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La colección Zaks, ¿la mayor estafa de arte soviético de la historia?

Por Sol G. Moreno

Maria Dzhagupova (antes atribuido a Malevich). Retrato de Elizaveta Yakovleva. Fotografia: familia de E. Yakovleva, San Petersburgo.

Este es el relato de un fraude, de una colección falsa y de un tipo que vendió unas 200 obras supuestamente de las vanguardias rusas en el mercado internacional. La estafa parece haber salpicado a todos: coleccionistas particulares, museos europeos, instituciones americanas… Hasta Hollywood se vio afectado cuando incluyó una de estas pinturas en su celebrada Oppenheimer.

Hay un deporte de riesgo mucho más peligroso que tirarse en paracaídas o hacer puenting, y es coleccionar arte soviético. Eso ya lo sabían quienes trabajan en el sector, por eso las casas de subastas, comisarios y galeristas rara vez se atreven a mostrar obras que no cuenten con una procedencia perfecta, impoluta o hiper-estudiada; pues no sería la primera vez que museos de renombre pierden credibilidad por su candidez a la hora de seleccionar este tipo de piezas.

De hecho, los escándalos de fraudes o falsificaciones se han hecho cada vez más frecuentes, hasta el punto de que en 2016 tuvo que crearse una institución para velar por la correcta atribución de estas obras: la Russian Avant-Garde Research Project (RARP). No es la guardiana absoluta porque no emite certificados, pero sí que ayuda a despejar dudas sobre todas esas pinturas que circulan sin orden ni concierto por el mundo.

El último escándalo que ha ayudado a destapar es el de la colección Zaks, un selecto conjunto compuesto por obras maestras de El Lissitzky, Rodchenko, Goncharova, Tatlin y Popova, entre otros. Apareció de la noche a la mañana a principios del milenio, cuando un misterioso bielorruso emigrado a Israel lo dio a conocer, tras permanecer medio siglo oculto. El hallazgo, presentado a bombo y platillo en Minsk por su dueño de entonces –Leonid Zaks–, supuso todo un acontecimiento nacional, sobre todo porque incluía más de 200 piezas pertenecientes a uno de los periodos más fructíferos e interesantes de la Unión Soviética.

Atribuido a Kazimir Malevich. Rectángulo negro, cuadrado rojo. Kunstsammlung NRW, Dusseldorf. Fotografía: Achim Kukulies.
Atribuido a Alexandra Exter. Ciudad italiana junto al mar. Hacia 1917. Óleo y témpera sobre lienzo. Minneapolis Institute of Art, The John R. Van Derlip Fund.

Anatomía de una fake collection

La historia parecía tan increíble como difícil de creer, por eso despertó los recelos de algunos expertos, que saben que rara vez se producen avistamientos de este tipo (vale que a veces se descubren por sorpresa Caravaggios en un desván o pinturas expoliadas por los nazis escondidas en un almacén, pero difícilmente caen del cielo tantos cientos de obras). Así que enseguida surgieron las dudas, ¿y si fuera falsa?

Esa ha sido la pregunta que ha rondado las cabezas de Konstantin Akinsha –miembro fundador de la mencionada RARP–, el marchante James Butterwick o el coleccionista Andrei Vassiliev, que desde 2005 han seguido la pista a las piezas, actualmente dispersas. Juntos decidieron investigar a fondo el caso, con la ayuda de técnicos y otros especialistas. Sus conclusiones las encontramos en el fascinante documental The Zaks Affair: Anatomy of a Fake Collection. En él se reconstruye con todo lujo de detalles la inesperada aparición de este conjunto de arte, su exposición pública y consecuente legitimación a ojos de posibles compradores, y su posterior venta por parte de galeristas y dealers.

Todo empezó cuando Leonid Zaks presentó en Bielorrusia la colección a principios del milenio. Entonces explicó que se trataba de un legado familiar que había permanecido oculto durante 50 años procedente, según le daba el día, de dos o tres generaciones atrás (porque en cada entrevista variaba su versión). El origen de la colección podría estar, por tanto, en su abuelo Zalman Zaks, comerciante y zapatero. O tal vez solo se remonte a sus hijos: Anna, médico militar que en la Segunda Guerra Mundial habría recibido obras de los campesinos como pago por sus cuidados; y Moses, un hombre de negocios que se benefició del escaso interés que este tipo de piezas generaba en la década de 1940 en el Moscú soviético de Stalin. Finalmente, su sobrino Leonid –trabajador de la industria petrolera– habría heredado todos estos tesoros.

Tras morir el coleccionista se descubrió la farsa: los cuadros no valían nada

Muchas de aquellas pinturas inéditas llegaron a exponerse en varios lugares, como el Museo de la Biblioteca Nacional de Bielorrusia –en 2010– o la galería Orlando de Zúrich, donde se organizaron diferentes muestras entre 2007 y 2014, tiempo durante el cual se fueron vendiendo las piezas por valor de cientos de miles de francos suizos. En Orlando fue, precisamente, donde Rudolf Blum y su esposa Leonor gastaron casi un millón de francos suizos por un par de obras de Lissitzky y Popova. Él era un importante coleccionista que se había quedado ciego y ella una amantísima esposa que lo único que quería era continuar con la labor de su marido. Tras morir el coleccionista en 2009 y proceder a la tasación de sus pertenencias, se descubrió la farsa: los cuadros no valían nada. “Uno de los expertos me dijo que toda una serie de pinturas eran dudosas", relata la hija Beatrice Gimpel McNally perpleja. ¿Fue consciente la galería del engaño? “Probablemente no”, explica a El Grito James Butterwick, “pero esa es una cuestión fundamental que resulta difícil de determinar”.

Aquella fue una de las claves que permitió a los investigadores confirmar que iban por el buen camino. Pero no fue la única, porque a cada paso que daban, encontraban más y más interrogantes. Por ejemplo, los certificados. Cuando siguieron el rastro de los autores que habían corroborado la autenticidad de los cuadros, descubrieron que o eran desconocidos en las instituciones donde supuestamente trabajaban o directamente ni existían. "Hemos examinado la procedencia de la colección Zaks y todos sus elementos son infundados. De hecho, podemos refutarlos", afirma Konstantin Akinsha en el documental.

La Albertina, Minneapolis y otros museos afectados

Se completa así el rompecabezas que ha llevado a estos especialistas por varios museos americanos y europeos, con un veredicto que ha dejado a más de uno con la boca abierta: las obras no son auténticas. El asunto ha salpicado a entidades de todo el mundo, que han visto cómo de la noche a la mañana sus tesoros perdían valor. Es el caso del Minneapolis Institute of Art, que conserva un par de pinturas supuestamente de Ivan Kliun y Alexandra Exter; ahora mismo no se exponen y en su página web ya figuran como “atribuidos a”. En la ficha técnica de ambas se avisa que la documentación de la que disponen es histórica y que puede contener algún dato inexacto. Eso sí, permite trazar una línea desde que salió de manos de la familia hasta su llegada al museo: “Moses Zaks (entre 1956 y 1991), su sobrino Leonid Zaks (1991-2007) y consignado a Robert Hiedemann Fine Art (Richmond, Virginia)”, para el centro de Minesota.

Atribuido a Ivan Kliun. El relojero. Hacia 1914. Óleo sobre lienzo. Minneapolis Institute of Art, The John R. Van Derlip Fund.

Algo semejante ha ocurrido con el lienzo de Exter del Cleveland Museum of Art adquirido en 2008. En este caso, y siempre según la ficha catalográfica, la pintura la habría comprado el abuelo Zalman en Moscú directamente a la artista en 1931, pasando después por descendencia a su hijo Moses, quien habría exportado la pintura a Estados Unidos en 1956. Demasiados condicionales para tratarse de una provenance

Europa también se ha visto afectada, ya que la mismísima Albertina de Viena compró Génova como autógrafa de Exter. Aunque ya antes de las investigaciones aportadas por la BBC llegó a la conclusión de que había algo raro y dejó de exhibir la pintura, condenada en la actualidad a los almacenes. El asunto ha sacado los colores incluso a Hollywood, ya que dos de las obras procedentes de la colección Zaks aparecieron en sendas películas, entre ellas la oscarizada Oppenheimer.

El problema del arte soviético en el mercado

“Hay muchas más falsificaciones que obras auténticas”, afirma Andrey Vassiliev en el programa de la cadena británica. “La historia de la colección Zaks muestra con qué facilidad pinturas dudosas con historias inventadas pueden llegar a los principales museos del mundo”. Dura afirmación esta, que sin embargo esconde una realidad: “Aproximadamente el 95% son falsificaciones”, apuntala Butterwick a este periódico.

Porque el de Zaks no es el único caso fraudulento. Ya en 2009 ArtNews alertaba sobre la proliferación de este tipo de prácticas y un año después el historiador Anthony Parton trataba de poner algo de cordura en el corpus de Goncharova con su libro The Art and Design of Natalia Goncharova (volumen que fue objeto de críticas furibundas por parte del gobierno ruso, que lo tachó de “investigación criminal”). Más tarde, el propio Vassiliev destapaba en Trabajar con falsificaciones o la historia real de la mujer con bolso teatral (2021) otra obra erróneamente atribuida: un retrato supuestamente original de Malevich, así se exhibió en Londres y Ámsterdam, y así salió a la venta por 22 millones de euros. El autor demostró que en realidad se trataba de una creación de su discípula María Markovna Dzhagupova, quien había cobrado 14 rublos por ella.

Vista de la exposición sobre vanguardia soviética organizada en el Museum of Fine Arts de Gante en 2018 con obras falsas. © MSK, Ghent. 
Detalle de una pintura atribuida a Malevich y expuesta en la muestra belga. © MSK, Ghent.   

Lo cierto es que la lista de estafas es numerosa: el Malevich de Hrodna, el juicio contra la familia Chernov por traficar con falsificaciones, el regalo envenenado que recibió en 2014 el Kunstsammlung NRW de Düsseldorf donde había una pintura de Malevich que no era auténtica, las falsificaciones de Popova en el Rostov Kremlin Museum-Preserve… Aunque probablemente el mayor escándalo hasta el momento haya sido la exposición en el Museo de Bellas Artes de Gante organizada en 2018 que apenas duró unas semanas; causó tanto revuelo, que el centro tuvo que cerrar la muestra antes de tiempo y la directora se vio obligada a dimitir. Un sinfín de ejemplos que no hacen sino corroborar que el coleccionismo de este tipo de obras es casi como jugar a la lotería. Se admiten apuestas para el futuro.

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