintos triunfos y medallas en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de España, que era la unidad de medida de la profesionalización en el arte.

Pero la situación económica de la familia había variado, el padre había muerto y solo gracias a una modesta beca de estudios Blanchard pudo marchar a París, a la búsqueda de nuevos aires. Los encuentra. La ciudad de la luz vapulea artísticamente a la España negra que ha dejado atrás. Blanchard queda deslumbrada por la modernidad, la efervescencia estética de las vanguardias, con la que entra en contacto de la mano de sus protagonistas: Juan Gris, Diego Rivera, Vicente Huidobro, Marie Vassilieff o el propio Picasso, entre otros. Allí se asentará definitivamente, pero antes debía pasar un trago amargo que le esperaba en Madrid

En 1915, el más moderno —entre los no muchos modernos— de la España de principios del siglo XX decidió organizar una exposición “cubista” en Madrid. Ramón Gómez de la Serna contó, para su iniciativa, con Diego Rivera y María Blanchard, que habían salido de la ciudad en guerra que era ya la capital francesa en aquella época. Más que cubista, la muestra era de autores raros o inclasificables, mejor dicho. Con la mencionada pareja compartían cartel el escultor Agustín el Choco y Luis Bagaría, famoso caricaturista. La exposición causó un gran escándalo, fue clausurada al poco de inaugurarse y las críticas arreciaron. No es difícil adivinar quién fue el artista que salió peor parado, parada en este caso y con qué argumentos y tono.

‘Nature morte cubiste (Naturaleza muerta cubista)’, María Blanchard
‘Composición cubista’, María Blanchard
‘La brodeuse (La bordadora)’, María Blanchard
‘Mujer con abanico’, María Blanchard

Decepcionada, seguramente herida, la pintora abandonó España para siempre. Allí quedó María Gutiérrez, esa a quien las críticas le reprochaban haber dejado la figuración en la que parecía despuntar para arrojarse en brazos de esas mamarrachadas… En su particular #seacabó, la artista no solo muda de país, también cambia de nombre. A partir de entonces, en París, donde se instala definitivamente a la búsqueda de su sitio en el arte, será María Blanchard. Es un paso importante, un tránsito, un alumbramiento que el comisario de la exposición del museo Picasso, José Lebrero, no pasa por alto, sino que lo subraya en el catálogo de la muestra haciendo hincapié en las palabras de la profesora Xon de Ros. Para ella, para ambos, este hecho constituye “un acto simultáneo de filiación y afiliación” que “en su calidad de expatriada y miembro integrante de la comunidad internacional de la vanguardia artística […] representa una ruptura con las creencias y valores asociados con su familia, hogar, clase social y país de origen”, a lo que Lebrero añade el idioma materno y la memoria cultural.

Apogeo cubista y lo que vino después

Con esa muda de piel y ese cambio existencial se da paso a una segunda etapa en la vida y también en la obra de María Blanchard. La exposición del Museo Picasso atiende a un planteamiento cronológico y también se divide en tres partes que el comisario resume así: “La búsqueda de la identidad en un ‘antes de París’; el fundacional interregno cubista y la exuberante conclusión figural”. Obras como La gitana (1907-1908) o el Retrato de Regina Barahona, de 1911, dan cuenta de sus inicios. La dama del abanico (1913-1915), con su figura descompuesta en planos fragmentados y el uso del color, apunta la dirección que tomarán sus búsquedas artísticas. Es el inicio de su aventura cubista, que dará abundantes y jugosos frutos. En palabras de Diego Rivera, “las mejores obras del movimiento, aparte de las de nuestro maestro Picasso”.

En sus obras cubistas, Blanchard conciliaba las técnicas pictóricas propias de la corriente, como la mencionada descomposición de planos o la simultaneidad de puntos de vista, pero con un giro personal que se materializaba en la riqueza del colorido, el equilibrio de las composiciones y un alejamiento consciente de las tendencias más analíticas, más herméticas o crípticas de la corriente a las que raras veces sucumbió.

Lo mejor del paso de María Blanchard por el cubismo fue lo que vendría después. Un regreso personalísimo y apoteósico a la figuración que demuestra el coraje de una mujer que no se estancó, ni se acomodó en un estilo que ya dominaba y era el de la época, sino que quiso seguir indagando en su propia aventura pictórica. Así se llega a su última época, pero antes es preciso detenerse en una de sus obras más conocidas: La comulgante (1914-1920).

‘La comulgante’, María Blanchard

Se supone que una niña está feliz el día de su primera comunión, ese ritual que marcaba el fin de la niñez y el comienzo de la adolescencia y juventud. La niña que protagoniza la obra de María Blanchard tiene terror en su expresión, quiere salir corriendo de allí, pero está clavada a su entorno por la intimidante puesta en escena. Este cuadro lo comenzó María Gutiérrez y lo expuso María Blanchard. Su datación recoge un arco de seis años que supone una voltereta, un atajo o un puente que conecta sus orígenes artísticos con sus logros finales, pasando por el ineludible cubismo que tanto le aportó, pero de cuyas garras también supo zafarse.

Lo comenzó cuando estaba en España, o cuando aún tenía relación con su país, y supuso un éxito apoteósico, “casi escandaloso”, como afirmaba una de las críticas de la época cuando se expuso en París finalmente, en el parisino Salón de los Independientes. Con él, Blanchard se sitúa en la cima de su carrera. Su éxito, unánime. Su nombre se mezcla con los de los mejores pintores de vanguardia que exponen en Bruselas, en Barcelona… Allí, en la sala Dalmau, María Blanchard se sitúa al lado de los Picasso, Léger, Miró, Matisse, Braque…. Todos (o todos y ella) son la vanguardia.

Entonces se produce un movimiento extraño. María Blanchard se repliega. Atraviesa dificultades económicas, la salud se resiente y se añaden cargas familiares; la de su hermana y sus hijos que buscan refugio a su lado. También pierde a su gran amigo Juan Gris. Lo que no cambia es que nunca para de trabajar, pero sí su repertorio temático, que se llena de figuras desfavorecidas, solitarias, que expone en toda su vulnerabilidad y con toda su dignidad. Muchos niños y muchas mujeres aparecen, en ocasiones, en maternidades chocantes para aquella época, muy alineadas con la actual. Se trata de maternidades despojadas de su halo de santidad y de toda idealización. Cuadros en los que los bebés enredan, cogen y tocan cosas, mientras ellas tienen que hacer un esfuerzo para posar. Lo hacen mirando fijamente al espectador, serias o con una sonrisa forzada, interpelándole. Una vez más, Blanchard desoía los mandatos de la tradición canónica de la pintura. Y esta se vengaba excluyéndola de catálogos y otras publicaciones que marcaban época.

Maria Blanchard. Pintora a pesar del cubismo © Museo Picasso Málaga

La luz descompuesta en brillos y reflejos de tonos metalizados caracteriza la producción de esta última etapa pictórica. También la imponente presencia corporal de las figuras. El físico se agiganta en las pinturas, mientras el de Blanchard se hace cada vez más pequeño y más frágil. El 5 de abril de 1932 muere en París. En la necrológica que le dedicó L’Intransigeant se hablaban de su arte “poderoso, hecho de misticismo y de un amor apasionado por la profesión” que perduraría “como uno de los auténticos y más significativos”.

El pronóstico se cumplió pero al precio de muchas décadas de silencio y de pocas iniciativas que sacudían la mala conciencia respecto a una artista que, ojalá, no necesite más intentos de hacerle justicia. Eso significará que la justicia ya está hecha, que exposiciones como esta del Museo Picasso reintegran a una María Blanchard sin fatalismos, sin adjetivos, al lugar de privilegio que solo por su arte debe de ocupar en la historia.

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